miércoles, 28 de octubre de 2015

PROVIDENCIAL

      Llama para pedir guita, trabaja once horas por día. Es bobvio que no tengo un mango, porque soy bobobvio. Los impuestos que pago me asfixian y mi respuesta es que no doy más, dejo de pagar todo y que se vayan todos a la reputa madre que los remilreparió.
      Mi hijo tendrá lo necesario, no voy a robar, es un estilo abyecto. Pero me puedo anotar como recolector de basura, piden gente, te llaman gente pero te tratan como animales. Mi hijo va a disfrutar su juventud porque es un derecho inalienable y yo sé que todavía puedo. Soy fuerte y sano.
      Si viene de visita, un amigo me presta la casa, no quiero que sepa donde estoy, da miedo.
      Mandó una encomienda con 20.000 pesos, zapatillas, una remera y una campera.
      Dice que su situación se revirtió, un amigo, de un amigo, de un amigo le consiguió un trabajo de gobierno. Casi vomito, si esta mafia es un gobierno, no quiero que él viva de eso, me dio bronca, venían las elecciones, le rogué que votara gente honesta, no verle más la jeta a estos ladrones asesinos impunes.

      Hoy llamó –Papá, largué el laburo, ¿Sabés que me di cuenta que tengo moral? Vuelvo a Tandil, vamos a recuperar nuestras dos parcelas. Llevo tres amigos, uno es veterinario, otro es ingeniero agrónomo y el tercero pone la maquinaria-. No me dejó hablar, como siempre. Igual le pregunté de donde sacaríamos el efectivo para sus socios. Hubo una pausa y contestó –Es como decía mamá “Divide y reinarás”-. Le dije que los esperaba en el campo. Cortó y lloré como un maricón.

lunes, 26 de octubre de 2015

CAMILO

El colectivo, lo tomo en la puerta de mi casa y me deja en el café. Siempre iba con chomba, pantalón y zapatos. 
Un día decidí ir en pantuflas, tenía los pies hinchados y era todo tan inmediato, que nadie diría nada. Otro día, quise ir con mi pantalón piyama y pantuflas, pero seguí conservando mi chomba.
Finalmente, encontré el atuendo más cómodo, para mi café de la mañana, un buen piyama, una bata de pirineo, último regalo de mi abuela. Nadie dijo nada, luego recordé que nunca dicen nada.
El café tiene doce cubitos de azúcar, que sumerjo de a uno, como un orfebre. Lo único desagradable, es que el café desborda la taza, el plato, la mesa y finalmente aterriza en mi bata de pirineo. No me importa, con la cucharita, tomo jugo de azúcar con café. Soy feliz. El médico me dijo que me voy a morir, yo le dije que él también.

viernes, 16 de octubre de 2015

CADA UNO CON SU CARAMELO


      De espaldas en la barra, tomando una ginebra, tenía un codo apoyado y otro levantado, la espalda formaba una diagonal entre los hombros. Zapatillas gastadas, una enganchada en el soporte del banco y la otra desmayada en el piso. Uno sentado bocetaba al hombre de espaldas.
      Es costumbre de la terminal, el micro esperado a las 20 horas, llega 21 o 21.30, según si pinchó goma, pisó la banquina o el conductor casi se queda dormido y el que lo reemplaza lo advierte y cambia de volante, más lento, seguro que más viejo. Sin apuro, le quedan doce horas más de trabajo en otras rutas que conoce de memoria. Los viajeros duermen, algunos con los cables en las orejas olvidan el mundo. Otros no pueden dormir porque un niño llora sin consuelo y pasan las horas, envidian a los de cables orejeros y les gustaría encontrar cinta de embalar para tapar la boca del niño chillonero.
      Llega a horario el micro del sentado que boceta, le falta un montón al dibujo, deja que el micro se vaya, por nada del mundo perdería ese modelo perfecto del hombre de la barra que pide –Pibe, servime otra-. Y el pibe, con ojeras negras, hace once horas que llena copas, copitas y agua mineral. El pibe piensa que no hay un mango y no se equivoca. Le sirve otra y le dice con voz neutra –Señor mire que no terminó la otra-. El hombre de espaldas contesta filoso –Hacé la tuya  pibe, de mí me ocupo yo-. Toma las dos ginebras hasta el fondo, se le desliza el codo en la barra y sueña. La boina azul con mareo le cubre el cuello.

