miércoles, 30 de noviembre de 2016

¿Y?


   Era una secretaria óptima, cansada de un jefe despótico y exigente. La humillaba en público con una lista para que fuera al supermercado. Cuando volvía le tiraba las bolsas en el escritorio. Coordinaba tantas cosas dentro del biulding, que los jefes rogaban para tenerla de secretaria. Pero ella tenía una cuestión de honor con la ética, no pensaba en renunciar. Un día de calor cambió su taier de secretaria y se puso una chemise de seda. El jefe la miró, cerró la puerta del despacho y se tiró encima de ella. Le arrancó el vestido y la violó.  Logró escabullirse y se metió en el despacho del Director General. Le contó lo sucedido, eso no tenía reparación. El Dir. Gral. la nombró socia. Las compañeras le prestaron ropa. Se fue sola a esperar el subte. En un extremo estaba él, la miraba sin ver. Ella se puso detrás. Con una sola mano en la espalda, le hizo perder pie. Del resto se ocupó el subte.
   Por la mañana el Dir. Gral. la esperaba en su despacho. Hablaron un rato, le convidó un whisky, aceptó por no despreciar. Le tomó las manos (las de él estaban pegajosas) y le pasó la lengua por el cuello. Empezó a gritar y a tocar las alarmas. El infeliz la dejó.
   Ella se fue pensando cuántas personas había que matar para vivir en Buenos Aires.
                                                                

martes, 29 de noviembre de 2016

MANCHAS


    Después de doce horas de trabajo estoy tan cansada que duermo, hasta que un bache profundo me despierta, me había saltado cuatro paradas. Bajé y caminé, no quería  comprar un pasaje más. Un tipo bajó conmigo. Llevaba un sombrero  de ala exagerada, me impidió ver su cara. Caminaba detrás de mí, si yo me apuraba el tipo también, si andaba despacio él hacía igual. A veces dejaba de escuchar sus pasos, me dio miedo que no me siguiera más, lo esperé hasta ver que corría. Se ubicaba en mi línea mirando hacia otro lado. Dijo que le diera la mano para cruzar. Yo tenía los ojos color mar abierto, de él. Lo quería mirar con luz y casi desmayo era como lo imaginaba, igual a ellos. Sentí que en todo momento me había estado mirando las espaldas. Pidió que le mostrara mis omóplatos, tenía una solera. Dijo que llevaba la misma mancha que su abuela, con forma de estrella. Esa noche conocí a mi abuela. Me mostró fotos de mis padres.
    Les dije que necesitaba estar sola en el cuarto de mi madre. Acaricié los libros, el escritorio, sus ropas. Me abracé a un blazer azul. Mi abuelo entró a saludar y vio la estrella, brillaba.
    Me levanté con bronca, esos sueños que parecen tan ciertos cuando una es huérfana.
                                                                
                                                            

lunes, 28 de noviembre de 2016

LAS CHICAS


   —Desde que le robaron esos que dijeron ser sus parientes, Mimí cambió mucho, yo la veo más adulta, más responsable, igual molesta verla con esa bufandita verano e invierno, para cuidar su bronquitis. Me parece que anda mal de la cabeza. Pedro pasó a ver cómo estaba. Primero preguntó quién era  “Soy tu vecino Pedro”. Mimí dijo “Aquí no hay nadie, además, nadie no conoce ningún Pedro”.
   Él se fue preocupado “¿Estará en sus cabales?”
   Yo le contesté que tal vez el trauma del robo la hacía obrar así por protección. Su única sobrina Martina llamó por teléfono, antes de ir. “Hola Tía Mimí, ¿Puedo visitarte?” ¿Sabés qué le contestó? “Equivocado. ¿Porqué molesta si no tengo sobrinos?”
    Yo misma me hice presente en su timbre, como no atendía le grité “Soy Beatriz, te invito a tomar un café”. Se escuchó “Aquí no vive nadie. La única Beatriz que conozco no la puedo ni ver. Además no estoy, ya me busqué”.
   ¡Así! Vive sola…la verdá, no sé qué hacer…
   Justo aquí viene, anda de incógnito, tiene una capa negra y un sombrero de ala ancha, no la reconocí, parece un obispo en duelo. “Hola Beatriz, tanto tiempo”.
   Me dio un beso y se pidió una cerveza negra. Yo tomé mi clásico cafecito. Cuando terminó la cerveza dijo que se tenía que ir, había hecho unas comidas exquisitas, iba su sobrina con el marido y los nenes y Pedro con la novia y su hermana “Disculpá Beatriz que no te invite, pero no hay lugar para nadie más”.
   Vi su espalda recta, la capa que enroscó a modo de El Zorro, el sombrero encasquetado hasta el mentón y plataformas de cuarenta centímetros. Con noventa y cinco años, hacía lo que quería, maldades inclusive.
                                                     

domingo, 27 de noviembre de 2016

DERECHOS Y HUMANOS


   Tomé una combi para cruzar el puente, había un operativo, se llevaron a una pareja de un auto. Cuando los iluminaron pidieron documentos. Pasaron todos, menos Miguel Parra, chileno cantautor. Los milicos pensaron Parra: comunista, o algún ista. La portación de apellido pasó a algún centro de detención. Sus compañeros fueron dos curas y un abogado. Uno de los curas era especialista en Teología y el otro ayudaba en una villa. El abogado ganaba cuanto juicio laboral cayera en sus manos. Los curas y el abogado no fueron torturados. A Miguel, lo tomaron de punto. Cuando llegaba la noche, lo arrojaban encima de los otros. Los tres compañeros arrancaban pedazos de sus ropas y le hacían los auxilios que podían. Lo dejaban dormir y Miguel escuchaba sus conversaciones, todo giraba alrededor de Dios. Un día se apoyó en un codo y con dificultad le dijo al teólogo que él hacía otra lectura de Dios. Se convirtieron en antagonistas criteriosos. El fin de semana quedaba sin guardas, lo aprendieron de escuchar. Miguel pedía a gritos que lo sacaran de allí. Un sábado, decidieron los amigos abrir las rejas, con las manos. Pudieron por lo elemental de la construcción. Salió Miguel y los otros también. Era todo campo, corrieron kilómetros, tomaron diferentes caminos.
      A los veinte años del episodio, el conjunto chileno, dirigido por Miguel Parra, daba un concierto. La gente aplaudió tanto, porque lo bueno se agradecía así. El abogado quiso saludarlo y dio su nombre. La puerta se cerró. Se escuchó la voz de Miguel negando conocer a esa persona. —…tal vez en una década que borré de mi vida. Decile que no sé quién es ni me interesa.  
                                                           

