martes, 23 de julio de 2013

AUTOGESTIÓN


      Cuando sus padres murieron, durante la inundación en La Plata, Camilo quedó solo, esperando ayuda en el techo de la casa. Un  vecino le informó cómo una boca de tormenta sumergió a los viejos, sin que nadie pudiera rescatarlos. Todos quedaron asombrados por la supervivencia de Camilo y su fortaleza para reparar aquella casa.

      Pasaron los días y cuando por fin secó Camilo arregló puertas y ventanas. Pintó paredes de blanco. La señora de al lado le regaló un colchón y ropa de cama. De la escuelita le mandaron una heladera, un termotanque y vestimenta nueva. Las conexiones eléctricas las realizó un profesor del Instituto. Camilo agradeció y pidió que siguieran con otros damnificados. Explicó que, trabajando solo, podía llorar a sus padres sin testigos. Hasta pensó que, tal vez, aparecieran con vida. Camilo era un joven optimista. Pensaba en ellos mientras rogaba a Dios, que siempre escuchó sus pedidos. No se detuvo ni para dormir o comer, quería sentir su hogar recuperado. Cuando llegó a extenuarse durmió dos días consecutivos.


      Dos monjitas le llevaron alimentos. Camilo aceptó, con vergüenza el primer desayuno, acompañado por las religiosas. Era tiempo de seguir estudiando. Apareció en el Instituto, con sus anteojos negros y su bastón blanco. Llevó su mochila, con todos los libros en braile, que pudo preservar por milagro.