      El dibujante se entusiasma y anima su trabajo con el hombre dormido. El pibe de ojeras se acerca al sentado y le dice –Está buenísimo, la verdá, lo felicito-.

viernes, 9 de octubre de 2015

SI QUERÉS LLEGAR RÁPIDO, VIAJÁ SOLA


      Si el ánimo es un estado, soy un estado de sitio paralítico, paranormal, para nada. Me derrumbo después de las dos de la noche y me levanto siete y treinta.
      Tomo los valium vencidos que eran de mi vieja. No voy más a terapia, porque no hablo, el terapeuta tampoco.
       Salgo reptando y sin ganas de pagar por un silencio molesto, donde el tipo durmió todo el tiempo y yo miraba el techo. Cada uno tiene la edad que se merece, me siento de ciento veinte. Hoy vino Sara, la señora de la limpieza y preguntó -¿Por dónde empiezo señora?-. Le pedí que me bañara, puso una silla en la bañadera y me lavó la cabeza pura grasa y el cuerpo con una esponja exfoliante. Es buena Sara, trabaja en el geriátrico de la esquina y viene unas horas por semana. Me secó con tohallas del lugar donde trabaja. Las de casa estaban negras, con olor a humedad añosa. Sara las tiró a la basura y robó dos juegos del geriátrico.
      Se cansó de tocar timbre y que no la atienda, opté por darle las llaves. La santa me hizo un juego nuevo, por si se me ocurría salir, su mantra es “uno nunca sabe”. Tiene un marido, es cerrajero y no quiso dinero, Sara dijo que me aprecia mucho.
      Hoy vino mi madre a dejarme plata, no dejó consejos y se lo agradecí. Por la tarde apareció mi hija llorando miseria, le di lo que mamá me dejó. Antes de irse resopló   
-Qué quilombo es esta casa, alguna vez podrías limpiar algo, o Sara es una inútil. Besito, besito, no te enojes conmigo-. Los besitos fueron hablados y el no te enojes es su permiso para volver a pedir guita, cuando necesite.
      Mamá sabe el yo te doy y vos le das a ella. Me regaló un sommier, sábanas y un acolchado. Almohada no, jamás usé ese adminículo levantacabeza. Tengo un gato que se llama Prudencio. No jode para nada, porque lo tengo tatuado en el brazo.
      Anoche festejé mi último cumpleaños, tomé todas las pastillas que encontré y estoy segura que voy a dormir para siempre.

      Pobre Sara, cuando venga mañana y me encuentre muerta. No dejé carta tipo “Sr. Juez”. Detesto escribir. Todos sabrán que fue un suicidio convencido. 

