No
son tiempos estos para la alegría.
Hay un contexto sin texto que deja ríos
de catatónicos perdidos. Miro una señora caraperdida, la sigo, me pongo tan
cerca – Decime una cosa, ¿vos me estás siguiendo?- Le contesto con inmediatez –
Es tan igual a mi madre, no me pude negar la posibilidad de tener dos madres.-
La señora de ojos ausentes da pasos circulares a mi alrededor y pregunta donde
vivo, me apresuré, llegamos a la puerta de mi casa. Mami abrió. A mí no me da
llaves porque las pierdo.
Se miraron cerca y se abrazaron como de
toda la vida. Eran gemelas, fueron separadas a los diez años. Se encuentran
treinta años después. No dijeron ni quisieron hablar al respecto. Ambas eran
viudas, mi madre la invitó a vivir con nosotros y su gemela le advirtió de su
enorme casa, con pileta, pérgolas de glicinas, dormitorios individuales. Cuando
llegamos nos shockeó.
Nos mudamos en una semana. Dormí en una
mullida cama con dosel, faltaba el príncipe y estaba todo listo. Pasé a tener
dos madres. Mami prohibía y mi otra madre compensaba con regalos absurdos de
ositos o muñecas. Siempre decía – Por los años que no te conocí-. Salíamos a
caminar, ellas se reían de todo como dos grandes recuperando su niñez. Cuando
pasábamos por un lugar, siempre el mismo, las dos ponían caraperdida. Pregunté
porqué y ninguna me contestó. Un día fui sola hasta aquel lugar, era un garage
de puertas oxidadas, con una chapa, saltada, que decía: “CENT O DE D
TE CION CL NDE TINA” Y luego otro
nombre, tan desgastado que no se leía nada. Llegué tan agitada a casa, me
preguntaron de dónde venía, dije – De ningún lugar -. Mami sorprendida le
recordó a su gemela que ellas usaban de niñas “De ningún lugar” significaba que
eso era secreto.
Yo había entrado en la edad de los
secretos y ellas festejaban la vida riéndose de mi crecimiento.
Cuando me fui a dormir, casi lloro. Pero
no, no lloré.