Si no soporto el
dolor de una muela es sábado o domingo. Si con un cuchillo de cocina, me rebano
cuatro dedos, es un sábado o domingo. Hago una poda de árbol, me caigo de la
escalera, dos huesos partidos, un tobillo quebrado, es sábado o domingo.
Desde niña,
hasta mi vejez, que es el lugar donde me encuentro, todos los accidentes,
ocurren los fines de semana. Si voy a una guardia hospitalaria, hay veinticinco
personas antes que yo. Si voy a un Sanatorio, parece un lugar abandonado, una
secretaria que no sabe dónde se encuentra el único Doctor que hace la Guardia
de Emergencia. Puro circo, no hay Médico. Hoy desperté con un cocodrilo en el
ojo. —Robert, no me mirás con la lupa, tengo un dolor terrible…
Como para mí,
todo es terrible, Robert no se apresura: —Lo tenés rojito, ponete Isis
Lágrimas.
El dolor
continuaba, había una pasta transparente que recordaba que tenía anéstésico. —Robert,
please, poné un poco, al menos que se duerma.
Dijo: —Duchate,
quiero comprar carne, miel y puchos.
Yo prefería
Clínica de Ojos, primero. El ojo me lloraba, como canilla abierta, pensé que
pasaría y dije “sí”. Tardó quince minutos en la carnicería, veinte en la miel,
cinco en los puchos. Cumplidas “sus” necesidades, porque yo carne no como, la
miel actual no me la creo y dejé de fumar. Me puse loca: —¡¡Llevame a la Clínica,
no ves que me muero de dolor, carajo!!
Había una
Secretaria, limando sus desagradables uñas rojas, mi ojo me mataba, mientras
ella hablaba huevo, con un celular incrustado en la oreja. Me puso loca. —Buen
día, tengo un elefante en el ojo, quiero un médico “ya” o el ojo se me cae al
piso, me entendés?
Me contesta con
cara de: “Odio laburar el sábado”: —No se ponga así, lo busco a pie, nos
cortaron el sistema.
Le llevó cuarenta minutos encontrar al Doc guardián. A su
puerta llegué y hablaba de fútbol, con otro nabo. Me subió el deseo de matar,
le golpeé la puerta: —¡¡¡Socorro Doc, se me sale el ojo!!!
El amigo se fue
con cara de fútbol veinte y el Doc, serio como bragueta que no se abre ni para
mear, dice: —Tranquila, tranquila.
Me ubica en ese
lugar donde se apoyan el mentón y la frente. Me tira una luz, que pensé que era
mi ojo frito. —Abra, suba, baje, izquierda, derecha.
Corre el aparato
de torturar : —Señora, no es un cuerpo extraño, ni una basurita, es una úlcera
machaza, usted durmió con un ojo abierto.
A pesar del
dolor, me dio risa, le iba a explicar que yo incrusto mi ojo en la almohada y
mis dormires histéricos, lo refriegan sin piedad ni conciencia. No había gasas,
no había cremas, no había cinta adhesiva hipoalergénica.
Escuchaba los pasos
de él y los de la Secretaria limada, entraron a diez consultorios y siguieron
con los del segundo piso, en el tercero encontraron los insumos. Me hizo el
curetaje que me ocupó media cara y dijo: —Vení mañana, antes llamá porque la
Secretaria de mañana no es la misma que la de hoy y la Dra que te vea, suele
quedarse diez minutos, si nadie le avisa que hay algún paciente, se va.
El trabajo del
Doc resultó impeque. Paso por el escritorio de Lima Roja: —Va a tener que
llamar antes once menos cuarto, suele llegar once, once y diez.
Me dieron ganas
de tirarle el celular en la pecera de atrás.
—Mirá, yo mañana
llamo a las diez, vos avisale a la Doctorcita esa, y le decís que hay una
persona, que necesita atenderse diez y cuarto o la voy a buscar a su casa…
Robert me agarró
del brazo, le agradeció a la señoritinga y me dio su clase babilónica:
—Debemos
ser sociables, amables, tranquilos, civilizados.
Mañana si no me
atiende en tiempo y forma, los vidrios de la Clínica de Ojos, recibirán
adoquinazos en todo su frente.