lunes, 30 de abril de 2018

¡QUE VIVA LA LIBERTAD!


   Mami dice que cuando nací pensó que me habían cambiado, no me parecía a nadie. Considera que soy inútil para todo servicio. Tengo nombre, pero para mami soy che. Che estudiá, che alcanzame. Che lavate las manos. Cuando vienen visitas me llama hija esto o hijita lo otro. Delante de sus amigas cuenta que soy inteligente, buena, obediente y estudiosa, una bendición de dios. En privado, se toma la cabeza y dice que soy una maldición de dios. Así comprendí que dios es contradictorio.
   Compró un sillón mullido siesta, para el escritorio de papá. Cuando me quise sentar, ambos me tomaron de las orejas para gritar que ni se me ocurra, con esos vaqueros tan sospechosos como mi higiene personal. En eso les doy un poco la razón. Mami también compró la banqueta más incómoda que encontró, para la Secretaria de papá.
   El otro día entré con sigilo al escritorio, salí de la escuela tres horas antes. La Secretaria estaba tirada en el sillón nuevo, con ambas piernas en alto y papá sobre ella, tal vez probando el sillón. Cuando llegó mami de jugar al bridge, su única ocupación además de la canasta, le conté que papá y su Secretaria dedicaron ese día a probar el sillón nuevo, haciendo cabriolas de toda índole. Agregué que estaban sin ropas, tal vez para cuidar el tapizado.
   No me explico las razones, pero se divorciaron, no sin antes romper toda la vajilla y demás enseres, a saber, el sillón nuevo rasgado con un cuchillo grande, junto con los colchones, el mío inclusive. Mami tenía mucha fuerza, le rompió cuatro costillas a la Secretaria y le partió una pierna, con el atizador de la salamandra. Mami se fue a Europa con su mejor amiga y papá se casó de inmediato con la Secretaria. Ninguno quiso quedarse conmigo.

domingo, 29 de abril de 2018

BARRACÁN


   —Te ruego que la visites, mi Madre fue su última compañía. Ahora que está sola ¿Qué te cuesta? Si para ir a la Facultad, pasás todos los días por su edificio…nadie va, tiene otras hermanas vivas, pero tan ancianas y con motricidad limitada. Cuando viajo a Montevideo, voy al geriátrico, no carece de un cierto lujo y personal que las atiende. Las abrazo a todas, cada una me llama con nombres diferentes: “¡Hola, querido Haley.” “Mirá vos, qué buenmozo Alfredo.” “Dame un beso a mí también, Pancho ¡Qué lindo chico!” No saben quién soy y piensan que tengo veinte años.
   Lo escucho por ser la persona que más quiero en la vida: —Papá, no me hagas ir, no es buena conmigo, exige que le cuente cosas de índole privada, me arrancó la cadena que me regaló mi Abuela, tu Madre, decía que pertenecía a su hermana Adela, que ella ni conoció. Se burla de mi vestimenta, dice que tengo el gusto atrofiado de Mamá.
   Me mira con ojos de niño. —Si la visitás una hora, te regalo ese sobretodo de barracán que tanto te gusta.
   Me pareció tan generoso, prometí pasar todo un día con la tía Ema.
   Abrió Juanita, que le cocinaba como una diosa y limpiaba por donde ve la suegra: —Hoy está con un humor…
   Apareció como un fantasma, vestida de negro y con un rodete picudo. Iba por los ochenta y ocho, hacía cuatro años que tenía ochenta y ocho, a ella los años le rendían mucho. Era alta y usaba un corset ortopédico para no doblarse como les sucede a los ancianos.
   —Apareciste por fin, dejá que te bese yo, porque tengo un maquillaje invisible y temo que lo arruines. Tenés el té servido, podés mirar tele. Me voy a descansar, es probable que no me levante. Juanita, después de las seis, no atiende a nadie. Tenemos casi la misma edad, la entiendo. La comida está en el microonda, cuidá que no se queme.
   Y desapareció entre habitaciones intrincadas. Nunca entendí cómo tantas, para una sola persona. Había sillones cubiertos con lienzos blancos. Fui a dormir y cerré todas las puertas. Ema, desde que yo era chica, hasta la actualidad, me contaba que por las noches, algunos lienzos se levantaban y rondaban diferentes lugares para charlar, recordar o asustar a los visitantes. Dormí con un balcón abierto, hacía frío, pero es mi costumbre el oxígeno nocturno, en especial para huir del olor a encierro y jazmines viejos. Me llevé un charu al balcón, por si se daba cuenta, y para disfrutar los árboles de la plaza. Mientras prendía el encendedor, la punta del charu mal armado hizo fuego.  Una mano pesada en mi hombro, fue tal el sobresalto que giré y largué todo sobre la persona detrás. Era Ema con un deshabillé de nylon, de mil capas, que el fuego abrazó de inmediato.
   Fui a buscar al Portero, ningún matafuego funcionaba. Hubo uno que sí. El edificio se salvó, la tía Emma no.
   Yo declaré ignorar cómo sucedió.  
                                                         

sábado, 28 de abril de 2018

TIPO


   Mamá decía que en Mercedes, vivían todas familias tipo. Yo creía que mis amigos, tenían una madre y un tipo al que llamaban papá. Era una sociedad machista a ultranza, hasta una niña de mis años se daba cuenta.
   Los hombres decidían, elegían, opinaban y concurrían a misa, todos los domingos. Las mujeres caminaban con la cabeza mirando el piso y no hablaban. Los hijos, pedían permiso para cualquier cosa, como los presos.
   Mamá y sus hermanas odiaban el pueblo, decían que tenía olor a milico y a cura. La pólvora y el incienso eran la misma mierda, con distinto olor, concluían.
   Ellas pensaban que yo no escuchaba sus charlas siesteras. Me resultaban interesantes sus voces encimadas. Mi abuela se enojaba por los contenidos, que podían arruinar mi cabeza.
   Les pedía mesura a tres brujas genéticas, por parte de padre, aclaraba.
   Un verano, durante los años ochenta, mi abuela pidió que la acompañara a misa. Siempre tuvo la secreta esperanza de volverme creyente. Misión imposible, aún para mi padre, que sufría mi ateísmo de tres décadas.
   Cuando la iglesia estaba llena, apareció un hombrecito enjuto, de nariz grande y mentón huidizo.
   Los feligreses, murmuraban y gesticulaban feo, para una misa. No entendí, hasta que mi abuela dijo su nombre en mi oído. Alguien comenzó a golpear las palmas y el resto lo siguió, hasta silbidos hubo en la casa de Dios. El sacerdote hizo caso omiso y continuó la ceremonia. Cuando el hombrecito enjuto, quiso comulgar, la gente se dispuso codo con codo y la barrera humana no le permitió recibir los santos sacramentos.
   Cuando salimos, mi abuela callaba. Le pregunté su opinión. Dijo que “No estuvo bien lo que hicieron. Es la casa de Dios. Esos odios se dirimen en la justicia. Él es un hombre, a pesar de ser un genocida hijo de mil putas, sin remedio ni castigo, nadie puede arrogarse echarlo de la iglesia. Fue de cobardes lo que hicieron. ¿Porqué no lo reventaron en aquel tiempo? Un pueblo de mierda, lleno de familias tipo, como dicen mis hijas” Nunca escuché a mi abuela, expresarse en esos términos, le salió de las tripas.
   El tipo era Videla. “Un hato de huesos negado a la muerte natural, que era lo menos que podía hacer.” El día que reflexionaba en esos términos, mi abuela murió. Antes llegó el cura, con la hostia final, ella se puso atea repentina y le dijo al cura de la hostia, que se la llevara al hijo tarado que Videla tenía oculto, en el Open Door.

