domingo, 6 de octubre de 2013

SIESTA

Nacimos con tres minutos de diferencia. Mamá pensó que no soportaría el desatino. Ante los hechos consumados tuvo que aceptarnos. – ¡Hijas de Satanás!- decía. Llegamos a pensar que papá no era nuestro padre, sino Satanás. De él heredamos la piel de Judas, por aquellos de: -¡Son la piel de Judas!- otro mantra de Mami.

      La que ligaba los mejores regalos era nuestra hermana mayor, vanidoestúpida, obediente genuflexa y buchona. Un día faltamos a la tortura de la escuela, abrimos el oso predilecto de la preferida largo a largo y distribuimos las vísceras en su cama.

      Dijo Mami: - Voy al centro a comprar lo imprescindible.- Señaló el San Roque, una estatua de marfil que castigaba niñas, si eran malas. Hartas del San Roque y sus amenazas decidimos ajusticiarlo. Lo arrojamos al inodoro, apretamos el botón una y otra vez. San Roque no se iba. Justo volvió Mamá, nos escondimos bajo la mesa. Tenía náuseas debido a su nuevo embarazo. Entró al baño y vomitó sobre San Roque. Escuchamos ruegos de perdón encomendando su alma a Dios. Nos encontró enseguida y tomando nuestras trenzas nos trasladó al lugar del hecho. Desde el fondo San Roque miraba, con esa cara de nada que tienen los santos.


      La siesta era obligatoria como en todo pueblo que se precie. Nosotras, cuando escuchamos los ronquidos en do sostenido de Papá y las abejas silbadoras de Mamá, nos levantamos descalzas y salimos por la ventana, única abertura sin ruido. Montamos los caballos, regalos de mi padre y generosos como él. Cuando el sol partía la tierra galopamos la veinticinco, cortando el aire y dejando atrás un mundo dormido de casas diluidas en polvo. Seguimos a campo traviesa hasta encontrar a nuestros novios gemelos, Toribio y Ángel. Nos saludamos con besos equivocados, eran tan iguales que daba igual. Ése día apenas hablaron, tenían un brillo diferente en sus ojos. Hacía calor, tuvieron la gentileza de convidar bebidas heladas. Un baño en el arroyo como siempre. Ellos miraban desde la orilla con risas inquietas. Salimos desmayadas y caímos en pajonales mullidos. El sueño llegó. No sabemos cuánto tiempo. Los caballos esperaban mansos. Llamamos a los chicos, nadie respondió, desaparecieron. Seguimos cansados, el sol implacable, no teníamos fuerzas ni para montar los caballos. Caminamos sin hablar, cuando tocamos el asfalto de la veinticinco, gotitas de sangre corrían por nuestras piernas. 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

EN FAMILIA


      - Lo puso bien alto para que no lo alcancemos-.
Pensé en Alex y en mi destreza. Nacimos juntas, pero yo salí primero, después vino ella, chiquita y por sorpresa. Mamá casi perdió la razón, pero la recuperó enseguida, fue el único modo de aceptar lo irremediable.
 
      Tenía un San Roque en su dormitorio. A él le pedía ayuda para no matarnos. Nos amenazaba con el maldito San Roque cada vez que hacíamos alguna cagada. Decía que nos llevaría al infierno, era un santo poderoso. Ella partió a hacer las compras -¿No había una escalerita?-.–No, Papá la quemó cuando nos quedamos sin leña-. Casi se puso a llorar, la muy tonta. Empecé a balancear el mueble hasta que San Roque cayó al piso, decapitado. Llevamos sus restos al inodoro y tiramos la cadena. El tipo no se iba, encima su cabeza nos sonreía, con esa cara de nada que tienen los santos.

      Mamá regresó antes de lo esperado, tenía náuseas producidas por su nuevo embarazo. Se metió en el baño, de urgencia. Escuchamos desde nuestro escondite. Mamá pedía perdón a San Roque por haberle vomitado encima. Salió gritando: -¡Las voy a matar, hijas de Satanás!- Eso nos sorprendió porque siempre pensamos que Papá era nuestro padre y que Satanás jamás se hubiese casado con Mamá. Ella era muy católica y Satanás era enemigo de la iglesia. Las dos lloramos, abrazadas, debajo de la cama. Nos descubrió, fue a buscar el plumero de palo largo y nos empujó hasta sacarnos del escondite. Alex se puso de rodillas y yo también. Le pedíamos perdón. Mamá fue a la cocina, dijo que cerremos los ojos y abriéramos la boca bien grande.  Vertió dos cucharadas de aceite de hígado de bacalao en cada boca y exigió que traguemos. Nos encerró en el dormitorio.


      Las mellizas no necesitamos hablar, al rato de estar bajo arresto dormitorial tomamos el oso que más quería nuestra hermana mayor, linda, mejor alumna y alcahueta. Le operamos el oso de lado a lado y distribuimos sus vísceras bajo la almohada.  

sábado, 14 de septiembre de 2013

J.F.

      Seguía siendo mi referente J.F., mi padre. Todo lo que aprendí de él fueron sus actos plenos de equidad, su ética. Su humor despiadado en momentos dramáticos, cuando la ironía optimizaba charlas aburridas.  El día anterior sostuvimos una discusión intensa, ajena a nuestra excelente comunicación. Se enojó más que furioso y se encerró en su escritorio dormitorio de ventanas cerradas. Cuando escuchamos el disparo no puedo olvidar el gesto de alivio de todos. Menos Laura, mi madre y mi nana, Justa. El primer año de vida de mi hija, ¿y si la determinación fue por la discusión del día anterior? ¡No le pedí disculpas! No le, no le pedí. No le dí un beso. Disculpá Papá, tenés razón. Pasa el tiempo y no recuerdo el tema de la discusión, sólo el sonido de cierre, al día siguiente.

