Nosotros usamos
el teléfono para situaciones de emergencia, carecemos de celulares, sólo existe
el teléfono fijo. Mi prima Sara, que vive en casa, tiene un pretendiente. Lo
llama todos los días y hablan más de una hora, para decirse que se aman.
Resultan empalagosas sus charlas, es mejor cuando se odian, se pelean en voz
baja.
Hoy la
interrumpí:
—Sara, necesito
el teléfono, yo también tengo novia y espera mi llamado. Vos hablaste tanto,
que me imagino a Trini, preocupada porque da ocupado, se ofende, se emborracha,
yo llego para el vómito.
Pasa mi Madre:
—El teléfono es
para todos, parece que ustedes tienen el patrimonio, corten, ahora me toca a
mí, debo llamar antes que cierren todo. Tengo que pedir los encargos de
verdulería y super, sino acá no come nadie.
Mi Padre la
escuchó:
—Dejalos que
hablen todo lo que quieran.
—¿Viste la
cuenta de teléfono?
—Tenés razón,
que no hablen.
Son pijoteros
los viejos. Pasamos y lo miramos de refilón. Cuando nadie lo usa, nos
abalanzamos sobre él y cada uno avisa que hablará cinco minutos. Es de creer
que mi prima Sara, llega primero, no dice cuánto tiempo hará uso del aparato.
Hay cuatro hermanos del segundo matrimonio de Mamá, ellos otean el teléfono
para hacer llamadas internacionales. Esto no lo sabe nadie, sólo yo. Son
mugrientos por elección y dejan el tubo enmelado. Amenazan con que se van,
sería maravilloso, tendríamos la posibilidad de recuperar el aparato. Parecemos
una espiral dando vueltas alrededor del teléfono gastado.
Todo es
perecedero en este mundo. Se quedó sin tono, no podíamos hablar ni recibir
llamados. Hubo un duelo general, Telefónica se llevó el aparato por falta de
pago. Por un lado vino bien, empezamos a charlar entre nosotros. Nos enteramos
que ninguno pertenecía a la familia. Fue un matrimonio que para recuperar sus
primeros años sin hijos, decidió adoptarnos.
A partir de ahí
mi prima Sara, encontró en un desarmadero, un teléfono que andaba. Consiguió un
amigo e hizo una conexión trucha. Por alguna razón de poca monta, peleamos con
trompadas al aire, una partió el teléfono. Juntamos los pedazos, el tubo quedó
abajo de la mesa, la ruedita estaba atrapada entre las teclas del piano y la
caja negra se cayó por el balcón. En esa caja, estaba la memoria de las
conversaciones sostenidas. Buscamos una bolsa de consorcio para juntar los
pedazos. Luego pensamos que sería mejor darle santa sepultura. Lo enterramos en
una maceta que apoyamos donde antes vivía él.
Una noche empezó
a sonar, hubo una frustración colectiva, fue el teléfono de la casa de al lado.
Nos fuimos a dormir. Cada uno de nosotros soñó con un teléfono distinto, pero
ninguno tenía tono.