jueves, 30 de noviembre de 2017

MEJOR COMENZARÍA DE TÍ


   —Bien, Ud. dirá, Alicia.
   Lo ví tan seguro de sí mismo, el retrato de Freud atrás de su sillón, era su vivo retrato, me puse colorada. Como él permanecía en silencio se lo dije de una: —Soy virgen y tengo treinta y cinco años.
   —Ahá, ahá, bueno es un problema que usted misma puede revertir.
   Me puse a llorar, soy tonta, no tengo remedio, me alcanzó un pañuelo para una sola lágrima, los que ofrecen los analistas, hartos de llantos  femeninos. —Debe haber algo que tendremos que investigar ¿Cómo era Mami con usted, Alicia?
   Éstos siempre con el mismo verso, de Mami y Papi, ya me lo sé de memoria. —Mi madre era virgen, muy buena y generosa.
  Ahora me interrumpe, tal cual: —¿Cómo que su Mami era virgen? ¿Y su padre qué opinaba al respecto?
   No le podía ver los ojos, porque usaba anteojos culo de botella, no tenía otra que dirigirme a los culo de botella. —Mi Papá no opinaba, él también era casto.
Como el Doc no decía nada, menos que nada, seguí mi relato:—Ellos me contaron que yo nací sola, por obra y gracia del Espíritu Santo, siempre deseé conocer al Espíritu Santo, después de todo era mi padre. También me dijeron que él estaba en el cielo, en la tierra y en todo lugar. Revisé todos los placares, debajo de la cama, los muebles de la casa, dí vuelta la tierra del jardín y nada. Subí a la terraza de noche y allí tampoco estaba.-Me cortó de nuevo, le gustó mi cuento-.
   —Dígame Alicia, ¿Usted lo extraña?
   —Doctor, eso es el pasado, yo lo que quiero es dejar de ser virgen y pensé que usted me ayudaría.
   Me miró peripléjico. —Es usted joven, ya va a aparecer alguien, vamos a ir viendo.
   Pensar que éste estudió, cómo sería si no. —Mire Doc, yo quiero que usted rompa mi virginidad, soy directa, asuma su responsabilidad profesional, acá tenemos un buen sillón, sé que usted está bien dotado, vio como son los pueblos, finalmente se conoce el tamaño de todo. Me voy sacando la ropa y empiece de una vez. Acérquese, yo lo desvisto, rápido, que llega el fin de mi sesión.
   Un encanto el Doc, quedó plenamente satisfecho y aumentó mis sesiones a dos veces por semana. Hace poco propuso que viviéramos juntos. Le dije que necesitaba pensarlo, al menos seis o siete sesiones más.
   Hay que crear un poco de misterio, sobre todo con éstos, que se creen que se las saben todas.
                                               

martes, 28 de noviembre de 2017

EL CAMINO LO LLEVA


   Un camión bamboleante nos dejó en un ocaso rojo con tierra que flotaba haciendo niebla, enojada si filtraba algún rayo de sol convincente. Eran casas rectangulares, con gente de piel violeta y mirares extraviados, con molicie que espera, no se sabía qué pero esperaban. Salía olor a cachaa, daba miedo entrar, hacia dentro de las construcciones había gentes amontonadas como ganado. Fue difícil encontrar la ruta, de noche no para nadie, los pocos en camino miraban el cartel de “Casas Pernambucanas” y aceleraban. La mujer de una estación de servicio se acercó y dijo que el marido se iba en veinte minutos. Nos hizo pasar a un cuarto de madera verde nada. La mujer me dejó entrar al baño. —Señora, uso el pajonal.
   —Si prefiere que venga una culebra y le pique el culo…cosa suya.
   Mis compañeros de viaje me ponían temerosa, no hablaban ni entre ellos ni conmigo. Subimos los tres a la cabina, el hombre saludó apenas. —No pasen más por “Casas Pernambucanas”, si durante tres horas se aquietan las voces y se llenan de pingas, suelen atacar al extranjero.
   Nos siguieron tres autos largos, viejos y un jeep. Tocaron bocina. El camión se abrió, pasaron y se metieron en un camino insinuado.
   —Bueno, siguieron los filhos da puta, me dio miedo la chica, porque son de aprovecharse de las mujeres.
   Yo casi desaparezco, los chicos no me iban a defender. Bajamos a tomar agua de una vertiente. Empezó mi viaje en solitario.
   Un viejo tejía coys con madroños, le pregunté dónde estaba. —Voce encontró “Ceará”. Si soporta el infierno recto de esta playa le doy ciento cincuenta coys. Voce vende no norte y deija dinero na conta do Banco Nacional do Brasil.
   —¿Y después qué hago?
   —O que voce quiser.
   Llegué al Pueblo de Abraham, diez casas compraron la mercadería y le deposité  al viejo en un banco pequeño. La preta que atendía dijo que los miércoles arribaba un helicóptero de la Fuerza Aérea Argentina y volvía a Bs As. Apenas tuve fuerzas para aceptar que la preta se comunicó. Tenía llagas, los labios partidos, mi cuerpo estaba asado. El helicóptero bajó unos cuarenta paquetes y me tiraron dentro como si fuera un paquete.
   Aterrizaron en un lugar raro, pero tenía olor argentino.
   Me subieron a un micro que me dejó en la esquina de mi pensión. La dueña estuvo una semana cambiando paños y curando quemaduras. Cuando me repuse, gracias a sus cuidados de madre, ella estaba de espaldas a mí, abriendo una persiana.
   —¿Cuál es tu próximo paso?
   —Conocer otros lugares, haré dedo de avión, quiero llegar a Polonia, los milicos de la Fuerza Aérea Argentina me ayudarán.

   Cuando me di vuelta, la señora de la pensión pidió sentada en el piso, que la abanicara, estaba blanca. 

ESMÉ


   No aceptaban mayores de treinta y eran imprescindibles dos títulos universitarios, con visos académicos. Uniforme, cuello chino, falda bajo rodilla, tacos nueve y medio.
   Esmé pasó por todas las barreras curriculares. Le dieron una ratonera con una compu de veinte años, inútil. Llevó la de su propiedad. Su velocidad feroz resolvió 150 expedientes en seis horas. Al año ocupaba el segundo puesto del Presidente buildingista. Esmé no sonreía desde el alma como al principio, ahora dibujaba un amague de comisuras altas. La Empresa consideraba imprescindible su presencia y logros internegociados. Le pagaron una cirugía laseriana, para detener el tiempo en sus 25. El Presidente fue desplazado, no recibió ni un adiós indiferente. Fue nombrada Esmé, que conoció el mundo entero. La realidad es que decolaba en las terrazas y departía en los últimos pisos de cada building.
   Salía airosa en cualquier negociación. El viernes 6 de Enero corrió al ascensor y evitó el eterno coro de hombres que siempre la acompañaban. La Planta Baja estaba cerrada, intentó abrir alguna puerta, no había luz, una mano segura: —Si me permitís.
   Tenía traje de pordiosero y la guió hasta la calle con un andar seductor distinguido, portaba un perramus con una soga marcando la cintura. Tenía en manos una pátina de mugre, uñas largas con negro por debajo, pantalones con dobleces mustios, caminaba despacio, le chancleteaban las suelas de viejos mocasines. Ella se dejó tomar el brazo y él, haciendo de chaperón gentil, le hizo recorrer lugares desconocidos. Puentes con amantes furtivos, bares underground con bebidas coloridas. Después de años sus risas fueron cataratas que aquel hombre, con olor a oso, le arrancaba de las entrañas. —“Para Esmé con amor y sordidez”, es mi cuento predilecto, me lo regaló J.D.Salinger. Cuando supe que ese era tu nombre...
   —Sí, ya sé, conocí a Seymour antes que todos.