sábado, 26 de noviembre de 2016

POR OBRA Y GRACIA


   En los sesenta las cosas se hacían prolijas, noviazgo célibe, casorio civil e iglesia. Cuando a Olga la panza se le transformó en sandía, todos descubrieron que estaba embarazada. Iba a colegio de monjas y su novio a uno de curas. Garantías de obediencia de vida.
   Olga juró y perjuró ante sus padres y Dios, que su novio Arturo y ella, jamás tuvieron relaciones.
   —Una vez, estando yo sentada en su falda, sentí la pollera mojada, pienso que el líquido provino de Arturo.
   La llevaron a un Sanatorio, donde los médicos coincidieron en el diagnóstico “Embarazo por aspersión”. Olga parió en el altar, la desinfectaron con agua bendita y la hicieron tomar vino de misa para el dolor.
   Los invitados giraban la cabeza para no mirar. La madre de Olga dijo —No soporto los gritos desgarradores de mi hijita, me voy a fumar un pucho afuera.
   El cura se sintió desmayar y se metió en un confesionario, se tapaba la cara con la sotana. Arturo se convirtió en partero. Sostuvo de los pies al bebé en una mano y con la otra le dio tres palmaditas en la espalda, el engendro soltó un grito cuando vio dónde había caído. Los bebés perciben todo.
   Olga lo recibió en su pecho. La dejaron descansar en el altar, que hizo las veces de camilla de parición.
   Al monaguillo, con ojos de plato, Arturo le arrancó una soga dorada y ató el cordón umbilical equidistante. Cortó al medio con la navaja, que siempre llevaba en el bolsillo interno, por los robos y esas cosas. Cuando el bebé cumplió nueve meses, Olga y Arturo miraban televisión, ella sentada en la falda de él, de pronto se sintió mojada. Arturo corrió a la farmacia y pidió cuatro cajas de Test de Embarazo.
   Efectivamente, estaba de tres meses. Hablaron con los médicos, ellos jamás habían tenido relaciones sexuales, ni siquiera post boda. Era otro embarazo por aspersión. A los galenos les brillaron los ojos, trabajaron de inmediato en este fenómeno revolucionario. Los beneficios eran múltiples. No era necesario un coito para tener un niño, cerraron todos los consultorios de inseminación artificial y los bancos de esperma. Las familias sin hijos miraban el atardecer, ellas sobre las faldas de ellos, esperando la aspersión. 
                                                        

jueves, 24 de noviembre de 2016

EL CUMPLEAÑOS

  
   Danny eligió el mejor lugar para depositar su pequeña y panzona humanidad. No recordaba quién era el dueño del cumpleaños. Tenía una copa en la mano que llenaba con una botella y vaciaba en su boca. Soy tímida, me dio timidez sentarme a su lado, le pregunté tímidamente —¿Puedo, si es posible, si no te molesta, si no esperás a nadie, sentarme aquí?
   Me alcanzó tres vasos consecutivos de vino, yo decía que sí, para no ofender. —Hace una semana se murió mi vieja.
   Me lo dijo al oído y luego de una pausa —¿Me harías el regalo de venir a mi casa?
   Yo lo veía doble, me pareció doblemente inteligente y huérfano de todo, le contesté que sí. Nos fuimos caminando, él no hablaba y yo tampoco. Subimos a un ascensor tranquero y llegamos al último piso. Pasó él, pasé yo. Danny se sentó en un sofá que tenía el espectro de su cuerpo.
   —En la pieza de al lado dormía mi madre, tenía el ropero aquí, allá no entraba.
   Se produjo, ahora sí, un silencio que ocupó paseando su mirada del espejo del ropero, a mí que estaba de pie. —¿Podés ponerte este vestido, este saco y estos zapatos? Es lo último que te pido.
   Por borracha me puse un vestido de muselina negra con olor a humedad, un saco de piel gastada, con olor a osamenta y me calcé unos zapatos, tres números más chicos que los míos. Me llamó, me miró a mí y luego al espejo. —Mami querida, estás tan linda, dame una mano y te doy una vuelta para verte mejor.
   Entré en pánico, arranqué la ropa de mi cuerpo, rescaté mi vestido y salí corriendo. Ni con el viento se me iban aquellos cheiros tanáticos. Me bañé con Espadol.
   Al día siguiente lo vi en el café. Él siguió de largo, sin saludar.
                                                                    

miércoles, 23 de noviembre de 2016

SER DIGNO DE NO


   —Vos no sos peronista. -Dije un no rotundo-.
   ÉL acercó sus cejas a las mías —Entonces sos gorila.
   Le pregunté cómo sabía. —El otro día vi a tu viejo cambiando la rueda del auto, agachado, le salían tantos pelos del culo que parecía una peluca. Un gorila de la primera hora.
   Le mandé unas cuantas —Mirá, si vamos a vivir juntos, lo mejor es ignorar diferencias políticas y reparar en qué clase de personas somos.
   Mi viejo pagaba el alquiler del depto., Él debía darme la mitad. Nunca lo hizo, juró que con su trabajo se pondría al día. Nos recibimos a los dos meses. Ahora, para ser médico, sólo eran necesarios dos meses. Debíamos aprender el siguiente texto “Si usted hace vida sedentaria, camine. Trate de no fumar, al menos en sus caminatas”.
   A los profesores les llevaba energía y fracasos. Los alumnos hablaban con faltas de ortografía, el significado de sedentario los remitía a la seda y al otario. Interpretaban que caminar fumando daba vida.
   Yo y mi amigo, o mi amigo y yo, nos recibimos en tiempo y forma. Fuimos felicitados por la mesa de negociación. Ahora trabajamos en el mismo Restorán, lavar platos y romper copas. No percibimos un céntimo, porque el restorán quedó sin ninguna copa. Adujimos que éramos médicos diplomados. —¿Y a mí qué carajo me importa?-Dijo el Kapo-.
   —Hay arquitectos, abogados, ingenieros en todo, trabajando en lo que sea, para eso estudiaron.
   Mi amigo dijo —¿Ves? Nos echaron por peronistas.
   Y pensé unos segundos —No. Te equivocaste mal, nos echaron por romper las copas. Aah! Casi me olvido, pagále a mi viejo lo que me debés, sino me va a empezar a romper las bolas.
   El amigo, con gesto de inteligencia deportada y voz de mercenario, aseguró —Para que la prosperidad y la paz, esté con nosotros, primero hay que romper las copas, bolas, autos, casas. Bueno, ahí termina y te digo más, no creo que empiece. 
                                                         

