Hasta no hace
mucho yo sólo escribía para tirar y romper. En la pensión, para hablar por
teléfono, había que hacer cola. Había dos minas en especial, que tardaban un
montón y hasta se permitían pedir disculpas con mano en alto, para que esperáramos
un rato. Una limpiaba casas, la otra estudiaba y sólo hablaba para concertar horarios
y preguntar cuándo era la próxima clase. Mientras ellas hablaban, yo dibujaba
en papelitos de mi libreta, ángulos que recordaba de esos techos raros que
construían los inmigrantes. También escribía poesía. Cuando llegaba mi turno,
arrancaba los disparates de mi libreta y los dejaba tirados en el piso o hechos
un bollo en el canasto de al lado. Casi siempre le hablaba a mi hermano para
ver si mi viejo se había ablandado y me dejaba la pieza vacía, para ahorrarme
el alquiler de esta pocilga. Nunca atendía, había salido, contestaba su mujer. —Anda
buscando trabajo, sostener a su viejo nos cuesta un montón, encima vos no colaborás,
así que imagínate. Bueno adiós, cuando él venga, le digo que lo llamaste.
Pasé por un
kiosco y me compré un diario, el último que quedaba. No lo hice para leerlo.
Era porque hacía frío y aprendí con la bicicleta, que metiendo en el pecho un
pasquín, cortaba las flechas del invierno, según mi vieja. Cuando llegué a la
Pensión, estaba el baño vacío, todo un privilegio, me senté para obrar y leí el
diario que tenía, se llamaba “La Protesta”, el título me gustó. Lo que me
asombró, como un sueño mal entrazado, es que en la tapa tenía uno de mis
dibujos, que encabezaba una diatriba anarquista. Separaba los párrafos con mis
dibujos repentinos, los tirados o rotos. No dormí, me preocupó. Casi al
amanecer vi la chica que estudiaba, de espaldas revolviendo el canasto,
juntando hojas rotas o hechas un bollo. Le tiré de la trenza y le mostré lo del
diario. —¿Qué significa todo esto?
Se puso blanca
con gesto de sorpresa. —Para vos significa basura, para mí son obras de arte,
por eso vos las tirás y yo me las guardo y las uso. Debería ser un orgullo para
vos estar impreso y admirado por todos mis compañeros.
Esa tarde me
convocaron a uno de los diarios más importantes. Esperé muchas horas para que
me recibieran. La tardanza fue por ese aspecto de traje viejo y brillante,
finitico con bolsillos descosidos, botones ausentes y camisa sin corbata. Por
fin abrieron la puerta.
—¿Es usted el ilustrador
del Diario La Protesta?, si no es inconveniente, queremos que trabaje para
nosotros, somos del Diario La Nación, nosotros daremos las consignas y usted
trabajará de acuerdo a ellas.
Sentí que estaba
hablando con un burgués pedante y atribulado.
—Es interesante
la oferta, pero tengo compromisos adquiridos con anterioridad. En el Diario
anarquista “La Protesta” y no les puedo fallar, son gente interesada más que en
ganar, en pensar.
Me di vuelta
antes de despedirme y de costado le dije: —Agradezco su oferta.
El burgués
barrigón me extendió su mano, yo preferí no entregarla y la guardé en el
bolsillo. No cerré la puerta, obvié el ascensor y bajé por las escaleras. Fui
directo a la Dirección del Diario “La Protesta”, justo, justo me atendió la
chica de la pensión. —¿Te llamaron de “La Nación”?, yo les di la dirección y el
teléfono, seguro que te tomaron y vas a cobrar re-bien.
Le miré el
rodete desarmado de a pedacitos.
—No, flaca, yo si me quieren, aquí trabajo, a
cambio de mis dibujos.
La llamaron por
celular y habló con alguien que no era su novio, supuse. Me dijo que allí sí
había ganancias, se repartían en partes iguales, tenían dos padrinos
adinerados, hijos y nietos de anarquistas, que soliviantaban el diario. Trató
de explicar cómo funcionaban sus ideas. Le dije que no era necesario, yo era del
mismo palo, como la familia de mi Madre.
—Empezamos mañana a las 7.30, te paso a
buscar.
Volvía de la
Pensión y me acordé de mi vieja y cómo se la jugaba. Terminó en un terreno a
orillas del ferrocarril.
Preferiría no
tener que comenzar mi viaje aquí, en los baldíos que rodean la Estación.

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