—La Sra Mecha,
vino a visitarla, ¿la hago pasar?
Amparo me habla,
no escucho lo que dice, hago un esfuerzo y ella dice, me doy cuenta porque
mueve la boca y hace gestos absurdos para despertarme.
Presto atención,
no escucho nada, entra Manucho con cara preocupado, habla a los gritos, tira
mis libros apilados. Pero no hay caso, no escucho nada, ni los sonidos potentes
de la calle, ni la vecina que habla a los gritos.
—Decime Amparo,
¿podés ir a la Farmacia? Pediles algo para abrir mis oídos.
Trajo gotas que
no me hicieron nada. Entró Mecha y me hablaba, o me parecía o no sé. Me
subieron al auto de Mecha y me llevaron a una Guardia. Manucho me abrazaba,
sentí algo placentero, un inmenso espacio de silencio.
El Médico entró
como un ciclón, seguro por nuestro apellido, sin un mango pero con un
prestigio, que nadie sabe cómo empezó. Me levantó Mecha y me acostó en un
sillón de respaldo de muchas posiciones. Vi al Doc, acercarse con sus instrumentos
y le señalé papeles y una lapicera, donde escribí: “Doc por favor, escriba lo
que Ud ve, porque el dolor me está matando.”
Me revisó ambos
oídos y contestó con inmediatez, con esa letra infame de Médico, pero me
alegré, porque con esfuerzo entendí lo que escribió: “Sra, le pido que tenga
paciencia, pero no le voy a andar con vueltas, sus oídos tienen el tímpano
perforado, el oído medio y el interno, se encuentran lastimados, como si fuera
con intención, tienen un sangrado importante. Le colocaré estos tapones”.
Manucho y Mecha, querían explicaciones mientras el Doc
cerraba los labios apretado. Noté que les pidió que se retiraran.
“Ud toma
psicofármacos, ¿son recetados?”
—Me los prepara
un amigo, el único que tengo que es de fiar, cuando la tristeza me come el
alma, se nota que siempre tiene hambre, recurro a las pastillas, me quedo en
estado Alfa y mirando desde el sillón, comprendo que tomé casi un blíster.
“Sra, yo pienso
que su sordera es absoluta y no tendrá solución, le voy a dar el nombre de dos
eminencias, tal vez ellos…pero tal vez”.
Todo lo que
hablamos y las tarjetas eminenciales, las escondí dentro de la cartera. Cuando
salí del consultorio, Mecha parecía darle consuelo a Manucho, sosteniendo sus
manos agitadas.
Fui al
Sanatorio, donde atendían los prestigiosos, estaban ambos esperando. La
historia de mi apellido, otorgaba privilegios, además de la información del
Médico de Guardia, que había tenido una charla previa.
Con una
tecnología complicada, me realizaron varios estudios. Mis dos tímpanos habían
sido penetrados por un taladro de brocas muy delgadas. Fue una práctica
realizada sobre mi persona anestesiada.
Todo lo
acontecido fue explicado y dibujado en una pantalla, también el diagnóstico y
los medicamentos para calmar mis oídos. Me dieron un turno para la semana
siguiente. Adelantaron que no existía ningún tipo de operación, para reparar el
daño que fue absoluto.
Llegué a casa, a
paso lento, buscando lugares con los ojos. En el hall de entrada encontré a
Manucho y Mecha, en situación de besos plenos. Fui a buscar, de inmediato, el
taladro al garage, le puse la mecha más gorda que encontré. Quité los zapatos
para que no me escucharan, qué ironía, les taladré las espaldas y me dio risa
verlos como dos coladores. No lloré, después de todo, cualquiera puede
equivocarse.