martes, 22 de noviembre de 2016

VIDA SOCIAL


      Siempre odié las fiestas. Hay que saludar a los presentes, sonreír hasta que duelen las mandíbulas. El cruce constante con gente que uno detesta. La soledad de estar de pie con una copa en la mano. Por fin encontrar un amigo que camina, como no escucha, por la música alta, tomarlo de la manga y quedarse con la manga en la mano. A ésta debía asistir, sino sería tomado como un desprecio Mi vestido fue el más desapercibido que encontré. Pensé en no cometer ninguna imprudencia. Había una sillita matera, allí instalé mi desagrado y me impuse esconder una sonrisa quieta, estilo Gioconda. Los presentes veían interrumpidas sus charlas superpuestas por ejércitos de ángeles, que los callaban y cuando terminaba el saludable silencio, arremetían con más decibeles que antes.
      Aparecieron los nietos de la anfitriona, me dieron besos en las mejillas. Me dejaron llena de dulce de leche y en el pelo me tiraron lavandina, con una jarra. Tomé aire y empecé a correr a los niños, a cada uno que alcanzaba le arrancaba mechones de pelo, uno cayó sobre el calefactor y se quemó una oreja. A los restantes les pegué patadas en el culo. Se hizo presente la anfitriona, arrogante, dijo que había lastimado a todos sus nietos. Comencé a gritar que los chicos eran unos maleducados de tercera generación, o sea los niños eran unos degenerados. La lavandina me hacía doler la cabeza  a medida que la discusión era agobiante.
      Me fui sola por calles oscuras, me tocaba el pelo y se me caía, al suelo. Parecían gatos recién nacidos. Mi único orgullo, tirabuzones que me servían de tapa-cara. En un recodo apareció mi amigo. Le había contado a su abuela el episodio de la manga, rencoroso, como ella, era su venganza. Le comuniqué que no era más su amiga. Él abrió tanto la boca que le metí todo el pelo que cupo. Después de lo ocurrido me juré que jamás asistiría a una fiesta. Ahora llevo un corte de pelo, cuya sombra me da miedo. Mi ex-amigo mandó una peluca de regalo. Le devolví la peluca, con dos tarántulas adentro.
                                                              

viernes, 18 de noviembre de 2016

ASESINATOS

   
     Decidimos tomar unos vinos de uva chinche en “La Balandra”. Esas tardes de verano donde la brisa del río es un regalo y los árboles un amparo. Una mesa cuadrada y cinco sillas en un boliche parecido al abandono. Apareció un tipo gordo, en musculosa, sin preguntar apoyó una botella y vasos de higiene dudosa; nos sirvió al mejor estilo: te salpico todo. Era tan rico y nosotros tan sedientos, que en pocos minutos terminamos hablando  cualquier cosa.
    En esas pausas que suceden, una mariposa de alas inmensas azul violáceo y contornos dorados, comenzó a libar en una gota de mi vaso. Todos miramos aquella belleza inesperada, juntamos nuestros silencios para que la reina, reinara. De pronto una mano gorda y peluda la tomó de las alas. Era el dueño del boliche. La desapareció. Volvió al rato, con una carpeta de hojas engrasadas y mostraba, orgulloso, su colección de mariposas atravesadas con alfileres, la última era la que libó con nosotros. Estaba tan contento cuando se metió en la casa, festejaba la muerte. Nos fuimos sin pagar. 
    Aquel episodio marcó un hito en nuestra memoria, los dos primeros desaparecidos de La Plata aparecieron torturados y muertos en el boliche de aquel gordo asesino de mariposas.   

A MIS LECTORES:


   Voy a descansar 48 o 72 horas, porque sufro un terrible burn out.
   Nos vemos en Cuentos, el martes a las 0.30, más o menos.
   Los quiero a todos, pero mis preferidos son Rumania, Ucrania (con sus terribles problemas), Polonia e Irlanda.

                                                     Patricia Medina

jueves, 17 de noviembre de 2016

VAN GUARDIAS


   El Sr Polvorích descubrió la luna. Los años le aplastaron el pecho contra un escritorio y la espalda sobre un colchón. Descansaba de la situación laboral que lo ocupó desde que se graduó en Numerología. Obtuvo el título de “Sistemas Alternativos del Derecho Penal Civil de las Sucesiones Singatorias”.
   En la primaria, Pis uno, Caca dos, lo volvieron obsesivo numérico.
   Esa fue la razón por la que jamás pudo mirar ni el techo.
   Cuando se acostaba era con ojos cerrados, por el esfuerzo de su trabajo de los tres momentos que tiene un día. Sentía un profundo desprecio por los Números Periódicos, La Raíz Cuadrada y los Teoremas.
   Pitágoras le parecía un tipo mala onda e ignorante.
   Las Ecuaciones le indicaban, que en algún momento del día tenía que deponer. Por eso las consideraba una mierda. No presentó trabajos a ningún concurso. —Papá! Al menos da charlas en las Universidades, estás privando al mundo de tus Teorías Vanguardistas. –Pedía su hija-.
   El Sr. Polvorích jamás escuchaba a mujeres, aunque fueran parientes. Representaban el número Cero, le parecía muy cerrado para ser numérico. Cuando se hallaba compenetrado en algún desarrollo, le pusieron cámaras de seguridad, cayendo perpendiculares a su escritorio.
   Las filmaciones se estrenaban en todos los Concejos Contracadémicos más prestigiosos del mundo. Llegaban premios que el correo entregaba en su casa. Le dieron el Osacar De Oro por ser, el Sr Polvorích, el hombre más hosco de la tierra. El Primer Premio de Arte Curtido, el Martín Faso por su trayectoria, que todos ignoraban. El inefable y pretensioso Nuebel, ése lo mandaron por Oca, garantizando su no extravío.
   El Sr. Polvorích llamó a su hija mirando los premios de reojo, con asco.
   —Haceme el favor, tirá todas esas porquerías a la calle.
   La Srta Polvorích hizo su voluntad con absoluto respeto y a pies juntados. Varios camiones de recolectores se llenaron de guita. Un buen día, el Sr. Polvorích llegó a su objetivo final, Tres, más Cinco, menos Cuatro es Noventaysiete. Dio por terminada su tarea, convulsionó al mundo, que ya estaba convulsionado de antes. Salió al jardín y horizontal, sobre la tierra, de cara al cielo, redescubrió la luna y sus frívolas compañeras, las estrellas.
   Éstas últimas las usó de ábaco para demostrar que el Infinito, era una estupidez.  
                                                                       