viernes, 27 de abril de 2018

EL ORIGEN



   Cuando ocupamos abajo era todo tan manso, que las brisas que entraban y las de afuera, acariciaban. El que nos alquilaba, no nos cobró más y con ojos cerrados, dijo que la parte de abajo era nuestra.
   Yamir y Cala son felices, todos vinieron de Turquía y sonríen, no se escuchan bombas lejanas, ni tiros cercanos. Yamir tiene dos hermanos sin esposas, aunque tienen ganas, Rimo y Travel eran seres que amaban el sol y sus adyacencias. Hubo un día de truenos y relámpagos, presagiando una lluvia de dos meses.
   Los cuatro habitantes de abajo advirtieron el auto viejo, del cual salieron seis personas erguidas, a pesar de la lluvia y los rayos. Bajaron maletones, tres roperos, una mesa con seis sillas enanas, cuatro lámparas, una heladera y varios sillones cómodos y discretos.
   —Entonces no era un auto, debió ser un camión.
   Cala fue la única que acertó: —Es un auto acamionado, le calculo unos treinta años.
   Yamir, que se creía el rey del mambo, corrió a darles la bienvenida. Toda la familia de abajo, ayudó en la mudanza, distribuyendo los muebles a su gusto. A la Señorita Kintach, le pareció una intromisión desmedida: —Les agradezco su buena voluntad. Nos gustan las camas en el centro del lugar, formando el mandala que nos representa, una estrella de seis puntas.
   —¿Duermen juntos?-Preguntó Travel, de chusma-.
   —Somos seis hermanos, dos mujeres y cuatro varones, vinimos de Corea, gracias a un Tío que nos regaló la parte de arriba del casón.
   No estaba previsto, pero sucedió. Rimo y Travel se esposaron a dos de las coreanas.
   Hubo problemas, los de arriba se hacían amigos de los de abajo y en los mejores acuerdos surgían discusiones peligrosas. Ambos grupos tenían familiaridad con la guerra. Entre las mujeres esas situaciones les hacían perder de vista, el lugar mágico en el que vivían.
   En medio de una trifulca, Rimo, que era un ser de escasas intervenciones, habló de corrido y con ceño liso: —Debemos intercambiar lugares, los de arriba que vivan temporadas abajo, en sus tiempos de arriba almorcemos juntos en el jardín común.
   A todos les pareció una putada, la propuesta, pidieron armamento a sus respectivos países, que compraron para quedarse con los retornos, elementos de última generación. Durante la madrugada, se cagaron a bombazos y los tiros baleaban lugares inexistentes. No quedó ningún sobreviviente.
   —¿Y la casona?
   —¿Qué casona?

jueves, 26 de abril de 2018

AFLICCIÓN FLEX


   Una mujer con cara de aflicción, hecha un nudo en un rincón del sillón. Me senté a su lado y le dije que todo en la vida llega y se va. Pensé que una oración extraída de un libro de auto ayuda, mejoraría su desánimo. Me arrepentí, era una frase multiuso, “sirve nada”.
   Se abrió la puerta de un consultorio y asomó la cabeza del Psi Ganaguiso —¿Qué pasa aquí? En una sala de espera, debe reinar el silencio.
   Esperé mi turno, el Psi me contó la historia. Éste es un caso especial, se trata de una mujer que nació con la posibilidad de anudarse, todo el cuerpo, hasta llegar a ser una pelota de Foot ball. La pateaban donde fuera, los chicos de la plaza consideraban que la mujer nudo era la mejor pelota para jugar.
   Le hacen rehabilitación, hasta ahora lograron que el índice y el meñique no se anudaran más. Los brazos llevaron tres meses con inyecciones “antinudo”, las piernas dieron trabajo, parecían defender su virginidad.
   Hicieron viajar a un especialista chino, el Doctor Chin-no, en tres días la paciente caminaba. Viajó a Estados Unidos para despegar la cabeza del ombligo. Fue notable, hay que sacarse el sombrero, los yanquis son los mejores. Ella sintió que debía reparar su vida de pelota. Llegó a ser primera bailarina del Teatro Colón. Hacía lo que su cuerpo le pedía, tenía una apertura de trescientos grados, saltaba casi tres metros impulsada por su fuerza interior, caía en el escenario sin emitir ningún sonido. Hubo veces  que ella, ya en el suelo, parecía seguir volando. Su último trabajo fue ser pelota de nuevo.
   La encontré en la sala de espera, hecha pelota.
  Ya no la número cinco, sino una de tenis. Sólo me salió decirle:
 —Todo en la vida llega y se va.                                                                                                                            

miércoles, 25 de abril de 2018

VAIVÉN


   La flia nunca quiso tratar la demencia de la Madre de Molly, al saber que esperaba su segundo hijo, habiendo denostado a la primera, que fue Molly, la familia la marginó definitivamente. 
   Molly se crio a sí misma, se mandaba a la Escuela, se alimentaba de polenta y mandarinas. Intentaba dar besos a sus padres, que la apartaban como a un perro callejero. Su Madre, una psicópata encubierta y el Padre, un indiferente crónico. Cuando Molly cumplió dieciséis años, le anoticiaron la llegada de un hermano. La sorpresa la dejó inmersa en un después incierto. Le preguntó a la Abuela, a quien visitaba a escondidas, tenía prohibido establecer una relación.
   —Ay, Abuela, pobre ese bebé que está llegando. ¿Y si no es tan fuerte como yo, que será de él?
   La Abuela mentía bondad en su hija y generosidad en su yerno, una de las caras del amparo, para que Molly no sintiera la intemperie.
   —Vos ya cumpliste dieciséis, Molly, terminaste tu Secundario en tiempo récord y te regalás un Año Sabático antes de la Universidad…de algún modo, una hermana tan grande es como una Madre.
   Molly volvió a su casa contenta. Sin saber, hizo maniobras de cambio, mudó el pequeño escritorio, al lado de su dormitorio, pintó el minicuarto de celeste marítimo y el techo de azul pampeano. Encontró en el galpón de las porquerías la cuna mecedora, donde durmieron tres generaciones, le dio un lustre superficial.
   Cuando nació Santo, su Madre tuvo un brote de Madre, le dio la teta, cambiaba los pañales, le cantaba en susurros.
   Molly veía los besos que recibía Santo y pensaba: “Esta vieja loca le está dando los besos adeudados a mi persona, mejor, lo mío fue, él recién empieza”. A los seis meses, la Madre volvió al centro perfecto de su locura: dejó al niño en manos de nadie. Allí fue cuando Santo se convirtió en un bebé de llanto continuado. Molly empezó a mecerlo de noche, hasta quedarse ambos dormidos.
   El Padre volvía de trabajar y los miraba: —Así me gusta, Molly, que mimes a tu hijo.
   —Papá es tu hijo, no mío.
   —Disculpá hija, la locura de tu Madre es invasiva.
   Y se retiraba tocando con el dedo meñique, la nariz de Santo.
   Ellos no tenían vínculos con nadie, pero fueron duramente criticados. En especial cuando Santo, le decía Mami a Molly. Ella lo cargaba en una mochila y dio el Ingreso, con resultados de niveles que asombraban a los profesores, siendo una alumna madre soltera.
   Santo era tan feliz, se prestó a confusiones de parentesco, cuando del Jardín la llamaron para felicitarla por el comportamiento de Santo, ella dijo: —Lo que sucede es que al ser hermana de mi hijo, nos da fuerzas para divertirnos, aún ante situaciones adversas.
   —¿Cómo es eso, Molly?, no entiendo.
   —No se puede explicar, es complicado.

