Tomábamos
nuestros cafecitos de todas las mañanas. Los cafecitos tienen ese no sé qué,
¿viste?
Había un hombre
que le decía a su amigo:
—No hay que
comprar nada. Hasta que la perra no se vaya o se muera, seguirán sus
testaferros que son tan hijos de puta como ella.
—¿Y la comida?
—Bueno, la
comida es diferente, tampoco nos vamos a cagar de hambre. Si buscás precios,
gastás más en nafta que comprar todo en el Cagarca.
—Sí, yo adhiero
a lo que decís.
Para entrar y
hacer nuestro pedido, había que sanitizarse las manos, ubicar los barbijos y
los anteojos. Nos atendía Micaela, oriunda de Orense. Tenía ojos color mar y me
enseñó ejercicios para favorecer mi brazo partido, operado y enyesado. Cruzamos
a dar una vuelta a la plaza. Yo camino para un lado, mientras miro para otro
lado y fue así que me caí, vinieron dos personas que ayudaron a ponerme de pie,
no supe cómo agradecerles. Les quise comprar dos cafecitos:
—De ninguna
manera. –Dijeron los dos a coro-.
Mientras Andrés
gritaba:
—¿Cómo podés ser
tan boluda?, salen caras tus caídas.
Todo esto
mientras me empujaba al auto, de prepo.
Había un Señor
en el Geriátrico que queda a media cuadra. Estaba esperando para ver a sus
Padres, vino la yuta, lo retó y se lo llevó.
El Señor volvió
al día siguiente:
—Desde que
comenzó esta pandemia insolente, hace casi un año que no veo a mis Viejos.
Tenía ojos
tristes e hinchados, de haber llorado. Me dieron ganas de abrazarlo, le mandé
una medialuna y por vez primera sonrió.
Entró una Señora
que dejó su auto en marcha, con puertas y ventanas abiertas, había un niño con
cara de dulce de leche, nos saludaba como un huérfano, le gustaba la barba
larga y blanca de Andrés.
—Papá Noel, ¿no
me podés comprar una bicicletita para la próxima Navidad?
Él respondió:
—Tengo una
bicicleta de cuando era chico como vos, ¿te parece?
El Niño le
contestó:
—¡Viento! Sos un
Papá Noel muy generoso.
No terminaba
nunca de tirarle besitos. Apareció su Madre, con una bolsa de papas fritas:
—Éste será tu
almuerzo de hoy.
Andrés condujo
con prudencia desacostumbrada. Llegamos a casa y comió apenas. Estaba
preocupado:
—¿Cómo no le
pregunté al Niño su dirección?, ¿cómo no le pregunté su nombre y apellido? No
le voy a poder llevar la bicicletita que me pidió.