miércoles, 16 de noviembre de 2016

EL TALLER


   Arreglaba autos con dificultades, que solucionaba en tres etapas de un día. Tuvo problemas lumbares, dos operaciones sin secuelas. Se le recomendó no hacer saltos de mono a las fosas, ni levantar pesos.
   El Señor Toto Armando delegó en sus hijos el taller. Él los miraba trabajar y hacía sugerencias, mate en mano. Los chicos lo aceptaban como a una institución.
   Un cliente dibujó una línea de etapas vividas. 
   —No quiero ser pájaro de mal agüero, lo que queda debe aprovecharlo, basta de señalar lugares donde late el problema de cada auto. Elíjase lugares para disfrutar, fuera del taller hay otros cielos, otros mares.
   —Le agradezco el consejo, pero no puedo dejar a Tito y Tato, me necesitan.
   —Sus hijos son dos huevones grandes, inteligentes y hábiles, va a ver que hasta festejarán su decisión de disfrutar, no acuse falta de guita, fui su contador, sé lo que le digo.
   Toto pensó y decidió. Se mandó, junto a su tercer pareja, al mejor complejo Turrístico de Cancún, masajes diarios, japoneses, indios, a la cachetada perdida. Aguas con cataratas rosadas y salidas al mar. El rubro ingestas no tenía horas. Tragos que Toto Armando nunca imaginó.
   Una noche, ambos recordaban las hambrunas de sus infancias y la gente que no y lo que nadie, ni sus nietos. Al día siguiente armaron sus maletas. Dejaron los días sobrantes a dos pterodáctilos de viaje cuotado y origen humilde. Extendieron sus vacaciones, batiendo palmas agradecidos.
    Toto y su mujer estaban hartos de tanto resorte ajeno al mundo de las personas y lleno de amantes de los excesos.
   Las maletas pesadas, las trocaron por dos mochilas leves. Recorrieron Méjico dejando que las ganas los llevaran de Norte a Sur, de Este a Oeste.
   Se sintieron protagonistas de un cuento.
   El último lugar que visitaron fue el Distrito Federal. Había tiros dirigidos y balas perdidas. Capital del Narcotráfico. Fue en la Plaza del Zócalo. Tito y Tato se enteraron por la radio prendida en la fosa, la pava que silbaba y el mate que esperaba.
                                                    

martes, 15 de noviembre de 2016

...Y OLÉ!


   Tomaba fotos sorprendentes de objetos y personas opacas, su ojo descubría tesoros ocultos en un ángulo de baldosa ó en la inserción inexplicable de un viejo sanitario con el piso. Los hermanos Giovanetti, brindaron una fiesta a sus padres, aniversario de casados. Invitaron a Sebastián, que les guardaba un cóctel de afecto, sospechas y miedo. Tanos ricos repentinos, laburantes de nacimiento, con resultados más suntuarios que sus esfuerzos. Se hablaba de filones de juego, droga o testaferría, la gente hablaba, como le gusta a la gente hablar. Imaginando el lado más bestia de las vidas ajenas. 
   Durante el transcurso del vino, cuando ondulan los espacios, pidieron a Sebastián tomar fotos del evento. Él no llevó su máquina, para poder tomar y fumar sin el cargo de cuidar su máquina entrañable. La mamá Giovanetti, con varias copas en su cabeza, le entregó una máquina pequeña, de una tecnología que prendó a Sebastián de inmediato. Algo tan chato y exiguo, con tantas posibilidades, le despertó las ganas, que el mandato Giovanetti le había dormido. Sacó las fotos de rigor, a los viejos, los hermanos, los tíos, los sobrinos, la mesa imponente y los mozos disfrazados de sillón con moño.     
   Cuando empezaron los discursos de palabras arrastradas, obvias, patéticas y etílicas, Sebastián se perdió en el jardín intrincado, bañado de luna llena. Dejando atrás las antorchas encontró un estanque, de aguas turbias, con islas de hojas secas y musgos inquietantes. Tomó fotos del fondo, que tenía la imagen diluída de aquella luna, rodeada de carpas dormidas. Perdió pié y la cámara se hundió en el fondo del estanque. Trató con su brazo y luego con varias cañas.      
   Resultó imposible el rescate. Escuchó los dulces llamados de la señora Giovanetti: —Sebastián, querido ¿dónde estás?, preparate, que ahora viene el vals. Sebas ¿me escuchás?...te esperamos…
   Él se irguió y pensó enfrentar la situación. Las piernas le temblaban y los pasos indolentes le dictaron que lo mejor era huir. Trepó al paredón como un gato, saltó a la calle, tomó su moto, con presteza lúcida arrancó con un ruido que tapaban las tarantelas y se fue a la mierda.
                                                                                 

lunes, 14 de noviembre de 2016

DIOS VIVE AL LADO


   Adentrando el pueblo un día de sol regalado aparecieron las primeras casas antiguas, diversos estilos, gótico, tudor, art nouveau, torrecitas de juguete, pasillos que daban vueltas mágicas.
   Paredes atrapando ventanas centenarias, con vidrios de colores opacos y brillantes, saludando nuestro paso. Una Catedral de columnas perpendiculares a la tierra, con aspiraciones de llegar al cielo, interrupciones de cemento blando en capiteles leves y fuertes. Había confesionarios tallados por ebanistas en estado de gracia. Siempre quise un confesionario adaptado para retrete, en el fondo del jardín, a Dios, si existe, no le importaría.
   Dios es una invención del hombre, pero qué piola contar con Él para pedir deseos en momentos acuciantes, sé que es utópico, del brazo de un cinismo ateo. Provino una luz de la nave principal, justo allí me arrodillé y persigné como hacía mi padre.
   Recordé a qué vine, al lado de la Catedral era la presentación del libro de cuentos que hicimos, un grupo loco, creyentes en la sobrevivencia de la lectoescritura.
   Entré despacio al recinto. Sentí olor a encierro y protocolo.
   Pensé que era mi lugar de pertenencia, le pegué a mi egolatría sin fundamento y tomé asiento junto a mis queridos compañeros.
   Soy ermitaña, me gusta viajar en palabras, recordé al enano pretencioso que dijo “París bien vale una misa”. El libro bien valía salir de la ermita y hacer unos kilómetros. Sentí la felicidad de un viaje azul. 
                                                                 

domingo, 13 de noviembre de 2016

CAGÁTE


   El vaquero Kakocho, que alquila nuestras vacas, nos debe cuatro meses, para mostrar su voluntad de pago, depositó 10 pesos con cincuenta ctvs.
   El tipo tiene un campo donde entrarían Bélgica, Holanda, Berisso, Ensenada y Estocolmo. Son lugares invadidos por refugiados. Ofreció arrendamiento a todos esos habitantes, incluídos los refugiados. Éstos últimos se encargarán del ordeñe, rotulado manual de la tierra y sembrado usando el índice y el pulgar, sin maquinarias, para no dañar la atmósfera, no percibirán salario ninguno, porque es gente acostumbrada a trabajar gratis, además son negros, feos y sucios, nada merecen dan asco.
   Le conté la historia a mi amiga Silvia —Yo tengo un camión jaula, herencia de mi viejo, si querés sacamos tus vacas y las llevamos a Puerto Madero.
   A mí me pareció una locura, pero una noche de cielo negro hablamos con ellas y aceptaron venir con nosotras. Silvia dijo —Vas a ver cuando vean mi predio, hasta se les van a arquear las pestañas.
   A mí se me ocurrió otra —Ché loca ¿Y si hacemos el ordeñe a mano? Las ploteamos con imágenes de la Chorra Estúpida y el Príncipe Idiota, para no generar conflictos entre los bípedos mafiosos.
   La buena leche nos la sacaban de las manos y las cuatrocientas vacas eran vivadas por pobres y ricos. Logramos obtener cuantiosas sumas. El señor vaquero Kakocho fue desguasado por los refugiados, para hacer un asado de Gordo a la Cerveza. La hija del vaquero lloraba la muerte de su padre. Esperaba un hijo de él y faltaban unos días para su parición, una lástima, la verdá.                                      
                                                                                                   

