Siempre tuve
miedo de quedarme encerrada en un ascensor. Y al final sucedió. Éramos cinco
personas. Metálicos el techo y las paredes. Un bunker hermético, donde se
escuchaba la respiración de todos.
Había un viejito
que nos tranquilizaba:
—A mí me pasó
muchas veces y traté de poner mis pensamientos en positivo. Después de todo uno
se puede morir de cualquier cosa, pero de ascensor no se muere nadie.
—Pero estamos en
el piso veinte, ¿si se descuelga y nos caemos?
Primero pedimos
socorro, después gritamos, de afuera nadie contestaba.
—Es que son
todas oficinas, estamos trabados hace más de dos horas, se deben haber ido
todos los empleados—dijo alguno.
Había un
Custodio armado y en la desesperación de una chica a punto de dar a luz, le dijo:
—Haga algo, si
es Custodio y armado, aunque sea péguele un tiro a los botones.
—¡¡No!!—dijeron
varios.
—¿Y si matamos
una persona que esté dando vueltas en los pasillos?—respondió el Custodio—nos
podemos sentar en el piso y esperar, en algún momento va a funcionar.
Empezaron las
contracciones de la chica embarazada. El Viejito había sido obstetra, pero
estaba jubilado:
—Sé muy bien
cómo hacerlo, júntense todos en el rincón, necesito espacio y alguien que le
sostenga la espalda. Yo me ocupo del resto. Le pido, Señora, que no guarde su
respiración en la garganta, llévela hacia la pancita. Tiene una dilatación
considerable. Necesito dos cordones, todos los pañuelos que puedan juntar,
limpios por favor. ¿Alguien tiene alcohol o cualquier elemento para
desinfectar?
Yo le sostuve
una mano, me arañó, me mordió y de su boca salieron sapos y culebras. De pronto
el Viejito dijo con voz firme:
—En el último
pujo asomó la cabecita y el resto salió como en un tobogán.
El Custodio le
tomó las piernas y boca abajo dio su primer llanto. Se lo pusieron sobre un
pecho mientras ataban el cordón umbilical con cordones de zapatos, lo cortaron
por el medio con una navaja oportuna.
Después salió la
placenta, una Señora sacó una bolsa de nylon y la depositó ahí:
—Esto se lo
vamos a entregar a los Médicos, dicen que es muy útil.
La chica lloraba
y se reía al mismo tiempo, era un bebé perfecto. La chica me pidió perdón por
haber estrujado mi mano.
—Por ahora no
hables, tenés que descansar.
Tiramos todos
nuestros abrigos en el piso para hacer de colchón. Nos emocionamos, menos un
chico que le dio un ataque de pánico. El Viejito le puso una pastilla para que
se durmiera y se dejara de joder.
Dicen que los
bebés traen un pan abajo del brazo, este bebé nos regaló la apertura del
ascensor. Antes de subir a la Ambulancia la Mamá me tomó del brazo mientras
decía:
—No te vayas, no
me dejes.
Subí a la
Ambulancia con ella y le deposité un beso en la frente.