jueves, 8 de octubre de 2015

TANDIL POZO DE PIEDRA


      Le llamaban calles a cielo abierto, daba risa, dos cuadritas para caminar por el medio de la calle y de vereda a vereda, sólo los domingos. El resto de la semana circulaban autos, estaba prohibido el uso de caminar por el medio, era sólo para el tránsito vehicular, con sus escapes equivalentes a fumar dos atados de puchos. A mí me gusta tomar café en una especie de tablado que forma parte del bar y ahí sí se podía fumar y leer Clarín, evitando su compra. Los parroquianos se mataban por ese diario en particular. Había sólo tres o cuatro, que siempre estaban ocupados. Un señor gentil y solitario cuando notaba mi desesperación por encontrar un ejemplar, dejaba su lectura y me lo ofrecía. Todo un gesto para estos tiempos de cagarse en el prójimo. A su mesa se acercaban un señor de flequillo canoso y un empleado de banco, vestido de guerrillero, éste último era un loco mezcla de tributo a elementos de mandato que se contradecía con un humor entre cínico y cómico.
      El señor gentil faltó unos días y el de flequillito me anotició que el señor había chocado y sus piernas quedaron destrozadas, llegó el miliciano cínico y aseveró la noticia.
      Ninguno de ambos sabía dónde estaba internado ni el estado de gravedad del señor gentil. Me quitó el sueño, en ese tablado nos conocíamos y había días prósperos en que se hacían coros de puteadas a este gobierno ladrón compulsivo. En general sucedía con poca frecuencia, los bípedos preferían el tema “la pelotita”, ardían de entusiasmo por cualquier cosa redonda, fútbol, tenis, rugby, pelota paleta, bolita.

      Transcurrieron tres días y regresando de bancos y escritorios, venía el cafecito. Encontré al Sr. gentil sentado sólo y enterito. Llenó de alegría el día gris, le di un beso de bienvenida y desconcierto. El Sr. No había sufrido ninguno de los dichos de sus compañeros de mesa. Me salí del cuadro tandilino de vaca en manga y le dije que tenía dos amigos de mesa que eran dos hijos de puta. El Sr, gentil se reía y me daba la razón, mientras me entregaba “Clarín”. Cuando los vi llegar, tomar asiento, me dieron la imagen exacta de las épocas decadentes, sacar afuera lo peor del ser humano. Me incluyo, las mesas son tan contiguas que cualquiera puede tropezar y vaciar la taza del milico luser sobre su camisa, sus manos y su cigarro castrista y porqué no el agregado de mis borcegos pateando la silla del flequillito, cayendo de espaldas sobre un ñoqui del Ansés. Por un momento pensé en mi dios personal y me recé silbando hasta el auto, tenía una multa que tiré a la mierda. Sentí que era alta, soberbia, divina, como una platense cojonuda militante de los 70.

miércoles, 7 de octubre de 2015

EMPORIOS


       Cuando se conocieron pensaban diferente, Chaves decía que era pariente directo de Gath & Chaves, hubo un malentendido familiar y Gath se cortó solo.
       Era un negocio de varios pisos y vendían rubros diferentes en cada piso. Abarcaban desde diseños de indumentaria hasta tornillos. – Mis padres se hicieron tan ricos que si adquirían cualquier cosa ni preguntaban el precio. Fue un gran ejemplo en mi vida, no hay nada que me interese más que el dinero-. Le dio piedad, pero no sabía si era mitómano o soñador, hay gente que sueña en dólares y vive en una habitación con un anafe y un colchón. Casi todas las noches, o trasnoches, le tiraba piedritas a su ventana. Pérez le abría y lo veía con un aura tal de soledad que finalizaban en una charla con invitación a dormir. La noche de navidad del 63 Chaves le rogó que la pasaran juntos en un reducto de la vieja tienda. Gath la estaba  demoliendo, quedaba libre un tercer subsuelo donde no se  escuchaban cuetes ni fuegos artificiales.
      Los dos tenían en común detestar las navidades, los arbolitos, las luces de colores, el pan dulce y las bebidas. Pérez quedó asombrado con el lugar, sus dimensiones, mobiliario de los 50, teléfono blanco incluído (sin cable) y una lámpara con pantalla de tules oblicuos y flecos. Su amigo no mentía, allí la navidad no existía.
      Era hermético, una ex caja fuerte que la destrucción del edificio nunca encontró. Chaves preguntó solícito-¿Querés tomar algo?- Su amigo respondió –Para mí con un café y dos galletitas Express, estaría bien, si pudieras correr las cortinas sería perfecto-. Chaves le explicó que las cortinas eran virtuales, al igual que las ventanas dibujadas. –Pensá que es el único modo del aislamiento total-.
      Pérez sintió claustrofobia, sugirió un ventilador. De inmediato Chaves prendió un ventilador General Electric que giraba si-no-.
      Tomaban el café y mojaban las Express con el dedito meñique levantado, para parecer más finos.
     -¿Chaves, vos notás que el ventilador traslada aire, pero no renueva el oxígeno?-.
     -De eso se trata, Pérez, es un regalo de no navidad que te hago. Basta de cumplir horarios, de trabajar, de pagar impuestos, de casarse con novias, futuras histèricas, basta de cumplir años-.
      A esa altura de los acontecimientos, entrevió los ojos diabólicos de Chaves y entendió que uno no termina nunca de conocer a las personas. No supo si se desmayó o se durmió.
      Agradeció a dios, aunque él no era creyente, el sonido de la máquina amarilla que incrustó un diente en un ojo de Chaves y abrió la caja fuerte.