sábado, 12 de noviembre de 2016

CAFÉ LA PAZ


   Parecía el mismo retrato de lo que fue, Polo se clavó en sus treinta, daba vuelta la cabeza en una columna con espejo. Se sentó —¿Y vos mi querida, en qué andás?
   Pola contestó —En micro.
   Mientras él se miraba en el espejo, se mostró dientes blancos como perlas de cultivo, se sonreía y se guiñaba un ojo, a sí mismo. Y habló, tras la pausa “Elongue Lapegüe” —Yo pregunté en qué andabas, si hacías teatro, si dibujás, si escribís, si tenés alguien en vista, o a la vista, qué sé yo.
   —Pará un poco, Polo, siento que hablo con un hijo, como yo estoy hecha un manantial de arrugas, vos, no sé, es raro. Sos coqueto, te mirás en el espejo como una obra de arte recién adquirida…
   —Como bien decís, ésta es mi última adquisición. Vendí el auto, la casa, la quinta y mi mujer. Que la compró un primo por monedas. Me practicaron una cirugía nucleonar, en toda la cara, levantaron los colgajos de piel, propios de la puta edad, con un relleno plástico, hecho de botellas 7 up, optimización de recursos. No dolió nada y aquí estoy. ¿Sabés que eras mi mejor amiga?, mi única amiga.
   A Pola la revolcaron las atrocidades que escuchó del, ahora, su joven amigo. —¿Para mirarte me citaste?
   Él se tomaba el mentón como “El Pensador”. —A mí me gustaría vivir con vos, siempre fuiste lejana y cercana, era uno de tus atributos. Cuando me besabas, pasaban cosas…y lo de después, nuestro hijo de diecinueve, al que no conozco todavía. Quiero un favor, lo pago yo, quiero que te hagas una cirugía nucleonar en la cara y una retrooptimización en el resto. Después sí me caso con vos. ¡Decí que sí!
   Pola se fue sin odio, pensó ¡Qué gordo boludo! Por dios!
                                                          

viernes, 11 de noviembre de 2016

TRICONÁSANAS


   Vive sola y se siente ventilada del encierro de baulera que le daba su exmarido. Yocasta extraña de él sólo el arreglo de las canillas, la pintura de la casa en tres días, destapar las cañerías con azúcar y vinagre; emparejar las mesas donde una pata desbarata al resto y lo bien que bañaba y peinaba al perro. Ella era fuerte y flexible, aprendió Yoga en la India con el maestro Kundallegar, que nunca habló de un brillante en el corazón, ni de la paz sea contigo, consideraba una hipocresía regalarle media neurona a esas falacias. Para Yocasta era una forma de vida que le permitía hacer equilibrio en este mundo, que quiebra las ganas de los pensantes. Venía su primo Esopo y ella debía traerlo del aeropuerto.
   Se levantó temprano y caminó al baño haciendo que el esternón llegara antes que ella. Yocasta abrió la ducha y se quedó con la canilla en la mano. Decidió hacer paro de cabeza sobre el bidet, ambas manos sosteniendo uno y otro borde, llevó la pierna izquierda hacia atrás y abrió la llave, el agua salía abundante y tibia, con la pierna derecha alcanzó el shampoo y vertió tanto que le sobró para todo el cuerpo. Realizó cruces y descruces que le trabaron los huesos. Con los deditos menudos, no se sabía si derechos o izquierdos, alcanzó la pinza de las cejas y un destornillador. Con paciencia e instrumentos logró una destrabación completa.
   En postura de “ardomuka” se vistió con el sari más evanescente que encontró, salió a velocidad levitación máxima. Reconoció a su primo Esopo por la trenza verde que le llegaba al culo —Hola.-Dijo Yocasta-. —Hola.-Respondió Esopo-.
   Ella le ayudó con la mochilonga. Una punta del sari quedó atascada en la escalera mecánica, mientras descendían, el sari se convirtió en tallarines. Lograron tapar la vergüenza de Yocasta con la trenza verde, anudada en su cintura. Quedaron enroscados como serpientes y así viajaron. Yocasta sintió lo mismo que cuando jugaban al Doctor, de chicos, Esopo con voz sensual le contó una fábula erótica. Hicieron “tricoanales” en el felpudo y “taradásanas” bajo la luna. Yocasta gritaba —Más…más…más…ayy.
  Esopo empezó a contar otra fábula, para descansar un poco. 
                                                              

jueves, 10 de noviembre de 2016

VA FANGULO...!


   Entregaba cuadernillos en las esquinas a los transeúntes que la sorteaban como objeto molesto. Cuánto más piadoso sería tomar los volantes que reparten adolescentes en la calle, ellos no pueden retirarse del lugar hasta no terminar sus piloncitos. No cuesta nada tomar uno, agradecer, si uno es educado, claro. Será por eso que mi cartera parece un basurero nuclear. La mujer me dio el cuadernillo y empezó un discurso con olor a Escuela de Jesús o El Camino de Dios. —No se preocupe, lo leo en casa, me cierran el Banco, gracias.
   Hice dos pasos y la mujer me tomó del codo 
   —Son cinco pesos si quiere llevarse el cuadernillo.
   Le contesté que no y se lo devolví con un disculpe.
   —El Señor le indicará el camino correcto, me doy cuenta que ud es una oveja perdida…
   Le corté el rostro, porque con mi tercer ojo advertí que el Banco cerraba. Y cerró. —Sííí, soy una oveja perdida Y a vos qué carajo te importa…
   Le vi una lagrimita, me odié, descargué en ella un día adverso, donde frente a cualquier pregunta, la respuesta era “Falta un sello, pase mañana”, el más absurdo fue el de “Usted ya pagó, pero tiene que pagar de nuevo, es una disposición de Mongo.” Sucesiones de no esto, no lo otro. Y ahora, la mujer que encima me llora, la abracé y le mentí que por suerte, Dios, Jesús y los Santos Evangelios me estaban transformando en una vaca encontrada. Agregué —De esos cuadernillos tengo a montones.
   Resultó increíble, preguntó mi domicilio para ir a buscar algunos.
    —¿Para qué , si usted tiene los suyos?
   Apoyó sus manos en el corazón —Es que se me están terminando.
                                                                         

miércoles, 9 de noviembre de 2016

QUE LOS MATEN, COÑO!