   Los encontraron muertos de amor al amanecer. El Conductor del tren iba entre dormido y el bulto le pareció un obstáculo. 
                                                     

lunes, 27 de noviembre de 2017

DUNAS


   —Benjamín ¿Vamos a trepar médanos?
 -Preguntó el padre, deseoso de caminar arena. Elongar sus piernas, que circulara la sangre de su cuerpo agobiado de nódulos, por el extenuante trabajo en la ciudad-.
   Sentado permanente frente a la computeadora, así la nombraba, haciendo horas extras para el proyecto vacacional, prometido a su mujer y sus hijos. Las dunas, queridas por todos, el mar tibio, panacea del sol hirviente.
   —Papu, veo que estás seguro de ir conmigo, esperá que me ponga la capa del hombre araña.
   El padre lo miró con orgullo, era un enano lindo e inteligente, se caló los anteojos amarillos, más grandes que su cara, el viejo lo tomó de la mano, mientras Benjamín propuso que era mejor caminar con manos libres. —Es para no sentirme un bebé ¿sabés?
   Se despidieron de la madre en voz baja, ella ni escuchó, dormía profundo. Faltaba Antonia, que tenía la costumbre de desaparecer como una lagartija. Con trece años, todavía tenía celos de su hermanito prodigio.
   Emprendieron la caminata subiendo con dificultad y bajando tobogán. En la tercera duna llegaron a lo alto, el padre se puso blanco tiza y tapó los ojos de Benjamín.
   —No mires, hijo, este espectáculo no es para niños, vamos pronto, me desmayo o la mato.
   En medio de las dunas Antonia se revolcaba abrazada al bañero con un entusiasmo descarado.
      El padre emprendió el regreso dando puntapiés en la arena, la cabeza gacha y triste. Benjamín quedó atrás, pero logró alcanzarlo. 
—Bueno, papá, no te pongas así, es Antonia, peor que fuera mamá.
                                           

domingo, 26 de noviembre de 2017

DISEÑOS


   Rompieron para siempre, comenzaron por la cama, el lugar silencioso de sus vidas conyugales. Ninguno quiso otra cosa que dormir, desde el primer día. No consumaron.
   En la casa vecina, la pasión entró con ellos, empezaron en la puerta sin llave, cayeron al piso y se deglutieron mutuamente. Los sonidos eran de animales antropófagos. Llegó el día y seguían como cuando se abrió la puerta sin llave.
   En la tercer casa vecina, luego de una reunión de sonrisas y risas cándidas, se brindó con champagne, la reunión concluyó. Quedaron solos y se tomaron toda la botella y otra más escondida en la heladera. Tuvieron náuseas, ninguno se dijo nada,  pero durmieron con el vómito pegado en las almohadas. Al despertar se tuvieron un asco que no se arrepentía, anularon el matrimonio.
  Había una cuarta casa con ventanas suprimidas y una puerta que daba a un concierto de yuyos. Por allí salía un hombre todas las mañanas, se escuchaban gritos cerrados. —¡Dejame salir, acá está oscuro!
   Repetía los gritos con las mismas palabras. Él llegaba con una vara, cerraba la puerta y los gritos mudaban el texto. —¡Pegame que me gusta!

    Era un barrio sórdido. A pesar de sus historias, ninguna de las parejas mudó de casa. En lo profundo de sus almas, sentían cómodos los diseños arbitrarios de sus vidas.
                                           

sábado, 25 de noviembre de 2017

INSTRUCCIÓN VANGUARDISTA


   —Señorita, cómo se dice? ¿Los caballos reculeaban o reculaban?
   La Maestra pensó y pensó, ella ese tema no lo vio en la escuela, pero.   —Miren chicos, todos los días, entre una batalla y otra, debían tener descansos y los aprovecharían para ambas cosas, el reculeo y el recular.
   La Directora la mandó llamar. —Ud no debe contar obscenidades a los niños, o será dejada cesante.
   —Pero Sra Directora, si algunos padres hasta me felicitaron por el realismo de mis conclusiones, un padre agregó que los únicos que no tenían esa costumbre eran los indios, ocupados en construir las Ruinas de San Ignacio. Los sacerdotes, que no cabalgaban, le daban importancia a las actitudes de los cuadrúpedos y llegaron a imitarlos, en las Procesiones, era indudable que aprovechaban.

—La clase hoy, la vamos a dedicar a San Martín y su mal pertrechado ejército, que cruzó la cordillera, toda una odisea. Fue recibido por Manuel Belgrano, se dieron un abrazo con un chupón interminable. Les voy a pedir niños, que no lo cuenten a sus padres, menos a la bruja de la Directora. Si así no lo hiciereis, tendrán un magnífico 0, todos. Menos Dieguito, cuyo padre tiene la amabilidad de llevarme hasta mi casa. Aun cuando Dieguito falta, su padre igual me lleva a mi casa, durante ese transcurso desarrolla otras amabilidades. Esto último, tampoco lo cuenten o todos serán boleta. 
                                                          

viernes, 24 de noviembre de 2017

BALAS

                 
   Están jugando al ajedrez con el dinero que nos robó la Estúpida y su séquito. La piensan tanto, mientras nos comen las miguitas que dejaron. Jueguen despacio nomás, que el Jaque Mata vendrá de afuera. Y no es joda, la gente de mal o buen vivir tiene un revólver en su casa, ese objeto les asegura la vida.
   Pero si cuarenta millones portaran un arma y llegaran a farenheit 451, no sólo ardería el papel, Juana de arco sería un poroto.
   Querida Silvita, no me cuentes más boludeces. No es necesario  pre-sentir, esto es una guerra sigilosa, sempiterna, silenciosa.
   Quedará la Tierra dispuesta al crecimiento, con el humus que otorgarán nuestros cadáveres.
   Silvita, cerrá el culo.
                                        

jueves, 23 de noviembre de 2017

PATO AL AGUA


   Volvió sudado, sin aire y con el sol que le atravesaba el cuerpo como una espada. Llegó por fin a la pileta, se tiró en un clavado tan espectacular, que le tomaron fotos, fue filmado y aplaudido. Internet se encargó de globalizar aquella hazaña.
   El deporte, presión de multitudes, le mandó premios de lugares insólitos. Él permanecía en aquella postura, sabía lo difícil que es sostener la fama más de veinte minutos, en el mundo.
   Lo anotaron en las Olimpíadas anteriores, para que la historia recordara aquel heroico clavado. Hubo desfiles, aplausos de millones de personas que frente a semejante triunfo, se le hicieron amigos para siempre.
   Cuando la Madre vio a su hijo, todavía en el clavado, quedó paralizada. El Padre, que recién se levantaba de la siesta, muerto de calor, 39°C, decidió que lo mejor sería tirarse a la pileta, paró en el tercer mate, recordó que estaba vacía.
                                                 

