sábado, 31 de agosto de 2019

LA CRIADA



   Qué linda pinta para sirvienta, lindos ojos, boca grande, bien vestida, con traje de ocasión y zapatos, no los miré, porque no me dio tiempo. Nos quedamos tan sorprendidas de nada, Elena observaba la casa por encima de mi hombro. Nos presentamos con distancia, ella estaba contratada para ser una Sirvienta, me dijo su nombre sin apellido y yo le dije el mío, Solita De Las Mercedes Elisondo Del Cerco.
   —Debe estar muy bien acompañada, con todos los nombres que tiene, pero se la ve muy solita.
   La paré en seco, opinaba y las sirvientas no opinan, limpian.
   —Paremos con esta charla, el uniforme cuelga del perchero, se lo compré gris oscuro y es de hule, para las manchas. Elena, empiece por el baño, tiene que estar impecable y los objetos en fila, el cepillo de pelo, el peine, el shampoo, el vaso de plata para el dentífrico y el cepillo de dientes vertical, con las cerdas mirando hacia la pared. Ah, me olvidaba de su salario, lo hablamos cuando termine la tarea, de acuerdo a su rendimiento, será la devolución, no sé si está claro, yo le pago primero y enseguida me lo devuelve. Es lo que le voy a cobrar, por ser mi mejor amiga, iremos al Cine, al Teatro, a comer afuera, me refiero a comer en el patio. Al día siguiente me trabaja de siete a diecinueve y empieza a ser mi amiga. Yo la voy a llamar Helen y Ud me dirá Alón, allí nos tutearemos siempre, en su trabajo se cae de maduro que no. De a ratos daré una vuelta para controlar su tarea y señalar lo que está mal. En cuanto a los elogios, de mi parte no los espere, no es mi costumbre.
   Lo que no me dice esta mujer es que los fines de semana, cerca de las tres de la mañana, entra un hombre por su ventana, logré verlo con la luz de la calle, es joven, de melena tomada con una gomita. Se escucha un ruido como de chupar. Le encontré en su pieza, bajo la cama, botellas de whisky y ninguna copa. Imaginé que se pasaban la botella, prescindían de la copas. Después venía un sniff, sniff, las mañanas siguientes, había restos de polvillo blanco en su mesa de luz redonda, el polvillo era molido y dispuesto en filas paralelas perfectas, una Gillette acompañaba el conjunto. Quedan exhaustos, duermen hasta la medianoche del domingo, el joven salía por donde había entrado.
   Dijo: — Elena, este fin de semana no voy a estar, debo salir ya mismo, mi Padre agoniza.
   Le deseé lo mejor y ella contestó: —Lo mismo digo, para vos lo mismo digo.
   La estadía se extendió un mes. El dolor de su Padre la hizo olvidar los placeres del fin de semana. Su olvido me resultó encantador, el joven se quedaba la semana completa, hacíamos el amor chancho o poético. Usamos la casa completa, la bañadera de hidromasajes hacía de nosotros un Adonis y una Venus. Las invenciones nos brotaban sin límites. Nos tomamos todo el whisky que había. Una noche me convidó con las rayitas blancas que se dejó Solita, me salió sangre del a nariz y lo azucé con tanto ímpetu, que llamó a un amigo para reemplazarlo. Y así las cosas, Solita se quedó a vivir en casa de su Padre, el día que llamó dijo “Cuidate, querida mía, me parece que mi estancia aquí, es vitalicia.” Casi le doy un abrazo telefónico. Cabalgué toda la casa, con un desenfreno tal, hasta que descifré cómo podía sobrevivir sin dinero. Empecé a vender, de la buena. Venían jóvenes a comprar y los que estaban Guauu!, se quedaban y les asombraban mis energías.
   Consulté con un Médico, y diagnosticó Fiebre Uterina Permanente. Preguntó si alguna tarde podía visitarme. No me pude negar. Me resultaba imposible decir “no”.

viernes, 30 de agosto de 2019

EL DESAMPARO



No vive en una casa, no come en una mesa, tiene un Padre que se fue y una Madre que ni puede imaginar. Ningún amigo para caminar, ni hermano. Hay un basural a cielo abierto, allí procura su alimento, hay cada vez menos comida. Uno que lo llamó: —Amigo, esto te lo regalo.
   Después de escuchar a muchos decir “Amigo”, era una forma de atender alguien desconocido. 
—¿Cómo me vas a regalar un chorizo crudo con gusanos? ¿Qué te pensás que soy?
   El Amigo se revolcó en la basura. —Sos un tipo igual que yo. ¿Vos te pensabas que eras mejor? Andá! Andá, antes que me arrepienta, de algo que se me ocurrió.
   Él siguió caminando hasta que terminó la basura, en un límite de alambre de púa, donde colgaban estampitas, trapos atados, gatos muertos hacía mucho, un rosario por la mitad y tres chimangos vivos que volaban y volvían, más feos que el chorizo con gusanos.
   Cuando pudo pasar una tranquera que decía “Prohibido Pasar”, lo rodeaban pinturas que decían “Puto”, “andá a la mierda y cómela” y cosas, por escribir alguna pelotudez. Aprendió a leer en la calle y a escribir viendo a otros en casa, se notaba, tenían aerosoles y se reían de sus dibujos porno y los nombres que dibujaban.
   La noche del basural se le durmieron las piernas y cayó bajo unos fresnos hojudos y soñó que era su casa y el techo eran las hojas.
   Escuchó un motor que se acercaba, por suerte no era la yuta, era un auto hecho pelota y una pareja que salió y se dedicaron a coger, eran más chicos que él. En el momento más álgido de la pareja encontrada, él sacó su revólver grandote, que le habían regalado en el basural, hacía unos días, fue un regalo que en algún momento iba a usar.
   Entonces le disparó al tipo y después a la mujer, los remató por si vivían. Les buscó en los bolsillos, tenían 250 pesos y un celular nuevo, que él mismo atravesó con una bala. —¡Uy dios, lo que me perdí!
   Subió al auto hecho pelota y anduvo derecho cuando agarró la Avenida. No había nadie en la calle. En una esquina hubo dos yutas que le tiraron una mochila adentro del auto inservible. Y jugaron a ver cuántas balas necesitaban para matar al pendejo, con una era suficiente. —Te dije boludo, las demás son laburo, hay que juntar los casquillos, son cinco. Rápido, vamos, antes que algún forro nos vea. Tengo hambre de pizza a esta hora y con nuestras pilchas, no tenemos que pagar…qué cosa rara me pasa, cada vez que matamos un pendejo, después me dan ganas de festejar, con una empanada y un vino…terminamos nuestro turno.