      Mamá y su hermana Ema decían que era chusma, hija de chusmas, sacaban sillas de mimbre a la vereda y hasta las vieron tomar mate. Pleno verano, la descubrí en una exposición de cuadros. Nunca conocí una chica tan linda. Rubia, de sonrisa amplia y hablar susurrado. La iba a buscar a la salida del colegio. Siempre. A los diez años de noviazgo nos casamos. J.F. me llamó aparte, apoyó  su mano en mi hombro y deslizó en mi bolsillo un sobre con dinero. Vivíamos en un departamento con balcones exiguos. La tía Ema compró todo el mobiliario. Dijo que prefería elegir sola,  porque mi mujer era un ángel con un lamentable mal gusto. Había tantos muebles necesarios como innecesarios. Nos chocábamos todo el tiempo, encimados nos pedíamos perdón. Ella estaba lejos, J.F. no resultaba raro que también estuviera lejos. Los dos en la estrechez del dormitorio, cara a cara, cuerpo a cuerpo, lejos, muy lejos.    

      J.F. era Juez Electoral y Juez de Familia. En una votación nacional él en persona se hizo presente en la estación del Ferrocarril. Encontró más de doscientas cajas adulteradas. Su loable descubrimiento nos llevó a un traslado indeclinable. Podía elegir: Cruz del Eje o Mercedes. Vivimos en Mercedes hasta terminar el bachillerato. Mi hermano era una relación de amigos o enemigos. Desde los catorce que exigió pantalones largos. Parecía el muro de los lamentos. Mamá llamaba por teléfono y al día siguiente nuestros primeros pantalones largos. Me encantaron, mis piernas parecían iguales, por primera vez me hizo sentir feliz, caminar por la calle. Así quedó J.F. después de mi enfermedad, en la calle. La tía Ema capitana, nos puso paredes forradas de seda. Vino a vivir con nosotros. Era autoritaria. Su vocero era Laura, mi madre. Por agradecimiento o sumisión nos puso al tanto que las siestas tendrían y guiñó un ojo, un horario. A partir de ese momento comeríamos en la cocina. Los mayores en sus incómodos sillones. Aceptamos lo de comer con Justa, que sabía contar cuentos de ébano atravesando el aire. Porque el sonido viaja.

      Pasábamos los veranos en una casa gigante con vericuetos para jugar a las escondidas el día completo. Desde la laguna de Chascomús mirábamos la casa de las siete torrecitas. Justa era la encargada de nosotros, ella nos llevaba a la laguna. Había olor a jazmín, a madreselva, a magnolias y si el viento iba a la laguna llevaba el olor a flores a todo el pueblo.

Estábamos sentados en nuestras respectivas bacinillas, jugábamos a quién hacía más pis afuera del recipiente. Sentí que mi pierna izquierda dejó de existir. Justa volvía con los tohallones calientes, largó todo y apoyó su oreja en mi pierna. Ella tartamudeaba que latía, latía. Me envolvió en sábanas y masajeaba mi pierna. Había una epidemia de parálisis infantil. Mi madre lloraba, Ema lloraba, Justa lloraba. J.F. se puso más serio que nunca. Llamó una ambulancia. Lloré cuando vi al médico, parecía un fantasma, con larga vistas incorporado. Papá se encargaba de mi rehabilitación, previas entrevistas con el especialista, un Dr. muy divertido, de Buenos Aires. Yo le preguntaba si sería petiso de un lado, el doctor dijo que podía crecer hasta los doce años, tenía la ventaja de ser más alto que el resto. Mi padre era alto y flaco, con el tiempo comprendí que J.F. era enano y panzón. A mi no me pareció para nada petiso. Hay una foto donde Laura está sentada de perfil. Ella fue la encargada de poner a J.F. de pie detrás de sí y a los chicos con los pies colgando y ella tapando con su vestido de gasa mi pierna enferma.


      Salí al mundo en brazos de Justa.

domingo, 11 de agosto de 2013

BREVIARIO PARA MUJERES ATASCADAS.

      Colocas todos tus zapatos en el freezer, es el único modo que tienes para no salir de tu casa. Limpia como la luna y brillante como el sol. No enceguezcas o vas a retornar a tu poltrona.

      La felicidad está en el bosque, no en la escoba. Si tus ganas de barrer las hojas y juntar soretes de perro son incontenibles, allí mismo, en camisón y pantuflas  te montas en la escoba y sobrevuelas la city porteña, que es gris pero tiene cientos de arbolitos. Todos ellos mirarán hacia arriba y notarán que no llevas calzones. Te sentirás feliz. No permanezcas quieta en el aire, porque te harás mierda contra los cedines y los dólares azules. Éstos no te harán feliz. No te quedes quieta y callada. Ábrete de piernas y algún infeliz entrará en tu cuerpo para destapar tus cañerías obstruidas. Notarás una felicidad breve, si miras la hora no le darás importancia porque tocarás el cielo con las manos. Poco a poco sentirás el movimiento perpetuo de la vida. Fe, fe, fe, feliz. Para ser más feliz aún inscríbete en cursos de payaso. Cursillos de cómo viajar, aunque Moreno te lo impida y la estúpida te lo prohíba.