miércoles, 22 de noviembre de 2017

HORMONAS


   Tengo dos amigas, a decir verdad son dos medio amigas, que sumando es una amiga. Hablan en estéreo, no sé por qué siempre estoy al medio.
   Valentina y Soledad atribuyen mis dolores a que soy hipocondríaca. Se ríen de mí, sin mí. Tomamos sol y nos tiramos a la pileta, el agua parece helada, pero de eso se trata el juego, calcinarnos y meternos al agua. Tomando una gaseosa, el dolor me dobló el cuerpo. Valentina gritaba que era un calambre, Soledad creía en una somatización por mis padres ausentes. La tía de Vale salió de la casa y me tocó todo el cuerpo, sentenció que aquello no era calambre ni somatización.
   El tío me llevó al hospital, así, hecha un nudo. Por suerte las chicas vinieron conmigo y murmuraban las distintas enfermedades, que podían caber en un viaje de veinte minutos, hasta la sala de guardia.
   Vinieron dos médicos que descubrieron lo que tenía, sin mi información, yo no podía hablar.  Practicaron toda clase de estudios, algo escuché a uno de ellos, dijo “¡Bingo!” Me operaron tres nódulos y con un interludio de quince días debieron realizar una histerectomía. Vale, católica de las molestas, puso en la mesita una virgen de manto celeste, que protegía a los enfermos. Sole, más pragmática, me regaló pantuflas, las mías parecían hablar.
   Parece que en mi flaca humanidad había mucho que estudiar. Los médicos venían a saludar todas las mañanas, me tomaban las manos y daban dos palmaditas. Si preguntaba los resultados, sonreían, giraban sobre sí mismos y cerraban la puerta.
   A esa altura le empecé a rezar a la virgencita, fui creyente durante mi terror a la muerte.
   La mañana del sol molesto me dieron la noticia, no se observaban células cancerígenas. Pretendí que me dieran el alta de inmediato, lo conseguí. Sole decía que necesitaban la habitación, por eso me mandaban a casa.
   Cuando las heridas fueron sólo una rayita, todo lo que me rodeaba parecía recién creado, como si me hubieran parido de nuevo.
   Le devolví la virgen a Valentina y las pantuflas nuevas a Soledad. Las mías, viejas, tenían la comodidad del tiempo, recibían mis pies con el mismo formato de ellos.
   Tenía una duda, me quedó una teta normal y la otra casi plana. Encontré al Doctor en una manifestación, me encantan las manifestaciones, si me gustara trabajar, trabajaría de manifestante. Lo seguía y lo perdía, hasta que llegué a la manga de su sobretodo y me colgué hasta descoser la manga, le pregunté porqué me había dejado una teta chata. —No te preocupes, se va llenando de nuevos tejidos y te queda igual a la otra. Con la posibilidad que se generen nuevos nódulos y el riesgo de que haya...
   Llegaron los bombos y no escuché más.
   Tengo en mi dormitorio, como tapiz, la manga del sobretodo del Dr. Niedfeld.
                                       

martes, 21 de noviembre de 2017

DESCALZA EN LA MEMORIA


   —Ud a qué altura lo quería?
   Pensó…y a la altura de las circunstancias. —Muy corto no. Van a decir que fui a la Peluquería antes que sucediera.
   —Se lo dejo bien largo, estilo pendeja.
   Dejé hacer, por no moverme del lugar, hay quienes encuentran aciertos, que uno guarda en cajoncitos. Lo quise un tiempo, enfermó y alivié sus dolores. Luego pidió no verme más. Dibujé mi sombra por si quería hablar con alguien. Nadie me dijo nada. El Director de la Clínica sintió piedad o algo, lo visitaba con frecuencia y le tomaba las manos.
   —Yo soñé que mi padre estaba aquí conmigo, ella también y me pensaba tanto que dibujó su sombra. Le tiraba besos con mis ojos y acariciaba la memoria de su amor desprolijo, de tirana.
   En medio de la noche apareció descalza, con sus cajoncitos, no quise saber el contenido, pero mirarlos me daba la poca vida que me quedaba.
   —¿Eligió a qué altura su corte?
   Ella se miró en ningún espejo y contestó: 
—Afeitame la cabeza.
                                                    

lunes, 20 de noviembre de 2017

VOLVÉ O ANDÁ


   —Marí! Viste que vos soñaste con tener un arroyo que pasara por la puerta de tu casa.
   Ella tenía los ojos pegados, pero, como algunas palabras coincidían con lo soñado y un arroyo cristalino, ahí nomás, estiró un pie y lo metió, era tibia, transparente y los cantos rodantes blancos, rojos y castaños. —Qué placer…que suba el arroyo así duermo un poquito más, gracias.
   —¡Marí!, creció el Arroyo El Gato y se está llevando hasta el gato, las sillas y tu cama flota ¡Marí, abrí los ojos.
   —No, por favor, prefiero soñar, no me gusta la verdad, mentime pero odio la palabra inundación.
   —Lo lograste, yo me ocupo de los más chicos, vos prestame tu canoa y una bolsa de consorcio, aunque más no sea.
   —¡No! Vos quédate, hacés peso y no puedo remar.

   Marí, llegó a un refugio en altura, bajó los gurises y volvió por más. Tantas veces fue y volvió que se desvaneció en la cama, con olor a espliego y estiró un pie y el agua era tibia y durmió llegando a soñar despierta.
                           

domingo, 19 de noviembre de 2017

HISTORIA CITADINA


   La acompañé a sacar pasaje, subimos al taxi con los cinco chicos, cuatro de ella y uno mío. Nos habíamos disfrazado, sombreros y cintas con flores, vestidos largos y alpargatas sucias, ella llevaba sus apuntes y cuatro libros, yo todos mis cartones de Bellas Artes y una maqueta, mientras lo niños hacían lo que mejor saben, que es joder, nosotras hablábamos de unas parejas amigas, que se casaron equivocadas por no usar anteojos. Luego no modificaron nada de tal situación. Tan entretenido que ella volvió de sacar los pasajes y al subir al taxi se dio cuenta que los había perdido. Le tocó al tachero, el hombro, con la punta de una birome. —En esta esquina dejame!! –Y lo pinchaba una y otra vez-.
   —Acá no se puede, tenés que esperar media cuadra.
   Bajó sin pagar, sin saludar y se llevó sus hijos acaramelados, no tenían nombre los chicos, ella seguía con la punta de la birome y los hacía bajar. —Uno, andá, dos, andá, tres, andá, cuatro, vení que te llevo upa.
   Los vi correr y me dio risa, al tachero también. Seguí hasta casa, bajé la maqueta, los cartones, se me voló el sombrero y lo corrí.
   —Buenas tardes, gracias.
   Y escucho al tipo desesperado: —Te olvidaste de pagarme.
   —Disculpá, acá te dejo, perdón, chau.
   Y vuelvo a sentir la voz del tachero. —¿No te olvidaste de algo más?
   —No, nada, bajé todo.
   El tipo me miró y señaló un rincón de atrás. Mi hijo de nueve meses, hecho un bollito, dispuesto a seguir viaje. Siempre fue muy independiente.
   El querubín tiene ahora treinta y tres años, todavía recuerda que un día lo quise perder en un taxi.
                                          

