viernes, 30 de septiembre de 2016

ZORLUK


   En la casa hablaban, sólo turco. Fahmi Gulayín tuvo dificultades con el castellano, ponía empeño, pero titubeaba con el significado de alguna palabra, llegó a exasperar a los profesores confundiendo, pero con perro, dama con drama, teorema con tarima, los compañeros se reían y en los recreos nadie le hablaba. Sólo Roco, que vivía cerca de su casa, supo entender qué le sucedía.
   Fahmi lo invitó a tomar el té.
   Le llamó la atención el olor a fatay que provenía de toda la familia y sus objetos, llegaba hasta la vereda. Tenían un samovar que vivía en el centro de una mesa, como una especie de dios.
   La Señora Gulayín les sirvió el té, en vasos de vidrio y el samovar cobró sentido para Roco, de allí salía la poción de gusto raro y rico. Mientras la madre les ofrecía arrolladitos de fatay, con cebolla dulce, apareció el Señor Gulayín, se presentó en idioma turco, en lugar de decir “Mucho gusto Roco”, dijo —Muco gasto Roca.
   Fahmi le explicó a Roco, que no tenía amigos y no salía de la casa, donde sólo se hablaba turco, eran turcos musulmanes, practicaban su religión en todo momento. Cuando Roco estaba por regresar a su casa, Fahmi le dio un abrazo —Gracias por aceptarnos, sé que es difícil.
 Tenía los ojos húmedos.
   Roco entró en el living, como si volviera de otro país. La madre de Roco, mandaba a la tintorería la ropa de su hijo. Hasta las sábanas olían a Fatay. Llegó un día que le pidió —Por favor, no estudies más con ese chico, dejalo ir, que haga sus adaptaciones solo.
   Roco pensaba que el afecto no tenía olor y aceptaba los triángulos de fatay, que comían en los recreos.
   Años después Fahmi terminó su carrera de Ingeniería en Petróleo y fue contratado en Japón por sus dotes de privilegio. Se casó con una japonesa, ambos hablaban en inglés. Su cómoda adaptación, se debió al idioma universal de los piratas. Mandó una foto a Roco, donde se lo veía con un look John Lennon y la ella japonesa, una Yoko Ono de mirada amorosa.
   En el reverso de la Foto-postal, mandaba saludos a la República Argentina y en particular a Roco, escrita en inglés yanquizado. El sobre, tenía olor a fatay. 
                                                                        

jueves, 29 de septiembre de 2016

CULO EN TIERRA


   Se globalizó, gracias a los pocos humanistas sobrevivientes del Holocausto Tecnológico, la idea de arrojar a la estratósfera todos los celulares del mundo, las computadoras, los electrodomésticos y todos los miasmas al servicio de la nada, inclusive los consoladores y los consuelos políticos mendaces. Los Cónsules también, nada más al pedo que los Consulados. A los adictos al celular, diestros, sólo les pudieron despegar el aparato con aguarrás, thinner y ácido muriático.   En cuanto a los zurdos, que siempre fueron históricos opositores, se les cortó la mano. Los árabes sabían hacer el trabajo, con oficio. Reciclaron las computadoras, devinieron en ladrillos para la construcción de viviendas, las pantallas fueron ventanas y con las teclas jugaban a los dados.
   Los niños, por fin, hablaron con sus padres, cara a cara. Aprendían en sus casas, suprimieron Escuelas y  Facultades, consideraron que en ellas desaprendían. Leían en libros de culto y amaron escribir a mano, los mouse eran ratas que debieron combatir con granadas de mano, que el Tío Sam dejó de usar para las guerras. Cada ser humano de la tierra plantaba árboles de todas las especies. Suprimieron la palabra dinero, euros, dólares y yenes de todos los Diccionarios. En los tiempos libres jugaban al Ajedrez, así ampliaban la memoria y el Go les sirvió para respetar al otro, con estrategias gentiles. Las estrellas se cansaron de vivir tan lejos y bajaron a la tierra, para chusmear las novedades. El sol y la luna se quedaron en el molde, eran las encargadas de dar calor y sueño, respectivamente.
   Desaparecieron las fronteras, todos paseaban por donde más les complaciera. Nacieron niños chinos de pelo mota y ojos eslavos, mujeres africanas, rubias, con ojos japoneses. Nadie tomaba vino ni birra. Por sus poderes terapéuticos, fumaban porro. Sembraban en el mundo entero. Los narcos fueron arrasados por tsunamis, que los hundieron en el fondo de los océanos, junto a la Estúpida y sus K-chorros.
   Los Argentos por fin sonreían de oreja a oreja.
   El uso de la silla fue olvidado y los humanos descansaban culo en tierra.
                                                                        

miércoles, 28 de septiembre de 2016

LES ENFANTS DU PARADIS

                                                                        
   Tuvimos onda ni bien nos conocimos. Una maestra excepcional, que llegó a ser Inspectora General de Escuelas. Madre de tres hijos que hacían Teatro conmigo. Asistía a los ensayos. En los espacios de descanso descubrimos que nuestros gustos literarios eran idénticos y los cinéfilos también. Mirábamos películas blanco y negro, antiguas. Un día, en su casa, dijo que le daba asombro que a pesar de nuestras diferencias de edad, charlábamos de igual a igual. Confesó que le gustaban las personas que tomaban vino tinto y fumaban Particulares. Nuestros encuentros eran precedidos por el Dios Baco y un pucho tras otro. Se reía mucho, porque yo decía todo lo que pensaba, a ella le ocurría igual, así fue como en lugar de ganar amigos, los perdíamos. A nadie le gusta tal proceder. Durante la Dictadura Asesina, mataron a sus tres hijos. Mi viejo, ante el horror, me mandó a una Venezuela, con cientos de exilados. Allí me enteré, vivía en Francia, conoció un argentino que tocaba la guitarra en los subterráneos, tuvieron una hija. Un bálsamo para tanto dolor. Regresó cuando empezó la Democracia. Yo tomaba un cafecito en el bar de Bellas Artes, ella apareció en el vano de la puerta, nos encerramos en un abrazo sin lágrimas. Preguntó si vi la película de anoche y sí, la misma “Les Enfants du Paradis”, de Marcel Carné, con textos de Jaques Prévert y el inefable Jean Louis Barrault. Bueno, dijo, nos regalaron el poco humanismo que prevalece y espero crezca, siguió con su charla lúcida y mis oídos atentos. Cuando la humillación de Obediencia Debida y Punto Final, tuvimos un encuentro, conocí su niña, de ojos adultos y curiosos. Volvieron a Francia. No la vi más. Mi último recuerdo es una boina roja caminando hacia la puerta final de la Facultad de Bellas Artes.
                                                                   

