Pierre tenía el
cuerpo cubierto de invisibles agujeritos. Amigos que vivían en Barcelona, otros
en Cruz del Eje y uno en especial, que disfrutaba haciendo piercing, tenía una pistola
perforadora que en segundos perforaba la piel sin ningún dolor.
A Pierre le
gustaba tener sus orejas dispuestas para colgarse objetos grandes y pesados,
juntados en la calle los prefería. Los que le mandaban de Europa, los guardaba
por si alguna vez se le ocurriera.
Era pelado y
aprovechó aquella pista para ponerse ristras y ristras de monedas antiguas,
compradas a una viejecilla que los vendía.
Cuando caminaba,
las monedas se entrechocaban entre ellas, provocando a sus padres, resignados a
tener un hijo de metal. Después de las orejas, siguió por la lengua, consiguió
dos rulemanes para colgarlos de sus omóplatos y un bulón en el ombligo. Para
los brazos consiguió cosas más livianas. Centenares de argollas de madera y en
las piernas, láminas de titanio que terminaban en los tobillos, cadenas de bicicletas
en ese lado.
Pierre se miraba
en el espejo, ni él mismo se reconocía. En las tetillas y el ombligo usó
pedazos de vajillas rotas. Los únicos rincones libres, eran los testículos, los
forró de restos de barcos hundidos y oxidados. Su Novia le dijo que el miembro
la pinchaba y le producía más dolor que placer. Cuando terminaban de hacer el
amor, ella se levantaba cubierta de sangre. Pierre se encargaba de echarle DG6
y llenarla de curitas y vendas definitivas.
La Novia decidió
prepararle tecitos de arsénico. Esperaba que se muriera. Pierre estaba
inmunizado, ningún veneno le hacía mella. La Novia terminó por resignarse y
llenarse de piercing todo el cuerpo, igual que él. En una noche de desenfreno,
quedaron enganchados por el resto de su vida.
Mandaron a hacer
una cama de madera, cuyo colchón contaba con clavos de un faquir, lo más
mullido que se les ocurrió. El día que decidieron levantarse, encontraron en el
colchón, dos gemelos recién nacidos, iguales a ellos, con piercing en todo el
cuerpo. La Novia los parió sin darse cuenta.
Cuando se
quedaban sin comida, salían a buscar dinero. Ocupaban una esquina y se
mostraban a la gente, que por piedad, les depositaban billetes en el lugar del
piercing que más les impresionara. Recorrieron las principales capitales del
mundo. Eso no era vida. Debían separarse o quitarse todos los piercing que
tenían. A Pierre, la lengua le llegaba hasta el ombligo, los omóplatos rozaban
sus rodillas, arrastraba las bolas por el piso y el miembro viril, quedó como
un resorte.
La Novia lucía
unas tetas largas hasta el pubis y el pubis enroscado en los tobillos, para
hacer juego con Pierre, caminaba con el culo. A los gemelos, el día del
bautismo, les hicieron poner dos piercing de plata en los agujeritos de la
nariz.