sábado, 18 de noviembre de 2017

ASCUAS


   Era un especialista. El mejor. Tenía un gesto duro, mejor que sonrisas dibujadas. Una meticulosa revisación, sus manos eran su instrumento. Tocaba aquí y allá y en vez de diga treintitrés te hacía decir veintiuno.
   El doctor importante avisa el diagnóstico con un discurso breve: —Hay que operar, se trata de un divertículo prolífico, que corre de lugar todas las vísceras, adiós.
   Los allegados tomaron un tinte blanco, el hijo, alucinado, salió del hospital para espiar el quirófano, su madre aliviada. El chico dijo que la iba de doctorcito fino y parecía un ser humano vacío, cuyo único interés era el dinero. Tenía un físico carnoso, grasa colgante y ojos ávidos...la madre lo interrumpe: —No tenemos dinero para la operación de este doctor fino, tenemos que buscar un doctor ordinario.
   El edificio se venía abajo, atendió una secretaria vieja, con doble giba y granos con pelos. Tardó en comprender que veníamos con un enfermo. Una voz suave dijo desde el consultorio: —Que pase el siguiente.
   Entramos juntos y el doctor dijo que prefería atender de a uno, puede ser el paciente con una compañía, su esposa. La mujer tenía la mano entumecida de cómo su marido la apretaba.
   Este doctor también usaba las manos, pero de otro modo, tal vez estudiaron en diferentes conservatorios. Le palmeó los hombros y le dijo que estaba sano de pies a cabeza.
   El ex-enfermo quedó mudo, la mujer aplaudía. 
—¡Excelente! Usted es una persona excelente.
   Cuando se iban abrazó al doctor y le estampó un beso en la boca.
   El doctor no supo cómo quitarse el rouge. —Con el pañuelo quedará manchado y mi esposa va a preguntar, como fue. Le voy a decir que la amante es mi secretaria. Un tiempo se dejará de joder.
                     

viernes, 17 de noviembre de 2017

1973-1983

  
   Me dejó cuando faltaban cuatro días para el “Día del Padre”. Hacía tiempo que quería conocer Morón, ni una nota, ni un adiós, no la vi más.
   Al cumplirse una década de su ausencia, hizo su aparición en Atacama, alquilé un taxivión hasta allí y se había esfumado también. Hice un recorrido por donde suponía que la encontraría. Llegué a Bahía Esperanza y la vi. Flaca, con la misma ropa que se fue, de su mano había un niño de unos cuatro años.
   Ella dijo: —Ahora sí puedo volver a casa, quiero que la familia sepa que sos el abuelo de este querubín celestial.
   Cuando pasé del asombro a la curiosidad los abracé a los dos, el niño sonreía, mientras me decía al oído que tanto abrazo lo dejaba sin aire.
   Quise que mi hija echara claridad a tan negra ausencia. Tomamos el Vapor de la Carrera, tenía a mi nieto dormido en mi regazo. —Papá, fueron tiempos en que si no cambiaba domicilio, a cada rato, ahora no tendrías una hija viva.
   Yo había presentado recursos de amparo, hasta que me di cuenta que los recursos no tenían recursos y los amparos no amparaban.
   El niño miró el río, la costa, los árboles, no dijo nada, miraba todo con ojos nuevos y se me piantó un lagrimón.
   Faltaban cuatro días, para el “Día del Padre”.   
                                              

jueves, 16 de noviembre de 2017

GOROLÍPEDO

  
   —Te voy a decir la verdad.-Puso ojos de mentira, yo pensé: si me decís la verdad, me parece redundante, porque no te creo lo que sigue-.
   —Fuimos a pescar con los muchachos, le dicen La Laguna Salvaje por tanto árbol, festucas, barro, arbustos exóticos. Íbamos en tres canoas. Gorriti fue el primero al cual la tanza le tiró y la visera le tapaba los ojos. Pudo sacarlo, de memoria. Tenía escamas suaves grises, negras y solferinas. Una capa lo rodeaba en todo su contorno. La subimos a la canoa, pesaba cuatro kilos. Parecía diseñada por un ebanista. Yo semidormido con una mano dentro del agua encontré una estrella de río, me di cuenta por las manchas de petróleo. Siguieron extraños ejemplares, hasta que los recipientes rebalsaron.
   Era el atardecer, todos dirigimos nuestros ojos a los todavía peces, tantos colores, tantos hijitos rojos siguiendo a sus padres verdes. Fue tácito, devolvimos los habitantes del agua, al agua.
      La primera noche dormimos o eso intentamos. Se escuchaban patitas de gato rodeando el campamento.
      El más sabihondo, dijo que eran tapires gorolípedos, ignoraba la enorme cantidad que había. Se comieron la carpa, la ropa mojada, cuando vimos que seguirían con las canoas nos trepamos y remamos hasta desmayar. Ni sentimos los tapires que olfateaban. Cuando llegamos, los tapires gorolípedos iban prendidos, de a cientos.

      Buenos Aires se llenó de casales, llegó a ser plaga. Pasaron de herbívoros a carnívoros. Se comieron el Jardín Botánico entero y ahora se asoman al Jardín de Infantes, parecían tan tiernitos.  

miércoles, 15 de noviembre de 2017

ESQUINAS RESPETADAS

                                  
   Rasta tenía un traje tan viejo, que de atrás brillaba, marrón su corbata, difícil de anudar por los pliegues diarios. La camisa era beige y los zapatos marrón claro. Parecía la “nueva línea sorete de loreal”. Cuando Rasta se acercaba, con expedientes en mano, el  compañero al que se dirigía, necesitaba ir al baño: —Disculpá, Rasta.
   Tenía un olor a chivo, que cuando daba vueltas por la oficina, para dejar su trabajo, llenaba el aire con mezcla de olor a frito con almizcle. El Jefe se hacía presente cada cuatro días, abría puertas y ventanas, la corriente generada, degeneraba el oxígeno de oficinas contiguas. Cuando Rasta se acercaba, el Jefe sacaba su pañuelo níveo y perfumado y se cubría la nariz. Rasta pedía un día libre y el Jefe le contestaba: —Aproveche para darse tres o cuatro baños de inmersión, lávese los dientes, hablar con Ud es un insulto.
   Un día, todos comenzaron a rascarse la cabeza. Imposible de disimular, no cabía duda, eran piojos, dos se rascaron hasta sangrar. La pregunta que todos se hacían, era quién llevó los piojos. Coincidieron que pertenecían al Rasta. Con ayuda del custodio lo encerraron en el baño, lo dejaron en pelotas, mientras el custodio lo manguereaba y le pelaba la cabeza. Los compañeros echaron sus ropas en un quematuti. Hicieron una colecta y le compraron un traje, con camisa blanca y corbata azul. Unos mocasines de oferta, color negro y ropa interior berreta, pero nueva. Los secaron entre todos, le pusieron un aerosol desodorante en cada axila. Una compañera podóloga, cortó las uñas de pies y manos. Rasta no agradeció y renunció. —Le han faltado el respeto a toda la superficie de mi cuerpo. Ahora, yo digo, al que se tira esos pedos de clausura ¿nadie le dice nada?
   Lo vio el jefe, con su imitación Nissan en un semáforo rojo y no lo pudo creer. Rasta se dejó rastas hasta la cintura y con una musculosa y calzas rojas, hacía acrobacia con ocho pelotitas de colores, mientras un monociclo activaba su velocidad. El Jefe lo saludó: —¡Hola Rasta!
   Y le tiró mil mangos. Rasta, sin mirarlo, ni abandonar su espectáculo, transformó el dinero en papel picado. Un gargajo amarillo inundó la cara del Jefe.
                                       