      Vió el cielo, se atragantó de aire puro, mientras Chaves preguntaba si no le podía ayudar a encontrar su ojo.

lunes, 5 de octubre de 2015

CANDELAS

No la conocí cuando escuché su voz ronca, que me nombró con un -¿Cómo estás negra? ¿Sabés quien soy?-. Miré sus ojos, las pecas y esa sonrisa todo el tiempo, nunca entendí cómo no le dolían las comisuras. La construyeron así, con una sonrisa, nunca estaba seria, ni hablando lo más terrible ocultaba la amabilidad de sus dientes. Había algo diferente en su cara, le faltaba la fuerza de su nariz judía. Se la hizo cortar y quedó como Aquiles sin talón. -¿Porqué hiciste eso, Fermina? ¿Quisiste anular tu identidad?-. Recordé que era bajita, pero sus plataformas modificaron su postura. Se casó con un goy, por eso la familia la discriminó, él no la defendió, se divorció. Su capacidad e inteligencia hizo que se recibiera en tiempo record de médica, su compañero actual vivía en Jerusalén. Los dos pertenecían a Médicos Sin Fronteras, ella era especialista en reconstrucción de tejidos y el compañero cirujano de lo que fuese. Trabajaban haciendo lo que los hombres deshacían. –Vivimos muy cerca de Palestina. No se puede tener descanso. Adoptamos tres críos con dificultades motrices, es obvio que viven en un kibutz. Tiempo, nos falta tiempo. Pero los vemos y a veces dormimos dos o tres días con ellos, son tan buenos, comprenden todo. Si los vieras, no tengo fotos, por precaución, creo que sos la primer persona que conoce la historia de estos años-. Habla Fermina, la dejo, se lo merece y más y todo. – Tenía un poco arruinado el mate, mi compañero sugirió que viniera un mes a mi tierra, ver mi familia, la única amiga, que sos vos y hace dos horas que estamos juntas. 
– Estoy en una ONG de Formosa, pero no tengo tu capacidad laboral, además acá viste cómo es, en vez de abrir puertas, cierran, tapan y ningún puto gobernante ayuda-. 
Se quedó a dormir Fermina, al tercer día empezaron mensajes extraños al teléfono, a los celulares, la maldita compu hackeada, la pura amenaza en argentino, idish, alemán y yanquis (los que más jodían).
      Cuando paseábamos por lugares diferentes notamos que nos seguían, algún auto, algún tipo disfrazado de deportista.

      Nos despedimos, las dos sabíamos que el triunfo de la identidad sobre la fuerza, produciría otro encuentro en un año o en cinco.