jueves, 29 de agosto de 2019

SALITA VERDE



   —Mi hermano preguntó por vos, dijo “Mirá cómo las chicas crecen, antes era una tablita, me parece que en primavera, esos brotes le van a explotar y la voy a atrapar, no sé cómo, pero si no sos estómago resfriado, te contaré después mi estrategia”.
   Mirá si no le voy a contar a Rosita, que le gusta desde el Jardín y cuando creció un poco confesó que lo quería, pero Paco ni cinco de bola le daba.
   —Rosita, estoy casi segura, a mi hermano le gustás, si dice que buscará estrategias, más que algo le interesás. Empezá a usar ropa más ajustada, ponete push up, aunque no necesitás, si las embandejás quedará sorprendido y mostrá el culo con calzas sugerentes, que se vea que en ese culo se puede tomar un café y con el codo apoyado.
   ¿Y cómo salgo de casa así?, mis viejos me matan o me secuestran el celular o me dejan una semana sin salir. Yo le pido a Cata, que me deje cambiar en su casa. Ella duerme en un altillo y la fiesta se hace abajo.
   —Te pido que me dejes cambiar en tu casa, de paso vos me pintás.
   Espero que no se entere mi hermano, se va a ir a los bifes y Rosita es frágil, virgen y sus límites no existen. La bestia de Paco, no se va a conformar con un beso. Tenía razón, tengo el estómago resfriado, si yo no le hubiera contado nada…se me fue de las manos, es hora que Rosita aprenda por su cuenta.
   —Cata, me estoy dando una ducha, además de ropa cool, quiero estar limpia, no golpées, entrá nomás.
   Y entró, era Paco, ella se envolvió en una bata y su compañero de la Salita Verde, la tiró en la cama y entre violencia y torpeza, le tapaba la boca, Rosita lloraba con ojos cerrados, cuando por fin él, se fue con cara de winner. Ella miró la cama, había sangre. Entró en la ducha sin alegría, las sábanas y Rosita, mataron con jabón la desgracia. Se vistió con lo que tenía, se pintó como un mapache los ojos y la boca roja hasta la nariz y la pera.
   Cata corrió a abrazarla. —¡Tenía novia! Y yo no sabía nada, me tenés que perdonar, por favor!
   Rosita, con toda su fuerza, como los locos, se tiró encima de Paco, le arrancó toda la ropa y lo dejó en pelotas, frente a sus Padres, su Novia y toda la fiesta. Cata puso en marcha el auto de sus viejos y la buscó por todas partes y no estaba. La buscó hasta que se le cerraron los ojos y chocó contra un camión, se la llevaron y sobrevivió un par de horas.
   A Rosita la siguieron buscando, pero nunca más se supo de ella…

miércoles, 28 de agosto de 2019

HAY PANTALLAS EN LA CALLE


    

   —Falleció hace una semana, no esperó que el cuerpo se enfriara, ahí la tenés, del brazo de su Cuñado, creyendo que al Teatro Colón hay que ir vestida con oropeles. Entre el rodete de tres pisos y las plumas de pavo real, no va a dejar ver a nadie.
   —Mirá, Finita, tiene un palco avancé, el Cuñado lleva un jaquet del finado y la pobre mujer del cuñado, con su vestidito gris demodé y una mantilla de misa, además lleva un rosario en la mano.
   Pina dice todo eso, porque me lo escuchó a mí. Se enteró que hoy toca Macata Perujín, con el Maestro de Orquesta Berimbau.
   —¡Gracias, Finita, por invitarme, sos tan culta que te diste cuenta que yo también. Después vamos a tomar unas copas cocteleras, al Edelvis. Hay un chico que los prepara, que salís caminando por el techo, tenés que tener mucho cuidado con los caireles.
   —Pina, ¿qué te pareció el Concierto de la Perujín, decime la verdad.
   —Lo que escuchaste fue la verdad, Perujín salteó algunas notas, se odia con Berimbau. Y sus pelos parados merecen un shampoo, un baño de crema, encima de loca es mugrienta y no me hagas hablar más. Podemos ir caminando, queda aquí nomás, en Edelvis no nos van a cobrar, me vengo a poner en pedo y a la cuarta copa me derrumbo en un sillón. Viene el Dueño a levantarme y el Mozo, como si fuera un Lord (es un negro de mierda que no conoció a su Vieja), me ayuda a ir al toilette, nos encerramos y le echamos doble llave, él coge tan bien, que doble también es el polvo. A veces una cuatrifecta, ahí le dejo una propina que excede sin darme cuenta, que en el bolso no quedó nada.  
    —Pina, ¿vos la viste a la desgraciada overdress? Apoyada en el brazo de su Cuñado y no se sentó ni en el palco, cuando la Perujín subía las notas, a él se le subía el braguetón, ¿vos sabes que la pobre mujer le desabrochó los botones? Se fueron detrás del cortinado, que se movía todo el tiempo. Yo me di cuenta porque la pobre mujer, se balanceaba, hasta que les cayó el cortinado encima, allí dejaron, era evidente, la pobre mujer casi se ahoga debajo de aquellos trapos. La gente de la platea miraba con binoculares, esa escena inolvidable, para olvidar el Concierto, que no terminaba nunca. Su Cuñado levantó a la pobre mujer, dejándole al descubierto los cuatro pelos que le quedaban. Ella siguió a su cuñado, colgado del brazo y exhausto, para ayudarlo llevó a la pobre mujer alzada. Todos reían a su paso, su Cuñado dejó afuera sus dotes, casi sin uso. Le dio tanto odio que arrojó a la pobre mujer en un conteiner. Ella seguía colgada, pero esta vez no era del brazo, se metieron en un callejón. Allí estaba todo negro, así que lo que pude ver fue a ella arrodillada, tomando una mema, mientras él la acercaba un tiempito, hasta un provechito final.
   —Finita, me encantó lo que observaste y quiero saber mucho más.
   —Hagamos como en Netflix, en el próximo capítulo sigo con la historia, “Pina escucha, Finita dignifica”.    

martes, 27 de agosto de 2019

LOS LOBOS



   —La chica Veriver vive sola, tiene una casa Ex Embajada de Catapultala, le dan ataques de gritar las noches de media luna.
   Hacía tiempo que vivía a una cuadra de las Carmelitas. Me sentía segura y como no leía diarios, ni escuchaba, ni miraba, no supe de las valijitas y las valijas, de la complicidad de las monjas con el poder. Mis sobrinos me contaron y yo les decía que sí con la cabeza. Igual me daban seguridad y a lo mejor lo que decían eran mentiras.
   —Yo también escucho sus gritos, Miss Mary, pero como Veriver quedó sola cuando los Padres se fugaron a Catapultala. Antes hablaba, decía que volverían por ella cuando las aguas calmaran. Sería mejor consultar con la Srtas Wilson, su Padre también era Embajador, pero enemigo acérrimo de Catapultala. Es más, decía que ese país ya no existía, como era una islita, con tres bombas lo desparecieron.
   —Me parece necesario salvar a la Srta Veriver, vamos las dos Miss Wilson y Mrs Benethon, que soy yo. Nos reunimos tres horas antes  y a la chica catapultanesca le avisamos por el muro alto que la encerraba, cuando hayamos acordado todo tres horas después.
   Ella no quiso salir, tenía más miedo que ganas de escuchar. Nosotras le gritábamos, —Tenemos tu solución! Y hacenos pasar, mi querida Veriver.
   Cuando entramos a la sala de recepción parecía una selva con senderos. De cada baldosón roto, salían especies extrañas de flores rojonaranja y palmeras tan altas, que habían hecho un enorme agujero con luz. Para nosotros fue como estar de vacaciones. En el patio de la casa, había una alberca y toda clase de reposeras de bambú y sedas añosas. Después de recorrer el paisaje, miraron a Vetiver, cruzada con varios vestidos de andrajos y un cuerpo tan bien repartido que parecía una cariátide de gláciles movimientos.
   Agradeció que diéramos cuenta de su existencia. Pidió perdón por los gritos, pero llegaban los veinte y no daba más de ganas…de ganas de ser feliz.
   Su Madre se lo decía: —Esperá la media luna y gritá con toda tu voz.
   Tal vez, por olfato, los primeros que aparecieron fueron dos lobos violentos, con tantas ganas de amar que le mordieron el cuerpo y le pasaban sus lenguas ásperas para curar las heridas.
   Una vez saciados, los lobos se retiraron. Muchos dicen que fueron a las Carmelitas, donde fueron recibidos como novios que se perdieron.
   Luego de aquella pesadilla, aparecieron hombres de edades disímiles, pero viejos ninguno. Ella contaba: —Una vez curada seguí con mis gritos, tan altos, que aparecieron siete hombres con sungas de distintas Embajadas aledañas.
   Y entendían aquellos pedidos de la Srta muy distinguida. No esperaron la media luna, arremetieron como si de una batalla se tratara, el que llegaba primero, obtendría media hora con la Princesa insaciable. Uno de pelos trigosos, de postura “déjalo ser”, casi igual a Miss Mary, se presentó vestido y tomándole la mano le pidió que le contara cómo fue su vida y esos gritos dando pena, ¿por qué encerraban tanta soledad? Ella le relató con voz de niña, después le contó de él. —Mi Madre es Miss Mary, todos la ayudaron a esconder ¿viste cuánta hipocresía, manipular familias tan normales? Quiero que durmamos aquí los dos solos, pedir que se vayan todos. Mañana se amarán nuestros cuerpos. Y por favor, no cuentes más lo de los lobos, vos sabés que es puro cuento.   