martes, 24 de abril de 2018

EVARISTO

                          
   En mi casa jugaba solo, no podía salir a la vereda porque era peligroso, estaba el viejo de la bolsa caminando la manzana y si veía que era un niño me metía en la bolsa y desaparecía conmigo adentro. Ellos decían que lo hacían por mi bien, yo no les creía ni un poco. Mis padres me parece que decían mentiritas, porque se guiñaban los ojos. Me regalaban hojas de papel calzón, o canson, no sé bien, lápices de colores y fibras. Yo prefería la birome de mi papá, dibujaba más cómodo porque resbalaba y siempre me gustó la resbalación. Debía ser porque tenía el tobogán de la plaza al que nunca subí, ni resbalé, mami creía que podía haber gillettes y me lastimaría las piernas. Mi mami cuidaba tanto de mí, era bastante molesto. Cuando me hacía papas fritas con huevos fritos, olvidaba todos sus no hagas esto, ni lo otro, ni lo otro. Y la quería hasta el cielo, después le daba besos engrasados. Empecé la escuela y olvidé el viejo de la bolsa, los toboganes con gillettes y los miedos, se fueron. Conocí a Evaristo y nos hicimos recontramigos, éramos los mejores alumnos, nadie nos decía, pero nosotros sabíamos.
   Un día papi tardó tanto en ir a buscarme, que la señorita me llevó hasta casa. Al llegar, Clarita, la mejor amiga de mami, me levantó en brazos, yo no escuché nada, sólo vi que mi señorita estaba blanca como el papel calzón y Clarita le decía cosas en el oído. La seño se fue en su auto y Clarita me invitó a tomar la leche. Lloraba tanto que me empapó el uniforme. Yo le alcanzaba pañuelos y a lo último le di la tohallita de mi valijita. Cuando paró, me contó que a mis papis los vinieron a buscar de urgencia, para hacer un largo viaje donde no podían llevar niños. Hasta que volvieran, tenía que vivir con ella. Me puse a llorar, peor que Clarita, no entendía lo del viaje largo, porqué no me avisaron.
   Pregunté si eran los viejos de la bolsa que fueron a buscar a papi y mami. Esa noche dormí con Clarita y no quise comer.
   Al día siguiente me llevó a la escuela y se quedó a esperarme en la Dirección.
   El primer recreo salí con Evaristo al patio fuimos a un agujerito negro que descubrió él en una baldosa. Sin ganas le pregunté qué era lo raro del agujero. Preguntó si no sabía que a mis padres se los llevaron unos tipos con anteojos negros en un auto negro. La mamá de Evaristo le contó que eso pasó porque mis papis eran comunistas. No entendí lo de los tipos con anteojos negros, lo del auto negro y qué tenía que ver el agujero de la baldosa.
   Evaristo me dijo que mis papis estaban ahí, en el agujero negro, pero era tan chiquito que nunca podrían salir. Le pegué una trompada en la nariz y un cabezazo en la panza.
   La Seño y Clarita me fueron a buscar al patio, yo me arrodillé al lado del agujero y los llamé y les grité ¡Papi! ¡Mami! No me contestaron...
   Odio a Evaristo, lo odio, lo odio, lo odio, lo odio.
                                                   

lunes, 23 de abril de 2018

HEAVY


   Cenicienta era soberbia, calculadora, envidiosa y la ambición le cabía en las tetas, que eran enormes, haciendo composé con el culo.
   Tenía dos hermanas, Dolores y Melancolía, humildes, generosas, capaces de trabajar a cambio de nada. Cenicienta sentía vergüenza de sus hermanas andrajosas, descalzas, fregonas e incultas. Cuando alguien le preguntaba si era hija única: —Sí, única, otra como yo no hay, lamento que haya dos esperpentos repartiendo en el Condado, que son mis hermanas.
   Estaba pronosticado en The Weather Channel, una fiesta en el Castillo del Príncipe Idiota, como todos sabían que era Príncipe, callaban lo de Idiota. Todos querían asistir, pero nadie tenía un gomán, recurrieron a la página de Mercado Libre y compraron ropa que, oh casualidad, fue vendida por el Príncipe Idiota. Cada viaje que hacía, cambiaba su guardarropa.
   Cenicienta adquirió, en una Feria Gitana, un vestido con tules plásticos, color arcoíris, superpuestos y tajos que le iban del tobillo a la cintura. Los zapatos eran de policarbonato piecero.
   Los rumores de que el Príncipe Idiota era puto, se expandieron a Condados vecinos. La Madre le exigió: —Hijo, esta marca, será indeleble, si no contraés matrimonio con una hermosa mujer.
   Los custodios recorrieron casa por casa y la encontraron: —Estará rebuena, el problema es el nombre, lo cambiaré por Celesner y el apellido: Mil Villas. ¿Y cómo la reconoceré?
   —Cuando ella entre, las tetas se le incrustarán en su jabot y quedarán abrochados para bailar toda la noche. A las veinticuatro horas, estará el Rolls Royce que le alquiló el Ministro de Relaciones Incultas, para devolverla a su casa.
    Ella le mordía la oreja, él le comía el cuello. Los separaron dos Obispos. El Príncipe la corrió por la escalinata, parece que a Cenicienta se le quedó enganchado el calzón en un zapato, fue un engorro que solucionó, dejando el zapato, forrado en su calzón.
   Al día siguiente, el Príncipe la llamó  desde  su celular palaciego, le propuso que tomara un taxi y fuera al Castillo a tomar un éxtasis cada uno, jugar a las escondidas, luego, que actúe la pastillita. No es necesario describirlo, cualquiera imagina.
   Cuando Cenicienta regresó llena de polvos, las hermanas la esperaban con dos hachas, para que aprenda.    