martes, 14 de noviembre de 2017

ÉCOLE PRIVÉE


   Estaban en la salita amarilla, la de los cuatro años, sabían jugar y se respetaban, el que perdía aceptaba. La Señorita los quería, aunque gritaban como cerdos, y la saludaran con un beso pringoso de mermelada. La Maestra pensaba: —Cómo odio a estos bastardos, no me da culpa, los padres sienten igual. Cuando los traen, la pura sonrisa, cuando los retiran las bocas se fruncen.
   Los cuatro respetuosos formaron una pelota de cuatro, el estado nervioso de su primer pelea seria, produjo un entrevero de cuatro piernitas enroscadas, formando ochos trabados, con bracitos imposibles de desanudar. Había dos cabezas al medio y una que circulaba desde el cuello, con el balanceo de nueve uñitas mugrientas, que clavadas la trasladaban en círculos.
   La existencia de una cabeza ya no estaba. La Directora rompió sus tacos, buscando con responsabilidad bien puteada. Faltaba media hora para la salida de los niños. El marido de la Psicopedagoga, era Médico Quiropráctico, lo convocaron de urgencia. Las Maestras untaban los cuerpitos con gel y la Portera echaba tazas de agua tibia con detergente. El Médico trabajó y logró desanudar las piernitas, no fue lo esperado porque quedaron con marcas de anillado, tres quebraduras de tobillo, dos desplazamientos de caderas y cuatro manos con muñecas y sus respectivos dedos, fisurados. Había tres cabezas impecables, la Secretaria encontró la cuarta bajo su escritorio, unida al cuello que había logrado extenderse medio metro del cuerpo.
   Debieron llamar a la ambulancia e internarlos en el Hospital de Niños. Por distintos medios se hacían pedidos de Médicos Traumatólogos y Cirujanos, para recomponer aquel rompecabezas.
   Cuando los Padres llegaron a retirarlos, mudos de espanto vieron la ambulancia, escucharon las sirenas y los pinos taparon las luces rojas.
                                    

lunes, 13 de noviembre de 2017

BAD MILK


   Nací llorando porque la vida me dio miedo y morí llorando porque la muerte me dio miedo.
   Tuve una madre generosa que me alimentaba de sus propias tetas. Cuando asomaron mis dientes se ofendió y el castigo fue la ingesta de calabaza o polenta. Por suerte crecí y recuperé, con una mujer nueva, las tetas perdidas. Me sentí estafado, de allí no salía ni una gota de leche. Ella me daba a cambio bifes con papas fritas.
   Tuvimos un hijo al que bautizamos Milky. A él sí le daba la teta. Yo lo miraba tomar y me daba nostalgia. Una vez me animé y le pedí a ella si no me convidaba un poquito. Dijo que estaba loco,  debía concurrir al psicólogo. Le pregunté si el psicólogo tenía tetas con leche. Hizo un bolso para ella y otro para Milky. Se fue sin saludar a la casa de su madre.
   Mi único consuelo era sentarme en los bancos de las plazas, donde siempre había alguna madre amamantando a su fucking bebé.
   Si vieras, estoy tan triste que me pongo como loco y te pregunto a vos, que no tenés el gusto de conocerme y yo que tengo el disgusto de no saber quién sos, aunque me leas ¿Cómo hacés cuando tenés ganas de tomar la teta? Te pido por favor que no me digas que me compre un chupete. Ya probé y la gente te mira mucho, da vergüenza.
   Imagino tu cara de bípedo pensamiento único, me vas a sugerir que vaya a una psicóloga mujer, porque tengo un edipo descomunal.
   Te mando a la mierda, sos un tipo con mala leche.
                                          

domingo, 12 de noviembre de 2017

BUENA MUJER


   Llegó más temprano de lo acostumbrado, la luz del primer piso, el velón, porque eso no era eléctrico. Subió más que volando y con la puerta abierta y el niño durmiendo al lado, su marido y la Secretaria, desnudos copulando con la alegría de la confianza. Ella de pie los miraba con náuseas, quería irrumpir en el momento cúlmine, los arañó, les gritó, los insultó. Cerró la puerta del niño y puso música de Kimia Dawson. Quiso que se escuchara en todo el edificio.
   Llamó a la Policía aludiendo abuso de personas. Éstos fueron prestos. Mientras ella los señalaba: 
—Vean ése es mi marido, la que tiene al lado, la Secretaria y yo soy la boluda que los llamó. Acá hay cuatro abusos, el de mi peor es nada, el de la Secretaria y el del inocente que duerme al lado. Gracias a Dios el pequeño no participó. El abuso hacia mi persona, comimos los tres juntos el Domingo y ahora esto.
   La Policía dijo que ese tema, no era de su competencia. Le pidieron que bajara la voz, porque todo el edificio los llamaba pensando en un crimen anticipado. Bajó del ascensor mientras decía sola: —Hipócritas de mierda, aprovecharon mi ingenuidad para sus orgías.
   Tocó el timbre en la Portería y allí dejó su bebé. —Sres Porteros, les dejo el niño hasta que el Juez resuelva. Yo me retiro, o las náuseas y sus consecuencias tendrán que limpiarlas Uds. No quiero que trabajen demás.
   La esperaba un auto: —¡Qué suerte que me esperaste! Sabés que esos herejes son amantes y yo creyendo en sus afectos, a lo mejor no es el momento, pero vos sos el más, terminemos lo que empezamos. Pero antes te confieso que tengo dos amantes suplentes, mi Jefe y su Secretario. El stress que me produce mi marido y el niño, sólo se me quita con Uds tres. Ahora tengo un problemón, porque estoy pregnant y no sé de quién de Uds es. Yo propongo una paternidad compartida, es lo que corresponde. Vivirá diez días con cada uno y alguno, en la semana, iré a visitarlo para que el chico sepa quién es la madre. 
                                                                   

sábado, 11 de noviembre de 2017

NO PENSAR UN RATO


   Había un viejito, pura boina, esperando desde hacía una hora que lo atendieran.
   Un Rapi Pago, toda una ironía el nombre, por suerte estaba sentado y hablaba con él y con nosotros que también hacíamos la fila. Hay una sola chica que atiende con una paciencia envidiable, aceptó cuando le informaron que sería única ventanilla. El viejito de la boina tenía una sola cuenta para pagar: “Gas”. Las personas de la fila, en tiempos que nadie cede nada a nadie, llegaron a un tácito acuerdo, le permitieron a él, que se iba porque tenía el cuerpo cansado, ser primero para pagar.
   Él se levantó con mansedumbre y ojos celestes de niño iluminado, pagó su cuenta, dos minutos, agradeció a la chica de la caja, al señor anterior y al otro, a la señora, hasta llegar a nosotros. Con su bastón apoya-mentón, agradeció tanto que todos le aceptamos, faltó poco para desearle feliz año nuevo y eso que estamos en noviembre.
   El custodio le abrió la puerta, el viejito seguía agradeciendo, no le salían las palabras, era sólo el movimiento de su boca.
   Es tonto tal vez, pero él hizo un reparto de tanto amor, que todos dejamos de protestar por lo que nos roban, por lo que nos cobran y fuimos cabezas que pagamos con amor, la injusticia sin pensarla. 
                                                      

viernes, 10 de noviembre de 2017

YA VOTAMOS ¿Y?