lunes, 26 de agosto de 2019

LÍDER DIFERENTE



   Varias aulas tenían horas de clase, con el Profesor más alegre, histriónico, creativo y además con talento. No existía faltar al Colegio, a los que le dolía la cabeza, los agarraba de los tobillos y los tenía tres minutos perpendicular al piso y chau dolor. Al principio era un mareo placentero y después nos curábamos. Hacíamos quinta y los frutos y las hojas sustentaban un almuerzo nutricio.
   Teníamos turnos para limpiar la cocina y otros se encargaban de los pisos. Prescindíamos de Portera. El Ministerio de Educación lo premió con una medalla por su invención del libre albedrío pedagógico. Abolió las notas, todo teníamos siete.
   Los fines de semana lo extrañábamos, eran sus días libres, para estar con su novia. —¿Vieron los ojos del Maestro Tupac los lunes?, los trae entornados, la novia debe ser más jodona que él.
   Habla por celular en el recreo y es ella, porque se escucha: “Sí amor…, te lo juro, amor.” Todos dedujimos que la novia de Tupac, se llamaba “amor”.
   Hace tres años, él empezaba las clases llorando y no se podía detener. Todos estábamos tristes. Tupac no comía ni dormía, dedicaba el día entero a llorar. Fue la Directora y le preguntó qué le había sucedido. —Mi novia me dejó y este dolor me hace llorar día y noche.
   A esa altura no podía contestar, sólo lloraba. Como no dictaba clases, el Ministerio de Educación hizo saber que ese año lo dábamos por perdido, eso decía el Protocolo.
   Nosotros íbamos igual al Colegio, leíamos nuestros libros, unos a otros, dábamos exámenes frente al escritorio vacío y nos poníamos siete a todos.
   Un día de sol nos sorprendió, entramos a las aulas y el agua nos llegaba a las rodillas. Tardamos en darnos cuenta que no era una cañería rota como todos supusimos. Con el agua a la cintura, estaba Tupac, de sus ojos provenían lágrimas, con la fuerza de dos cataratas, quisimos sacarlo de allí.
   De a poco las lágrimas mermaron, Tupac se puso de pie.
   —Ahora les doy la primer Clase, necesitamos todos los secadores que tengan en cada casa. Nos van a quedar las columnas y los brazos, hechos pel…digo cansados.
   Mientras él pasaba el secador como un campeón de secado, hablaba solo, era natural después de tanto silencio.
   —Esa zorra de mierda, las cosas que me hizo pasar y yo le decía amor, a la traidora que se fue sin avisar y me hizo quedar como un boludo. Lloré hasta que me sequé y ahora quiero tomar toda el agua del mundo, para poder olvidar y a la turra putarraca, que se vaya a recagar.

domingo, 25 de agosto de 2019

SANS HONTE


  Fui contratada de acompañante por su sobrino.
   Mi trabajo consistía en contarle cuentos diferentes, todas las noches, antes de dormir. La mujer era adinerada, tenía una mujer para rascarle todo el cuerpo, por su cansancio de movimientos y un tropel de servidores para mantener el lugar y vigilar cualquier movimiento extraño. Ni bien me hicieron pasar, se puso ansiosa por saber de qué cuento se trataba. —Los cuentos son sorpresa, si no, no vale la pena leer, mi estilo es poco suntuoso y ecléctico.
   Me pidió que me sentara en una butaca de almohadones almidonados, ella tenía un camisón almidonado y luego de mirar cualquier detalle, tenía almidón. Hasta la que le rascaba, vestía una funda blanca y almidonada.
   —Sé que su nombre es Lola Mora, la escultura preferida de su Señora Madre, según contó su sobrino, le gustaba que la llamaran Lola. Mi nombre es Juana Azurduy, igual prefiero sólo Juana.
   Usaba una cinta negra de terciopelo, con una camelia blanca y el pelo todo junto con dos horquillas, que le daban aspecto de pirámide.
   —Lola, ¿cuántos años tiene usted?
   Se rió con el pecho que subía y bajaba. —Los que usted quiera, Juana, la verdad, que ya me olvidé.
   Esta mujer tan distinguida, alejó a todos los hombres, por su voz de mandato imperial y sus pedidos absurdos, como el que contó su sobrino:  "Un día tocó la aldaba  a su casa Monsieur No Sé, un maniquí vivant, con todo el savoir faire mundano. Luego de presentarse, le ofreció qué podría otorgarle, que no fuera un lugar común y Lola le contestó: —¿Puede usted quitarse la ropa de la cintura hacia abajo?, no tema, no le haré nada, es sólo para ver qué cosa tienen entre las piernas los hombres, que a las mujeres las vuelven locas y a otras desilusión.
   El francés comenzó de inmediato a quitarse la ropa, con mucho respeto y sigilo. Lola quedó prendada de la camisa que caía de sus hombros, con olor a déjà vu y el exquisito fular, que le rozaba la frente cada vez, intentando mirar lo que no podía con sus lentes, usó el monóculo de cristal, que siempre colgaba del cuello, le pidió al Señor No Sé, sin mostrar ningún rubor, que levantara su camisa y se corriera el fular, y dijo Lola: —Qué maravilla esas circunferencias de un color tanto más claro, que esa especie de picaporte que cuelga.
   Cuando Lola lo rozó con un dedo, se levantó como exigiendo algo más. Todos estábamos de espaldas y no queríamos ofender a Monsieur No Sé. —Por favor, Juana, alcánceme el alicate, quiero tener un recuerdo.
   Nadie imaginó que Lola cortara tres milímetros del prepucio.
   —Por favor, Juana, alcánceme un frasquito de formol, que tengo en mi mesa redonda. Será un recuerdo hasta mi muerte.
   Monsieur No Sé, quedó pasmado y no pudo bajar aquél picaporte sangrante, que tuve el honor de vendar con gasas blancas almidonadas. Se fue sin saludar a nadie, apenas podía caminar.
   —Mirá, el franchute cobarde por un apenas de menos. Bueno, al menos se fue mi intriga, la diferencia entre un hombre y una mujer, es que ellos tienen un pedacito más.  
   La anécdota corrió por toda la alta sociedad. Ningún hombre, ni el Jardinero, dirigió la palabra a Lola, mucho menos para pedir su mano.”
   —La Señorita se ha quedado dormida, tiene los ojos cerrados.
   —Pero estoy despierta y bien despierta.
   —Le pagaré más que a mi sobrino, su cuento fue una obra de culto, por favor, venga mañana, si le es posible más temprano. Traiga otro de sus cuentos, plenos de malas palabras, le será fácil, lo que más tiene este mundo, además de las guerras y hambrunas, son las malas palabras.