      Tienes una plaza frente a tu casa. Los niños que no te dejaban dormir siesta y tú los odiabas. Ahora sal a jugar con ellos con unas buenas zapatillas marca Obama que te permitirán ganar todos los partidos.  Cuando te quedes sin aire vuelve a tu casa. Abre el freezer, saca tus zapatos rojos, ponlos en el microondas hasta que estén tibios. Ponte calzas negras, el suéter rojo de tus doce años y un exagerado push-up por debajo. Mírate en el espejo, date un beso mientras sueltas tu pelo enrodetado. Quererte a ti misma te hará feliz. Camina hacia un café, pides un cortado y prende un cigarrillo. El mozo pedirá que lo apagues. Enfurécete y vete sin pagar, taconeando fuerte. Nadie te dirá nada, el asombro paraliza.

      La felicidad es un revólver ardiente, decían los Beatles. Entra en una librería, saca el arma y compra mi libro “Breviario para mujeres atascadas.” Evitas así, pagar el ejemplar. Léelo de inmediato, serás feliz tú y seré feliz yo. Estoy traducido a varios idiomas. Recomiéndame a todas tus amigas. La felicidad será completa, para todas y todos. Cuando vuelva de mi viaje a Kuala Lumpur quiero verte. De tanto hablar contigo me enamoré como un gilipollas. Nos casaremos y seremos perdices.

                          “No olvides nunca
                          que el auto ayuda…”

                                    Henry Ford  

martes, 23 de julio de 2013

AUTOGESTIÓN


      Cuando sus padres murieron, durante la inundación en La Plata, Camilo quedó solo, esperando ayuda en el techo de la casa. Un  vecino le informó cómo una boca de tormenta sumergió a los viejos, sin que nadie pudiera rescatarlos. Todos quedaron asombrados por la supervivencia de Camilo y su fortaleza para reparar aquella casa.

      Pasaron los días y cuando por fin secó Camilo arregló puertas y ventanas. Pintó paredes de blanco. La señora de al lado le regaló un colchón y ropa de cama. De la escuelita le mandaron una heladera, un termotanque y vestimenta nueva. Las conexiones eléctricas las realizó un profesor del Instituto. Camilo agradeció y pidió que siguieran con otros damnificados. Explicó que, trabajando solo, podía llorar a sus padres sin testigos. Hasta pensó que, tal vez, aparecieran con vida. Camilo era un joven optimista. Pensaba en ellos mientras rogaba a Dios, que siempre escuchó sus pedidos. No se detuvo ni para dormir o comer, quería sentir su hogar recuperado. Cuando llegó a extenuarse durmió dos días consecutivos.


      Dos monjitas le llevaron alimentos. Camilo aceptó, con vergüenza el primer desayuno, acompañado por las religiosas. Era tiempo de seguir estudiando. Apareció en el Instituto, con sus anteojos negros y su bastón blanco. Llevó su mochila, con todos los libros en braile, que pudo preservar por milagro. 

martes, 25 de junio de 2013

SOUVENIRES


      Parecía un fleco Miss Dent, pero con su dignidad a salvo. Dos personas entraron a la sala de espera, ninguna reparó en ella.
- El souvenir llevalo vos-. Dijo el anciano.

      El pasado de la mujer estaba escrito en su aspecto. Denostaba a su anciano marido, un hombre distinguido, de cabeza augusta. Llevaba un traje impecable, si no fuese por la manga derecha ausente y ningún botón en su saco. Como si un tiburón hambriento hubiera intentado devorar su elegante traje.
- Mirá lo que sos, un anciano libertino, con pinta de vagabundo, más el valor agregado del alcohol bebido, como si fuese agua. El souvenir llevalo vos-.

       Mientras ella hablaba, sin detenerse, él se quitó una media y colectó su pelo blanco, en un rodete prolijo. Ella tenía pestañas postizas rodando por sus mejillas y el rouge desplazado hacia el mentón. Fue el compromiso de una sobrina nieta, al que fueron invitados.

      Ella siguió con sus arengas. – Tu querida sobrina nieta nos convidó cocaína, notó la euforia que nos produjo. Para aplacar aquello nos convidaron cigarrillos de marihuana. Trastabillamos en la piscina y caímos dentro. El rescate lo hicieron tres bestias que vieron nuestros atuendos rotos. Se reían al ver dos viejos drogados, mojados y semidesnudos. El souvenir llevalo vos-. El anciano le recordó que eran jóvenes, así se divertían ahora. –Fijate que a mí se me tiró encima una niña de veinte años y pretendía hacer el amor ¡pobrecita! El souvenir llevalo vos-.
 La mujer confesó que tuvo una excelente relación, con un joven, que elogió su cuerpo de Venus.
- Te ganaste un admirador, el souvenir llevalo vos. Recibilo como un premio-.


