—Usted me
pregunta por mi hermana, si yo no vine a hablar de ella. Le cuento de mis
viejos, cómo me maltrataron, me subestimaron, me quitaron la autoestima y
pregunta por mi hermana, no le entiendo nada.
—¿Porqué le
enoja tanto, Paca? Ustedes son una familia unida, si no le escuché mal, pero
sus padres, también son los de su hermana… Entonces, me gustaría que hable de
su relación con ella, más allá de cómo fue tratada usted por sus padres.
—Pipa siempre
fue una cobarde resignada, ella pasó lo mismo que yo, fue maltratada,
sojuzgada, pisoteada. Peor que yo, es tan sumisa, tarada diría yo, que no
quiere hacer terapia, me manda a mí y después pide que le cuente.
—Entonces su
hermana también sufre la misma problemática que usted, con respecto a sus
padres.
—Somos una
familia unida, pero no por: ¡hiupiii! Sino por el sufrimiento que ellos nos
provocan, desde que nos acordamos.
—¿Y cuál es el
primer recuerdo que usted tiene de sus padres y de Pipa?
—Cuando me hacía
encima, la ligaba Pipa y viceversa. Mi padre nos pegaba con un cinturón que
parecía de fuego. Pis, cinco latigazos a cada una. Caca, diez. Yo no decía
nada, no quería darles el gusto de verme llorar. Pipa hasta pedía perdón en su
nombre y en el mío. Es tonta, pero de chica ya era generosa.
Después vino la
escuela, el secundario y recibidas ambas. Quise seguir derecho, abogada, el
derecho civil me gustaba. Pipa quiso ser piloto de avión, no pertenecer a aeronáutica,
piloto civil. Mi padre se puso verde al enterarse, nos metió en un avión y nos
mandó a Misiones, a casa de unos parientes raros, la tía era policía y el tío
comisario. Una familia muy temida, en el pueblo. A nosotras nadie nos hablaba,
sólo miraban con pena cuando vino mi viejo a buscarnos, con el uniforme de
aeronáutica. Nos saludó con un coscorrón en la cabeza a cada una y una patada
en, disculpe, en el culo. Por todo lo que habríamos hecho de malo. Mis tíos le
gritaron, que nos habíamos comportado como presas de buena conducta. No sé si
ve Doc, lo que le cuento, mis propios tíos nos trataban de reclusas. Y en vez
de evitar, que nos pegase, le gritaron algo de la buena conducta.
Mi viejo se enojó con sus parientes por metiches y
volvimos en un avión del ejército. Se movía mucho y nosotros vomitábamos. Allí,
veinte latigazos en pleno vuelo, a mi hermana y a mí.
—¿Y su madre,
mientras tanto, qué hacía?
—Mi madre en
general, ni nos miraba, en las comidas nos tiraba los platos como naipes y nos
servía poquito. Ellos repetían sus platos como tres veces y nos mandaban a
dormir sin postre y sin televisión. ¿Qué me dice Doc? Todavía estamos ahí, como
un círculo vicioso, Pipa y yo, sin hablar con nadie, ni por teléfono. Para que
seamos chicas decentes, dicen y mi madre con cara de asco, arranca las
hortensias del jardín, para que nos casemos pronto. Lo dice con odio, las dos
nos damos cuenta. Bueno, le conté todo, Psi, dígame algo, antes de la próxima
sesión, hablé todo yo. ¿Qué tenemos que hacer Doc? Perdón, ¿Qué tengo que hacer
Doc?
—Voy a ser
directo, salgan subrepticiamente de su casa, lleven alguna muda en sus mochilas
y pidan asilo político en la Embajada de Cuba.
—Lo que no
entiendo, Doc. ¿Porqué en la Embajada esa?
—Porque me
parecen dos zurditas de mierda.