sábado, 24 de agosto de 2019

LA INVASIÓN DE LAS PALABRAS



   He leído los cuadernos de Cesárea.
   En horas no adecuadas, no comía, no almorzaba, me buscaban, pero me diluía. Iba a dormir con una candela encendida toda la noche.
   Desde que encontré los cuadernos de Cesárea, en el fondo de un sillón, molesto por lo rígido, nadie lo usaba. Semi oculto en un cortinado empolvado. Cuando los descubrí, pensé que había encontrado los secretos de la vida. No los de Cesárea, los míos. Era ella la que escribía y yo le contestaba con palabras pobres, gastadas, imitando poetas olvidados. Cesárea resucitaba en mis cartas. Buen susto me llevé cuando vi su perfil dibujado en un cuaderno de Cesárea. Cuando escribí mi siguiente página, le devolví mi perfil casi idéntico al suyo, pero yo llevaba peluca de hombre.
   Escribió que de niña, trabajó de esclava en mi casa, cuando se iban los hombres, que algún aprecio le tenían, le daban unas sandungas, porque en su cuerpo moraba el diablo, que era capaz de matar a todos juntos, o si no, de a poco a todos.
   —No es posible que creas en semejantes falacias, sos un buen chico, inteligente. ¿Por qué, Guillón haríamos eso?, si Cesárea era la alegría de nuestra casa, la dejó su propia Madre, que se fue con un hombre que no quería tener un hijo y encima mujer.
   Cesárea inventaba cosas ensoñadas y absurdas, consultado el mejor Galeno de la comarca, sugirió aquel regalo, un cuaderno con un lápiz, para escribir lo que le diera en gana inventar.
   Los cuadernos de Cesárea, numéricamente, crecían con su edad.
   En una última carta le preguntó a Guillón, si no quería acompañarla, en ese trayecto, que presintió como final. Guillón le contestó que la seguiría hasta que ella quisiera, y él se atreviese.
   Él bordeaba el río por las mañanas, su cabeza repleta de Cesárea, podía descansar, desayunar con su Madre, que siempre respetó sus ausencias.
   Un atardecer, de ver cosas que no existen, la vio a Cesárea caminar por el río y con el cuerpo agotado, sentarse en una tumba cualquiera.
   Guillón le tuvo miedo a la imagen, la propia Cesárea era él arrastrando un bolso imprudente, hasta donde divisó a la mujer. En cuanto él se apuraba, Cesárea se iba en neblinas sedosas, que tapaban de a poco su imagen. Guillón se sentó en el mismo lugar que Cesárea, abrió el bolso esperando los cuadernos de Cesárea, pero en realidad, allí no había nada. De pronto Guillón sintió un gran alivio. Mañana será otro día y con suerte, un día diferente.  

viernes, 23 de agosto de 2019

¿CÓMO?



   Nosotros queríamos conocer el mundo ¿cómo nos van a hacer parir a los trece años?
   Las dos Madres, exóticas, vanidosas, como los nombres que nos pusieron. Ambas viudas por accidentes en ruta. Se pusieron de acuerdo ni bien desarrollados, el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar. Un Médico, amigo y jodón, les dijo la forma que daría resultado, o no, era la fecundación in vitro. El jodón se reía porque no lo podía creer. Se necesitaba un óvulo de Gotera y un esperma de Buster, en el otro caso un óvulo de Kit y un esperma de Sapringo.
   Las fecundaciones se realizaron en la Clínica De La Luna, a las doce de la noche, el mismo día, el 12 de Noviembre. El deseo de las Madres les fue otorgado. La Clínica quedó asombrada, parecía un milagro. Tanto Kit, como Gotera, quedaron tristes y no entendían lo que había sucedido. Seguían jugando con sus muñecas y las Madres entregaban los bebés a la hora de mamar. Las niñas aprendieron algo más, les daban teta a sus muñecas preferidas.
   Cuando cumplieron dieciséis se les brindó una gran fiesta, con los maridos incluidos y perplejos. Las Abuelas les decían que disfrutaran sus hijos y brindaron por ellas y los Padres de aquellos, casi niños, que las miraban con odio, por haber elegido a ellos. En un entrechocar de las copas, una gritaba: ¡Cómo no las internaron! Esa locura que arruinó nuestras vidas, nos privaron de juegos, de amores, de viajes y muchas, muchas, cosas más. Como no completar nuestros estudios, porque en el Colegio nos señalaban, quedamos solas de amigas, mientras mentían historias de nuestras vidas. Pero ustedes son Madres crueles y perversas, tienen veintiséis años y pasean los cochecitos jactándose que los bebés eran de ustedes. Nosotros íbamos detrás. Cuando nos abandonaron nuestros maridos, demandamos a nuestras Madres y los niños nos fueron entregados. Jugábamos con ellos como si hubiéramos crecido juntos y seguro que así fue.
   A nuestras Madres las mutilamos para siempre. De los Padres niños, sabemos que viven en Australia, ambos casados, con hijos. Cambiaron sus nombres y apellidos.
   Olvidaron aquellos pedacitos de amor.

jueves, 22 de agosto de 2019

VAS A VER QUE ASÍ VA A SER



   —Señor Rolex, le traigo este reloj de péndulo, perteneció a mi Abuela. Necesito que lo repare, antes de lo posible.
   Ejem…ejem, me dice creer que ser relojero es igual a un médico.
   —El arreglo completo estará fin de mes, tiene partido el péndulo. Esto no se pega y le dará incorrecta la hora.
   Este Señor Rolex, no lo quiere arreglar y yo lo necesito para controlar huevos pasados por agua, duros. Si hoy los chicos vuelven a la hora que dijeron.
   —Cuando termine la tarea, el reloj me lo trae usted. El armatoste es muy pesado y estoy sin auto.
   ¿Por qué hay que controlar la vida de acuerdo a qué me diga el reloj? Las horas, los minutos, el minutero y las campanadas, que evitan prescindir del despertador.
   Suena el timbre, es el señor Rolex, aunque lo de señor lo podemos suprimir. Me dice que el péndulo de bronce, suizo, le atravesó los cristales y no vio dónde cayó, pero que falta, falta. Doy por sentado que no lo arregló, lo destrozó. Dejé los pedazos en el garaje.
   —Usted lo único que tiene de relojero, es su apellido Rolex. Y vuele de aquí, mentiroso.
   —Decime, Roxi, ¿no conocés un relojero que haga bien los trabajos?
   —Es el señor Omega, cuidadoso y cumplidor. No lo podés creer. Si no lo puede solucionar, toma un avión y recurre a su Abuelo que vive en París y su nombre es Patek Philippe. Lo soluciona en tres días y opina que el Omega es una lata inservible. Te lo trae él mismo en una caja forrada en matelassé de seda mullida. Le agrada quedarse una semana, en la casa del cliente, por si existe laguna falla, los repuestos no los cobra, le interesa sólo la perfección de su trabajo. Habla español, si Francia le queda al lado, viste como en 1930, con un sombrero bombín. Hace poco quedó viudo y no lo podía superar. Viste cómo son todos los hombres, es viejo pero su aparato funciona como un reloj. No seas tan remilgosa y lo invitás a tu cama. Tiene veinte años más que vos y sos tan bella que el señor Patek Philippe te lleva a vivir a París. Tené en cuenta que le gusta cambiar de mujer, para no acostumbrarse después, a extrañar. No te enamores, entregate a lo que sea, pero después la cortás. Verás que tu autoestima queda inmune, como funciona un reloj. Tu marido se va a sorprender frente a tu cara de felicidad y tus hijos no te van a conocer. Después volvés a la rutina, encargada ella sí, de romper tu autoestima.  