      En un rincón de la sala de espera del tren estaba Miss Dent, escuchando todo, pero mirando hacia otro lado. Los viejos la advirtieron tarde, ella debió escuchar toda la conversación. Cuando llegó el tren, el anciano dio paso a su mujer y luego a Miss Dent. Durante el ascenso le amasó los glúteos. Miss Dent tuvo ganas de contarles su historia. Cuando el primer rayo de sol le cerró los ojos, durmió, con el souvenir de los viejos encerrado en su cartera.   

martes, 18 de junio de 2013

QUERUBÍN

-               -¿Podés hacerme  un favor? -. – Sí me encanta hacer favores al favorecido -. Estaba al tanto de las circunstancias, era mi primo y amigo, el mejor. De chicos jugábamos y de grandes nos contábamos cuántas cicatrices y moretones tenía cada uno de las viejas peleas infantiles. Mi hermana tenía una depresión catatónica y se negaba a festejar el cumpleaños de su hijo de cinco. Cuando podía hablar decía que el niño ni cuenta se daría. Nunca supieron qué día nació. Nosotros tampoco. Vivían en el campo, sin vecinos ni visitas. Al pueblo iba el marido solo, nos llevó al niño, tenía los ojos de la madre y un proceder rústico y callado como su padre. Luego de estrujar al sobrino, casi rogamos que lo dejara unos días. Ninguno de nosotros tenía hijos y éste fue el depositario de la ternura que guardábamos para el querubín. El padre bajó la cabeza, mi hermana dormía todo el día, dijo. Aceptó que su estadía no excedería los siete días.

      Al tercer día de jugar a lo que el niño quisiera, revolcarnos en el barro, subir árboles, le dijimos que el cumpleaños sería al día siguiente. Fue a dormir sin decir nada. Le hicimos una torta de chocolate, bañada en más chocolate. Pusimos cinco velitas. Sintió vergüenza pero las apagó. Luego de comer un pedazo de torta, más grande que su mano, nos dio un beso a cada uno. Quedamos con las mejillas chocolatadas. Por primera vez lo escuchamos reír como su madre cuando era chica. Con el tiempo se transformó en alguien sombrío y callado. Cuando le apareció la panza, mi padre la arrastró de los pelos al único bar del pueblo y preguntó quién era el padre, a los hombres que bebían en esa soledad que daba la tristesitud. – Bueno si nadie contesta, señalá quien fue - . Ella señaló a cualquiera. El viejo les dijo que se casarían ese mismo día. El hombre aceptó y ella también. Mi hermana confesó a su marido que él no era el padre del niño. - ¿Cómo va a ser mío si nunca estuvimos juntos? - . Mi hermana dijo que si un día aparecía el padre del bebé, se iba. El hombre aceptó el trato.


      Cuando pasó a buscar al niño, llevó a su mujer. Estaba aletargada, pero nos abrazó a uno por uno. Le llegó el turno a mi querido primo, mi hermana lo abrazó le besó la mejillas, la frente, la boca y el cuello, ninguno se soltaba del otro. Pasó al lado del hombre y con la cabeza alta, esbozó un gracias seco. Subieron a la chata. Mi primo no se despidió de nadie. Lo único que vimos saludar fue la mano del querubín, con un osito que saludaba igual.       

miércoles, 12 de junio de 2013

2013

      -Te dicen que te dan un papel, vení aquí afuera. Te advierto que esto no lo sé más que yo, sabés que te aprecio, lamento ser la portadora: nunca te van a dar el papel celeste. Sos guardaespaldas y no querés portar armas, eso a los tipos no les gustó, - él la interrumpió y le contó que esa era su indemnización de treinta años de trabajo. - Lo invertí todo en la Harley Davidson. Puse el dinero ahí, no sé cómo decirle a mi mujer - . Le pidió que la siguiera a su despacho. Entró desganado, ella le preguntó si estaba con ellos y su magnífico proyecto, gracias al cual tenía un piso y una cuatro por ocho polarizada. – Si vos no sos del partido, no puedo ayudarte - . - ¿No sos mi amiga de la infancia? Igual estás fuera del proyecto, tengo esta charla en el grabador - . Él sacó un papel oficio del escritorio y renunció a su cargo. - No es conmigo sólo, es con todos, el país no está por venderse, ya está vendido, y además…-. Ella pidió que se retirara de inmediato.


      Se sube a la Harley, alguien lo sigue en un auto oscuro. Se detiene a tomar una birra. El auto oscuro lo espera. Él sale con una velocidad, que el auto se rinde. Llega a su casa. Cuando guarda la moto, el auto negro estaba estacionado en frente. Al día siguiente llevó a su mujer al trabajo y a su hijo a la escuela. Fue a ver a su amiga de la infancia, pidió disculpas por sus palabras. Ella lo creyó arrepentido y le dio un abrazo de bienvenida. Él rogó que el auto negro dejara de seguirlo. Su amiga le cerró la puerta en la cara. La amenaza fue permanente. Comía sin hablar, salió a fumar un cigarrillo, en la esquina le dispararon tres veces y fueron certeros. Amenazaron a su mujer y al hijo durante un tiempo. Los dos tenían asco, miedo y odio.

martes, 14 de mayo de 2013

MUDO



                                           “…sé que he perdido tantas cosas                                                                        
                                                  que no podría contarlas y que                             
                                 esas perdiciones ahora son lo que es mío.”                                                
                                                                                         J.L.Borges    
                                                                                  
                                                                                                             
      En la punta de la galería se construyó un panal natural. Toribio se tiraba en el mosaico y le pasaba la lengua al piso, mientras un hilo de miel glisada, caía sin interrupción. Nosotros lo espiábamos. Toribio comía junto con las hormigas, apoderadas de aquel elixir. Fuimos a contarle a los grandes. Dormían la siesta. Alguno roncaba y otro le respondía, fue mejor no llamar a nadie. Cuando volvimos, Toribio estaba con la bomba y la cabeza bajo el chorro. Fuimos a ver las baldosas, era un mar tentador para pasarle la lengua, no tenía una sola hormiga. Era tan rica que todos terminamos pasando la lengua por zonas innecesarias.