domingo, 22 de abril de 2018

RELACIONES PÚBLICAS


   Detesto las mujeres, no sé si porque somos tantas hermanas, más mamá y mis tías y las hermanas de mi padre y los colegios de hermanas, con compañeras mujeres y profesoras mujeres. Tengo un primo varón, pero es afeminado. No le quedó otra.
   Estudio para premios de tiempo libre. No cuesta nada, escucho las zarandajas de las profesoras y me quedan registradas. Con leer dos horas por día me recibí con el mejor promedio, casi once, como dice la ambiciosa de mamá. Empecé Ingeniería en Sistemas, tengo el mejor promedio de la carrera. Los tipos me detestan, con la misma intensidad que a mí me encantan. El más perverso compite en todas las materias y le gano. Sin querer, sucede. El perverso me quita el hambre, he llegado a sentarme pegada a él. No me da bola, hasta parece tener asco de mi cercanía. Es el único tipo en la vida que no me puso diez en nada.
   Vinieron a comer amigos de mi viejo. Uno le va a otorgar un cargo alto en el Ministerio de Economía. Me invitaron a compartir la velada con ellos, sin mis hermanas. Saben que puedo monopolizar cualquier tema y dejarles sueltas las mandíbulas. Para eso quieren mis viejos que esté, para hacerlos quedar bien con la hija genia. La única que sabe cómo y cuándo hacer y decir lo que corresponde. Lo que los otros quieren escuchar de una joven. El valor agregado de ser alta, rubia, de ojos celestes, indumentaria elegida por mami, que hace de mí una persona distinguida y todas esas boludeces que me joden la vida mientras ellos se enorgullecen.
   Hoy el perverso preguntó delante de todos mis compañeros si yo les parecía frígida. Un bochorno, fue un “Sí” unánime.
   Durante la comida pensaba en él, mientras me hacían preguntas, una tras otra. Encima, era el bufón que debía entretener los vejestorios. Hice hasta dónde pude. Una señora muy académica, la mujer del tipo que conseguiría el curro a mi viejo, preguntó qué es lo que más me gustaría hacer en esta vida. Se hizo un silencio de ángeles, donde todos giraron sus cabezas esperando una respuesta que no llegaba.
   Pensaba en él, su sonrisa. Mi madre, con cierta premura, insistió para que responda. Miré a la señora y me pareció la cara de él, contesté con seguridad universal:
   —Coger, es lo que más quisiera en esta vida y estoy convencida que es lo que más me gustaría hacer.

sábado, 21 de abril de 2018

CONSIGNE DIFFICILE



   Cuando yo nací, ellos ya estaban, me enteré que eran mis hermanos. Les pegó mal mi advenimiento y fui víctima de sus torturas. Por mis Padres, haciendo de cuenta que no pasaba nada, y por mí, que no sabía cómo defenderme, ni que lo vivido no era justo.
   En el ahora, escucho a Celu, que llama todos los días, desde cualquier lugar, justo a la hora que logré dormir a mis bebés. Despiertan al grito de:
 —¡El Tío Celu! ¡El Tío Celu!
   Lo aman, porque Mami lo bautizó Celu, por el aparato y él les regaló un celular a cada uno para Navidad. Celu dice: —Copelia, no quería molestar. Pasó mucho tiempo, perdoná, el día que te corté las pestañas eras una bebé, las tengo envueltas en un papelillo de recuerdo, bueno, chau. Me fumé un letal y vos sos mi hermana Cope. -Cortó, le gusta que alguien lo quiera-.
   Es un tipo tan difícil que el mundo lo ignora. Mi Papá eligió el nombre Copelia, decía que yo era un ramo de flores. Tengo la foto familiar de todos, incluído el maligno Penny y el raro Timón. Mi Papá no tiene cara, porque Mamá la recortó cuando se separaron. De chica fui la mascota de Penny, me ponía el collar del perro y la correa. Salíamos a pasear, íbamos a la plaza: —Copelia, caminá en cuatro patas, no olvides que te transformé en perrita.
   Era considerado, cuando cruzábamos la calle, me llevaba en brazos, al llegar a casa me soltaba y decía: —¡Qué mal hueles, cachorra! Te daré un baño de nieve, con espuma blanca del techo al piso.
   Dejaba mis ojos calvos, libres, para no llamar la atención del “Carcelero”. Así llamaba Penny a Papi. Mi hermano “raro”, Timón, era el modo de ocultar que había un gay entre nosotros. Fue el único hermano que me llevaba al cine, y jamás me preguntó qué quería hacer cuando fuera grande, cosa que le agradecí siempre. No le gustaba trabajar ni estudiar, en la actualidad es DJ.
   Cuando pelea con su pareja, viene a dormir a casa. A mi Marido no le gusta, porque dice que es puto y haragán. Siento como si me tirara mierda con ventilador. Pero las Copelias, no respondemos humedades.
   —Bueno ¿Era esa la consigna de escribir una historia de hermanos? Lo lamento, pero se me termina la birome, tal vez sea un alivio para mis compañeros que me escuchan y para los que por suerte, se me terminó.

viernes, 20 de abril de 2018

SABER PARA DORMIR


   Las manos de Bruno temblaban y no las podía controlar. No dejaba de fumar, aunque el pucho le bailara entre el pulgar y el índice, se dio cuenta que “prometer” era una palabra utópica. “Te prometo que dejo el pucho.” Bruno dijo: “te prometo que te voy a querer siempre.”
   “Siempre” le pareció una palabra superflua y agobiante. Tiró el pucho al empedrado, recordó que a esa hora, en esa esquina, Raquel pronunció: “Yo también te voy a querer siempre.” Ella lo dijo con el casette puesto y el énfasis actoral dispuesto a lo peor.
   Cuando entraron a la pensión, parecía todo clausurado, menos una escalera, que daba a la pieza sin baño de Raquel. Había olor a extracto de cigarrillos rubios, mezclado con olor a plancha de cocina, sucia. El anafe, estaba conectado a una garrafa, tan triste como el resto.
   Bruno sintió que ese lugar le pertenecía, mientras el pucho le temblaba y Raquel preparaba té, en un jarrito cascado. Lo sirvió en dos vasos, como muchas familias judías. Raquel, era judía. Bruno no era xenófobo. Pero lo que menos le gustaba de Raquel, era que fuese judía y que tomara té, en vaso transparente.
   Quedó embarazada, los dos quisieron. Fue varón y se llamó León.
   La pensión terminó en hacinamiento y discusiones estériles, recurrentes, impotencia, odio. Raquel y Bruno, convivieron con León, tres años. Bruno se fue sin decir nada. Raquel lo supo antes que él y tampoco dijo nada.
   Cuando León tenía seis años, preguntó por su padre. Raquel sacó fotos, contó historias y ocultó rencores. León dormía tranquilo, mientras alguien fumaba, con el pucho entre el pulgar y el índice, temblaba y miraba la ventana de León, desde el banco de la plaza, lejos.