miércoles, 21 de agosto de 2019

BIENVENIDA PARA DOS



   —¡Sí hola Liz, me hablás justo ahora que estoy haciendo milanesas, faltó la chica y estoy hasta las manos.
   Está haciendo esas porquerías que llenan la casa de olor, no quiero salir con olor a fritanga.
   —Liz, no puedo quedarme con tus chicos hoy, me olvidé que hoy tengo que apretar con tu marido, quiero decir que tengo la agenda muy apretada y vos sabrás mejor que yo. Tincho te saca el stress, con cualquier postura de yoga. Donde trabaja él es obligación, me dijo que a los compañeros no se los banca, me invitó a hacerlo solos. Nos llevamos re bien. Si algún día querés venir, avisanos cuándo.   
   Estoy tan acostumbrada y feliz, nos vemos todas las tardes, menos sábado y domingo.
   El marido de Liz, es un amante feroz, en cada encuentro me deja marcas imposibles de esconder. A veces me hago un tatuaje, pero después de tanto tiempo, Tincho se caga de risa, dice que parezco un florero.
   El finde es una tortura, mi marido me hace el amor con un sólo empujoncito, si toma champán, son dos o tres empujones, para no sufrir de tal modo, imagino la cara del marido de Liz. Por suerte no somos un matrimonio. Eso no es algo sano, te produce indiferencia y la adrenalina no existe. Amo todo lo prohibido, pero que hagamos el amor de a cuatro, me parece un asquete, sería indigno y una falta de respeto a algún mandamiento, que no recuerdo. Pero lo que sé y de ello estoy segura, que para mí sería un duelo, la muerte del deseo, dos ya somos un montón.

martes, 20 de agosto de 2019

FRATELLO




   —Tené la soga bien fuerte, la roldana va a funcionar.

   Grande, robusto y mitómano. Sus amigos eran iguales. No pudo tener hijos y quería a sus sobrinos como si fueran suyos. Los invitaba a la quinta, pero sólo de a dos, eran nueve.

   —Prefería los dos más grandes.

   —¿A vos te parece, Pepo?, no te vayas a ofender, tu hermano, ¿será responsable para llevar a los chicos el fin de semana, no será muy peligroso?

   Cuando yo tenía ocho años, mis Padres salieron con sus amigos y a cargo de mi hermano me dejaron. Lo primero que hizo fue atarme a un árbol, yo hacía fuerza pero los nudos no se soltaban, me puso una manzana en la cabeza. —Será mejor que no te muevas, por las dudas te voy a atar el cuello, no te muevas, cobardón.

   Fue a buscar la ballesta de Papá, no el arco de juguete. Un elemento para matar, que en mi hermano era probable, no tenía puntería, me quedé como una estaca. La hacía larga: —Cuento hasta diez y disparo.

   Vi la manzana entera en el medio del jardín. Algo tibio que me caía de la cabeza a mis orejas y en la cara y en el cuello.

   —¡Te dije que no te movieras! Ahora te voy a desatar, guarda con la ballesta, no te vas a vengar.

   Hizo un rollo con las sogas y las arrojó lejos, al otro lado del muro. Tenía yuyos altos que taparon la prueba. Fue a buscar corriendo el botiquín de primeros auxilios. Sentó al hermano contra el árbol y caía de un lado o del otro, estaba con desmayo, le puso el rollo completo de gasa alrededor de la cabeza, la gasa no le alcanzó, siguió con el algodón. La sangre fluía, hasta que finalmente cesó. Escuchó los pasos de los Padres en aquel pasillo largo.

   —Padres, el enano me quiso clavar la flecha de la ballesta en el medio del pecho, no podía detenerlo, entonces me defendí, le tiré al ras de su cabeza.

   Los viejos ni lo escucharon, llamaron una ambulancia, en el Hospital le suturaron la herida que iba de la frente a la nuca, setenta puntadas recibió. Tenía dos contusiones y esa noche la Madre se quedó en el Hospital.

   Al resto de la familia, lo contaron como un juego de niños, con algo más invasisvo.

   —Yo le dije al Padre, no podemos dejarlos solos, siempre hay un riesgo.

   Le acariciaba la cabeza al culpable de aquel delito intitulado “pelea entre hermanos”. Sin tener en cuenta que el mayor no tenía un rasguño. A los quince años de aquel episodio: —Hola Pepo! ¿Cómo andan los chicos?

   Silencio de pozo. El Tío lloraba. —Tienen que ir al Hospital Italiano, urgente. Jugaban con una soga, el más chico atado al cuello y el más grande con la roldana, que subía y bajaba, qué desgracia. Dios mío, la roldana se trabó y era tan alta que no lo pude bajar. Yo estaba tomando vino y regando, cuando escuché los gritos del grande y presencié la escena, vino una ambulancia de emergencia. Ellos cortaron la soga y cayó mal, en el pasto. El Médico que lo atendió dijo que…dijo que…¿me das con mi hermano?

   No sé cómo terminó, tal vez algún lector, pueda contar algo, que yo ignoro.

lunes, 19 de agosto de 2019

MÁS ES MÁS QUE MENOS



   —No vas a comparar a Kitita, que es de una familia bien.
   ¿Y qué será su marido Cesáreo, será de una familia mal?
   —Una mujer que tuvo relaciones con otro hombre, la noche de su casamiento. ¿Eso es ser de una familia bien?
   —Pero Mamá, sos una burguesita ambiciosa. Hace unos años vos me contaste que la Madre de Kitita engañaba a su marido con el socio y le daba chupones frente a él, que se hacía el oso. Y la Abuela de Kitita dio el ejemplo, todavía se sospecha que envenenó a su marido.
   Ahora tiene cara de indultar y me odia, siempre me odió, cuando tejía una verdad, que ella tapaba con tierra, como el gato cuando caga.
   Cesáreo se hizo rico cuando el Padre le dejó pozos de petróleo, en el sur y otros lugares. En cuanto mi Madre se enteró, hizo una comida en homenaje al marido de Kitita, no era por el cumpleaños o por el aniversario, era por los pozos de petróleo. Dispuso a Cesáreo entre Kitita y su mejor amiga. Nosotros éramos chicos y nos apasionaba andar bajo la mesa y ver los franeleros, tocarse con los zapatos. Las mujeres comer con una sola mano y con la otra haciendo caricias en el pantalón, que no pertenecía a su marido. Algunas, audaces, llegaban hasta la bragueta y el tipo derramaba el vino, de puro nervio o calentura, vaya a saber.
   Cesáreo ahora, con su cuantiosa fortuna, pasó a ser un tipo bien. Siguió viviendo en el campo, él araba la tierra con un caballo percherón haragán. Todos almorzaban juntos, atendidos por Kitita y dos de sus hijas mujeres.
   Nunca iban al Pueblo, porque Cesáreo decía que le daba urticaria. Todas las tardes se quedaba en la galería, en una silla hamaca, mirando sus plantas crecer. Mandó a hacer una Iglesia en el Pueblo y dos Escuelas con micro.
   Después del festín que ofreció mi Madre, Cesáreo le contó a su mujer, que una amiga de mi Madre, lo toqueteó tanto por debajo de la mesa, que no pudo comer, por extender el mantel.
   Kitita entró al galope en la casa de su amiga. Se le sentó enfrente.
   —¿Vos no te das cuenta que no podés toquetear a Cesáreo, que es de familia bien, como yo en este caso?
   Pero si nadie vio nada, qué me viene con esas cosas, si ella las ha hecho peores.
   —Te prohíbo la entrada a mi campo, pasaste a ser mi ex amiga. Tengo una razón fundamental. Después de las Elecciones, tu marido no tuvo más remedio que vender sus acciones, ahora pasaron a ser de familia mal.
   Debí decirle algo más y supe cómo, pero el cómo, lo dejo a criterio del lector.    