      Toribio no hablaba, no se sabía si por no  querer o no poder. Mi familia decía que era opa, su madre, Esmeralda, murió al nacer él. Para nosotros, jugar con Toribio, era una fiesta. Sus artilugios para explicarnos sin hablar eran mágicos. Nos daba miedo ir al monte de noche. Toribio entraba sólo y nosotros lo seguíamos. Él nos enseñó las fases de la luna y silbaba los cantos de casi todos los pájaros. Esmeralda, nuestra tía abuela, había dejado lingotes de oro escondidos en la casa. Cada verano se ponían todos a desarmar la casa en algún lugar exótico, como Esmeralda.

      Volvíamos a la ciudad en poco tiempo. Un día Toribio nos mostró dónde estaban los lingotes. Fue cuando los grandes estaban en misa. Nos llevó al aljibe seco. Hizo una demostración de cómo podíamos bajar. Una escalera de soga y de uno en uno llegamos a ver la cantidad insolente de lingotes apilados en el fondo del aljibe seco. Toribio tenía una carta de esmeralda donde rogaba que no destruyeran la casa para buscar nada. Llegaban los grandes, Toribio Huyó al monte. Lo buscamos tres días, al cuarto nos metimos en la parte más intrincada, donde nunca íbamos. Había un montículo de hojas que lo tapaban y él sonreía. Toribio estaba muerto. Lloramos como cocodrilos. Él era tan generoso, nos dejó su corazón, que es la memoria de su latido.

     

sábado, 4 de mayo de 2013

LO REDONDO CIERRA


      La casa quedaba en una esquina triangular y miraba desafiante a la Plaza Moreno. Su imagen era despiadada, de bóveda inmensa de tres pisos con subsuelo. Rodeada de árboles de cementerio, pinos cerrados guarda-murciélagos. Los Atencio eran cuatro hermanos. Tenían un cocinero y decían que en una habitación vivía una joven muy hermosa, que jamás salía. Los Atencio eran viejos, sordos y católicos. Ese casón y sus habitantes detuvieron el tiempo en 1930, vestían lo mismo que en esa época. Cuando salíamos de la escuela pasábamos cerca, para jugar al miedo. Una mañana en la puerta que daba a Diagonal 73, se asomó un cocinero de bigotes enormes y gorro blanco y alto. Tenía una cuchilla en la mano, hacía señas que nos iba a degollar y se reía como un orangután.

      Tuvieron que llamar a un cerrajero para reparar dos cerraduras internas. Cuando tocó el timbre y no atendió nadie, don Gerardo se asomó y vio a los cuatro hermanos, jugando a la canasta. Dijo buenas tardes y ninguno le contestó, se acercó a uno de los hermanos y le gritó que era el cerrajero y dónde estaban las cerraduras. Algo de oído tenía, lo condujo al tercer piso. Las escaleras, interminables, eran como un caracol de hierro con pasamanos totalmente pringosos e infinitos. Aquí es, dijo el viejo a los gritos y se tiró en un sillón por el esfuerzo de hablar alto. Señaló las cerraduras, pertenecían a tres puertas diferentes.

      Gerardo realizó un trabajo de orfebre con todas las cerraduras. Las probó y abrían y cerraban perfectas. En la tercera puerta no abrió, porque ya estaba abierto. Había una hermosa criatura. Le dijo que su nombre era Pilar, Gerardo dijo que él era Gerardo y elogió su hermosura. – Es verdad, soy linda pero estoy loca como una cabra, así que retírese de inmediato, mi peligrosidad es alta-. Gerardo cerró la puerta. Se puso a mirar por dónde salir. La primera puerta daba a un living, lleno de tierra y telarañas. La segunda continuaba con otro living donde quedaban los espectros de cuadros que estuvieron en paredes cubiertas de seda y luces y sombras de muebles que se fueron. Se dio cuenta que abría más puertas que las que había arreglado. Era una casa de planta incomprensible, nada terminaba en nada y la luz apenas daba en los ventanucos. Se sintió preso de lo absurdo, llamaba a los gritos y nadie respondía. Alguien, desde arriba, como Dios en el cielo, le pidió que esperara. Se escuchó una puerta que abrió y lo dejó ciego de sol, el cocinero, vestido de chofer, lo llevaría a su casa. Abajo jugaban los hermanos a la lotería. Faltaba uno, ése le sostenía la puerta de salida, Gerardo estaba seguro que era el viejo de arriba ¿cómo hizo tan rápido? Gerardo casi se iba y apareció Pilar, vestida de negro, con un enorme moño negro en el pelo, le traía sus herramientas. Fue la encargada de decirle que le podrían pagar cuando alguno de los Atencio cobrara su jubilación. Luego entró corriendo. Gerardo estaba seguro que ya estaría en su cuarto, arrancando su ropaje, antes que le saliera saliva de la boca.

