viernes, 26 de mayo de 2017

CARMEN


   Enceraba todos los pisos del caserón, usaba pinceles para quitar el polvo del torneado de muebles antiguos. No existía rincón donde los trapos, esponjas, manos de Carmen, no pasaran diariamente. Sus patrones le guardaban afecto y valoraban las limpiezas espejadas.
   —Hace cinco años que mis padres no están. ¿Uds no permitirían que repusiera los viejos rosales blancos, las marimonias, hortensias y dos o tres robles,…?
   —Es que a nosotros nos gusta el césped inglés y los caminos de piedritas, no vuelvas con “hace cinco años que mis padres no están” ¿Qué tiene que ver hacer un jardín que junta bichos, atrae mosquitos, hay que mirarlas, regarlas, agregar humus?
   —Eso, eso, eso, para mirarlas, que los ojos festejen. Uds no son así, pero podrían empezar.
   —Carmencita, esta casa, se la compramos a tus padres. Tu Papá estaba en total bancarrota, por eso sucedió lo que todos sabemos.
   A Carmen se le perdía el sonido de quien hablaba y miraba a sus hermanos en el jardín, jugar al croquet y se vio a ella, en la hamaca con tres gatos que dormían a los pies de su cama. Había un monte inquietante, ideal para jugar al miedo.
   —Te desmayaste, Carmen, ¿Estás bien? Bueno, me alegro. Justo teníamos que salir. Limpiá los goznes de todas la puertas, quiero que se note que son de bronce.
                                                          

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