domingo, 18 de agosto de 2019

LA PROTESTA



   Hasta no hace mucho yo sólo escribía para tirar y romper. En la pensión, para hablar por teléfono, había que hacer cola. Había dos minas en especial, que tardaban un montón y hasta se permitían pedir disculpas con mano en alto, para que esperáramos un rato. Una limpiaba casas, la otra estudiaba y sólo hablaba para concertar horarios y preguntar cuándo era la próxima clase. Mientras ellas hablaban, yo dibujaba en papelitos de mi libreta, ángulos que recordaba de esos techos raros que construían los inmigrantes. También escribía poesía. Cuando llegaba mi turno, arrancaba los disparates de mi libreta y los dejaba tirados en el piso o hechos un bollo en el canasto de al lado. Casi siempre le hablaba a mi hermano para ver si mi viejo se había ablandado y me dejaba la pieza vacía, para ahorrarme el alquiler de esta pocilga. Nunca atendía, había salido, contestaba su mujer. —Anda buscando trabajo, sostener a su viejo nos cuesta un montón, encima vos no colaborás, así que imagínate. Bueno adiós, cuando él venga, le digo que lo llamaste.
   Pasé por un kiosco y me compré un diario, el último que quedaba. No lo hice para leerlo. Era porque hacía frío y aprendí con la bicicleta, que metiendo en el pecho un pasquín, cortaba las flechas del invierno, según mi vieja. Cuando llegué a la Pensión, estaba el baño vacío, todo un privilegio, me senté para obrar y leí el diario que tenía, se llamaba “La Protesta”, el título me gustó. Lo que me asombró, como un sueño mal entrazado, es que en la tapa tenía uno de mis dibujos, que encabezaba una diatriba anarquista. Separaba los párrafos con mis dibujos repentinos, los tirados o rotos. No dormí, me preocupó. Casi al amanecer vi la chica que estudiaba, de espaldas revolviendo el canasto, juntando hojas rotas o hechas un bollo. Le tiré de la trenza y le mostré lo del diario. —¿Qué significa todo esto?
    Se puso blanca con gesto de sorpresa. —Para vos significa basura, para mí son obras de arte, por eso vos las tirás y yo me las guardo y las uso. Debería ser un orgullo para vos estar impreso y admirado por todos mis compañeros.
   Esa tarde me convocaron a uno de los diarios más importantes. Esperé muchas horas para que me recibieran. La tardanza fue por ese aspecto de traje viejo y brillante, finitico con bolsillos descosidos, botones ausentes y camisa sin corbata. Por fin abrieron la puerta.
   —¿Es usted el ilustrador del Diario La Protesta?, si no es inconveniente, queremos que trabaje para nosotros, somos del Diario La Nación, nosotros daremos las consignas y usted trabajará de acuerdo a ellas.
   Sentí que estaba hablando con un burgués pedante y atribulado.
   —Es interesante la oferta, pero tengo compromisos adquiridos con anterioridad. En el Diario anarquista “La Protesta” y no les puedo fallar, son gente interesada más que en ganar, en pensar.
   Me di vuelta antes de despedirme y de costado le dije: —Agradezco su oferta.
   El burgués barrigón me extendió su mano, yo preferí no entregarla y la guardé en el bolsillo. No cerré la puerta, obvié el ascensor y bajé por las escaleras. Fui directo a la Dirección del Diario “La Protesta”, justo, justo me atendió la chica de la pensión. —¿Te llamaron de “La Nación”?, yo les di la dirección y el teléfono, seguro que te tomaron y vas a cobrar re-bien.
   Le miré el rodete desarmado de a pedacitos. 
—No, flaca, yo si me quieren, aquí trabajo, a cambio de mis dibujos.
   La llamaron por celular y habló con alguien que no era su novio, supuse. Me dijo que allí sí había ganancias, se repartían en partes iguales, tenían dos padrinos adinerados, hijos y nietos de anarquistas, que soliviantaban el diario. Trató de explicar cómo funcionaban sus ideas. Le dije que no era necesario, yo era del mismo palo, como la familia de mi Madre.    
    —Empezamos mañana a las 7.30, te paso a buscar.
   Volvía de la Pensión y me acordé de mi vieja y cómo se la jugaba. Terminó en un terreno a orillas del ferrocarril.
   Preferiría no tener que comenzar mi viaje aquí, en los baldíos que rodean la Estación.      

sábado, 17 de agosto de 2019

ENTRE NUBES



   En el tren que pasaba por Chascomús, viajaba en el vagón restorán, Jorge Newbery, conocido en especial por sus dotes como piloto aeronáutico. Cuando mi Tía abuela, Ema, lo descubrió, le dio un ataque de cholulismo. Tuvo el descaro de extender su relicario, para pedirle un autógrafo.
   —Mi encantadora Señora, ¿no seré demasiado poco, para anotar mi nombre en su relicario?
   Ema, que era atea hasta los huesos, pero iba a misa, rezaba y llevaba siempre ese relicario. 
   —Señor Newbery, para mí usted es más que Dios, después de todo a él no lo he visto, a usted lo tengo enfrente. He notado que está solo. ¿Me permite que lo acompañe?
   Ema siempre fue la oveja negra de la familia y como los mantenía, a nadie humillaba su accionar. Ella pidió pechuga de pollo y él sopa de cabello de ángel. Ema le advirtió que tomar sopa en un vagón de tren, era un riesgo para su corbata y un papelón para el mantel. A él lo divertía la audacia de la Tía Abuela Ema.
   Brindaron con un vino de Mendoza, provincia donde él había nacido, bien estacionado. Newbery brindó y tomó con prudencia, Ema le dio hasta el final, pero era buena bebedora, no se le notaba el pedo que tenía, parecía haber almorzado con agua.
   A los postres, Ema, dando por sentado que Jorge aceptaría:—Yo lo llamaré Jorge y usted llámeme Ema, para aliviar el protocolo que elonga la charla y por allí no pasa el respeto.
   Lo invitó a Chascomús, donde el tren se detenía. —Mire, Jorge, tengo una casa del más puro estilo inglés, con un ala para huéspedes, donde podrá apreciar la laguna, que es tan grande como para no divisar los horizontes.
   Jorge aceptó la invitación. —Fui profesor de natación en Alemania, para mí sería un placer nadar en estas aguas. ¿En esta época son azules?
   Ema por vez primera, enmudeció, pero ante semejante invitado, tuvo que hablar con verdad. 
   —Lamento comunicarle que la laguna, se ha secado de punta a punta. Hubo una  sequía de tantos meses que se partía la tierra y los pobres pejerreyes, habitantes de este lugar, murieron al quedar sin agua. Para reemplazar le invito a realizar un recorrido con mi Ford T, recién comprado, sería un honor para mí, que usted fuera el conductor, sabrá que conducir un auto es una pavada al lado de un avión. Cruzaremos la laguna seca y seremos los primeros, nadie se ha atrevido hasta ahora.
   Esta mujer no parece argentina, cualquier cosa tonta que emprendía, parecía una gran aventura.
   Jorge se quedó una semana y lo pasó tan bien con Ema, que la invitó a viajar en un globo aerostático, a la brevedad.
   Ema lo acompañó hasta el tren para Buenos Aires. Ella le extendió la mano y Jorge la besó dos milímetros antes de llegar a la piel. Todo un Lord, por cierto, no podía ser menos, de Jorge Newbery se trataba. Ema recibió a su hermana Laura y contó paso a paso la estadía con aquel hombre.
   —Pero te digo, Laura, su invitación a pasear en un globo aerostático, ni en pedo.