martes, 27 de septiembre de 2016

RECUPERACIÓN SOÑADA


   El auto quedó sin combustible, la mujer quiso abrir la puerta, olvidó que se trababa dos por tres, el marido, un pterodáctilo como ella, abrió la suya.
   Una traffic, que venía a mil, rozó filoso al pequeño auto y le llevó la puerta.
   Yo estaba estacionado, leyendo mis resultados de sangre. Bajé del auto, el viejito se agarraba la cabeza, su mujer parecía embalsamada. Le pregunté si estaba lastimado, dijo que no, igual miré su cuerpo, toqué toda su cabeza, los brazos, las piernas. Le ofrecí acercarlo a una guardia, para estar más seguros.
   El de la traffic frenó cuadra y media después y corrió hasta el auto con la puerta en la mano.
   Parecía que yo sobraba y entré en mi vehículo. Él tendría unos veintiocho años, calculé. Le pidió disculpas, que no lo vio, que cómo se encontraba, mientras tocaba su cuerpo y decía “Bien, bien”, dijo ser médico. El viejito le explicó que estuvo algo confundido, pero ahora se había recuperado. La mujer agradeció la deferencia del chico, que sonreía con alivio, él les explicó que tenía seguro y agregaría un dinero para que el auto quedara como nuevo.
   Enganchó el auto en la traffic, para cargar nafta. Los invitó a subir y la viejita decía que la camioneta era viajar en un elefante.
   Aplaudía como una niña y su marido le besaba la frente. Es verdad, decía el viejito, como reza la propaganda, un “lugar soñado”.
   El chico advirtió que la pareja, no era de acá.
   Le inspiró ternura la conclusión del lugar soñado.
   No quiso desilusionarlos. Él sabía que era un pueblo de mierda.
                                                                               

lunes, 26 de septiembre de 2016

SAI CHIEN ARGENTOS


   En Ezeiza los aviones de todas las líneas, inclusive los de Aerolíneas Argentinas, funcionaban con horarios, partidas y regresos de una exactitud británica.
   Chela y Basilia llegaron a tiempo, gracias al sobrino, corredor de autos. Fueron recibidas por un empleado de smoking que trasladó sus maletas e indicó cuáles eran los pasos a seguir. Entregaron pasajes y pasaportes a una señorita excedida de buena educación, que las condujo a una manga forrada en terciopelo verde, con pisos neumáticos. Dos azafatas perfumadas, con agua florida, señalaron sus butacas, anchas, tan anchas y mullidas que daban sueño, de hecho se durmieron antes del despegue. La ingesta, importada de Francia, acompañada con vino Toro en sachet y el postre, fresco y batata, con una copita de Licor de las Hermanas.
   El destino del viaje era China. Aterrizaron en Beijing —¡Chela nos obsequiaron las mantas de viaje!
   Basilia le pidió a su amiga, que no hiciera ostentación de asombro. —Sí, tenés razón, una persona distinguida debe llevarla a la sans faꞔon
   Descendieron por un tobogán de plástico doble y luces cegadoras. Cintas   veloces las depositaron en microautos, con sobresaliencias para las maletas. El chofer las dejó en el Hotel, donde tenían reservas, Chela le preguntó, en un inglés chapucero, cómo sabía el destino —Pol la SIDE señola, usteles son viejas, es al pelo lo que hacen.
   Basilia puteó por el tipo que las trató de viejas y por la SIDE —Gronchos de mierda.        
   Chela propuso dejar los bagayos en el Hotel, tomar una ducha y salir a recorrer. Ambas tenían un Jet Lag importante. Había beneficios de masajes orientales, que se presentaron de inmediato y las dejaron como nuevas.
   Dieron vuelta  a la manzana, Chela dijo 
—Cuántos chinos que hay en China, siento que respiro chino.
   —Sí, pero fíjate cómo nadie atropella a nadie, ni se rozan.
   —Porque son flacos. -Dijo Chela-.
   Basilia le explicó, imitando los orientales —No seas bestia, es una cultura milenaria, caminan con sigilo y respeto.
   Entraron a comprar unas baratijas y mientras una, casi niña, las atendía, comenzaron a rodearlas chinos que las miraban, se iban pasando la voz para los que no llegaban a ver las adquisiciones Che-Basi, cuando salieron, todos saludaron inclinando las cabezas levemente.
   Pasaron un mes, todas las mañanas cruzaban a la plaza y hacían Tai-Chi con los divinos.
   Un mal día llamaron sus maridos, exigiendo regresos inmediatos.
   Ambas llevaban cuarenta años de casadas. Habían embargado sus casas, vendido los autos, llevaron tarjetas y todos los ahorros, de ellas y los de sus maridos.
   Les cortaron en la oreja. De tantos masajistas, Taxi Boys y otros humos, hablaban como chinas perfectas. Fue en la vejez donde conocieron el éxtasis del jubileo.
   Nunca retornaron.       
                                                                                 

domingo, 25 de septiembre de 2016

EL MISMO RECORRIDO


   Llegué a la curva, había una chacra, una casa blanca y una mujer. Bajé del auto y le pregunté si ella había visto, dijo que no, era ciega, dijo. Miré el espejo retrovisor, me mintió, juntaba tomates y los distribuía en bolsas diferentes. Seguí hasta el Puesto Policial y señalé los del fondo, viejos, oxidados. Me permitieron verlos, los toqué uno por uno, hablé en un hilo, mi voz no daba para más. Aseguraron que no. Eran Policías de la tierra, hablaron con verdad. Salieron a bichar cómo me iba. Seguro que era la primera persona que veían, en el medio de la nada, todo campo liso. Nunca nadie. Entré en Las Flores, pedí el diario por si había algo escrito, una foto, algo, me dieron el del día anterior y el anterior al anterior. Nada.
   El Hospital, odio los hospitales, un médico o el director, qué importa, hacía más de dos meses que nunca, repitió nunca. Le creí. Conducía en camisón y descalza, loca, estaba loca, pero debía hacer el mismo recorrido, igualito. Busqué el Estudio de Tancredi, el chimango, más que un ave negra, en Azul, por ahí vomitaba alguna humedad que me sirviera. Me hizo esperar, había una foto del hijo escalando, había muerto, escalando. Cuando apareció y dijo “Pase”, corrí hasta el auto.
   Me dio asquito el viejo choto. Llegué a Tandil, estaba mi hermano en la puerta, lo quise abrazar, hacía un calor de putas y él, con sobretodo me pidió las llaves del auto. Las revoleé a los yuyos de enfrente. Lo empujé contra la pared, él es alto, yo baja, pero una loca tiene más fuerza que nadie, le apoyé el codo en la garganta —Papi y Mami están juntos desde los trece años,¿entendés?
   Zafó y cruzó a los yuyos a buscar las llaves. Lo seguí, las encontró, dijo —Sí, pero están muertos, juntos, murieron juntos, nos dejaron el campo, el piso de Buenos Aires y los seg…
   Todo daba vueltas, me desvanecí. Cuando volví en mí, él partió en el auto, con el sobretodo puesto.   
                                                            