                                                      
   Se lastimó la mano con el cortapapel del escritorio, pensó que no tenía filo y abrió la cuenta de Arba, como hacía su padre, eran tan altos los impuestos, que se había propuesto no salir de las conductas normales, hacer lo que estuviera dentro de sus posibilidades, lo demás navegando en el olvido. —Qué bestia que soy, me ensarté el cortapapel en las venas de mi muñeca izquierda.
   Se envolvió con una toalla y gritó el nombre de su amiga Soledad, vivían juntos desde chicos, pero jamás pensaron ni sintieron ganas de otra cosa, con otros tampoco. Enfermedad que se llama “Libido Ausente”.
   —¡Cómo te vas a cortar así, Ramiro! Te quisiste suicidar, yo te notaba triste y deprimido, pero qué te iba a decir si somos iguales. La sangre que te sale parece un grifo abierto.
   —Soledad, no seas mequetrefe, estoy cerca del desmayo.
   Ella puso la mano de él sobre las toallas del otro baño. —No puedo contradecirte, Ramiro, si tu deseo es suicidarte, hasta te puedo ayudar, siempre respeté tus elecciones. Uno se acobarda frente a sus propias decisiones, somos casi hermanos, excepto cuando se nos dio por besarnos, fue tanta la impresión que metimos nuestras bocas en detergente, con lavandina y trenet. ¿Te acordás que estuvimos alejados? El olor a lavandina nos hacía sentir que cuando comíamos, éramos dos sanitarios enfrentados.
   Ramiro estaba blanco. —Soledad, prefiero morir desangrado, antes que seguir escuchando tus boludeces, cortame la otra, de paso tenés un motivo para llorar en tus depresiones. Sonó el timbre, dos facturas más de Arba. Soledad juntó todas las boletas, las embebió en las manos de Ramiro y se fue en bici hasta el banco. Pegó las cuentas en la puerta y con un fibrón rubricó: ARBA, ASESINOS SERIALES.
                                   

jueves, 9 de noviembre de 2017

CARA A CARA

     
      —¿Vos pensás que con esto me alcanza para las compras del día?  
Él arreglaba el nudo de su corbata y puso esmero. Hizo todo frente al espejo. No la escuchaba, en diez años de convivencia él decidió ausentarse de las protestas, exigencias o reproches.
      Sonó el teléfono, ella atendió, una voz edulcorada pidió comunicarse con él. Le pasó el tubo, decía: —Sí, sí, sí, en diez minutos estoy.
   —¿Quién era?  
   —La secretaria.
Ella miró de sol rayo y preguntó por la señorita anterior.
   —Le dieron su retiro por edad avanzada.-Tenía cincuenta años, más eficiente que una compu. Ella la conocía sólo por teléfono, pero se entendieron siempre, con respeto y bonhomía-.
   La empresa decidió que el personal debía cambiar, gente joven, para dar una imagen nueva.
   Cuando calculó que él ya había llegado a su oficina, llamó de inmediato, atendió la secretaria edulcorante. Cuando él tomó el tubo repitió más de tres hola, hasta escuchar la voz de su mujer. Le decía que la plata le alcanzó para la mitad, él cortó y pidió que no le pasaran ninguna llamada. Cuando entró, taconeando fuerte, con dos bolsitas del súper, la vio: calzas rojas, rubia teñida, con una voz de mariposa cazadora, no tenía más de veinte años. El marido quedó sorprendido por la visita de fuego, antes que le pidiera nada, le advirtió que no tenía un centavo. Ella se fue, no sin antes sacarle la lengua a la señorita buscona. 
   Ni bien abrió la puerta de su casa, sonó el teléfono, escuchó a su marido con voz confundida. —Me despidieron, querida.
   —¿Por qué razón? -Preguntó ella con voz derrotada-.
   —Quieren gente joven en los cargos jerárquicos. Dicen que mi edad es avanzada.
   Comieron en silencio, fideos sin queso y dos mandarinas. Agua de la canilla. Él apoyó la mano en la mesa, ella depositó la suya por encima. Sonó el teléfono: —Señor, lo llamamos de la empresa, necesitamos entrenar a la gente nueva, le abonaríamos la mitad de lo que percibía.
    Él cortó y su mujer lo desenchufó.
                                          

miércoles, 8 de noviembre de 2017

XIE XIE


   Busqué un lugar de difícil acceso, mitad pantanos, mitad bosques, estáticos, cubiertos de humedad, cayendo de sus ramas como sauces lacios. Construí una casa con formato de iglú, ventanas caprichosas, estudiando las entradas del sol para poder asomar mi viejo telescopio, algunas noches estrelladas.
   Me pensé solo, hasta que descubrí una pareja de chinos que pasaron con sigilo, medían un metro y medio e inclinaron sus cabezas.
   —Yo, Chin Tien, esposa, Yo-Yo.
   Me presenté: —Soy Uber y me asombra que alguien más viva en este lugar inhóspito, los invito con un té verde de sus tierras.
   —Sí.-Aceptaron y se rieron de mi puerta redonda-.
   Había que bajar dos escalones, el living era un hexágono, con pisos cubiertos de pieles de oveja y almohadones antiguos. Yo-Yo se enamoró del fogón, salió con sus piernas cortas y ligeras, trajo un juego de té artesanal, con tal rapidez, que me contaron que ellos vivían a unos metros de mi casa, sólo que su vivienda era casi debajo de la tierra, también realizaron un proyecto propio.
   Me sugirieron rodear mi predio con un cerco de cañas, que filtrara el aire y era acorde con el paisaje. Ambos me ayudaron, aprendí lo que es trabajar como un chino. Los tres éramos orfebres, ellos quitaron lo tosco de mis trabajos y me enseñaron el fundamento de la paciencia, para hacer cada pieza.
   Yo-yo y Chin Tien, tenían una hija encargada de vender lo que producíamos en lugares ignotos. Cuando regresaba traía dos conteiners, uno con víveres para un mes y otro con elementos de orfebrería, alambres de oro y plata, piedras preciosas, perlas salvajes,  rarezas de coral y marfil. También moldes del Siglo XIV. Todos hacíamos trabajos a la cera perdida. La hija de mis amigos-socios, tenía el color de la luna, ojos alargados con brillos de noctilucas y hablaba cinco idiomas.
   Una noche de frío cerrado, golpearon a mi puerta y era Toko, la hija de Chin Tien. —Me dijeron mis padres que durmiera con vos.
   —Pero tengo una sola cama, Toko.
   Ella me miró con gusto. —Tanto mejor, dormimos juntos y el calor se multiplica, mis padres hacen así.
   Toko partía al día siguiente y me invitó a recorrer zonas que no figuran en el mapa. Éramos íntimos amigos, tiempo después fuimos más íntimos que amigos.
   Para un argentino, una china es un premio.
   Para una china, un argentino, no sé qué decir. Tsai Tsien.  
                                                         