viernes, 16 de agosto de 2019

EL SECRETER



   He leído los cuadernos de Cesárea. Revolviendo su pieza, el olor a humedad invadía las paredes, la mesa de luz, la cama y el ropero. Había una única ventana y entró la luz del sur con una brisa fría, afuera tanta neblina, que tapaba los árboles, la bomba y dos perros viejos y flacos, haciendo un caracol abrazado para darse calor. Un musgo rasante, crecía como enredadera, sobre todos los muebles.
   Sentía sus pasos subiendo las escaleras, con esa dificultad que hacía doler, porque sólo yo sabía el sufrimiento de Cesárea, cada vez que se le partía un hueso. Y murió así, usando una escalera muy alta, para limpiar una telaraña que llegaba al suelo.
   En vida la visitaba seguido, le llevaba placebos para el dolor de sus piernas, le cambiaba las vendas y la pobre apenas recordaba mi nombre. Me llamaba con el nombre de mi Madre. Mucho más chica que Cesárea, se llevaban veinte años o más, mi Abuelo se acordaba de anotarlas un año más tarde o cinco. En el medio del campo, no importaba.
   Dentro de su ropero, había un secreter, con una cerradura y ninguna llave, fui hasta la cocina y tomé un cuchillo de la mesada, me sentí en falta cuando lo hacía, pero le arranqué la cerradura entera. Encontré varias pilas de cartas atadas con nudos y flores de espliego. En ese lugar no había humedad, sólo a las florcitas retorcidas hacía tiempo. Cesárea mantenía relaciones epistolares que escribía con plumas y tinta violeta.
   El nombre del remitente era Felipe Oviedo y la dirección, el domicilio de su prima, la menor, cínica e histriónica. Con mi Madre no se hablaban desde chicas. La primer carta que leí decía: “Querida Cesárea, cuando nazca nuestra hija, la llamaremos María, que es el nombre de la pureza. Estaré contigo lo más que pueda y los gastos correrán de mi parte. A mi mujer, nunca le diré nada, es capaz de atravesar nuestra hija con una sevillana oxidada. No sabés cómo te amo y privarme de vos, me va matando de a poco. Te extraño, querida mía”.
   Me pareció una carta entrañable y me llenó de alegría que los amantes tuvieran una hija, producto de la pasión. Después leí la respuesta, mucho más austera y despojada que la anterior: “Querido Felipe mío, tengo que decirte que ya estoy al parir y quisiera tenerte a mi lado. Quiero que nazca en esta cama, testigo de nuestro amor. Lo digo sin culpa, porque mi hermana vive odiando a sus propias hijas, a mi Madre y a mi Padre, tal vez por equivocación, se casó contigo. De mí no te digo nada, porque vos ya lo sabés…”
   Siguieron las cartas para leer, me pareció un pecado enorme, meterme en un amor tan complicado, que ni ella, llegada la bebé, que se fue casi de inmediato, sin poder disfrutarla.
   Volví las cartas al secreter. Le arreglé la cerradura, dejé una historia detrás, que lloré como si fuera mía. Cuando llegué a la tranquera, era casi de madrugada, seguí adelante el camino para mi casa, donde yo tuve una hija que se llamaba Cesárea, eso otorgó fuerza a mi debilidad. Mañana será otro día y con suerte, un día diferente.

jueves, 15 de agosto de 2019

TRENES



   Hasta hace poco tiempo yo sólo escribía para tirar o perder. Tenía una casita en el fondo, en un tiempo fue silenciosa, hasta que pusieron las vías del tren, que le pasaba por al lado. Temblaba el piso, el techo y las paredes también. Pero, entre mi casa, con esa mujer vanidosa prendida frente al espejo o la televisión, exigiendo más que pidiendo, que le comprara un vestido haciendo juego con los zapatos, también un tapadito con piel, una bikini dorada y una vajilla nueva, para agasajar personas frívolas, sin corazón ni destino que no fuera el dinero.
   Me fui alejando de a poco. Cruzando el jardín estaba ella, en un tiempo se guardaban cosas en desuso, ropa apolillada, sillas sin una pata, libros antiguos llenos de tierra, hasta que un día decidí tirar todo lo inservible, menos los libros que limpié hoja por hoja.
   Con tres tablones resolví una biblioteca interesante. Reparé un escritorio y una silla calesita, que ni sé a quién perteneció. Pasaba el día leyendo libros viejos de mi Abuelo y los comprados por mí, desde lo quince hasta ahora. Sentí el impulso de comenzar a escribir, ya no era para tirar o perder. Ahora me daban ganas de volcar en el papel, historias inventadas de la familia que no tuve, más los padres que no conocí.
    De lugares del mundo que despertaban en mí pasiones desconocidas, los personajes se enamoraban y solían ser malvados y perversos. Las mujeres de la calle, las transformaba en mariposas puras y nobles. Personas que me hablaban despacito hasta olvidar el sonido del paso del tren, que tiraba para abajo cualquier caricia sutil, en discusiones gritadas y otro tipo de agresiones. Tenía mis historias ordenadas en carpetas, por fechas y temáticas.
   —Por favor, Nico, hoy viene gente importante. Quiero que estés a comer, bien atildado y todas esas pavadas que vos decís que yo exijo. Hay un Editor importante, yo le hablé de vos y tus ausencias de escritor.
   Le hice caso, lo conocí al importante, me pareció un tipo que hablaba de memoria. Había sustraído dos carpetas de mi escritorio. Mi mujer seguro le señaló, a lo mejor era su amante. No me importó ni me importa.
   A la semana me llamó el Editor, para mi conocimiento de publicar las dos carpetas. Le pregunté —Sin ninguna corrección y si va bien, dos ediciones?
   El tipo contestó titubeando y dijo: —Desde luego, Nico, no hace falta nada, vení por aquí y firmás los papeles. Charlamos un poco del libro y tomamos un champancito, para festejar.
   Era más idiota que mi mujer, eso es un montón.
   Armé la mochila con cuadernos en blanco y las puras biromes, uniball signo 07. Presiento el sonido, preferiría no tener que comenzar mi viaje aquí, en los baldíos que rodean la Estación.