      El cocinero chofer entró mirando a los viejos con indiferencia. Se puso el piyama y una bata apolillada. Bajó Pilar, se le sentó en la falda y le dio un beso corto. -Salió perfecto-, dijo el marido de Pilar. –Creyó que vos estabas loca, que yo era un sirviente y que le íbamos a pagar con la jubilación de los tíos. El tipo se tragó todo-.

sábado, 27 de abril de 2013

QUE DIRÁN


      Baxter se sintió avergonzado. Era el chofer de la camioneta, le ordenaron pasar a buscar a la Señorita Rosa del Huergo. Cuando el tren se detuvo, descendió una sola pasajera. Era flaca y menuda. Vestía de blanco y llevaba un sombrero blanco, encasquetado hasta los ojos. Era tímida y así se escondía. Baxter tomó su bolso y la ayudó a subir a la camioneta. Al lado de su prístino atuendo se depositaba la tierra que volaba, hojas que caían. Rosa sacaba el brazo por la ventanilla tratando de asir el aire. Reconoció el lugar cuando llegaron. Salieron a recibirla los tíos y los primos. Ellos sabían, Rosa sabía que sabían.

      Se reunió a solas con su tía alrededor del aljibe, donde jugaban con los primos distintas formas de llegar al fondo. No hubo manera, ni con escaleras ni con sogas. Rosa miró la tapa cerrada. Contó a su tía que tenía un embarazo de dos meses. Su madre se enteró por las náuseas y vómitos constantes. La hija dijo que no quería seguir su embarazo. La madre, luego de su ataque, pensó en la vergüenza de la panza ante la gente. Sería una humillación. El pensamiento del padre se centraba en sus colegas. Los padres decidieron mandar a Rosa a lo de sus tíos. La tía preguntó si quería o no quería su embarazo. Rosa casi gritó un ¡no! rotundo. Le creyó de inmediato y le propuso visitar una señora que se encargaba de todos los legrados de la zona. Cuando llegó a esa charla, ya sentía alivio.

      Fueron juntas, Rosa imaginó que la bruma podría no haber estado. Sucedió tan rápido que ahora miraba por la ventana, desde su cama y el horizonte parecía un mar de verdura. Recuperó la libertad de sí misma. Hubo que llevarla al hospital del pueblo, Rosa estaba pálida y vestida de blanco parecía un ángel. Lo primero que se le ocurrió a Baxter fue que una chica como aquella, no debía viajar en una camioneta polvorienta. La vida tendría que sonreírle mucho más. Ayudó a entrarla al hospital. Fue atendida de inmediato. Los tíos restregaban las manos en la espera y Baxter restregaba el ala de su sombrero. Salió el médico para explicar que era una pavada, que se solucionaba con unas pastillas. Rosa pudo volver. Se sentó al lado de Baxter, los tíos iban atrás. Rosa lo miraba y Baxter miraba para otro lado, así todo el viaje. Cuando bajaron los tíos, sorprendidos, vieron cómo Rosa y Baxter congeniaban entre beso y beso. La tía le preguntó al tío, si ahora era así tan rápido. El tío pensaba en qué palabras usaría para explicar a los padres lo sucedido.

viernes, 26 de abril de 2013

REPRODUCCIONES



      Una especie de narcisista compulsivo. Tenía paredes enteras de espejo. Incluso en el baño. Su primera acción al despertar era correr al espejo. Se miraba de frente, se levantaba las cejas, previo mojar el índice con saliva. Luego apreció la perfección renacentista de su cuerpo. Necesitaba alguien que lo quisiera por su alma y compartir un largo rato de su vida junto a ella. Vino con retardo, solía olvidar cosas en los viajes. La maleta, la cartera, el bolsito rojo, era una persona con talento para los olvidos. Él estaba esperando en el aeropuerto, vestía un perramus inglés y un sombrero de ala perfecta. Rusell la vio con el corazón y la abrazó con el cuerpo. Ella se alejó y dijo “Yo soy Charo y para mi también es un gusto reconocerte.” Cuando arribaron a la casa Julián, el mayordomo y Alberta, la mucama, saludaron y se encargaron del equipaje. Charo miraba las múltiples Charo que se reflejaban en los espejos, le dio vértigo. Comieron tarde, Alberta hizo una comida especial. Pensaba que la chica que allí estaba era un partido ideal para Rusell, dejaría de mirarse todo el tiempo a sí mismo. Dejaron los platos vacíos, con un pedacito mínimo, para quedar bien. Se casaron esa noche. Vino un cura del pueblo y dos padrinos: Julián y Alberta. A los pocos minutos estaban en la habitación nupcial. Charo dijo que tenía celos de tantas mujeres que estaban con él. Rusell contestó que lo mismo debería pensar él, con tantos hombres. Se hizo silencio. Desayunaron y hablaron de los verdes que se pierden en las ciudades.

      A los dos años, una mañana, le dijo a su marido que deseaba separarse. Él dijo que bueno, dormido y bebido. Hacia el mediodía sonó el teléfono, era Charo explicando que así eran las personas y otros argumentos remanidos. Rusell colgó el teléfono sintiéndose muy desgraciado y estuvo enfermo de amor una semana.

      Tal vez fueron las compresas de Alberta o los placebos de Julián. A los siete días concertó una cita con una ciega, una prima segunda llegada de Londres. Le parecía curioso cómo ver sólo el los espejos infinitos. Cuando entró la ciega, le dieron mareos y frío. Rusell le puso alfombras en el piso y un poncho de vicuña en los hombros. Ella le besó la cabeza. Ahora la casa tiene alfombras de lado a lado y la ciega lee braile mientras le acaricia los pies a Rusell. Sonó el teléfono, era Charo, para decirle que lo quería “para siempre” y que…Rusell cortó.