martes, 7 de noviembre de 2017

PABLOS


   —No sé si se cayó de la terraza, la pisó un tren, se clavó un cuchillo o se pegó un tiro. Es un fracaso en mi carrera de peritaje sin testigos.
   No tenía gesto de mentiroso, pero había cosas que no cerraban. La mujer perdió dos hijos que no eran de él, la depresión le comió el hambre. Tomaba pastillas y dormía apenas dos horas. Cuando le advirtieron que si seguía así moriría, empezó a trabajar. —No sé por qué tengo que volver al lugar donde pasé veinte años laburando y el único que me premiaba era el ordenanza para Fin de Año. —Feliz Año Nuevo.-Me decía sin ganas, yo no le contestaba porque no me gusta mentir-.
   Pablo disimulaba el placer que le daba que yo laburara diez horas. No me importaba, no sé por qué seguíamos juntos, a él tampoco le interesaba, juraría que me percibía como a una sombra molesta.
   —Pablo ¿te parece mal que vaya así, crota?
   Y él, sin quitar los ojos del libro, contestaba:
 —Estás bárbara, no sé por qué me preguntás siempre lo mismo, me hacés perder por dónde iba.
   Ese día llegué tarde a la reunión, los miré y me parecieron diez Pablos juntos, sentí un cortocircuito. Con el brazo lustrando la mesa, junté sus diez celulares y los arrojé por la ventana.
   —Esta mina está loca, me rompió la vida.
   Lo escuché, comparé sus celulares con la muerte de mis hijos. —Fui a visitarlos y me quedé a morir con ellos.
   Pablo, era el perito de su propia mujer, es ilegal, pero no había otro. Le dije en el oído: —No me busques más, me tiré al mar y un círculo de tiburones cerró filas.
   No me escucha. Para él soy una sombra, un fracaso en su carrera. 
                                                              

lunes, 6 de noviembre de 2017

YO QUISE DECIRLE


   En una mesa redonda con sombrilla un señor, camisa blanca, moña azul con lunaritos blancos y un jacket fetén. Sentado, frente a una silla donde descansaban su sombrero y un bastón.
   Pasó un obrero vestido con ropa de trabajo naranja y un casco partido, descascarado, una herramienta y la frente sudada. El Señor de la sombrilla mostró asombro: —¿Valentín?
   —El mismo que tiene enfrente ¿Cómo sabe mi nombre?
   —Soy Rufino, dame un abra…dame la man…, 
no me des nada y sentate, te invito un café.
   Valentín, sin querer tomó asiento en la silla del sombrero. El amigo dijo. —No importa, vos sabés que recién me lo plancharon y en un lugar especial que se ocupa de estas cosas.
   Valentín dobló el sombrero al medio y lo enganchó en su cinturón, apoyó su casco en la silla del sombrero y cambió a otra.
   —Rufino, hacemo el cambiazo, me llevo tu sombrero fenómeno, livianito y a vos te regalo mi casco ¿Lo aceptás?
   —Desde luego, veo con alegría que seguís siendo generoso.
   Tomaron el café. Rufino levantaba el dedo meñique para el brebaje, Valentín revolvió tanto el azúcar, que la taza tomó velocidad y aterrizó en el jacket de Rufino. Éste se puso de pie, se dirigió a su amigo y con toda parsimonia se quitó el saco. 
—Valentín, este jacket es tuyo, acéptalo tranquilo porque yo, no volveré a usarlo.
   Valentín miraba el saco, no entendía pero no quiso despreciar. No le iba a preguntar por dónde se ponía, se lo colgó del cinturón, a caballo regalado no se le mira el tajo. Rufino se levantó, palmeó la espalda de su amigo, que lo llenó de cal. —Amigo, llevo apuro, un gusto haberte encontrado.
   Valentín lo vio partir y lo corrió: —Te dejabas el casco, ponételo que hay un solazo.
   Él mismo se lo enjaretó. Volvió a la mesa y el mozo, presto, le trajo la cuenta en bandejita de latón.
   Valentín tomó la cuenta, se la metió en el bolsillo. —Gracias, mozo, muy amable.
   El mozo, con ojos desviados, dijo: —Señor, me lo tiene que pagar.
   Él no tenía un centavo, pero se le ocurrió mirar los bolsillos ocultos del jacket, le pagó cien dólares y le dijo que se quedara con el vuelto. El mozo quedó tan paralizado, que hubo quien le tiró algún mango, pensando que era una estatua viviente.
   Valentín tanteó otros mágicos bolsillos y había dólares para vivir un año sin trabajar. —Este Rufino, siempre igual, me acuerdo en la Escuela cuando me regalaba el sánguche de la Cooperadora, porque decía que era inmundo. 
                                                  

domingo, 5 de noviembre de 2017

TOMISTA


   Para darme ánimos ponía el Himno a la Alegría y caminaba el largo pasillo de casa de estudiantes, girando a la izquierda seguían las largas tres cuadras, yo hacía tres más por la vereda de flores celeste raro, daban paz. Llegaban a mis olfativas los tilos perfumantes. El reloj de la diagonal, tan diputeado por el Colegio San José, daba que faltaban tres minutos  para la clase del Profe Aquino. ¿Cuál era su Filósofo predilecto de las tres horas? “Santo Tomás de Aquino”, todos los forros le llenaban la clase como si fueran tomistas. Al llegar a la esquina de la que no faculta, más bien dificulta, frenaba con mi suela derecha y me detenía.
   Había una fuerza que exigía a mi cuerpo cambiar el rumbo hacia el Bar Astro. Estaba ella en línea recta a mi mesa, dos más allá, siempre a la misma hora, leía hasta el atardecer, menos sábados y domingos, me preocupaban esos dos días, los odiaba, los hubiera borrado del calendario. Debía ser el único que amaba los lunes ¡Ah los lunes! Ella caminaba con sus jeans de patas largas que le hacían un culito glorioso y las remeritas que insinuaban tetitas menudas, mejor, las tetas grandes me parecen ordinarias. Un pelo rubio, sin teñir, le tapaba la cara, dejando ver una nariz respingona y una boca para comerte mejor. Llevaba una trenza que incitaba a deshacerla o formar parte de ella. Según la tarde. Leía con ganas y tenía otro pilón de libros durmiendo al lado de sus larguísimos brazos.
   —¿Por qué no te la levantás? Acepta seguro, animate.-Dijo Juan, el mozo, ex compañero del Nacional-.
   Una tarde de primavera, ella estaba ya metida en un libraco. Juan me guiñó un ojo. No quise parecer un cobarde y nadé hasta su mesa, me senté enfrente suyo, pregunté el obvio, estúpido: 
—¿Cómo te llamás?
   Se quitó los anteojos y me miró con ambición. 
—Yo soy José Pablo y vos ya sé, por Juan.
   Tenía una voz más grave que la mía.
   Me levanté de inmediato, salté el mostrador e incrusté la cabeza de Juan en el espejo.
                                                