miércoles, 14 de agosto de 2019

EL FOSO



   La Madre no podía con ellos, comenzaban las peleas por el baño a la mañana. Se pegaban en la escuela, en la vereda, en el patio y en los negocios, trompadas y puntapiés, se daban en cualquier parte del cuerpo y no respetaban ni las vacaciones.
   Sus Padres, muy ilustrados, los bautizaron con nombres de sus ídolos preferidos. Nikita las tenía todas, hasta cara de malandra, Woody era el más débil, pero si de peleas se trataba, se transformaba en dragón. Fedor y Seymour, los gemelos, eran los más combativos.
   Cuando se hicieron mayores, todos tenían una profesión, menos Nikita, que trabajaba, pero nadie sabía de qué. Cuando el Padre falleció, dejó un testamento a sus hijos. A la Madre la ignoró porque era divorciado y ella misma decidió olvidarlos. Cuando se dio lectura a la distribución de bienes, Woody se llevó la mejor parte, el castillo de Uruguay, reproducción de un castillo medieval, con un portón rebatible, sostenido por cadenas. Lo rodeaba una laguna mucho más ancha que un foso, llena de peces raros, vegetarianos, carnívoros, pirañas.  La laguna circulaba el diámetro de todo el castillo. Una propiedad tan valiosa, que constituía el doble de lo que tocó a sus hermanos.
   Los tres insatisfechos, considerando injusta la partición, reunieron sus ambiciones y rencores. Woody quería a sus hermanos. Siempre el portón estaba abierto, era sábado, el día donde los turistas desean conocer hasta las camas con dosel. A las tres, los tres hermanos, entraron con armas del mismo estilo con que se atacaban los castillos. Catapultas, ballestas y antorchas. Los caballos, que haciendo sentir sus cascos en la tierra, hicieron abrir el portón. No pudieron detener el impulso del avance guerrero y cayeron en la laguna, de cocodrilos, anacondas y pirañas. El dueño siempre olvidaba alimentarlos.
   Era Woody el más bueno y dormilón, abrió las pesadas ventanas para alegrar sus ojos, con el agua de la laguna, siempre azul cobalto, con los enormes pecesotes navegando. Sus ojos se llenaron de asombro, cuando vio las aguas color rojo bermellón y los peces barrigones, tomando sol en la orilla.   

martes, 13 de agosto de 2019

LA BUFANDA



   —¿Aquí hay que ser muy alta para que me atiendan cuando me toca?
   La Panadera no terminaba de entender.
   —Recién hice la cola y cuando llegó mi turno se colaron cinco señoras y un señor. Cada vez que vengo me hacen lo mismo.
   La mujer, que era medio sorda, le preguntó cuánto quería. —Tres flautas largas bien tostadas y de regalo dos tortitas negras con mucha azúcar.
   Le estaban por cobrar. —¿Cómo de regalo? ¿No las vas a pagar?
   Se veía que al marido, le gustaban los chicos, me regalaba siempre dos tortitas, en cambio la mujer era pijotera, por eso él siempre tenía cara de triste. —Disculpe, cóbreme  el pan y las tortitas no las llevo.
   Yo llevé la plata justa y me dijo que había de menos, mañana se lo pagaba. Cuando llegué a mi casa, le conté a mi Mamá, ella se enojó mucho, nunca se enojaba poco, siempre era mucho. Dijo que yo no me sabía defender y que la Panadera era una hija de puta. Ya se iba a trabajar. —Cortá el pan en rodajas y en el horno hay pastel de papas, mirá que está caliente, sacalo con agarradera. A tu hermano servile poco y decile que no coma todo el pan.
   Eso lo dijo al final, la bufanda se le quedó atrancada en la puerta. Me acordé la película de anoche, el asesinato de una mujer con una bufanda enroscada entre su cuello y la rueda del auto, le apretó tanto al salir tan rápido, que se ahorcó, la lengua le colgaba. La actriz era idéntica a mi Mamá. Se me ocurrió una idea, cuando Mamá subió al auto, con la bufanda alrededor del cuello, le até la punta que trabó al salir y la enrosqué en una rueda. Se desató del cuello, frenó el auto y la vio hecha un harapo en esa rueda maligna. Puteó en francés, pensando que yo no entendía. Se fue tan rápido que no le pude dar el beso de despedida.
   El primer intento de matarla me salió mal, pero no faltará oportunidad, como dice mi Papá, cuando Mamá se sube al techo y baja salteando un escalón roto.

lunes, 12 de agosto de 2019

LOS RICOS PUAJJ!



   Compañeros del mismo building, una vez que estos presentaron quiebra, Rodrigo Peralta y su primo, Sebastián Elguera, haciendo acopio de dineros sin honra, decidieron asociarse en el negocio de  emprendimientos inmobiliarios en cualquier lugar del mundo.
   Consultaron con sus respectivas esposas, Melania y Chichí, dónde les gustaría instalarse, las dos eligieron Cancún, cuna de las invasiones turísticas y las inversiones con réditos. Los maridos trabajaban, viajando a lugares donde invertían lo sustraído y lo que estaban sustrayendo, luego cerrado tal o cual negocio, dividían fifty fifty. Las chicas que estaban en plena menopausia, con múltiples cirugías, no superaban los veinticinco años y aprovechaban los viajes de sus maridos, para intimar con jóvenes conchetos que no precisaban salir de aquel paraíso, porque ignoraban a cuánto ascendían sus fortunas.
   —Está perfecto lo que hacemos, no te pongas paranoica, Chichí, acá no nos conoce nadie, y mirá esos cuerpos dorados.
   Chichí hasta soñaba con ellos y utilizando las distracciones de Melania, miraba al chico de exigua malla, deteniéndose justo ahí, en el paquete generoso y verdadero, sin duda alguna. El problema, es que primero lo descubrió Melania y se lo hizo saber a su amiga, con entusiasmo. Estaba dispuesta a todo, pero no a perder a su amiga, por un joven, que los había a montones, además Chichí era leal como al dinero de su marido, que es decir bastante.
   Llegaron a conocer a cada quién su cada cual. El joven de Chichí, sincero pero cruel, le dijo: —Yo sé que esa cara no es tuya y las tetas son tan livianas, que me suenan a bisturí, ese Doctor loco, que anduvo en tu cuerpo mucho mucho más que yo, ahora como tributo, lo que entregué de mi parte, para hacerte disfrutar, es una pavada, son quinientos mil dólares. Mi compañero, que está con Melania, le cobrará la misma cifra. No queremos que dejen de ser amigas y nos sepan perdonar. Éste es nuestro trabajo y es bastante agotador. Recién llegaron dos pendejas, de dieciocho y de veinte, a ellas sí no les cobramos, son ingenuas, son divinas. Juramos que vamos con ellas a otra playa, para no hacerlas sufrir.
   —Melania, nos tenemos que ir de acá, cuanto antes. Estas chicas que llegaron son la tuya y la mía.
   A Chichí le sorprendió tanto, más que lo que tuvo que pagar.
   —Y bueno, Melania, fue un sueño bien disfrutado, ahora tomamos un avión privado y vamos a visitar a los viejos chotos, después de todo, lo que roban se lo gastan en nosotras. Vamos a devolverles lo que aprendimos y más. Es lo menos, pobres viejos.