PREFERIBLE


      Habían reservado una habitación con camas separadas. El hombre era de pocas palabras. La mujer tenía un apellido diferente al hombre. Vestían como llegados de la ópera, cantaban o destrozaban pasajes de la ópera. El conserje les entregó las llaves, para que se fueran rápido y los huéspedes no presenciaran otros desatinos. Una pareja de edad madura, a él parecía que le habían cocido la sonrisa, ella lo reemplazaba con sonrisas tribales y triviales. No bajaron desde su llegada, pedían servicio de comida al dormitorio, desayunos ampulosos cuando despertaban.
     
      El séptimo día los inquietó a todos. Hablaban con gritos de odio, parecían competir en los ruidos, cristales que se estrellaban, muebles desplazados de un lado a otro, hasta escuchar el sonido de árboles partidos por un leñador torpe. Los improperios bajaron decibeles y cambiaron por elogios susurrados que concluyeron en voces ahogadas. Los huéspedes se agolpaban en los pasillos. El conserje pidió a todos retornar a sus habitaciones. Cuando lograron abrir, el espectáculo que vieron los puso blancos, previo al desmayo. El hombre había matado a la mujer con un cuchillo en el estómago, ella usó el mismo método, parecía un pacto hermético y final.

      Alguien decía que fue por una deuda de juego. Otro lo atribuyó al mal genio del hombre y a la histeria de la mujer. Un tercero aseveró que eran traficantes. A nadie se le ocurrió que el amor poseía caminos infinitos y diversos. El hotel debió cerrar por seis meses a causa del mal perfil y el personal traumado.

      Se hospedaron en el hotel el Sr. y la Sra. Hardley. Les tocó la habitación de aquel suceso. Al conserje le parecieron gente de fiar, demasiado  “aburrido casado”. El tragaluz que había sobre la puerta de la habitación de los Hardley estaba abierto. Cuando pasaba por el pasillo, la camarera pudo oír la voz de la Sra. Hardley, una voz tan descontrolada, tan gutural y quejumbrosa que se detuvo y escuchó como si la vida de aquella mujer corriera peligro. El sr. Hardely estaba en el baño haciendo pis. La camarera tuvo un ataque de pánico y se puso en cuclillas, pudo ver que ella también se había hecho pis. No le pareció nada tener que limpiar la alfombra, antes que limpiar sangre, preferible.

domingo, 31 de marzo de 2013

J.D. GRUÑE



      Después de veinte años decidieron reunirse en el mismo piso que usaron de jóvenes. Con la  llave ni pudieron abrir, el viejito de abajo dijo que la cúpula estaba ocupada por su verdadero dueño. Él tenía una llave de un piso con sillones y escritorio, el dueño estaba siempre afuera. J.D. no tenía ganas de asistir, pero le pareció descortés. Él sabía que todo empezaba con palmazos en la espalda, -mirá quién es-, los lejanos – ¿te acordás cómo? Era el espacio de, -te acordás- era el primer bloque, luego venia el  -¿en que andás? ¿te recibiste? ¿laburás, te casaste, cuántos chicos? Y ni idea que te habías separado. Era el segundo bloque de dónde estás ahora y qué hiciste de tu vida. Una vez interrogados a todos los presentes se recordó a todos los que faltaban. Ése era el bloque donde todos comprenden que la vida alguna vez hace black-out.   A J.D. sólo lo miraron cuando todos terminaron de desarrollar sus historias. Estaban advertidos que J.D. sufría la agonía del libro y el fracaso de dos publicaciones. Prefería no hablar de nada, sabía lo que venía y lo que iba, le aburría soberanamente. Igual todos lo querían, era un malhumorado que si le ofrecían un whisky, gruñía. Había nuevos autores, que los compañeros encontraban interesantes, como si un camino se abriese en sendas nuevas. Esos autores eran gruñidos por J.D. a modo de –Qué porquería- ó – Mucho plagio – ó – Qué acomodo - .

      Cuando terminó el encuentro, el primero en salir fue J.D., al doblar en el descanso del octavo nos sentamos a fumar algo. Luego seguimos el descenso.  Gruñe J.D., se da vuelta y mira a los que van atrás, tenía ganas de decir que los quería. Mejor no. Así es ideal. 

domingo, 17 de marzo de 2013

MIENTRAS TANTO



      Primero lo esperaron con desesperación, después con muchas ganas que volviera, luego sólo lo esperaban, más tarde lo recordaban sólo cuando pasaban por la foto del comedor. Germain Refollé fue el encargado de cobrar una herencia importante en Argelia. Toda su familia era oriunda de Marsella. Consideraban que Germain era el más cuidadoso y astuto. Años transcurrieron y no supieron más de él. Hubo noticias, que había muerto en un episodio confuso. Se hicieron presentes quienes decían haberlo visto en mercados exóticos, vendiendo piedras preciosas, otro contó que era el dueño de un bar, con siete camellos donde los paseos a turistas se les cobraba.


      Apareció una señora elegante y pidió hablar con el responsable de la familia. Entró el padre, la madre y los hijos, adujeron que todos se hacían responsables. La señora elegante, con voz de haberse fumado la vida, aseguró haber estado con Germain Refollé en Barcelona, tomando unas copas y él relató sus viajes y negocios. De amores no habló, él era educado. Viajaron juntos, pura coincidencia. Le contó a la dama que debía partir a Marsella, tenía deudas familiares que debía reparar.