jueves, 19 de abril de 2018

HORMONAS, HERMANAS


   Llego antes de las cinco, mi Madre, que tiene sueño liviano, me llama: —Vení para acá, Tuni. ¿Sabés quiénes llegan a estas horas?
   —Las chicas que van a bailar los sábados por la noche.-Le respondí-.
   —¡No, las que llegan a estas horas son las putas!
   Le vi la intención de la bofetada, corrí a mi cuarto y cerré con doble llave. Faltaban Nora y Ceci, llegaron después del desayuno. Por suerte Mami, estaba en misa. Las dos se pusieron sus vestidos grises y portaban los rosarios, se sentaron últimas. A la salida, Mamá les aclaraba a sus vecinas chusmas. —Éstas son las más grandes, ángeles que ni veo cuando se levantan y ya están en misa. Tuni es la oveja negra, prefiero no hablar.
   Mi dormitorio era el más grande y allí nos encerrábamos las tres. Nora me abrazaba: —Tuni, ¿cómo vas a llorar porque Mami te dijo puta? No podés negar que curtís lo más que podés, pero no le cobrás a ninguno, si no ¿sabés qué?  Estarías llena de guita.
   Yo lloraba y no paraba. Ceci por fin dijo: 
—Chicas, peor yo, que soy virgen y encima se me acerca algún tipo, franeleamos un rato y yo, yo, ¡qué humillante! se los propongo, y ¿saben qué contestan todos toditos?: “No, sos muy chica, mirá, no tenés ni tetas.” Les pregunto cómo saben y me contestan: “Porque al colar una mano, sos lisa como una hoja.”
   Nora, que era sensata, decía: —Los chicos también son para charlar, tomar una copa, intercambiar ideas, reírse de todo y de nada. No es necesario despedirse con un piquito.
   En mi ausencia escuché a Nora y Ceci murmurando que yo era buscona, para mi edad: 
—Ché, Nora, ¿no te parece que nosotras no estamos haciendo lo que las hormonas piden a gritos?
   Ceci repitió lo dicho: —Sí, es cierto, yo tengo hormonas, pero no tengo tetas ni culo y mi cara, parece un diseño de Picasso ¿Me entendés?
   Ceci se metió a estudiar antropología, en segundo año era una alumna notable, su cuerpo se desarrolló como ella quiso, Papi, que es cirujano plástico, le cortó un poco la nariz. Usaba unos anteojos enormes y el factor sorpresa, fue un admirador, el más buen mozo del Museo, llegaron los besitos y lo que viene después. Resultó la más prolija de las tres. Yo no le digo nada, pero a mí me gusta probar de todo. Soy la peor alumna de Derecho. Me peleé mal, con Nora, es hipócrita la mosca muerta, la pesqué haciéndole ojitos al novio de Ceci.
   Yo seré putita, o como quieran decir, pero tengo códigos, nunca le robé candidatos a nadie.

miércoles, 18 de abril de 2018

ALIAS


   Mis dos hijos van a venir, soy el padre, me ocupé de ellos. Les pasaba para que no les falte, la atorrante de mi mujer sabía, pero nunca dijo nada. El trabajo me lo consiguió un taura, que era su amante. Fui un gil con suerte. Hacía los traslados de los centros de La Plata.
   Me tuvieron confianza y me ascendieron, llegué a comandar grupos de tareas de primera línea. Decían que cualquier complicación había que consultar al Ruso. Ese era mi nombre en el trabajo, el Ruso. Nunca le hice asco a nada. Nadie dejó de cantar conmigo. Yo me la creí y aceptaba el miedo ajeno como condecoraciones. No sé cuántos fueron, pero me dejaban de cama. Prefería jóvenes, los viejos no resistían nada. Después de siete años me jubilé. Había buchones y tuve miedo.
   Vivía en La Pampa, andaba hecho un maricón, lloraba en los atardeceres. Allí también era el Ruso, pero distinto. Vinieron dos tipos atildados en un auto moderno, que manejaba un chofer con cara de guarda el hilo. Uno bajó y preguntó si yo era Pedro Rudenko. Me quedé frío, parecía que preguntaban por otro tipo y como un boludo dije que sí. Era un nombre viejo, me pareció ajeno. Bueno, fui con ellos, me hicieron un juicio con acusaciones que yo ni recordaba. Y a cada rato decían: —Pedro Rudenko, alias el Ruso.
   En un momento miré, a ver si estaban mis hijos. Pero no, ninguno de los dos.

martes, 17 de abril de 2018

BIFURACIONES


   Cuando dos hermanas, se enamoran de dos hermanos, es el comienzo de peleas no queridas. Pola y Juana, tenían una postura antagónica, con respecto a todo lo que habita en la vida. El primer conflicto ocurrió cuando Pola se enteró que su novio Miky, era hermano del novio de su hermana. Con Juana fue diferente, porque Martín era tan buen mozo, besaba como los dioses y se querían como caballitos de mar. A Juana no le importaba, así fuera Martín hermano del Papa. Se acostó con su hombre a las seis horas de conocerlo, el Kamasutra era nada con las invenciones de Martín.
   —Ese hombre con cuerpo de guerrero, haré lo posible para que sea mío para siempre.-Pensaba Juana-.
   A los dos meses vivían juntos en pareja.
   Pola era virgen, prejuiciosa, juzgaba al prójimo sin piedad y a los gritos. Hablaba mal de Juana, siempre, y cuando se enteró de la conducta de su hermana, se le cayó el pelo.
   Hasta el cura dijo que era de envidia. Miky era un tipo menudo, hablaba con un hilo de voz, había conservado su castidad y obedecía cualquier despropósito que a Pola se le ocurriera. Él invirtió las tres propiedades que le dejó su padre, en llevar a su mujer, Pola, a EEUU. El casorio lo exigió ella, no iban a viajar solteros.
   Le hicieron un trasplante de cabellos, color rubio, hasta la cintura. Luego de un reposo en una clínica de alta complejidad, pasaba el tiempo frente al espejo, probando peinados, que se daban de patadas con su piel oscura. Quiso dejar de ser “Pola, la morochita”.
   Ella se pensaba rubia, le realizaron el mismo tratamiento que a Michael Jackson, su piel quedó blanca como la luna. Miky intentó hacerle el amor, pero Pola nunca quiso, por temor a arruinar su pelo y su cutis. Le besaba la frente con un dedo y lo llamaba “Piojito”.
   Regresó para visitar a Juana, que asombrada, se dio cuenta que era su hermana, por Miky. Ella hacía ostentación de pelo con un espejo en la mano. A Pola no se le escapaba nada, le dio envidia la pareja de Juana y Martín, con sus tres niños de ojos celestes. Esta vez no se arrancó los pelos, pero vertió una pócima de cianuro, en un consomé que preparó ella misma. Juana y Martín agradecieron el consomé que brindó la hermana. Pero ellos no permitían ese tipo de alimentación, ni los niños, ni ellos. Para eso cultivaban sus verduras con fertilizantes orgánicos en los almuerzos. Todo al vapor, para que conservaran sus propiedades y por las noches frutos del bosque y leche de soja, que ellos mismos preparaban.
   Pola no permitió que los sobrinos le rozaran la ropa, ni el pelo, ni que le dieran un besito. Lavó la sopera del consomé y la hizo trizas, la pieza tenía más de cien años. Martín decía: —No te hagas problema, son objetos materiales.
   Pola ponía cara de triste, pero desbundaba de alegría, que se le fue pasando al regresar y mirar en el espejo, que su cabellera se puso verde y la piel blanca, se le acumuló en el cuello, hasta asfixiarla.
   Ni sus padres lloraron en el sepelio. Miky, se hizo sacerdote y vive en Roma.

