martes, 3 de abril de 2018

CONTRAMANO



   El sillón más cómodo, estructura de ratán y almohadones de duvet, puedo descansar mis piernas presiesteras.
   La espalda semioblicua, con el sol de la tarde entreverado entre cañas y una puerta que le da la bienvenida. El placer de los gatos dormidos, acompaña mi reposo. Observo bufandas de luz, con pelusas microscópicas o alas de mariposas suspendidas en el aire, como ausentes. Se me caen los párpados, imagino vidrios rotos que separan su entero y flotan como besos olvidados, niños transparentes que juegan a ser copos invisibles. Levanto mi mano cansada y trato de cambiar el rumbo de las bufandas y puedo ver el sol que abandona sus dibujos. Los gatos vuelven a la alfombra, el más chico sigue durmiendo, en el lugar de mi panza, donde más me duele.
   Cuando llego al sueño tranquilo, se escucha la voz de la enfermera:
—Señora. –La Señora es mi Mamá, que tiene yeso en los brazos y en las piernas, debe tener vendajes-.
   Papá quedó hipoacúsico, se rasca la espalda con una aguja de tejer.
   —Por suerte  el hijo no tiene nada, el Dr dijo que lo traumático se cura. Se atiende solo, pero no contesta.
   La Enfermera insiste en llevarme a la cama. Le digo: —Me duele la mano, los dedos en especial.
   —Mamita. –Me dice la bestia- Es la memoria del cuerpo, la mano la perdiste en el accidente.

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