   El abuelo fue mayordomo, el padre fue mayordomo. El hijo, Petronio, era mayordomo de unos peculadores vitalicios, que recibían visitas durante el día y por las noches también. Petronio les cerraba la puerta en las narices cuando tenía sueño. Nadie decía nada, un chisme así al Señor Mascapito, era un desafío que los podía dejar apartheid.
   El mayordomo, cleptómano como su padre y su abuelo, mientras las visitas charlaban entusiastas, se metía cubiertos en los bolsillos, vajilla en la espalda y fulares atados bajo los pantalones.
   En sus días libres se dedicaba a poner su quinta en orden, la vajilla la usaba para depositar sus macetas preferidas. A las plantas que necesitaban tutores, les hundía un tenedor en la tierra y un fular envolviendo los tallos. El Señor Mascapito, advirtió que faltaba vajilla, medias, corbatas y cuadros. Convocó todo su personal a una charla abierta, Petronio no, el Señor hubiera puesto las manos en el fuego por él. Y lo bien que hacía, Petronio trabajaba para MISTERIO  CHILDREN, los SIDA, OSDER, ARBAJ y ANSTEROBA. Así como era cleptómano, también ejercía la mitomanía y la quiromancia callejera.
   Al Señor Mascapito le daba miedo su mayordomo, por eso lo trataba con deferencia incondicional. Cuando el mayordomo presenció una compra de niños para prostitución pedófica, resolvió denunciarlo. Se prescindió de su testimonio por ser el Presidente de la CIA. 
   Petronio Cuento, él en persona, se encargó del Señor Mascapito, lo fusiló una docena de veces.
   Petronio rompió el mandato familiar de la Mayordomía, por su hábito fusilófilo.
                                                             

martes, 8 de noviembre de 2016

ME ACUERDO


   —¿Por qué te rascás así la cabeza?, parece que tuvieras caspa.
   Su amiga Nuria dijo —No es caspa, son piojos y no voy a dejar escapar a ninguno, me acompañan, cuando me aburro me rasco y disfruto porque me acuerdo.
   Nati escuchó con respeto, pidió que le contara sus recuerdos. Los de la infancia no, los conocía porque vivieron casi juntas. —Sí y nos agarrábamos piojos, hasta que nuestras queridas mamis nos pelaron y los chicos gritaban “Chau Negro, Chau Flaco,” A mí me daba risa, vos te escondías en un gorro de lana.
   —Decime todo, Nuria, así viajamos juntas ¿Cuánto hace que no…?
   —Sí, desde que…ni me acuerdo. Mi referencia son los piojos, conocí un argelino que me violó sin mediar presentación alguna, huyó. Lo hizo tan bien que lo busqué en todas las ferias. Estaba vendiendo algo a una turista, cuando me vio trató de huir de nuevo, lo agarré, él quedo paralizado, me acuerdo. Cambió mi silencio por doscientas trencitas de cuatro. Trabajó un día entero, yo, con tal de ligar otra de su maravillosa violación, acepté. Me contagió piojos, fue una boda donde mastiqué sus piojos como caviar rojo, él se comía los míos, con gusto a caviar negro, me acuerdo. Una noche, cabeza a cabeza, los suyos se pasaron a los míos.
   Interrumpió su amiga —Seguí contando, Nuria, no seas avara.
   —Se terminaba mi visa, cuando fui a despedirme le estaba haciendo trenzas a la turista que le había vendido algo. Me corté sus inmundas trenzas y le envolví el cuello, me acuerdo. Cuando subí al avión, no pasaron dos horas y todo el pasaje se rascaba la cabeza. No era para menos, eran piojos de criadero sin techo, encontraron cómodas viviendas. Yo todavía tengo, pero los míos son de raza.
   Nati le pidió un casalito de regalo, le fue concedido. Nuria y Nati se rascaban a cuatro manos. Eran tiempos feos, había un piojo…!, me acuerdo. 
                                                                                  

lunes, 7 de noviembre de 2016

POR COSTUMBRE

  
   Primavera, verano, otoño e invierno. Siempre fue así. El clima decidió, por una cuestión global, ampliar su territorio. Se hizo primavera en el invierno y otoño en el verano.
   Los bípedos confundían sus hormigueros, muchos llegaban tarde al laburo por pensar que podían dormir cuatro horas más, total era noche cerrada. La atmósfera comenzó a discutir. El sol lo mandaba EEUU, envuelto en papel negro. La luna, que siempre fue comunista, se alió con la URRSS  y se encerró en el Kremlin. Aparecieron corrillos bipedianos queriendo desentrañar el misterio. Subyacía una idea destructora, los árboles se secaban, las piedras caían una sobre las otras, hartas de ser montañas, cerros o sierras. Las flores desaparecieron, se negaron a existir en esas condiciones. Los bípedos abandonaron la costumbre de comer verdurita, ahora comían tierra condimentada con polución, caños de escape, humo de fábricas y los más privilegiados, tomaban sopa de petróleo.
   Por costumbre, voy a trabajar todos los días, hace bastante que no veo a nadie, pero me gusta cumplir. El tapado de piel lo uso dentro de la oficina, hasta que un calor de mierda me obliga al topless. Abro la PC y hay un mensaje que dice “La Atmósfera prohibió el uso de señales, lastiman el Cosmos, que apenas respira y se resfría lloviendo todo el tiempo”. Me puse el saco de piel y esperé el horario de salida. Llegué a casa y tenía barro hasta la mitad de las ventanas. Traté de abrir la puerta, por costumbre, mis piernas se hundieron en el barro cuando me enterré hasta el cuello, apenas respiraba, luego cubrió la cabeza.
   Me dio mucha lástima, yo era una persona muy, muy valiosa. 
                                                          

