En la provincia
estaba bien. Bien aburrida, pero bien. Cansada, nací cansada. Allá no importaba
a nadie que me tirara en cualquier lado. Tomé el tren de los crotos, vacío, por
suerte. Aquí tengo que trabajar o no como, lavo patios enormes a cambio de
mendrugos. Duermo en un cajón de madera con techo, el jergón tiene olor a
muchos olores feos. Llego tan cansada de fregar que no pienso, antes me
desmayo. Conocí una chica que me habló del viejo loco. El viejo me mira y
quiere que le trabaje a él sólo, dijo la chica. Me paga por no hacer nada.
Tiene cara de
malo, pero, yo sé que es bueno. Me saca la ropa despacio y pide que me siente.
Hay respaldo. Ayer me pidió que no cierre los ojos, yo le hago caso, él se
aleja y dibuja, levanta la cabeza y parece que me va a matar, es su trabajo. Me
lo dejó ver terminado. Usó colores fuertes, vivos, parezco yo por dentro, lindo
muy lindo. Igual le hablé de mi cansancio vitalicio y pedí abandonar ese
trabajo. Se arrodilló y confesó que me amaba como a dios. Debo ser fría, porque
lo levanté de prepo y me vestí rápido, tenía frío, el viejo me hacía pasar frío,
horas de horas. Yo no creo en dios, para mí no es nadie. No le acepté el pago
del día, lo vi sufrir por eso. Dormí como cuando fregaba, me despertó la chica,
que ahora es mi amiga. Trajo una carta urgente del viejo. Era un regalo, mi
amiga dijo que la abriera, a lo mejor era dinero, ella amaba el dinero. El
sobre gordo decía “Te amo tanto como para regalarte esto”. Estaba tan cansada
que ni ganas de ver qué era, mi amiga lo abrió con desesperación propia. Cuando
me desperté no estaba ni mi amiga ni el sobre.
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