Caminaban por
las cornisas, mejor que los gatos. Entraban en las cocinas abiertas y robaban
moneditas. Su hermana los acompañaba, por la resistencia y el equilibrio, que
tienen los que aprendieron Danza, de chicos.
Ella intrépida y
audaz saltó a casa de ricos y pudo robar billetes grandes. Se jactó ante sus
hermanos por su propia hazaña.
—Qué soberbia y
boluda, todos estamos en lo mismo, tenemos la caja llena.
El mayor les propuso
comprar armas de juguete, para bajar aún en las casas. que cerraran con traba.
La hermana, para ser aceptada, tuvo que compartir lo robado en partes iguales.
Siguieron el
camino de las cornisas y bajaban en cualquier casa. Estaban munidos de sus
armas de juguete, a cualquier grande que
los sorprendiera, responderían con el clásico: —Arriba las manos, denos todo el
dinero que tenga, en billetes, o en dólares, monedas no aceptamos.
Tenían sus caras
cubiertas con máscaras negras. En una semana, juntaron una cifra equivalente al
sueldo de su Padre. La noche de luna llena, la hermana prefirió bajar ella
sola, sus hermanos la custodiaban de lejos. Entre tantos árboles no podían ver
nada, pero sí escucharon un disparo verdadero.
Nadie vio nada,
sucede que la gente en estas circunstancias, se esconde por miedo. Los hermanos
despertaron al Padre: —No pudimos saber quién fue, pero nos parece que el
disparo, provino de aquella casa.
El Padre fue el
primero en ver a su hija, en aquel jardín, cubierta de billetes. Yacía muerta,
con el arma de juguete en la mano y el Viejo que le disparó, arrodillado a su
lado, le pedía perdón, cuando ella ya no escuchaba nada.
Apareció la
Madre, que antes de desmayarse, dijo: —¿Cómo así…?
Mientras el
viento hacía volar, los billetes ensangrentados.

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