domingo, 6 de noviembre de 2016

VIRUTA CLERICAL


   El Sacerdote, sentado en el confesionario, con una vieja a cada lado,  atendió la derecha y le mandó tres Padrenuestros de penitencia, la mujer le dijo que no tenía ningún pecado ¿Por qué el castigo? El cura contestó con un —Por las dudas.
   Y le cerró la puertita en la cara. La que tenía a la izquierda era introvertida, callada, a ésa la bendecía —Ve con Dios, hija mía.
   Apareció un hombre atildado, perfumado y con panza. Se sentó a los pies del cura —Vea Padre, yo quiero que me perdone Dios. Todas mis posesiones fueron hechas con enriquecimiento ilícito, trabajé tanto para el latrocinio que ni sé cuánto tengo, aquí nada. Los depósitos más importantes fueron hechos en el exterior. He olvidado que el exterior era tan grande. Decidí viajar. Tres tipos me seguían, o me pareció, ante la duda maté a los tres.
   El cura recomendó —Tiene que presentarse a la Justicia y confesar sus dineros malhabidos y sus tres homicidios en primer grado. El tipo se encabritó —¿Usted es un Sacerdote o un abogado?
   Respondió con lengua bífida —Soy las dos cosas, a la hora de castigar sus pecados, consulto al Obispo, al Papa y a Nobleza Picardo. Lo espero en la misa de las 19 horas y allí le informaré el veredicto.
   El tipo se puso de pie. No volvió a hincarse, las rodillas no le rotuleaban. En esa postura permaneció nueve horas, hasta la llegada del Sacerdote, que le palmeó la espalda y le habló con aliento a Vino de la Costa. —Bueno señor, seguí todos los estadíos y llegó la respuesta del Papa “Papón XVI”. Deberá entregar a la Iglesia, todo lo que sustrajo, acá le ayudaremos a refrescar su memoria con respecto a sus operaciones en el exterior.
   El tipo quedó blanco —Es lo único que debe tener en blanco.-Dijo el cura-.
   Cuando se recuperó miró al Sacerdote —Bueno, pero al final ¿Dios me perdona o no?
   El cura, con ojos de jamón del medio, lo tomó de los hombros, le besó la frente —Estuve con Él personalmente y dijo que sí, lo perdonaba.
   El tipo, emocionado, besó los anillos del Sacerdote. Le pareció que los había ensalivado de más, se los secó con la manga del saco.
   Bajó las escalinatas silbando bajito. Subió a su Macrocooper y pensó —Ahora, con el Perdón de Dios, puedo seguir robando tranqui. 
                                                                     

sábado, 5 de noviembre de 2016

SHH SSHH

                                             
   Mi sueño tiene varios enemigos, canillas que gotean, arranque de heladera, encendido de termotanque, los gatos y sus amores, la certeza que hay ladrones acechando en el tejado. Los tic-tac de los relojes, el de la cocina, el despertador, mi reloj pulsera. Cierro los ojos y escucho las sirenas policiales, las ambulancias, las alarmas de las casas solas, cadenas oxidadas de las hamacas habitadas por adolescentes que se mecen, entre risotadas y pasame la botella. Cuando todo cierra en silencio, comienzan a moverse interminables vagones con piedra. Opto por contar ovejas con forma de vagones.
   Duermo con los dientes apretados, la almohada sobre mi cabeza casi me asfixia. Mi cuerpo se hace bollito. La primera pesadilla es que no tengo un mango. Me despierto, pienso que encima es cierto. La segunda pesadilla es que no tengo laburo. Abro los ojos, porque esto también es cierto. Hago un último intento y sueño que las noticias de los diarios son tan absurdas que dan miedo. Y es cierto. Cuesta, pero me levanto, voy al baño para hacer un pis que no tengo y sigo hasta el escritorio, prendo un pucho, dos, tres, tomo siete tazas de café recalentado, al último le agrego leche, es de día, mi desayuno ha terminado.
   Como no tengo nada mejor que hacer, escribo estas boludeces.
                                                                    

viernes, 4 de noviembre de 2016

DELIRANTES


   Cuando compró la casa entendió porqué era tan barata, en un lugar solitario, rodeada de abedules. Tanto silencio había que prendió el equipo, escuchó música violenta y hablaba solo, como los solos.
—Me gusta mi nombre Vincent, no Vicente o Vicentico, Vincent, como el maestro generoso que se cortó una oreja como tributo a un amor no correspondido. Yo pienso que la culpa fue del Correo Argentino. Se negaron a mandarla porque era mucho bulto y perdía tinta roja.
   Dedicó una semana a restaurar la casa, no puso cortinas, tantos árboles daban privacidad a lo privado. Hizo un mirador de cierta altura, para bichar el entorno. Pintó todo blanco, cumplió su sueño de dormir en el piso, descubrió que bajo los escombros había unas maderas antiguas, la fecha googleada “1870”, recorrían la casa rasqueteadas y enceradas. Vincent tenía unos prismáticos de lentes precisas con un campo de profundidad de tres hectáreas, con definición exacta de todo lo que viera. Descubrió que a ha y media de su casa había un palacete de campo, con niños en un jardín sin árboles. Escuchaba sus voces, pero el contenido se lo llevaba el viento.
   Apareció una mujer con vestido de la época de las maderas de su casa. Dos listones blancos caían de su rodete hasta los hombros. —¿Serán mormones, cuáqueros, trigosos o sojeros? Le pedí a Theo que venga, a él le pusieron ese nombre por ser mi hermano.
   Había señal. Al día siguiente vendría. —Sabés que acá cerca vive una familia antigua, los niños tienen una niñera que les habla en francés y los putea en francés. Los padres andan en bolas por toda la casa, bailan rock and roll y si mal no vi, fuman cannabis. Cuando entran los niños ella teje y él lee el diario. Ella fundada como un faraón y él con levita y pantuflas de taco alto. 
—¡Ah bueno! –Dijo Theo- Voy de día, sin lente por medio.
   Se levantó al amanecer, Vincent esperó.
   A medianoche volvió Theo con buenas noticias, —Efectivamente es una flia que vive en S XIX, los niños son tontos como todos los niños y la niñera está de putas. Los padres andaban adentro y hacían un quilombo bárbaro. ¿Sabés que comen pavo real? Los niños trufas y la niñera mira.
   Vincent quedó flasheado, le pidió a Theo una prueba de vida, alguna pilcha, un aro, lo que fuere.
   Theo regresó y entregó a su hermano la prueba. Estaba envuelta en una bolsa del Súper Chino. Vincent la abrió, era una oreja. —¿De quién es la oreja?
   Theo dijo que la niñera era una piba fácil y después de entregarle todo, le pidió que hiciera lo que quisiera con ella y bueno, estando la mujer en un orgasmo sin final, le cortó la oreja.
   —¿Sabés lo que me dijo? “Llevale al ermitaño de tu hermano la prueba de mi existencia”.
   Vincent hirvió agua y metió la oreja, con azúcar y miel. Esa noche su ingesta fue compota de orejón. Theo se despidió con un abrazo y un celular de regalo. Theo pensaba terminar pronto su cuadro “El cuarto amarillo”. 
                                                                            