lunes, 16 de abril de 2018

HOSPITAL FINES DE SEMANA CERRADO


   Si no soporto el dolor de una muela es sábado o domingo. Si con un cuchillo de cocina, me rebano cuatro dedos, es un sábado o domingo. Hago una poda de árbol, me caigo de la escalera, dos huesos partidos, un tobillo quebrado, es sábado o domingo.
    Desde niña, hasta mi vejez, que es el lugar donde me encuentro, todos los accidentes, ocurren los fines de semana. Si voy a una guardia hospitalaria, hay veinticinco personas antes que yo. Si voy a un Sanatorio, parece un lugar abandonado, una secretaria que no sabe dónde se encuentra el único Doctor que hace la Guardia de Emergencia. Puro circo, no hay Médico. Hoy desperté con un cocodrilo en el ojo. —Robert, no me mirás con la lupa, tengo un dolor terrible…
   Como para mí, todo es terrible, Robert no se apresura: —Lo tenés rojito, ponete Isis Lágrimas.
   El dolor continuaba, había una pasta transparente que recordaba que tenía anéstésico. —Robert, please, poné un poco, al menos que se duerma.
   Dijo: —Duchate, quiero comprar carne, miel y puchos.
   Yo prefería Clínica de Ojos, primero. El ojo me lloraba, como canilla abierta, pensé que pasaría y dije “sí”. Tardó quince minutos en la carnicería, veinte en la miel, cinco en los puchos. Cumplidas “sus” necesidades, porque yo carne no como, la miel actual no me la creo y dejé de fumar. Me puse loca: —¡¡Llevame a la Clínica, no ves que me muero de dolor, carajo!!
   Había una Secretaria, limando sus desagradables uñas rojas, mi ojo me mataba, mientras ella hablaba huevo, con un celular incrustado en la oreja. Me puso loca. —Buen día, tengo un elefante en el ojo, quiero un médico “ya” o el ojo se me cae al piso, me entendés?
   Me contesta con cara de: “Odio laburar el sábado”: —No se ponga así, lo busco a pie, nos cortaron el sistema.
Le llevó cuarenta minutos encontrar al Doc guardián. A su puerta llegué y hablaba de fútbol, con otro nabo. Me subió el deseo de matar, le golpeé la puerta: —¡¡¡Socorro Doc, se me sale el ojo!!!
   El amigo se fue con cara de fútbol veinte y el Doc, serio como bragueta que no se abre ni para mear, dice: —Tranquila, tranquila.
   Me ubica en ese lugar donde se apoyan el mentón y la frente. Me tira una luz, que pensé que era mi ojo frito. —Abra, suba, baje, izquierda, derecha.
   Corre el aparato de torturar : —Señora, no es un cuerpo extraño, ni una basurita, es una úlcera machaza, usted durmió con un ojo abierto.
   A pesar del dolor, me dio risa, le iba a explicar que yo incrusto mi ojo en la almohada y mis dormires histéricos, lo refriegan sin piedad ni conciencia. No había gasas, no había cremas, no había cinta adhesiva hipoalergénica.
   Escuchaba los pasos de él y los de la Secretaria limada, entraron a diez consultorios y siguieron con los del segundo piso, en el tercero encontraron los insumos. Me hizo el curetaje que me ocupó media cara y dijo: —Vení mañana, antes llamá porque la Secretaria de mañana no es la misma que la de hoy y la Dra que te vea, suele quedarse diez minutos, si nadie le avisa que hay algún paciente, se va.
   El trabajo del Doc resultó impeque. Paso por el escritorio de Lima Roja: —Va a tener que llamar antes once menos cuarto, suele llegar once, once y diez.
   Me dieron ganas de tirarle el celular en la pecera de atrás.
   —Mirá, yo mañana llamo a las diez, vos avisale a la Doctorcita esa, y le decís que hay una persona, que necesita atenderse diez y cuarto o la voy a buscar a su casa…
   Robert me agarró del brazo, le agradeció a la señoritinga y me dio su clase babilónica: 
—Debemos ser sociables, amables, tranquilos, civilizados.   
   Mañana si no me atiende en tiempo y forma, los vidrios de la Clínica de Ojos, recibirán adoquinazos en todo su frente.

domingo, 15 de abril de 2018

EL LOCAL



   —Hoy es la fiesta.-Dijo Braulio sin entusiasmo-.
   —¿Pensás ir?-Preguntó su compañero con ávida curiosidad-.
   Puso cara de mártir: —He ahí la cuestión, si lo pienso no voy.
   Siempre era así, Roque necesitaba la opinión de Braulio, para decidir cómo proceder. Los dos casados, con empleadas del local, como todos saben, no hay cosa que caliente más, que el laburo.
   Entraban al local con los ojos pegados, antes que el dueño. Así evitaban burradas, que los dejarían en la calle. Cuando llegaba Pascual, lo ponía de mal humor ver las caras de ambas parejas. A veces agradecía, sin palabras.
   A éstos, mejor no mostrarles los dientes, porque se agrandan, soy el dueño, qué joder: —Chicos, estuve pensando...-Cosa que nadie le creyó porque no tenía con qué-. La fiesta que sea algo íntimo, los sanguchitos que los hagan las chicas, caseros y las gaseosas sin alcohol, para no soltar las riendas del amor ni del odio. Ponemos un mínimo no imponible de pesitos y la hacemos. Se dieron cuenta que éste local, para la galería, no existe. Y la gente que viene, ni mira, ni compra, ni pregunta algún precio, algo.
   Braulio acota con cara de “loser”: —Y encima nos ven tomando mate, siempre con la misma pilcha. Les aseguro que los deprimidos, temen contagiarse y huyen.
   La mujer de Roque, con vos de pito, anoticia: 
   —Nos quieren aumentar el alquiler y bajar el sueldo.
   El Jefe se toma la cabeza: —Los van a echar y cierra la galería.
   —¿Vos no te incluís?-Ironiza Braulio-.
   —¿Te vas a quedar solito, con el negocio? Te pisaste solo.-Le guiña un ojo-.
   Piensa Braulio: Como todos sabemos, no hay cosa que caliente más que no laburar. La mujer de Roque, transa con el Jefe. Se encuentran con el local vacío, le pintan los vidrios y se ahorran el hotel.

