Mi querido auto
rojo bolita, con varios abollones que no pienso arreglar, chocó con un macetero
enorme en el estacionamiento. Quedó partido en cuatro, un montón de tierra, su
contenido y un ficus que agonizaba. Acostumbro tomar un café, comprar cigarrillos
y cruzar a la plaza, donde luego de terminar medio café, la otra mitad la
derrama mi torpeza. Me fumo un pucho y le doy tres vueltas a la plaza arbolada.
El Encargado no
aceptó que le pague la maceta estrellada. Un acto de generosidad, en tiempos de
cuarentena. Fue una devolución por ser cliente permanente, gastar más de lo que
tengo y dejar propina.
Mi Viejo me
enseñó que la propina es de buena educación. El mismo día se quemó mi estufa
eléctrica. Hizo cortocircuito y no prendió más. Fue el día más frío del año, en el
lugar donde leo, escucho música. Tengo encuentros diarios con mi hijo, que hace
más de cien días que no veo. Él vive a mil kilómetros de mi casa y la compu
arregla encuentros virtuales, no es lo mismo, pero es lo que hay.
Salí a comprar
una estufa, los horarios eran tan arbitrarios, estaba todo cerrado. Como sin
querer, vi en la vidriera una estufa, una sola. No pude elegir y me llevé esa
marca pirulo. Me costó lo que me quedaba. Los comerciantes, del pollo
aprovechan todo. Cuando estaba entrando al garaje, pasó un tipo y me la dio, no
a mí, al auto. Por putearlo cerré la puerta con mis dedos adentro. ¡Ay qué
dolor! ¡Ay qué dolor!
Entré la estufa
que pesaba medio kilo, me enganché el pie con la alfombra y caí de boca sobre
las llaves. Me importó más prender la estufa, que la sangre que me salió de la
herida. Puse la bolsa de hielo sobre mis dedos. Llegó mi mejor amigo, que en
vez de preguntar por mí, preguntó por el nuevo bollo del auto.
Luego encontró
dónde estaba la herida y él mismo me curó.
—Esto debe ser,
porque te hiciste mala sangre. Se cura solo, no te pongas nada. ¿Cómo te vas a apoyar
bolsa de hielo sobre los dedos, con el frío que hace?
Preparé mate,
que nos quemó, pero nos dio calor. Fumamos flores, cosecha propia, anestésico
excelente. Al rato no sentimos nada. Nos acostamos bien cerquita del calor, nos
tapamos con una frazada y descubrimos las cosas maravillosas, que ocurren
debajo de una frazada.