lunes, 13 de diciembre de 2010

ROUGE

Tomaba vino para encontrar algo de algo en este mundo indecente. Sus padres no sintieron la piedad que aparece en estos casos. Boris, sin un techo, olvidaba la intemperie con un trago de sangre. Tenía uno que otro amigo y lo querían. Él decía que sus copas rojas eran transfusiones para seguir viviendo en las calles, los bares y algunos despertares baldíos.

Vulgar la historia, lo dejó una novia. Hermosa, virgen, que desató el engaño con su mejor amigo. Tomó la primera copa y la segunda. La tercera se miró en el espejo. Desprendió el primer botón de la camisa, la corbata de seda roja fue a parar a manos del dueño del boliche. Con ojos de baldosa le regaló una botella e indicó la salida. A los troncos de los árboles, Boris los pensaba como el talle de su novia, lloraba abrazando la memoria de los cuerpos juntos. Pasado el amanecer desmayó su cansancio triste en una esquina fría. Alcanzó a vislumbrar que detuvieron sus pasos unos tacos altos y unos mocasines que resultaron familiares. De pronto un saco grueso depositado en su espalda. Escuchó la retirada y los suspiros. En sus últimos pensamientos coherentes, se le hizo náusea el horrible parecido que el amor y la traición suponen abrigar la inminencia de la muerte.