jueves, 3 de noviembre de 2016

ASADOS PERDIDOS


   Me recibí de profesor de Historia, la familia encantada, el primer universitario de toda la prole. Esperé y esperé, son tiempos donde no se pueden extender promesas incumplidas. Cuarta generación de albañiles – dijo Vicente, mi padre – y palmeando mi espalda aseguró un trabajo, como peón de albañil, que iniciaba al día siguiente. Era capataz de una obra.
   Ni bien llegó el arquitecto, mirando con cara de “aquí se hace lo que yo diga”, dio órdenes contradictorias, absurdas y se retiró en su flamante 4x4. Mi viejo nos reunió a todos, nos puso al tanto. Los arquitectos no saben nada de construcción, pero son intermediarios del patrón. Debíamos decir que sí y luego él, como capataz, ordenaría lo que debía hacerse, olvidando las palabras del “bueno para nada”. Aseveró que Domingo, mi bisabuelo y Remo, mi abuelo le dieron los instrumentos para defenderse de aquellos analfa-funcionales. Con una mano me apretó el hombro y con la otra me extendió una pala. Nunca pensé que nuestra inversión para tus estudios terminaría aquí, pero tené confianza, Ramón, ya aparecerá alguna cosa.
   Iba adquiriendo habilidad y al año pasé a ser Medio Oficial de Albañil. Siguieron dos casas trabajosas y me nombraron Oficial Albañil. Antes, contaba mi bisabuelo Domingo, eso se festejaba con honores de carne asada y vino patero, ahora llegás al laburo y el capataz te dice sos esto y punto. Yo disfrutaba los cuentos de mi bisabuelo Domingo y mi abuelo que se esmeraban en brindar testimonios de sus vidas en la construcción. De día trabajaba con ellos y de noche escribía acerca de sus vidas, tomando nota con nombres y fechas, estas últimas las proporcionaba el abuelo Remo, memorioso, de insólita curiosidad, conocía los nombres de los primeros frentistas de Tandil. Su padre, Domingo, desde su silla eterna, asentía con la cabeza y deslizaba detalles que los otros desconocían.
   Personas serenas, orgullosos de su oficio, amaban los recuerdos atesorados y desplegados en mis oídos resultaban sinfónicos. Las tres generaciones sólo nostalgiaban el olor del asadito, el reposo del almuerzo, la envidia de las gentes que volvían de sus trabajos carpeteando la carne en la parrilla improvisada.
   Dejar sin asadito al personal de la construcción fue un asesinato.
   Un editor, loco, porteño, publicó aquellas aguafuertes. La primera edición se agotó en una semana.
   Doy clases de Historia en la UBA y algún sobreviviente lector de libros se acerca, con inusitada timidez, a felicitar al autor. Suelen ser alumnos rara-avis. Soy un tipo grande, tal vez viejo, será por eso que me emociona cuando el alumno dice ser hijo o nieto de albañiles.   Todos coinciden en el homicidio del asadito, que ahora nos iguala.
                                                                      

miércoles, 2 de noviembre de 2016

EL PADRINO


   Un tío muy rico, muy mafioso, que vivía en Alemania, contactó médicos, científicos, filósofos e ingenieros sensibles. Su sobrino y ahijado quedó en silla de ruedas, después de un accidente morfológico, era huérfano, sin hermanos. Axel Richman, el padrino de Marley Christensen, que vivía en Tandil, lo fue a recibir a la base aérea, cuando bajó del avión, Axel fue tan efusivo que partió la silla de ruedas en dos mitades. Un camión del Ejército los trasladó al pueblo.
   —Gracias por venir, tío, padrino, hermano de mi madre.
   No quiso olvidar a nadie para no ofender a Axel.
   Hicieron el primer viaje a EEUU y Allí le soldaron la cadera con Magentaready. Salió todo perfecto, volaron a Suecia, ellos no pudieron hacer nada, para que aprovecharan el viaje le operaron la nariz y extrajeron todos los puntos negros de la cara. Se dirigieron a un país secreto, donde vivía un fabricante de sillas de ruedas vanguardista. Dijo Axel —Decime Hans ¿Podrás diseñarla con ruedas neumáticas, apoyabrazos de comandos totales?
   —Deme dos días y aportaré lo que sé, del imposible.
   Axel quedó tincado con aquello “del imposible”. Le contó a Marley que en cuatro días tendría una silla de ruedas, con motor, para tierra y aire.
   —¿Voy a poder volar?
   Cuando Marley Christensen se sentó, el velocímetro decía “A ochenta y capota baja”.
   —Rozando el comando verde se abren los brazos y pliegues de fuertes abanicos para volar.
   —No tengo cómo agradecerte, tío, padrino, hermano de mi madre, Axel.
   —Empezá la marcha, no tenés nada que agradecer, es la herencia de tu madre, me dio por ocultarle el din…bueno, vamos que te quiero ver.
   Marley le dio a ochenta y capota baja, en los semáforos, abría los brazos y el motor lo elevaba. Andaba por las calles del pueblo, pero en general, prefería volar. Dormía y comía en cualquier parte, era siempre bienvenido.
   Axel Richman vive en Ecuador y lo ve casi siempre, en el cielo.                                                                                       

martes, 1 de noviembre de 2016

NO CONOZCO!

                                                                 
   —No necesito un Audi, con la Minicooper estoy bien. La mucama, me gustaría que no se ocupe más que de los pisos y las alfombras.   Contratar a alguien para que lave, seque, planche y ordene los vestidores por color, los de cuello redondo, los altos, de mayor a menor. Si le sobra tiempo, que seguro que sí, lustrar los zapatos y distribuirlos según la temporada.
   —¿Cómo porqué? Porque la misma que limpia pisos, no se puede mezclar con el tendido de camas y menos con mi ropa, o la tuya. No cortes, por favor. Una cocinera quiero, de las que no preguntan y saben.
   —¿Cuál decís?
   —Pero no! La eché cuando estaba raspando el tarro de dulce de leche, que es lo que más me gusta. Otra cosita quería pedirte, un viaje a Europa, de tres meses.
   —¿Decís que es costoso? Eso es un detalle, todo es costoso.
   —Tenemos los pasaportes al día, si ese es otro problemita, ¿Me escuchás?
   —Ah, bueno, tanto mejor, son cuatro nimiedades, la peor de todas es no conocer Europa, aunque sea para comprar alguna pilcha y de todo, ¿Porqué por cuatro boludeces que te pido? ¿Lo vas a pensar decís?
   —No tenés nada que pensar, yo pensé por vos e hice por vos. Contraté el personal para la casa y saqué los pasajes.
   —¿Cómo? Sos un dulce, sabía que ibas a decir que sí.
   —Besito, besito.
   Accedió a todo, seguro que se estaba revolcando con la Secretaria debajo del escritorio.
   Pensar que yo lo conocí siendo su Secretaria y jugábamos a lo mismo.