sábado, 24 de septiembre de 2016

ARTILUGIO

                                                                        
   Mientras hacía su trabajo, salió de shopping. Quedó pegada a una vidriera, se tapó con las dos manos los reflejos externos, para ver mejor. Tanta piedra preciosa, puntillas, transparencias, calzas al tono, gatopardo mezclando interrupciones de rayas y lunares rojo fluo con naranja y azul sin Francia, zapatos dorados, montados en plataformas de amianto verde loro. Sus ojos no daban abasto para encerrar tanta maravilla.
   Le dieron ganas de entrar y probarse todo. Cuando abrió la pesada puerta salió a su encuentro una empleada, con “sonrisa comprame” —Pasá, por favor ¿qué necesitás?, te ayudo, hay unas calzas ideales para vos ¿te gusta alguna?
   Ella preguntó si podía probarse el vestido de piedras preciosas —¿El que está en la vidriera?
   Ella asintió melindrosa.
   —Se ve que tenés buen gusto y es tu talle, lo saco a condición que lo lleves, es toda una tarea quitar esa belleza de la vidriera.
   Ella dijo que sí lo compraría. La empleada, mientras sacaba el vestido, sonreía con todos los dientes —Da cierto trabajo, tenés que esperar unos minutos.
   Estaba extasiada, pero el reflejo de la cara de la empleada, de espaldas, le devolvió una boca de fastidio, que viraba en sonrisa cuando volvía a estar de frente.
   —Bueno, por fin lo logré, acá está, mirá que es diseño único y seg…
   La empleada interrumpió su discurso, ella puso voz de mando —Estoy apurada, decime dónde está el probador.
    —¿Te lo vas a pro…?
    —Por supuesto, quiero ver qué tal.
   Le arrebató el vestido de las manos y se introdujo en el probador. Dio laburo quitar su propia ropa, vio su imagen en el espejo y fue como mirar a otra, perfecta, canchera, se besó a sí misma. La empleada entró en el espacio escueto como un Isis. —Parecés una princesa, lo más ¿lo llevás?
   —¿Cuánto cuesta?
   Cuando la empleada cantó el precio, ella dijo lamentarlo, el vestido bien, el costo le quedaba grande. Le llevó tiempo volver a su ropa original, entre los pantalones azulitos, la camisa, chaleco anti balas, las botas, el cinto del revólver y la gorra. Dio las gracias, con venia, un compañero la esperaba afuera.
   —¿Y? ¿Te compraste algo?
   Ella no lo miró, sacó su celular y habló —De la galería, el segundo negocio, a la derecha. Esta noche, zona liberada.                                   
                                                                 

viernes, 23 de septiembre de 2016

BASTA, BASTA, BASTA, BASTA!!!!

                                                                  
   La patria es un cacho de tierra rodeado de “no pasar”.
   En general, adentro no tiene nada, o eso, un general y un montón de degenerados que aplauden. A veces los generales se cansan y le ceden el laburo a algún civil estrábico o alguna estúpida. Eso es lo peor, matan igual que los otros pero no usan balas, usan hambre. Tiene contradicciones, como todo sistema imperfecto. Acumulan pobres, roban todo y siempre hay alguien, que una bala se lleva puesta. Éstos no importan, porque se los considera supernumerarios. La patria es toda ordinaria, la mercadería es de segunda o tercera generación, de proveniencia endeudada y en muy mal estado. O en muy mal, porque estado no hay. Ni hubo, que alguien recuerde. La patria tiene una capacidad de olvido cosmogónica, anorgásmica, flatulenta e hipócrita.
Todas las patrias son una mierda, pero ésta es mierda pura. Dan cuenta de esto los comemierda que se encargan de izar la bandera que no significa, equivocar fechas, lugares y hombres. Rinden honores al mafioso. Tiene algunas cosas buenas la patria, tiene soja, tiene soja, tiene soja, tiene sindicatos, tiene sindicatos, tiene sindicatos, tiene gremios, tiene gremios, tiene gremios, tiene barras brutas, barras burras y barras cobardes, fuerzas bobas, damas no tiene, pero tiene baño de damas. Tiene birra, faso, paco, merca, pastillas, sexo al paso, robo calificado, infaltable a la hora de ocupar un baño, quiero decir un cago, perdón un cargo u o copar un cargo del mejor amigo, en lo posible.
Es patético que la vida transcurra dentro de la patria o la patria dentro de las cabezas. Sería oportuno recurrir al maravilloso invento de la guillotina. Alguien tiene que ser el culpable del mal estado de las cosas. Una utopía, hay tantos cómplices, millones. Cabría la duda de pensar que se encontrarían verdugos sin experiencia.
O peor aún, que pidan vacaciones adelantadas o hagan piquete de ojo por cansancio y dejen en manos de los curas el trabajo. Todos sabemos cómo se comportan estos muchachos en sus claustros. Sería un bochorno más para la patria vendida hace doscientos años.
                                                                    

miércoles, 21 de septiembre de 2016

IGUAL LO QUIERO


   —El Dr. No está pero tomo su sesión, como secretario adjunto, mi nombre es Arsenio Perramus,¿el suyo?
   —Perdón, pero el Dr. no dijo que tuviera un secretario adjunto para atenderme.
   —Seguramente, el Dr. olvida mucho, siempre. No contiene al paciente.
   —Suficiente Dr. Perramus, no quiero escuchar críticas de su titular, me llamo América y vengo de Verónica.
   —¿Hace mucho que son amigas?
   —¿Quiénes?
   —Verónica y Ud., América, son pareja, o me equivoco.
   —No sólo equívoco, sino sordera total, diría yo, que soy la paciente América y vivo en el pueblo de Verónica.
   —No viven en el mismo lugar, claro imagino la soledad que esto le genera, el vacío.
   —Para empezar, yo no soy gay, a mí Verónica me parece un lugar aburrido y usted piensa mucho por mí, no está bien, nada bien.
   —¿Le parece aburrido que Verónica lo sea?
   —¿Usted no se da cuenta que Verónica es un pueblo, no una persona?
   —Disculpe, América, a lo mejor me expresé de un modo incorrecto, a pesar de su no reconocimiento gay, admitamos que para usted, Verónica la determina al punto de parecerle un pueblo y aburrido. Escuchamos que el algo aburrido de Verónica, tiene que ver con cientos de otros, un pueblo, dijo. Imagine, hablar de una amiga como un pueblo. ¡Flor de sublimación!
   —Perrramus, está empecinado con que me relaciono con otra mujer. Estoy enamorada de Pedro, mi actual pareja. Lo demás corre por su cuenta.
   —Por cuenta de Verónica, querrá decir… ¿nos vemos en la próxima?
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   —¿Cómo andamos, América?
   —Maso, me parece que soy gay y ni yo misma lo sé, pero debe ser.
   —¿Qué la hace pensar esto, querida?
   —El que me atendió el otro día, su adjunto, sugirió que lo pensara y yo lo pensé.
   —No sé a qué se refiere con que tengo un adjunto que atiende a mis pacientes. Es un disparate…
   —A mí me pareció igual, pero él estaba tan seguro de sí mismo, que hasta parecía Freud en persona.
   —Éstos consultorios son el colmo, cualquiera toma mi lugar y se permite sembrar la duda de la sexualidad de las personas… disculpe, América, esto me ha superado.
   —No sé quién era Doc, pero dio en el clavo, avancé en una sesión lo que con usted llevaría nueve meses. Estoy perdida por mi vecina y ella por mí. Nos amamos. Nunca conocí a nadie como Verónica.
   El Psi piensa, pero no dice: Como yo, con Arsenio Perramus, no sé qué más me va a pedir. Le presté varias sesiones, plata, auto. Es peor que una prostituta.
   Igual lo quiero.
                                                                 