sábado, 14 de abril de 2018

DILUCIÓN DE IMÁGENES


   Felia es la encargada de dar los turnos por teléfono, amiga íntima, sólo en lo laboral, de Karen, que cumple igual función.
   —Diagnóstico por Imágenes, buenos días, a ver…a ver. Le doy uno para el miércoles, diez de la mañana, tiene que venir con ocho horas de ayuno y presentarse con diez minutos de antelación.
   Elisa tomó nota y entró en pánico por aquello de ecografía abdominal y la cantidad de órganos intercomunicados, que viven dentro de la panza. Olvidó horario del ayuno y la eco. Volvió a llamar, la atendió Felia.
   —Disculpe, recién llamé y olvidé cuáles eran los horarios, soy Elisa.
   —Señora, se lo expliqué con detención y esmero, no pienso hacerme cargo de su Alzheimer. –Cortó-.
   —Estuviste bárbara, Felia, tienen que aprender a escuchar y no volver a llamar.-Dijo Karen-. Acordate lo que nos pagan, adoro que nuestros escritorios estén pegados, para chusmear y no nos levanten en peso, justo ahora que bajé. ¿Viste la última disposición?
   Contestó Felia: —Que no me amargue, porque encima que tengo que tomar mate amargo.
   —Clausuraron los baños para los pacientes, resultado: una vieja, se vio que no daba más y cagó en el arriate del costado, te imaginás el olor, vino bien porque se fueron la mitad de los pacientes. El dueño de la Clínica, en persona, echó ácido muriático y cubrió todo con esos cuadros horribles, conque le decora la mujer los consultorios.
   Elisa se presentó en la hora estipulada, decidió hacer un ayuno de más horas, por las dudas. No daba más, del mareo. Entró agarrada de las paredes, arrancando los empapelados, volcó tres muebles y llegó a los escritorios de Felia y Karen. Se extendió cuan larga era, sobre ambos escritorios. Las Secretarias, superadas por la situación, le decían a Elisa, que debía esperar su turno, a lo que Elisa respondió: —Decile a la pelotuda que me tiene que hacer la eco, que traiga el equipo aquí. Tanto ayuno me da vértigo, pienso que tengo cáncer, incontinencias diarreicas, cataratas de orina y flatulencias morbosas.
   La práctica fue realizada en el lugar, con la presencia de los medios gráficos, únicos de Tanvil “La Nueva Hueva” y “El Hueco”.
   Karen llamaba a Felia: —Ponete acá, así salimos en la foto del diario.
   Había unas pacientes conchetas, con pelucas de implante. En la confusión, Felia, arrancó de cuajo las pelucas más distinguidas.
   Un make-up instantáneo y se enjaretaron las cabelleras. Salieron en la primera plana de ambos periódicos. La pobre Elisa pasó a segundo plano, conociendo su diagnóstico, post ecografía: “hígado graso”.
   —Viste Felia, te dije que Elisa era una vieja grasa.
   —Y sí, lo lleva grabado en el cuerpo.

viernes, 13 de abril de 2018

GESTOS


   Voy al Banco dos veces por mes, tengo las lumbares pinzadas, tres horas de pie es tortura. Llevo un banquito tijera que perteneció a mi Abuela. En otra época ella y su hermana, depositaban la bandeja del desayuno en medio de ambas camas. Es el recuerdo de lo que sirvió y el antagónico del tiempo, sentar mi culo y esperar.
   Hoy llovía, me puse el piloto con capucha, un paraguas que parece una carpa, tengo una úlcera en el ojo izquierdo, bajé mi capucha hasta cubrir vendaje, lentes y el paraguas amparaba el resto. Era un iglú con vista a las baldosas, no veía caras, me dio placer. Conté cuantas zapatillas pasaban, calculé sesenta pares, unos treinta zuecos, veinte botas de lluvia, cuando mis cuentas se alteraron porque los mismos calzados que iban, volvían, seguí combatiendo el aburrimiento con la lindeza de no conocer a nadie, ni tener la obligación social de saludar. Mandé cálculos sobre los pantalones, hasta las pantorrillas, cuarenta calzas, treinta bombachas camperas, veinte vaqueros chupinos y ocurrió igual confusión de cálculos. Los mismos que iban, volvían. Entorné los ojos y me mandé un sueñito. La fila, a mis lados, generosamente respetaba mi espacio, luego comprendí que mi paraguas salpicaba sus calzados, carteras y todas esas porquerías que en un día así, no sirven para un carajo. Jugué a extender las piernas y un promedio de cien personas, bajaron a la calle. Yo hubiera saltado, pero acá la gente no es muy de jugar. A quince minutos que abrieran la catedral del dinero, extendí mi mano derecha, mientras decía: —¿Tiene una monedita, buen hombre?
   O: —Señora ¿no tendría un peso para esta pobre mujer?
   Ninguna de las diez personas me dejó un centavo. Los días de lluvia ocurren milagros, una mano, que le faltaba el dedo anular, me dejó cuarenta pesos, usaba galochas y caminaba despacio. A los cinco minutos, un niño de unos cuatro años, me regaló dos caramelos, preguntó por qué mi ojo tenía vendas, le expliqué someramente, mientras vi sus zapatillas empapadas, con agujeros, no llevaba medias y su campera le iba arriba del ombligo.
   Le di el dinero del señor de las galochas y le agregué unos pesitos más. Me tiró un beso. Entré al Banco, colgada de ese beso.
                                                 

jueves, 12 de abril de 2018

OPORTUNIDAD


   Estoy en la puerta de casa. —Taxi!
   Se detiene, clava los frenos y empapa mi ropa de arriba abajo, pobrecitos los zapatos, se hundieron en el barro. El tachero dice:                                       
—Va a tener que dar la vuelta, las dos puertas de atrás cerraron para siempre.
   Di la vuelta y metí mi humanidad en el tacho de piso mojado, butaca mojada y dos ventanillas abiertas. —No se moleste, esas están abiertas y no hay forma…
   Dejé de escuchar su voz de chanta mal barajado, le di la dirección. El tipo, a esta altura, dejó de ser “Taxi”, “Chofer” o algún otro nombre más digno que “tipo.”
   Yo puteo por la lluvia y el tipo me deja en el lugar donde lo tomé. —¿¡Qué hacés!? -Le pregunto-.                                                 
   Me mira por el espejo ausente y dice: —Pensé que con semejante chaparrón, volvía a su casa.
   Él, con cara de piedra tandilina me dice: 
—Guarda que se puede quedar con la puerta en la mano, son cientoveinte pesos.
   —¿Vos que te pensás, me ves cara de estúpida?
   Abro la puerta y ésta se sale, intento colocarla y me queda medio piloto italiano, adentro, escucho: —¿Ves, boluda? Si me pagabas, no pasaba nada con tu indignación, ese arreglo te va a costar lo mismo que el viaje.
   Mi Mamá pregunta: —¿Cómo te fue? ¿Enganchaste algún muchacho?
   Tiene desesperación porque encuentre un tipo y me vaya de lo que ella considera, “su casa”. —Sí, quedamos en que mañana nos vemos, un tipazo, si vieras.

