domingo, 18 de agosto de 2019

LA PROTESTA



   Hasta no hace mucho yo sólo escribía para tirar y romper. En la pensión, para hablar por teléfono, había que hacer cola. Había dos minas en especial, que tardaban un montón y hasta se permitían pedir disculpas con mano en alto, para que esperáramos un rato. Una limpiaba casas, la otra estudiaba y sólo hablaba para concertar horarios y preguntar cuándo era la próxima clase. Mientras ellas hablaban, yo dibujaba en papelitos de mi libreta, ángulos que recordaba de esos techos raros que construían los inmigrantes. También escribía poesía. Cuando llegaba mi turno, arrancaba los disparates de mi libreta y los dejaba tirados en el piso o hechos un bollo en el canasto de al lado. Casi siempre le hablaba a mi hermano para ver si mi viejo se había ablandado y me dejaba la pieza vacía, para ahorrarme el alquiler de esta pocilga. Nunca atendía, había salido, contestaba su mujer. —Anda buscando trabajo, sostener a su viejo nos cuesta un montón, encima vos no colaborás, así que imagínate. Bueno adiós, cuando él venga, le digo que lo llamaste.
   Pasé por un kiosco y me compré un diario, el último que quedaba. No lo hice para leerlo. Era porque hacía frío y aprendí con la bicicleta, que metiendo en el pecho un pasquín, cortaba las flechas del invierno, según mi vieja. Cuando llegué a la Pensión, estaba el baño vacío, todo un privilegio, me senté para obrar y leí el diario que tenía, se llamaba “La Protesta”, el título me gustó. Lo que me asombró, como un sueño mal entrazado, es que en la tapa tenía uno de mis dibujos, que encabezaba una diatriba anarquista. Separaba los párrafos con mis dibujos repentinos, los tirados o rotos. No dormí, me preocupó. Casi al amanecer vi la chica que estudiaba, de espaldas revolviendo el canasto, juntando hojas rotas o hechas un bollo. Le tiré de la trenza y le mostré lo del diario. —¿Qué significa todo esto?
    Se puso blanca con gesto de sorpresa. —Para vos significa basura, para mí son obras de arte, por eso vos las tirás y yo me las guardo y las uso. Debería ser un orgullo para vos estar impreso y admirado por todos mis compañeros.
   Esa tarde me convocaron a uno de los diarios más importantes. Esperé muchas horas para que me recibieran. La tardanza fue por ese aspecto de traje viejo y brillante, finitico con bolsillos descosidos, botones ausentes y camisa sin corbata. Por fin abrieron la puerta.
   —¿Es usted el ilustrador del Diario La Protesta?, si no es inconveniente, queremos que trabaje para nosotros, somos del Diario La Nación, nosotros daremos las consignas y usted trabajará de acuerdo a ellas.
   Sentí que estaba hablando con un burgués pedante y atribulado.
   —Es interesante la oferta, pero tengo compromisos adquiridos con anterioridad. En el Diario anarquista “La Protesta” y no les puedo fallar, son gente interesada más que en ganar, en pensar.
   Me di vuelta antes de despedirme y de costado le dije: —Agradezco su oferta.
   El burgués barrigón me extendió su mano, yo preferí no entregarla y la guardé en el bolsillo. No cerré la puerta, obvié el ascensor y bajé por las escaleras. Fui directo a la Dirección del Diario “La Protesta”, justo, justo me atendió la chica de la pensión. —¿Te llamaron de “La Nación”?, yo les di la dirección y el teléfono, seguro que te tomaron y vas a cobrar re-bien.
   Le miré el rodete desarmado de a pedacitos. 
—No, flaca, yo si me quieren, aquí trabajo, a cambio de mis dibujos.
   La llamaron por celular y habló con alguien que no era su novio, supuse. Me dijo que allí sí había ganancias, se repartían en partes iguales, tenían dos padrinos adinerados, hijos y nietos de anarquistas, que soliviantaban el diario. Trató de explicar cómo funcionaban sus ideas. Le dije que no era necesario, yo era del mismo palo, como la familia de mi Madre.    
    —Empezamos mañana a las 7.30, te paso a buscar.
   Volvía de la Pensión y me acordé de mi vieja y cómo se la jugaba. Terminó en un terreno a orillas del ferrocarril.
   Preferiría no tener que comenzar mi viaje aquí, en los baldíos que rodean la Estación.      

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