                                                             

PORRO, BIRRA Y CELULAR


   Me gustaba el atardecer en esa sierra arbolada, de pastos altos y macachines que parecían lagunas rojas, retamas acunadas por brisas.   Mi lugar preferido era una piedra con respaldo de musgos, jugando a ser mullidos. Después el sol. Regresaba cuando anochecía. Una tarde de Septiembre descubrí un chico recostado, mirando el horizonte, fumando un cigarrillo de olor persistente y agradable —Perdoná que pregunte, me gustó el olor del humo ¿De qué marca es?
   Sonrió más tranquilo que un ángel —Es marca porro. ¿Querés una pitada?
   Acepté, tosí mucho, me dio vergüenza. —La primera vez da tos, dale dos pitadas más y miramos las estrellas bocarriba.
   Sentí que una manifestación de luces se nos venía encima. —Fijate la luna, parece de día.
   Prendió su celular y salió música de Pink Floyd, que jamás olvidaré. Sacó dos birras y me convidó. Brindamos, nos preguntamos los nombres. Él era Ángel y yo Ángeles. —¡Chau, este encuentro mató! Pará que armo otro charu, una noche angelada, nuestros nombres son una redundancia, ¿te pegó?
   —No, al contrario, me acarició.
   Ángel se rió mucho de mi respuesta, le dije que daba sed. —Acá nos tomamos dos birritas más y volvemos a tu casa, tus viejos se van a preocupar.
   —Ya soy grande, tengo como dieciocho, vivo sola, es cerca ¿ves esa casita de madera? La hice con mis propias manos. Te invito.
   —Buenísimo, guau! Tenés malvones, geranios, enredaderas, esto me supera, sos un ángel.
   Le dije que tenía comida y comimos. Luego armamos otro y nos quedamos dormidos. Yo me desperté primera, le pregunté la hora, él contestó con ojos entornados —¿Para qué querés saber?...  

martes, 20 de septiembre de 2016

ALTA EN EL CIELO UN


A Esperanza San Martín de Belgrano, le dio por envidiar a su criada de toda la vida, Aurorita.
Esperanza, cuya familia había sido muy rica, tanto que ni ellos sabían cuántos dineros, propiedades y esclavos poseían aquí y en el resto del mundo, quedó sin un centavo.
Sola y sin amigos, su única compañía era Aurorita, que siempre trabajó sin sueldo y comiendo mendrugos.
Aurorita, era feliz, aún durante su edad avanzada y no se explicaba la envidia de la niña. Esperanza sinceró con palabras de mandatario sus deseos, quiso saber cómo hacer para obtener felicidad, siendo tan pobre o indigente, como se usa nombrar hoy día.
Aurora le dio una idea inmediata. Le propuso habilitar esa inmensa casa, forrada de madreselvas, como un lugar para producir alguna alegría, al que necesitara privacidad y demás perversiones, que trajeron estos tiempos.
Esperanza le preguntó quienes podían habitar ese lugar, que dejó de ser bello hacía tiempo; Aurorita, hiperinformada, era su pasión, la puso al tanto de políticos, empresarios, diplomáticos, curas, monjas y gremialistas, que necesitaban espacios como ése, para desarrollar sus bajos instintos. A Esperanza la idea le pareció excelente, proviniendo de una india inexperta. La desesperanzó el estado de la casa. Aurorita, para hacerla corta, le dijo que el estado no existía hacía tiempo y eso que llamaban “estado”, era un conjunto de grasas descerebrados, drogadictos, corruptos, de lenguaje soez y prácticas aberrantes. Gente acostumbrada a revolcarse en la mierda.
Ahí Esperanza, tuvo un brillo de esperanza. El caserón era perfecto para alquilar sus habitaciones. Y le alegró no tener que limpiar, ni disfrazar de distinguido.
Aurorita le dijo que cobrarían en euros, el uso de la casa; a esas gentes los precios altos, los hacían sentirse altos y rubios. Emocionadas, ambas se abrazaron.
Actualmente, viven entre Londres y Oxford, en un castillo de habitaciones impecables y discretas. Las alquilan a los primeros ministros, a veces a terroristas musulmanes. A ellas no les importa la proveniencia, mientras paguen.
Argentinos no aceptan. Obvio.

lunes, 19 de septiembre de 2016

SOPA DE LETRAS


   Una tos de niño, en el micro, hacía que Rufino descendiera antes del lugar, a donde se dirigía. Las bacterias de la tosecita eran motivo suficiente para concurrir al médico de vías respiratorias.—Dr. le ruego que me diga la verdad.
   —La verdad es que sus vías respiratorias están impecables, como lustradas con cera Suiza, refulgentes.
   Rufino, contento, llegaba tarde a la oficina y les contaba a sus compañeros, que para vías respiratorias, lo mejor era la cera Suiza lustrada. Alguno decía —Sí, tenés razón, yo por eso me paso la microenceradora a diario.
   El micro de vuelta tomó por un empedrado que le daba en su espalda como latigazos. Se bajó siete cuadras antes de su casa y corrió hasta el primer nefrólogo de turnos inmediatos. —Mire Señor Rufino, con sólo apoyar mis manos, advierto que sus riñones están perfectos.
   Regresó a su casa tranquilo, ingirió una sopa con fideos de letras. Un mosquito le picó el brazo, fue a la guardia del Hospital, adujo una urgencia. El Doc dijo —Está lleno de mosquitos, es común en el verano, no es anófeles, ni selvático, el mejor remedio es rascarse.
   Al entrar en la cocina echó Raid, prendió una espiral y enchufó un matamoscos. La sopa de letras, que Rufino tomaba para ser más culto, estaba llena de mosquitos ahogados. Hirvió una papa y tiró la sopa. Por la mañana no pudo deponer. Salió de inmediato a consultar un gastroenterólogo, que le realizó una colonoscopía —Colon perfecto. –Dijo el Dr-.
   —Ya que estamos, ¿puede usted ver el estado de mi próstata?
   El Doc puso a Rufino en esa situación humillante y procedió.
   Rufino salió más que satisfecho con el proctólogo, que no encontró nada en absoluto. Lo echaron del trabajo por ausencias reiteradas. Cuando salió de la oficina no supo qué hacer y vio una casa, con una chapa que decía “Doctor Alberto Vaporano. Psiquiatra-Psicólogo”. No despegó el dedo del timbre, salió el Doc en persona. Lo hizo pasar al consultorio —Bien, ¿qué lo trae por aquí?
   Rufino relató sus aprensiones que le hicieron perder hasta su fuente de trabajo. El Psi Vaporano diagnosticó hipocondría y amagó a seguir escuchando a Rufino, que partió con un “Hasta luego” y corrió a la Farmacia. Pidió el mejor remedio que hubiera para la hipocondría. El Farma contestó —Si no fuera por los hipocondríacos, las Farmacias dejarían de existir. Son nuestros mejores clientes, elija usted mismo, cualquier medicamento le será útil.
   Rufino eligió siete cajas de cualquier cosa, salió tan contento que distrajo su atención y un micro le pasó por encima.
                                                            