miércoles, 11 de abril de 2018

DOS


    Cuando terminó la pasión, terminaron las peleas. Ya no hubo gritos de mañana, aparecieron los silencios, sonidos guturales. La excusa del ronquido separó sus dormitorios, las comidas en horarios diferentes. Paula se soltó de la limpieza, las telas tejieron los rincones y los pisos se opacaron igual que su memoria y que su risa. El jardín crecía sin permiso y cubrió todos los vidrios. José dejó de hacer de jardinero y no cuidó aquellas margaritas que bordaban los pies de las ventanas.
   Se cruzaban a veces y se ignoraban, ella salía por la puerta de la calle y él por la de atrás, como si nada. Se jubiló José, primero. La ceremonia de ir hasta allá y retornar con los oídos llenos de voces ajenas, en cuerpos nuevos, terminaba. A Paula le quedaban unos meses, que vivió con desgano, no como antes llena de risas.
   Él olvidó aquella amante adolescente, que Paula nunca supo, que fue su amante. Paula le creía el sol que había, aunque fuera nublado, José la convencía. Ella también tuvo un amante, el mismo que le dijo que su cuerpo no podía tener hijos, por razones que Paula escuchó ausente. Aquel médico no pudo resistirse a los llamados semanales de aquella mujer triste, que cuando era amada por él resucitaba. Ella tampoco dijo a José de su aventura y menos después que él le perdonó que no pudiera. 
  Las cosas se enredaron y estuvo de más explicar nada.
   Sonó el teléfono, después de muchos años. Los dos corrieron asombrados y las dos manos descolgaron para atender al salvador que les hablaba, era de un call-center para ofertar indecencias, con voz grabada. Y esa tontería los hizo reír, a los dos juntos. Paula y José y el tubo al medio. Acercaron sus caras arrugadas y se dieron besitos de tortuga. El tubo, en el piso, seguía hablando. Pero ninguno de los dos se daba cuenta.
   Salieron al jardín por la ventana, se sentaron en la rama de la higuera y aunque llovía, decía Paula y José se lo negaba, comían las brevas, las primeras. Fue una intersección, que atravesó dos paralelas. Y José confesó que él, era estéril y Paula no escuchó porque no quiso.
                     

martes, 10 de abril de 2018

CUMPLIR CON LA VIDA

  
   —Los pescadores pescan, las personas pecan.
-Sarita escucha a su Padres borrachos y cuenta para que me asombre-.
   —Tanto pescadores como personas, tienen que pescar para pecar y que nazcan bebés.
   Le cuento a Lucas: —Sarita es hija de alcohólicos y dice cualquier disparate, tener hijos no es pecar.
   —Para mí la culpa es del Padre Francisco, les dijo a mis tíos, que hasta que no se casaran, tener tantos hijos era pecar, pero si se casaban quedaban sobreseídos y podían ir a pescar al Río Samborombon, para calmar esa manía de parir un hijo por año. Mi tía era muy linda y mi tío pensaba que si siempre estaba embarazada, nadie miraría a su mujer. Cuando llegó el décimoquinto hijo, el Médico le dijo, que le convenía ligar las trompas. Debido a que su útero, de tanto parto, estaba lleno de baches. —Se lo explico con palabras de uso corriente para que me comprenda.
   Mi tía lo miró como a un santo: —Gracias, Doc, ahora me tiene que decir, las corrientes de aire que se producen en la zona. ¿Cómo las puede solucionar?
   —Suturando uno por uno, mi querida, su marido no creo que se moleste, debe estar harto de encubicular, tan asiduamente, sea sincera, Ud también.
   Le fue sincera. —Yo también estoy harta, pero tipo que se me cruce, encubiculo. Cualquier cosa, Doc, Ud me remienda.

lunes, 9 de abril de 2018

EEUU ASCO DA



   —Tengo vacaciones, me coinciden ¿Por qué se llaman Rocallosas?
   —Qué pregunta obvia, porque son de roca y te liman los callos.
   —¿Y dónde quedan?
   —Dónde van a quedar, en las Rocallosas, EEUU.
   —No y no, yo no piso EEUU, me parece un país de mierda, inundado de buildings, un afán desmedido por el dinero, desprecian al mundo entero, menos a ellos. Puro verso, cuando dicen que ayudan. A los países que invaden, ayudan, hasta que no quede nada ni nadie no la cortan, inventan un ejército de diez Isis, y en los aeropuertos, si te ven cara de Medio Oriente, te revisan hasta el orto. Te meten un dedo en el culo y te los sacan por la boca, secuestran tu equipaje. Hay líderes mentidos, para que el mundo piense que están amenazados. Siguen jodiendo con discriminar a los negros, ellos tan blanquitos que parecen tallarines. Es más, si desaparecieran en su totalidad y no leyeran ningún blog, el mío en especial, sería una alegría. Mi deseo es que desaparezcan del mapa.
   —Sí, loco, pero tus callos parecen una suela y sólo te lo solucionarían las Rocallosas.
   —No jodas, hermano, que en breve reemplazarán los zapatos de los Argentos, hasta se pondrán de moda siguiendo mi ejemplo.

domingo, 8 de abril de 2018

LENTEJA



   Eran tan acelerados y acompañaban su forma de vivir con el apellido: Flia Rapitón. Comían rápido, se duchaban rápido, limpiaban rápido y esa rapidez seguía en la calle con el auto, acelerador a fondo. A las películas les adelantaban secuencias, para que terminaran rápido. Con los libros procedían igual, leían tres páginas y se salteaban diez. Había un componente familiar, que lo llamaban Lenteja, un tipito tranqui, tal vez demasiado, llegaba tarde al Colegio. Caminaba como una hormiga, el regreso con hambre y todos habían almorzado. En la cocina sobraban miguitas y un coquito de bagette, que mientras él lo miraba, el perro ya lo había comido.
   Lenteja tenía en vista, la chica de enfrente. Ella lo miraba, primero con discreción y por último con desesperación. Lenteja se dio cuenta cuando la descubrió abrazando al grandote de la esquina. Se sintió muy mal, porque él pensó, durante tanto tiempo esa relación.
   Miraba a la chica, había un acuerdo tácito, salían en simultáneo y se miraban con interés desmedido y prudente. Lenteja siguió el juego durante seis meses. Ella terminó aceptando las caricias furtivas del grandote. Él no pudo soportar aquellas escenas, cruzó la calle, se trepó al grandote, le tomó la cabeza, le hizo piquete de ojos y el grandote tiraba piñas al aire, mientras Lenteja le pegaba con ambos brazos estilo bicicleta. Lo desmayó.
   Lenteja y la chica lo arrastraron a un baldío de árboles bajos y yuyos altos. Hicieron curetajes rápidos de las heridas y bifes congelados en las piñas hinchadas. Le llevaron una almohada y una colchoneta.
   Por la tarde, la chica y Lenteja, se tomaron las manos, sin querer, las espaldas sin querer. Lenteja le rodeó la cintura, sin querer y se besaron, sin querer. Ella abrió las piernas, sin querer. El grandote quiso abrir los ojos, por los ruiditos de pastos amasados, pero no pudo y durmió como un guerrero, posterior a la batalla. Lenteja y la chica quedaron sumidos y consumidos de amor…
   ¿Para qué queremos saber del grandote?
                                                             ¿No?