sábado, 4 de noviembre de 2017

UN VERANO CON COCO


   Se me puso la piel de gallina cuando mi abuela Lela, mató una gallina, nunca vi a nadie hacer tanto kilombo para ese asesinato. Encima era conocida mía, la llamaba Coco y las dos nos reconocíamos. La asaron con limón, yo no quise ni mirar. Mi Abuela me corrió por toda la casa, con una patita, diciendo: —Está rica, crocante, te va a gustar.
   Me escondí en un árbol con un agujero que tapaba y destapaba con una rama que le iba perfecta. Ahí pude hacer el duelo de Coco, llorando un par de horas. Al día siguiente, Domingo, Lela me pidió que fuera a Misa con ella. En el camino pude ver en sus brazos los arañazos de Coco. Se vestía como inmigrante que era, toda de negro con una mantilla negra.
   —Supongo que irás a confesarte.
   Contestó muy fresca: —Yo no tengo ningún pecado, no es preciso.
   Corrí su manga y señalé los arañazos. —Sí, tenés que ir, Lela, es un pecado capital, “No matarás” y vos ayer asesinaste a Coco, sino lo confesás Diosito te va a castigar.
   Se quedó bien callada.
   —Andá vos que te deben sobrar.
   —No, porque no tengo ningún pecado, pero lo mío es de verdad.
   —Nunca mentís?
   —Jamás miento y nunca le confesaría nada, a un tipo que ni sé quién es.
   Ella levantó sus ojos a la cúpula: —¡Dios mío, Señor, perdona a mi nieta, no sabe lo que dice! Mocosa, es un sacerdote, no un tipo.
   A mí siempre me parecieron tipos con vestidos negros hasta el piso y mi Abuela lo entendió, durante la semana sacó el gallinero. Regaló pollos a sus hermanos y la vi persignándose, al menos estaba arrepentida, me puse contenta. Duró poco, abrí la heladera y estaba llena de cadáveres de pollo.
                                             

viernes, 3 de noviembre de 2017

PAÍSES CALIENTES


   El único lugar para soportar tanto calor era los Bancos con aire acondicionado. Paraba en lo de una Tía, que debía acompañar al Centro Comercial y a diferentes Bancos. Sentada adentro de uno, miraba con piedad cómo se derretía la gente en la calle y seguían con sus tareas. Una mujer joven me pidió si podía sostener su bebé, mientras ella realizaba un trámite complejo. Nunca tuve un bebé en mis brazos, era de ojos negros intensos, su piel también negra, lo único blanco vivía rodeando pupilas, que no dejaban nada sin observar. Mi tía, con premura, pidió: —Vamos, que tus primos llegan de la Escuela. ¿Qué hacés con esa criatura?
   Le expliqué la situación.
    —Mirá qué ángel! Tenelo hasta que venga su Mami, luego te vas a casa.
   La madre tardó hasta que el Banco cerró y pidieron que me retirara, estuve a punto de entregarlo a los custodios, pero el niño dormía y se me ocurrió algo. Su madre, cuando lo dejó tenía la actitud de adiós para siempre. Ambos vestían harapos.
   Mi mochila, con mudas y una Tía que me esperaba como visita molesta, sabía que en el Aeropuerto exigirían todo tipo de documentación del niño. Gasté la plata de mi pasaje en Farmacia para insumos del bebé, y en una veterinaria una valija mullida y fresca para el niño, que por vez primera me hacía latir el corazón desde algún lugar diferente. Soy, o era, una persona nómade, recorrí el “país del calor” en micros y camioneros gentiles. Todos admiraban a Pío, así lo bauticé y les resultaba extraño que yo, la madre, fuera de piel blanca, pelo rubio y ojos claros. En una frontera, que resultó la más caliente de todas, me detuvieron, dije que el Padre era un borracho sinvergüenza y negro, había abusado de mí a los dieciséis años y por vergüenza huí de mi Pueblo, para poder seguir con el embarazo de Pío.
   —Hubo toda una Aldea, con diez hombres armados, que buscaron al violador, pero no lo encontraron.
   Me mandé unas historias que ni yo las creía, pero ellos abandonaron, todos, sus escritorios y se sentaron a escuchar el relato. El Suboficial Mayor, me truchó unos documentos para Pío, juntaron unos dineros para el bebé y me llevaron hasta la siguiente frontera en vehículo policial. Se pasaban a Pío de brazo en brazo, que les sonreía con cacheticos para morder. Llegué a un lugar marino, de brisas suaves.
   Había una sola cabaña, con un morochazo muy amable, que nos invitó a pasar la noche, comimos pescado.
   Marco era pescador y fue esa la primer comida de Pío. Nos quedamos a vivir ahí, fuimos amigos, hasta que el niño cuando Marcos llegaba, le decía: —¡Hola Pa!
   Y Pa de aquí y Pa de allá. Él armó un altillo para que otro amor latiera allí arriba.
   Y latimos todos, se sumaron dos latiditos, mellizos a cuadritos.

    

jueves, 2 de noviembre de 2017

LA VOZ DEL OTRO


   —Vos viste cómo está la pobre Inés?
   —Si el tipo la humilló frente a todos, tomó demás y contó que Inés era una atorranta, él la sacó del barro, historias mendaces, más putadas no le salieron porque antes cayó al piso y la enfermera se comidió a echarle una copa de agua en la cara, con eso lo despertó y le ayudó a retirarse a sus aposentos.
   No le digo más nada porque ésta es rechusma, ahora me va a preguntar por la Enfermera.
   —Decime vos que la conocés bien. ¿Cuál es el roll de la Enfermera?
   —Qué pesada, mujer, tiene un contrato para cuidar a Inés de los desenfrenos del tipo.
   —Desenfrenos sexuales?
   —Pugilísticos, le pega mal.
   —Y la Enfermera?
   —A él le hace la paralítica, lo deja nock out y a ella la contiene. Es Profesora en Artes Marciales y Enfermera Diplomada. No habla, no le gusta que le pregunten, igual no contesta, hace su trabajo y punto.
   Inés era una mezcla extraña de melancolía risueña y secretos con llave. Considerada con el personal de la casa, cuando no estaba el marido, comía con ellos y aprendía ese lenguaje franco y directo que tienen los humildes trabajadores de toda la vida. Hablaba con ellos y narraba alguna desgracia de su pasado, remontaba algún chiste para no abrumarlos. Ellos querían y respetaban su ser generoso.
   Le impusieron ese marido desagradable, de muy joven, por sus riquezas. El Padre perdió su fortuna siendo jugador e Inés aceptó la imposición para no hundir las naves familiares. El marido era estéril, ella no pudo tener hijos, que los pensó como objetos amorosos, para cubrir el desamparo afectivo de su cónyugue. Cuando comenzó a descargar el odio con ella, Inés enfermó, no imaginó ser golpeada y trató de ocultarlo. Cuando pidió ayuda fue tarde, lo suyo no tenía cura. La llegada de la Enfermera echó paños fríos e Inés disculpaba el silencio de la mujer. Una noche de gritos agónicos, el personal recurrió a la policía. Inés yacía sin vida en la cama, la puerta tenía la llave cerrada por dentro. Abrió la Enfermera.

—Para el que quiera oír.-Dijo la Enfermera-. La Sra Inesita dormía como un ángel gracias a la panacea de morfina. Apareció el marido como una cuba, robó la morfina restante, tomó a la Señorita Inés como un muñeco de trapo, la arrojó al espejo. Nunca me sucedió, me paralicé y vi cómo la bestia respondía al llamado de unos truhanes que lo convocaban a seguir bebiendo en el bistró de la plaza. Los acompañé. Él fue el que me contrató como Enfermera, en ese lugar.