domingo, 18 de septiembre de 2016

VOLS ÉLÉGANTS


   —Le quería comunicar que en media hora estamos allí.
   Pensó Virginia, bueno, tuvieron la deferencia de avisar el horario de su llegada, pero es un engorro para mis compromisos del día. Escuchó una camioneta de alta gamuza, estacionar en la puerta. Bajaron tres señores con trajes distinguidos. Virginia los escrutó por la ventana y los hizo pasar con inmediatez —Buen día, Señorita, pertenecemos a la empresa “Robos Elegantes”.
   Y… con tanta desocupación y los miles de despidos exprés, es natural que los robos se realicen, con educación y respeto, pensó Virginia. —Tomen asiento, por favor.
   —De ninguna manera, la que debe tomar asiento es usted, mientras nosotros procedemos. Permítame Señorita que le vende los ojos, no queremos que este episodio le resulte traumático.
   Ella, pensando en el Marqués, se relajó y disfrutó su calma. En quince minutos hicieron su trabajo. Se fueron sin saludar, a Virginia le pareció que ese gesto no fue académico.
  Se quitó la venda con sigilo, el pañuelo era de seda glisada, con el logo de la Empresa. Un obsequio de la finesse “Robos Elegantes”.
  Escuchó la puerta y todavía en estado de gracia, su amiga Martirio gritando —¡¡Te dejo la casa por un par de horas y se robaron todo!! ¿Cómo lo permitiste? Miráá, mirá lo que es esto, no hay nada, nada, te mataría Virginia!!
   Martirio, que sólo lloraba por objetos, jamás por personas, ahora se lloraba todo. —Ché, no te pongás así, mirá qué tipos considerados, enceraron los pisos, limpiaron los vidrios, tu cocina dudosa y le sacaron el sarro a los sanitarios. Deberías estar agradecida, sos una materialista ignorante, al menos, los señores ladrones, recuperaron la plusvalía. Espero que desagendes mi nombre, dirección y teléfono. Aprovechaste mi lealtad, tiene razón mi marido cuando dice que sos traidora, necia, corrupta y K.
                                                                            

sábado, 17 de septiembre de 2016

MOLICIE


   En la provincia estaba bien. Bien aburrida, pero bien. Cansada, nací cansada. Allá no importaba a nadie que me tirara en cualquier lado. Tomé el tren de los crotos, vacío, por suerte. Aquí tengo que trabajar o no como, lavo patios enormes a cambio de mendrugos. Duermo en un cajón de madera con techo, el jergón tiene olor a muchos olores feos. Llego tan cansada de fregar que no pienso, antes me desmayo. Conocí una chica que me habló del viejo loco. El viejo me mira y quiere que le trabaje a él sólo, dijo la chica. Me paga por no hacer nada.
   Tiene cara de malo, pero, yo sé que es bueno. Me saca la ropa despacio y pide que me siente. Hay respaldo. Ayer me pidió que no cierre los ojos, yo le hago caso, él se aleja y dibuja, levanta la cabeza y parece que me va a matar, es su trabajo. Me lo dejó ver terminado. Usó colores fuertes, vivos, parezco yo por dentro, lindo muy lindo. Igual le hablé de mi cansancio vitalicio y pedí abandonar ese trabajo. Se arrodilló y confesó que me amaba como a dios. Debo ser fría, porque lo levanté de prepo y me vestí rápido, tenía frío, el viejo me hacía pasar frío, horas de horas. Yo no creo en dios, para mí no es nadie. No le acepté el pago del día, lo vi sufrir por eso. Dormí como cuando fregaba, me despertó la chica, que ahora es mi amiga. Trajo una carta urgente del viejo. Era un regalo, mi amiga dijo que la abriera, a lo mejor era dinero, ella amaba el dinero. El sobre gordo decía “Te amo tanto como para regalarte esto”. Estaba tan cansada que ni ganas de ver qué era, mi amiga lo abrió con desesperación propia. Cuando me desperté no estaba ni mi amiga ni el sobre.
                                                            

jueves, 15 de septiembre de 2016

DUDAS

                                                  
   Saturado de velocidades, ruidos y desengaños, le dieron una escuela, en la Quebrada de Humahuaca. La pura montaña y veinte coyitas que asistían a sus clases, sin faltar jamás. La comunicación ocurría con el placer de la confianza que otorga aprender jugando. Cuando los niños volvían a sus casitas lejanas y dispersas, Jano pensaba artilugios para el día siguiente. Pasados cinco años, con sólo dos visitas de inspección, sin molestias, era admirado por su trabajo, en el medio de la nada. Los pagos se hacían de a pié, por algún padre comedido, que viajaba a San Salvador todos los meses. Jano guardaba la tercera parte para comer y le pedía al buen señor, que usara el resto en insumos de papales lápices y tizas. Era la fiesta de los chicos, cuando Jano distribuía el material.
   En las noches de verano, dejaba que el cielo se le volcara encima y tantas estrellas le provocaban dudas. Él era un dudador permanente, ese detalle lo hacía sentir vivo, le complicaba los días, de apariencias iguales. A fines de un invierno, quiso volver a Buenos Aires. Esperó la llegada del nuevo maestro. Confundido en los abrazos apretados de los niños, sin palabras y sin lágrimas, dudó en partir. El nuevo maestro lo llevo al tren de prepo. Le decía que ahora le tocaba a él, aquella maravilla.
   Jano llegó a su casa, donde lo recibieron con la misma indiferencia que cuando dijo que se iba. Besos de memoria y preguntas previsibles le hicieron dudar su estadía en familia. Su madre tenía una cara nueva, dibujada a bisturí y rellenos. El alma no se opera, pensó Jano. El padre le dio un buen trato, él sí parecía operado de su sarcasmo. Le propuso salidas de cafés y arboledas meditadas. Jano dudó de aquella entrega inesperada, pero como se pensó mezquino, borró su duda. Se entregó a los delirios hablados de su padre, como un cordero confiado.
   Durante un almuerzo su madre, “cara nueva”, preguntó si había ahorrado dinero, en aquellos años trabajados. El padre carraspeó y la miró feo. El hijo contó, alegremente, que casi todo lo gastaba en aquella gente desposeída.
   Ella, sin mirarlo, lo insultó con voz de gallineta mal servida. Jano dudó si el destinatario de las soeces palabras, era su padre o él mismo. Pensó que lo mejor era dejar la mesa y batirse en retirada. Ambas potestades se colgaron de su espalda. Los dos a coro, con horror y furia, le gritaron que lo menos que podía hacer por ellos, era pagarles sus deudas, que eran muchas. La casa, el auto, las cirugías, el fracaso de la empresa. En fin, no eran una familia, eran deudas.
   Así como sentía pasión por las dudas, Jano tenía horror por las deudas. Arrancó las comadrejas de sus ropas y viajó al norte, sin dudarlo, ese mismo día.
                                                        