domingo, 4 de octubre de 2015

EMPRENDIMIENTOS INMOBILIARIOS


      Dormían plácidos, eran las once de la mañana, no se levantarían antes del mediodía. El sueño del domingo era la venganza de la semana del trabajo madrugador y cotidiano. Interrumpió el descanso un timbre, dos, tres, la vecina que tocaba el portero eléctrico con voz angustiada les pidió que bajaran de inmediato, algo terrible sucedía y se avecinaba algo peor. Él con sueño preguntó si había tiempo de vestirse, los dos estaban desnudos. –No, no hay tiempo, bajen por las escaleras, tomar el ascensor es un peligro-. Ellos tenían un año de casados y les preocupaba que lo otros advirtieran su pobreza, vivían en un departamento heredado, lujoso y austero.
      Ella misma cosía sus vestidos y los vaqueros de su marido con la marquilla incluida, en un costado, parecían recién comprados. Los sweters también los tejía la esposa, con diseños singulares que despertaban curiosidad -¿Dónde compraste esa belleza?-. Y ella contestaba sin darle importancia, -Creo que fue mi madre, lo trajo de EE UU o de algún viaje de esos que hacen ellos...-.
      El único gasto suntuario que hacían era zapatos y zapatillas. Su religión era la apariencia.
      Notaron que los cuadros se torcían y los caireles de una araña cliqueaban. Ella se cubrió con una bata hecha andrajos que perteneció a su madre y él, la musculosa con agujeros y una zunga fucsia, recuerdo de su luna de miel en Las Toninas.
      Abajo esperaban los vecinos que dejaron de temblar ante la parejita absurda. Una señora generosa dijo –Qué cosa a los jóvenes cualquier cosa les queda bien-.
      Comenzó un nuevo temblor, el edificio se derrumbó sobre sí mismo. Pasado el estupor que pone a la gente más estúpida de lo que ya es, tomaron conciencia que nadie avisó al portero y la portera del edificio.

      La única vecina religiosa practicante atenuó la culpa colectiva diciendo que él se acostaba borracho y ella, los domingos, tomaba cuatro tiras de rivotriles, para soportar los golpes que se daban mutuamente.

viernes, 2 de octubre de 2015

SIETE TORRECITAS


      Mi tía abuela Ema jamás pudo olvidar que pisé con bosta el extremo volante de su sayo verde malva. Cada visita que hacíamos miraba en el espejo de sus ojos aquella mancha imperdonable.
      Adoraba los caballos, montaba con su sayo verde al viento, se pensaba los cuatro jinetes del Apocalipsis en una sola persona, ella misma.
      Le gustaba la longevidad de toda su familia y sentía orgullo de la suya. Siempre estaba a punto de morir, pero no sucedía. Sus seres queridos lloraron tantas veces sus falsas agonías que cuando dios por fin se acordó de llevarla, a nadie le cayó una gota de los ojos. Sólo uno de sus sobrinos preferidos rompió todos los muebles de la cocina, cuidando que fueran los de fórmica. Raro su dolor y extraño el testamento.
      El piso de Buenos Aires, Chacabuco 584 quedó para mi tío, la casa de Chascomús, Quintana 78 también fue  heredada por mi tío. Las seis mil hectáreas del campo se dividieron entre papá y mi tío.
      Yo amaba sus piedras color cielo y mar, esas quedaron en los bolsillos de vaya a saber quién, el día del velatorio.
A mí me dejó su sayo verde malva con la mancha color verde bosta en el extremo.
      Quedó la casa de Montevideo, que donó a la iglesia para ganarse el cielo. Durante unas vacaciones acompañé a mi abuela a ver la casa de las siete torrecitas.
      Ella era una santa que acompañó a su hermana vanidosa hasta su muerte. Tembló de espanto al ver transformada la casa de su infancia en un prostíbulo VIP que los curas vendieron a un empresario ignoto.
      Mi abuela no tenía consuelo, la abracé fuerte.

      Advertí que aquella mujer permanecía en mi memoria, como la más alta de la familia. En mis brazos era bajita como una niña con frío. La invité a comer el típico chivito uruguayo. Estaba tan contenta que luego del vino confesó que su hermana Ema tenía maldad pos mortem, confundir un cura con una puta, era un colmo y le pareció perfecto que yo pisara su sayo verde malva con bosta de su propio caballo. Fuimos caminando de la mano hasta llegar al río. 
Nos metimos vestidas para que se nos fuera el jet-wine que tuvimos ambas.