miércoles, 27 de febrero de 2013

TU YO YO TU



      Pertenecían a un cepo chino de supermercados.     Chin Tien extrañaba su pueblo entre montañas picudas y sendas de tierra seca. No conocía el calzado, allá andaban descalzos y se metían bajo cataratas repentinas cuando regresaban, luego de quince horas de trabajo.  Los cumple se festejaban en la calle, con una mesa de dos cuadras de largo y asistía todo el pueblo. Yo Yo Tu estaba encantada con el espacio y la tierra de aquí. Ella nació en Beijing, era dinámica y risueña. Contó que en China no cabía un chino más.

      Chin Tien estaba asustado, debía congelar los precios y como los clientes tenían los ingresos congelados, morían las góndolas de ausencias. Pagaban todos sus impuestos, sin embargo la FIPA iba todos los días a inspeccionar. Charlaba con los ex-clientes que ahora los visitaban. Él sabía separar la desgracia de ese absurdo y soñar con los pies descalzos en el agua y las sendas mágicas. Le dijo a Yo Yo su nostalgia, su deseo de salir de ese infierno y darse un baño de cataratas y una caminata de barro. Yo Yo tuvo una enorme piedad y lo dejó volver a su pueblo. Yo Yo se encargaría del destino del supermercado. Chin Tien partió triste pero contento.

      Yo Yo cambió sus tímidos vestuarios, hacía sus escotes más bajos y subía sus gracias con corpiños ortopédicos. Salía sola, de noche, los jueves y los domingos. Conoció un argentino que le comunicó que ella le gustaba, pero si tuviera los ojos normales le gustaría mucho más. Yo Yo se hubiera arrancado los ojos como Edipo, pero prefirió una cirugía que hasta párpados le hicieron.

      El mundo es un pañuelo, llegó la historia a oídos de Chin Tien que construía la casa para ambos en su pueblito. Vino volando, haciendo treinta aterrizajes por desperfectos en todas las líneas. Se encontraron, Chin Tien la quiso llevar con él, aunque los ojos fueran anormales. Yo Yo dijo no y él sí y ella no y él sí. Chin Tien se perdió en el odio y le ensartó treinta puñaladas. No agregó las otras cuatro porque detestaba homenajear al Tango.  

lunes, 25 de febrero de 2013

CHANI



      Rita quedó sobrecogida por la invasión; con su marido buscaron la proveniencia. Estaba tras del espejo una rejilla del respiradero por la que Chani escuchaba, la cubrieron con telgopor y un retazo de acolchado que Rita cortó con todo gusto y pegó con esmalte de uñas. Tocaron la puerta mientras Chicho dormía; ella se colocó su bata transparente y abrió, no había nadie, ya cerraba cuando un piecito de enano se lo impidió. Allí estaba ella, con la cabeza hacia arriba para mirarla, tenía ojos de chancho, nariz gorda y chica con dos orificios enormes – Decile a mi hijo que el desayuno está servido y vos ponete algo decente para bajar-. Rita la vio atravesar el pasillo, le llamó la atención que Chani tuviera cuatro glúteos superpuestos. Luego de aquella visión la llamaba la gorda cuatro culos, entre sus amigas, claro. Cuando terminó el desayuno, Chani salió corriendo y tomó a su hijo de la cintura –Ya  preparé tu baño-. Entró él y luego ella. Cuando Rita asomó su cabeza, le pareció una pesadilla. La gorda cuatro culos le frotaba la espalda mientras preguntaba cosas de ella.

      Nació el primer hijo, luego de años Rita era feliz por el vástago e infeliz por Chani, actual chancho. Así aprendió el bebé, cada vez que veía a su abuela la llamaba:
-¡Chancho, chancho! -. Rita corregía al bebé de casi un año: - No, no se le dice así a tu abuela, se llama: Cha-ni,
¡Chancho no! Chani…Chani ¿Me entendés?

Llamaron un fotógrafo cuando el hijo cumplió el primer año de vida. Rita acumuló odio por aquella enana, Chani la despreciaba tanto que hacía de cuenta que era alfombra. Chicho no veía aquel oprobio que era obvio. Se había ubicado en primer plano: Chani, con cara de buena y temerosa, arriba Rita con el hijito y su marido al lado de ambos. Cuando  debieron quedar  cinco minutos quietos, Rita arañó a Chani, pidió disculpas. La foto fue testigo, a la chancha le caían gotas de sangre de la cabeza. Rita la miraba de reojo, tenía sangre en las uñas que goteaba sobre el inocente.

      Un retrato de familia que complació a Chicho, tan emocionado que abrazó a los tres y se manchó con gotitas rojas hasta el bigote.