miércoles, 14 de septiembre de 2016

HACÉ LA COLA

                                                
   —Terminé con el escritorio, no pagó nadie, todos la misma excusa “No tengo”, “No puedo”, “La semana que viene”. Son humildes al borde del abismo. ¿Fuiste a sacar número?
   Molly le puso el papelito casi sobre los ojos 
   —Ciento cincuenta y siete, si espero ahí me da un ataque.
   —¡Tengo una idea! Estás embarazada y rompés bolsa, recurrís a un Seguridad, le decís de tus contracciones, el tipo seguro quiere llamar una ambulancia, contestás “Necesito hacer una extracción para esta circunstancia, es urgente”. Estás rompiendo bolsa y dejás unas gotitas en el piso. El tipo se asusta y le pide al cajero que te pague de inmediato, listo. Te espero con el auto en marcha.
   —Vos, Felipe, estás cada día más loco, ¡Si no tengo panza!
   —Te fabrico una ya.
   Le puso un almohadón bajo el vestido, hirvió agua que vertió en una bolsita de goma y la introdujo en el almohadón. —Te llevás esta aguja y pinchás la bolsa…estás regia, vamos.
   Molly obedeció, era actriz, oficio muy útil para la mise en scene. Le habló al de Seguridad con más cara de bueno, la condujo de inmediato y cobró. Salió llorando, dejó un camino de agua.
   Subió al auto, Felipe se reía mientras le arrebataba el dinero.
   —Llevame al Sanatorio ya, ¡Animal! El agua estaba hirviendo, debo tener quemaduras de tercer grado.
   Entró como un ciclón al Sanatorio, al grito de 
   —¡Me estoy quemando! Hagan algo.
   Dos médicos la pusieron en una camilla —Usted es primeriza, ¿no? Tranquila, todo va a salir bien.
   Molly seguía gritando —¡Me quemo carajo, no estoy embarazada! Fue culpa de este boludo.
   Felipe se acercó compungido, pidiendo perdón. Molly hizo llamar a la cana, quedó preso.
   Su fianza, más la curación de Molly, le llevó todo el dinero extraído.
   Felipe pensó que el número ciento cincuenta y siete, traía mala suerte. Era mejor hacer la cola.
                                                          

UNPLUGGED


   El traslado lo deprimió más aún. Un pueblo chico destilando odio en dosis evanescentes. Renunció, logró un cierto bienestar. Buscó cursos de algo, pero todos despedían olor a usado, desusado y aburrido. En la esquina de su casa, vio un cartel que lo inquietó: “Curso acelerado de Obviología”, escrito en letras góticas minúsculas. Hizo sonar la aldaba y una damisela, de sonrisa práctica, le dio la bienvenida. Una sala con olor a mandarina, un afiche de Los Beatles, un retrato de Juana Molina, tres gatos descansando en un sillón color malva, como los ojos de la profesora. Le dio vergüenza que la damisela lo hiciera sentar, le pareció que llevaba en su frente la frase “vengo a tomar el curso” o peor, que fuera una adivina-pensamiento.
   La profesora pidió que se relajara y tomara el sillón de los gatos, que lo habían dejado calentito. Los gatos se retiraron de mala gana al alféizar de la ventana. Salió una voz casi de niña —No le pregunté su nombre, porque estoy segura que se llama Humberto.
   Él la miró con desconfianza —¿Y cómo lo sabe?
   La damisela, con seguridad eminente, respondió —¿Qué otro nombre puede tener usted, sino Humberto?...
   Él le dio la razón. Pensó hablar de su sospecha de adivina-pensamiento, pero calló por respeto a la profesión de la damisela.
   Ella se miró en un espejo, que sacó del bolsillo y arreglando unos rizos que escapaban a su cofia color sepia —¿Humberto, cuál es mi nombre?...
   No quiso quedar como un alumno ignorante, inclinó la cabeza y contestó —Su nombre es Prudencia.
Ella guardó el espejo en su pantufla derecha —¡Oh! Es usted un alumno con experiencia ¿Puedo saber si es natural o adquirida?
   Él se sintió complacido —Es natural, lo único que adquirí en mi vida es la casita de acá enfrente, Srta Prudencia.
   —¡No sabe el peso que me saca de encima! Pensé que había otra persona que dictaba obviología. No es por soberbia, justo lo que salva mi unicidad es no tener competidores. Olvidé decirle que la clase empezó ni bien usted hizo sonar la aldaba.
   Humberto sintió toda su sangre en la cara, tal vez dijo cientos de obviedades, tal vez la damisela no lo quería de alumno por burro. Ella descubrió su sonrojo y recordó que faltaba quitar algunos tomates del huerto. Le propuso a Humberto que la ayudara. Él dijo —¿Y la clase?
   Prudencia se acomodó la cofia y le entregó un canasto —La clase se da en cualquier lugar y circunstancia, esto es lo bueno de las obviedades. Iría contra mis ideas la maestra y el escritorito ¿no le parece?
Humberto miró la pantufla derecha de la damisela. Cada paso de ella, dejaba una gota de sangre. El espejo se había roto y Prudencia no se percató. Tomó coraje y le advirtió —Señorita, usted se lastimó con el espejo que guardó en la pantufla.
   Ella, pálida, confesó que no quería mirar. Humberto le tomó la mano y acercó una silla, Prudencia temblaba, él quitó la pantufla. El espejo, partido en tres, cayó sobre el piso. Miró el pequeño pie lastimado y preguntó si no había DG6, ella, mirando hacia un aparador, lo señaló con un gesto, allí estaba. Le echó tres gotitas y usó su pañuelo para vendarla. Prudencia recuperó su color y ella misma sacudió la pantufla y sumergió el pie dentro.—No le doy las gracias porque sería una obviedad. Pero si usted mira bien de cerca mis ojos, verá que en ellos hay más agradecimiento que cualquier gracias con palabras.
Humberto inclinó la cabeza a modo de despedida.
   —¿Seguirá mis cursos, Humberto?
   Preguntó con voz ingenua la damisela. Humberto acarició los tres gatos, juntó los tres pedazos de espejo y dijo que por supuesto. Cuando Prudencia quedó sola miró los tres gatitos y les habló en secreto. Les dijo que Humberto era tan bueno como obvio, que iba a necesitar muchas clases, obviamente.