      Cuando llegó a la casa produjo más asombro que afecto. Confesó sus aventuras y desventuras, para volver a su querida familia. Cuando cobró la herencia, tuvo ganas de recorrer el mundo y no pudo contenerse. Cada lugar fue una historia diferente. Sentía como haber vivido muchas vidas. Fueron siete años, donde hizo crecer la herencia siete veces, quería devolver, con intereses, lo que les correspondía. La madre lo abrazó diciendo que el dolor era su ausencia, el dinero no importaba. El padre y los seis hermanos fueron un solo grito: -¡No! ¡No! ¡No! El dinero nos corresponde y aceptamos.- Un coro disparatado, que luego de libar, inventaron una Villa para todos. Hablaron de autos, de viajes, de vestidos, trajes y pelucas. Germain pensó que las fortunas vuelven tontas a las personas, su familia incluida. Le gustó la sopa. Mucho.

miércoles, 27 de febrero de 2013

TU YO YO TU



      Pertenecían a un cepo chino de supermercados.     Chin Tien extrañaba su pueblo entre montañas picudas y sendas de tierra seca. No conocía el calzado, allá andaban descalzos y se metían bajo cataratas repentinas cuando regresaban, luego de quince horas de trabajo.  Los cumple se festejaban en la calle, con una mesa de dos cuadras de largo y asistía todo el pueblo. Yo Yo Tu estaba encantada con el espacio y la tierra de aquí. Ella nació en Beijing, era dinámica y risueña. Contó que en China no cabía un chino más.

      Chin Tien estaba asustado, debía congelar los precios y como los clientes tenían los ingresos congelados, morían las góndolas de ausencias. Pagaban todos sus impuestos, sin embargo la FIPA iba todos los días a inspeccionar. Charlaba con los ex-clientes que ahora los visitaban. Él sabía separar la desgracia de ese absurdo y soñar con los pies descalzos en el agua y las sendas mágicas. Le dijo a Yo Yo su nostalgia, su deseo de salir de ese infierno y darse un baño de cataratas y una caminata de barro. Yo Yo tuvo una enorme piedad y lo dejó volver a su pueblo. Yo Yo se encargaría del destino del supermercado. Chin Tien partió triste pero contento.

      Yo Yo cambió sus tímidos vestuarios, hacía sus escotes más bajos y subía sus gracias con corpiños ortopédicos. Salía sola, de noche, los jueves y los domingos. Conoció un argentino que le comunicó que ella le gustaba, pero si tuviera los ojos normales le gustaría mucho más. Yo Yo se hubiera arrancado los ojos como Edipo, pero prefirió una cirugía que hasta párpados le hicieron.

      El mundo es un pañuelo, llegó la historia a oídos de Chin Tien que construía la casa para ambos en su pueblito. Vino volando, haciendo treinta aterrizajes por desperfectos en todas las líneas. Se encontraron, Chin Tien la quiso llevar con él, aunque los ojos fueran anormales. Yo Yo dijo no y él sí y ella no y él sí. Chin Tien se perdió en el odio y le ensartó treinta puñaladas. No agregó las otras cuatro porque detestaba homenajear al Tango.  

lunes, 25 de febrero de 2013

CHANI



      Rita quedó sobrecogida por la invasión; con su marido buscaron la proveniencia. Estaba tras del espejo una rejilla del respiradero por la que Chani escuchaba, la cubrieron con telgopor y un retazo de acolchado que Rita cortó con todo gusto y pegó con esmalte de uñas. Tocaron la puerta mientras Chicho dormía; ella se colocó su bata transparente y abrió, no había nadie, ya cerraba cuando un piecito de enano se lo impidió. Allí estaba ella, con la cabeza hacia arriba para mirarla, tenía ojos de chancho, nariz gorda y chica con dos orificios enormes – Decile a mi hijo que el desayuno está servido y vos ponete algo decente para bajar-. Rita la vio atravesar el pasillo, le llamó la atención que Chani tuviera cuatro glúteos superpuestos. Luego de aquella visión la llamaba la gorda cuatro culos, entre sus amigas, claro. Cuando terminó el desayuno, Chani salió corriendo y tomó a su hijo de la cintura –Ya  preparé tu baño-. Entró él y luego ella. Cuando Rita asomó su cabeza, le pareció una pesadilla. La gorda cuatro culos le frotaba la espalda mientras preguntaba cosas de ella.

      Nació el primer hijo, luego de años Rita era feliz por el vástago e infeliz por Chani, actual chancho. Así aprendió el bebé, cada vez que veía a su abuela la llamaba:
-¡Chancho, chancho! -. Rita corregía al bebé de casi un año: - No, no se le dice así a tu abuela, se llama: Cha-ni,
¡Chancho no! Chani…Chani ¿Me entendés?

Llamaron un fotógrafo cuando el hijo cumplió el primer año de vida. Rita acumuló odio por aquella enana, Chani la despreciaba tanto que hacía de cuenta que era alfombra. Chicho no veía aquel oprobio que era obvio. Se había ubicado en primer plano: Chani, con cara de buena y temerosa, arriba Rita con el hijito y su marido al lado de ambos. Cuando  debieron quedar  cinco minutos quietos, Rita arañó a Chani, pidió disculpas. La foto fue testigo, a la chancha le caían gotas de sangre de la cabeza. Rita la miraba de reojo, tenía sangre en las uñas que goteaba sobre el inocente.

      Un retrato de familia que complació a Chicho, tan emocionado que abrazó a los tres y se manchó con gotitas rojas hasta el bigote.