martes, 13 de septiembre de 2016

UN INFIERNO PERMITIDO


   —¿Sabés lo que dijo el Dr. Dinero? No tenemos que aprender más Medicina, ahora debemos aprender a venderla.
   —¿Y vos?
   —Yo nada, no merecía respuesta.
   Tiempo antes llevé a mis hijas de doce años a realizarles el primer pap. Ambas quedaron horrorizadas, no hubo lugar de sus cuerpitos, libre de sus manos. A Pilar le pasó la lengua por sus incipientes mamas. Hice la denuncia correspondiente en Tribunales, no la tomaron, era un médico prestigioso y un abogaducho acotó que mis hijas fantasearon. Me pareció tan degenerado como el maldito Dr. Dinero.
   Pasaron años de aquel episodio, las chicas recibieron atención terapéutica. En la actualidad, las dos estudian Psicología en Buenos Aires. Aquel abogaducho mutó en Fiscal.
   Ocurrió un episodio de violación múltiple a una niña de trece años, que luego fue arrastrada por una camioneta, marca “que parezca un accidente”.
   El Fiscal Gustavo Morey adujo que se realizó con consentimiento de la víctima. Fue publicado por todos los medios, locales y del país.
   Los habitantes del lugar soñado concluyeron: “por algo habrá sido”. De genocidas compulsivos, era de esperar: “la niña era una puta bárbara”.
   El nombre de la víctima se supo de inmediato, los nombres de los victimarios se esfumaron, encubiertos con la anuencia del Poder Político.
   El pueblo olvidó el episodio en menos de veinticuatro horas. La capacidad de ausentar de la memoria historias de esta índole es envidiable o nauseabunda.
   Y a vos, Gustavo Morey que Dios y La Patria te lo demanden.
                                                                

domingo, 11 de septiembre de 2016

LISTO EL POLLO


   —No tenés que estar tan ansiosa, dos noches sin dormir, te alimentás con tostadas y agua, eso no es bueno, Inés ¿me escuchás?
   —No soy sorda, flaca. Pero quedamos en vernos el miércoles, el tipo está rebueno, copado y sé que le gusto desde que era chica. Me pongo el vestido negro, me favorece, tengo un corpiño y un calzón exiguo ¿Te parece?
   —Pero sí, es perfecto, te diré que lo primero que vuela es la ropa, no olvides que los tipos mueren con tus ojos verde cielo.
   —¿Cómo verde cielo? Son azules o verdes. No me gustan, yo me los veo color escupida de mate.
   —Él te va a mirar otras cosas, Inés, no te pintes porque con este calor de mierda se corre todo.
   —Me da miedo este encuentro, seguro que me va a preguntar cosas…no sé, ¿viste? Pensá que es un tipo culto y yo una bestia, por ahí se aburre…
   —Inés, no te olvides de depilarte, en especial, donde ya sabés.
   —Jamás me saqué los pelos, ni de las axilas, dicen que es malo, para algo están.
   —Inés ¿cómo vas a ir así? Dejá de joder, te afeitás con una máquina y listo el pollo, pelada la gallina.
   —¿Vos me podés llevar hasta la puerta?
   —Por supuesto, te dejo en la esquina.
   —Gracias flaca, después te cuento.
   Entré enseguida, el tipo sonreía, preguntó dos o tres boludeces de rigor. Dijo que me quitara la ropa. Apretó mis tetas con delicadeza. Pidió que abriera las piernas y aseguró que no me dolería nada. Tuve vergüenza. Fue mi primer papanicolao. Seguro que se dio cuenta que soy virgen.
                                                                               

KAKOFILIA

                                                              
   Por los gritos me enteré que el tipo se llamaba Lucas o Boludo, una pareja joven, un hijo y un perro. No necesitaba despertador, el primer grito me hacía saltar de la cama —¡¡¡Lucas llevá el chico al colegio!!! Ni sacaste la basura, el perro rompió la bolsa. Me voy a laburar y dejo todo hecho un kilombo, poné tu ropa a lavar, los vaqueros se paran solos y tus camisetas tienen olor a chivo. Pongo el auto en marcha, sale “la ella” y pregunta si la puedo dejar en el centro —Disculpá, pero no tengo ni para el micro y el destino de mis días es lidiar con treinta bastardos que desaprenden todo el tiempo, se me rompió el auto, llueve, viste qué asco la humedad. Me gusta la música que escuchás. A nosotros se nos jodió el equipo…es acá en la esquina.
   Frené al toque, se bajó y seguía hablando sola. Volví a casa, me olvidé las llaves del local.
   Justo salía Lucas, le ofrecí llevarlo a su taller 
—¿Cómo sabés dónde trabajo?
   Pensé decir que por los gritos de “la ella”, por supuesto le contesté en civilizado —Te veo siempre, es frente a mi negocio.
   Hablamos de su perro y mi gato, que solían pelear como perro y gato, del tránsito infernal, de la inflación, que no daba respiro, la inseguridad, en un momento comenté que todo era el resultado de once años de la Estúpida K-Chorra. —Ché, pará un poco, que yo soy Kirnerista.
   Casi me hace chocar —No te puedo creer.
   Continuó con un —Sííí y a mucha honra.
   Abrí la puerta del auto —Bajate, no me gusta viajar con Kakas.
   “La ella” tenía razón, Lucas era un boludo mugriento, dejó el auto con olor a chivo, a culo, a milanesa frita.
   Pensé en el hijo de ambos ¿Sería un futuro Karambolito? Pobre pibe, qué jodido.
                                                                 

sábado, 10 de septiembre de 2016

LO QUE SUPIERON CONSEGUIR


   No estoy triste, soy triste. Me siento cómoda, tiene sus beneficios, en los velorios no lloro, con verme la cara la gente piensa que el finado me conmueve y para nada. Era un mal tipo, padre de mi mejor amigo. Llegué a mi estado confusional  y en vez de abrazarlo y decirle el clásico “Lo siento mucho”, le di tres palmadas en la espalda y le dije “Me alegro mucho”.
   No se sorprendió, en esos momentos todo se perdona, existe lugar solamente para el dolor que inunda el alma, el corazón y si quieren podemos pasar a otras vísceras.
   Pasado el duelo mi amigo siguió con cara triste, las personas decían que teníamos tanto en común con nuestras caras, que parecíamos hermanos.
   Él se quedó a vivir solo en esa casa gigante de articulado innecesario. Llamaba para que fuera, no me podía negar, era mi único amigo, nadie me soportaba, a todos les resultaba deprimente.
   Propuso que trajera mis bártulos y viviera con él. Me vino bárbaro, yo no tenía dinero ni para pagar el alquiler del mes próximo. Me encargué de la cocina y la ropa, mi amigo hacía los pisos y retretes.
   Mirábamos juntos películas con papas fritas. Una noche de tormenta me asusté con los truenos y me metí en su cama. Una cosa trajo la otra y nos casamos. Seguimos con caras tristes, según él, por el contagio que le producía verme todos los días. Descubrí que él también era triste. Fue paradojal, porque nos divertíamos con cualquier pavadez.
   Nuestro primer hijo nació llorando y nada le daba consuelo. Buscábamos nombres en libros viejos, almanaques, la Biblia, Cien años de soledad. El nombre lo decidió su actitud. Le pusimos “Triste”. Cuando creció se hizo trotskista, no fue apropiado para los tiempos. Lo sobornamos con un pasaje a Tenerife. La extrañadura nos hizo vender la casa y fuimos a vivir con él. Se sorprendió al vernos, ni lo imaginaba, no le avisamos de nuestra llegada. Tenía una mujer y una niña por nacer. El nombre estaba decidido, se llamaría “Tristeza”.
   Cuando en Argentina volvió la democracia, nadie quiso retornar. Estábamos en un lugar que parecía elegido por Dios, para pasar sus vacaciones. La gente del lugar nunca preguntó porqué teníamos cara de tristes. Cuando supieron que éramos argentinos, quedó todo dicho.
                                                                       

viernes, 9 de septiembre de 2016

AMURADA

                      
Hay quienes conviven con la alegría y otros con la tristeza. Inés era adicta a la alegría, los brotes amorosos que le crecieron con Ramón eran bellos, hasta que se transformaron en enredaderas. Quedó sin aire y pidió a Ramón que se fuera. Él, con la humildad del que perdona, se alejó encorvado dejando brotes secos que Inés miró con tristeza.
   Sucedió igual con Martín, Tomás, Augusto, Pepe y Rolando. Todos fueron sus amados, hasta que mutaban enredaderas que volvían a dejarla sin aire. Caminaba plazas y calles con el corazón latiendo, como los jóvenes que buscan alguien. Apareció de frente, casi en un tropiezo sin disculpa. Se reconocieron de inmediato, aunque jamás se habían visto. Muy a su pesar, Inés se brotó con Juan ni bien se sentaron en el banco. Él se dio cuenta y pidió permiso para quitarle los cotiledones que tenía en los brazos y en las mejillas. Inés ayudó por temor a la futura enredadera. Juan hizo un ramo de flores robadas, como son los verdaderos regalos de flores y preparó milanesas, bien escurridas, que Inés devoró con pasión sibarita. Nunca concertaban los encuentros, se producían a diario y ninguno de los dos se atrevía a poner en palabras aquellos milagros.
   Inés, plena de alegría, dejó de reparar en los detalles del mundo. Se miraba el cuerpo, sin asomo de brotes y besaba a Juan como a un dios nuevo. Y así fue como él se brotó todo, hasta quedar cubierto de enredadera. No entendía Juan, hasta que le faltó el aire.
   Cuando la vio llegar casi se ahoga, pero como la quería más que a nada sobre la tierra, le dio un beso tan largo y tan profundo que se juntaron personas de todas las edades a mirar aquella expresión de amor que había dejado de existir hacía bastante. Cuando Inés llegó al éxtasis más alto al que pueda acceder un ser humano, Juan cayó en la vereda y flores multicolores nacieron de aquel montón de enredadera.
Murió Juan, murió de Inés. Ella perdió la razón, vive pegada a las paredes que encuentra, todos olvidaron su nombre, ahora la llaman enamorada del muro.
                                                                        

jueves, 8 de septiembre de 2016

EXPANSIÓN

                                                    
   El mar no me gusta porque tiene mucha agua, hasta se permite besar el horizonte. La soberbia de matar el sol en un lugar y hacer que nazca en otro. Esa histeria de las olas, que quieren comerse la playa y luego se arrepienten, para más tarde pretender lo mismo. Cuando se brota huyendo, como millones de locos malos, quiere dar envidia, dejando a la vista toda clase de joyas, que son suyas, hechas por los orfebres de sus propios movimientos.
   Esas sorpresas de extenderse sobre territorio ajeno y retirarse violento, llevando a sus entrañas casas, puentes, montañas, caminos y personas. De ambicioso, como los poderosos mitológicos. 
   Después, empachado de tanto, deja los huesitos en orillas diferentes. Embauca a más de uno en sus hipnóticos bailes, atrapa los deseos, que jueguen con él y le naden por encima o le buceen profundidades que suelen ser mortales. Él se ríe, para siempre, sabe que eso durito que vive fuera de él, algún día, será todo suyo.
                                                                        

miércoles, 7 de septiembre de 2016

COSER BOTONES


   Apoyaba la cabeza en la almohada y silbidos mínimos provenían de sus oídos, giraba su cuerpo y el sonido continuaba.
   Prendió la luz del cuarto, sirvió un vaso de agua que no pudo tomar, cada trago entraba por su boca y le salía por las orejas. No saciaba su sed mientras los oídos silbaban, miró el piso de la cocina, mojado. Pasó la lengua por cada mosaico, el agua eludía su boca y trepaba a las orejas. La lengua quedó pegada al paladar, mientras los sonidos incrementaban decibeles, sin explicación. Llegó a la cama, unos hilos de agua lo siguieron hasta la almohada, ni bien depositó su cabeza escuchó una catarata que no pudo detener ni con algodones en los oídos. Voces del pasado discutían, se superponían y lo llenaban de reproches infundados, él se metió y gritó
 —¡¡Porqué!! La vida pasa a mi lado mientras trabajo doce horas por día, cosiendo botones. ¿Quién les da derecho a llenar mi cabeza de hechos mendaces, porqué culparme de lavar mis dientes con wasabi, que como todos sabemos incentiva la inteligencia y junto al ajo mata la podredumbre que guarda nuestro organismo? Pueden tomar el camino de mis oídos y mudarse a la cabeza del corrupto de la esquina, Bolusik, allí hay de sobra para entretener sus vidas. Les puedo dar otras direcciones, Municipio de Tandil, ANSES, los karambolitos, los k-chorros y miasmas por doquier.
   Se fueron los imbéciles, sus oídos escucharon melodías soñadas, su cabeza se tiñó de armoniosos pensamientos. Rompió el despertador, decidió renunciar a su trabajo esclavo. El prana de la mañana lo esperaba.
                                                                                

martes, 6 de septiembre de 2016

VERMISAYO

                                                           
   En el centro de exposiciones ABOMBATE había una muestra de dos grabadores. Aparecieron en un diario local. Tomando café miré sin mirar y a pesar del mal papel y peor impresión, me parecieron trabajos interesantes y leí a qué hora abrían. Suele ser un lugar de comportamiento avieso, para con sus expositores. Capaces de ocupar una tarde, con su atardecer y al día siguiente quitar lo del día anterior y reemplazar todo por arreglos de flores muertas, con autorías locales, mujeres en general o mujeres de generales, terratenientes o lavadores.
   Entré con sigilo, había mucha gente tapando las obras y hablando boludeces. Conozco algo del arte de la espera. Se cortó con bocadillos y salames caganoli, queso sin estacionar y vino. Las cirugías, los colágenos, los fratacho clase a, b y z cubrieron el centro del comedero. Zona libre para ver cada uno de los trabajos, de cerca, de lejos, éramos tres los que mirábamos. Los tres sin cirugía y peinando canas, hasta teníamos los mismos gustos. Nos quedamos con la obra del barquito navegando aguas azules y turquesas.
   Apareció el autor, con un vaso de papel, la mitad tenía vino, sonrió humilde hasta que el amigo, caído de la nada, le pidió un traguito. Nadie se había preocupado en brindarles un escabio. Sentí la obligación de disculparme por lugareña. Ellos fueron parcos: - No te preocupes, se nota que vos no.- Felicité de rigor, preguntaron dónde habría una pizzería cerca. Las viejas loros cirujeras ni un cacho de salame les dejaron. Indiqué una, son todas malas, iguales. Les advertí la manía de cobrar lo que no es. El del barquito cerró los ojos diciendo, por eso nos vamos y no creo que volvamos.
   Apareció la Curadora allá a lo lejos, trayendo un discurso de memoria. Ellos no tuvieron más remedio que quedarse. Los que miraban conmigo y yo, huimos. Prendimos un pucho a la salida con un chau, sin la u final, nos fuimos a la mierda, cada uno por su lado.