Necesito
descansar. Desde el próximo viernes hasta el martes, no habrá nuevos cuentos. Gracias
por leerme. Un abrazo.
jueves, 30 de enero de 2020
LA PUTADA
—Y…, no sé, a mucha gente le va a parecer raro.
Puse esa cara
torcida de remordimiento, ya ni me doy cuenta, como él ni se da cuenta de mí.
Hacen tantos años que estamos juntos, a lo mejor lo que pensamos, es cómo
intercambiar nada. Entonces viene la venganza descarada… “Yo fui una chica que
desde los doce era una putita, luego una puta y después una putona. El primer
chico que conocí me hizo doler el alma. —¿Sabés qué pasa, Olga?, mis amigos me
dijeron que parecés una atorranta.
Justo él, que
no pudo hacer ni reemplazar, mis deseos intactos. Fue vertiginosa la cantidad
de hombres, como decía una cuñada que tenía: —Los salames que me bajé al
sótano.
No tenía ninguna
amiga, pensaban con miedo de contagiarse mi putez. —Flor de burras las minas yo
me daba permisos porque se me daba la gana. No dejaba títere sin por lo menos
un touch and go. Cuando algún imbécil preguntaba: —¿De qué religión sos?
Lo miraba con
asco y le contestaba: —Mi religión es el sexo y cumplo con todos sus preceptos.
El tipo que apostaba
para Seminarista, tuvo relaciones conmigo, teniendo puesto un forro pinchado.
Quedé completamente embarazada, no tenía guita para un aborto. Lo tuve. Con la
desgracia que fueron mellizos. Me arrancaba los pelos de la bronca, no me
dejaban dormir, crecieron y siguieron multiplicando su idiosincrasia de
molestar en continuado.
El día que
encontré mi mejor ropa embarrada en el fondo, lo decidí. Me puse bencina desde
los pelos hasta los pies y con un fósforo de una caja de Tres Patitos, me
incendié”.
Aunque no había
computadoras, el caso de esta persona se viralizó. Decían que era una forma de
purificación, más o menos lo que dicen, que cuando te morís vas al Cielo o al
Infierno, en mi soberbia opinión cuando decidís eliminarte, es porque tenés las
bolas llenas. Acá termina el cuento, habla de pasiones numerosas, si no te va,
¿sabés lo que podés hacer? Vos sabés.
miércoles, 29 de enero de 2020
¿CÓMO EMPIEZO?
Tengo dos
cuadernos sin empezar y tres biromes. Como se me ocurre nada, me voy a disfrazar
de Señorita pulcra y en cuanto vea algún tipo de paso indeciso, me apuro y
camino delante suyo. Hago que se caiga un pañuelito bordado que era de mi Mamá.
Apareció un tipo
a paso acelerado, agarró mi pañuelito ya embarrado, lo metió en una bolsa de
nylon y lo colgó de su dedo índice.
—Señor! Señor!,
esa bolsa que tiene mi pañuelito embarrado, me pertenece.
El tipo sonrió
de costado para responder no sé qué. Le arrebaté la bolsa de nylon y seguí
caminando como la mejor.
Siento una mano
en mi espalda, me di vuelta y lo insulté. Era un Policía, lo vi al tipo al
costado, con esa sonrisa de cretino, balanceándose talón y punta.
El Cana dijo: —Me
va a tener que acompañar.
Con indignación
y a los gritos, le contesté: —Ese idiota que tiene atrás suyo, me robó mi
pañuelito y lo puso en esta bolsa.
El Cana abrió la
bolsa y junto a mi pañuelo, había dos mil quinientos pesos.
—Mire Usted,
Señor Policía, esta persona.-Y lo señalé con el dedito acusador-. Me había
robado esta bolsita, con la Jubilación de mi Madre, junto al pañuelito, yo me
sé defender sola, por suerte lo recuperé.
Abrí dos botones
de mi blusa, porque me hicieron entrar en calor, no me di cuenta y se me vieron
las tetas. El Policía pidió disculpas, arrastró el cretino al patrullero.
Me quedé pensando
qué mundo este, tener buenas tetas, es un arma eficiente, además me quedé con
unos mangos y fui derecho a comprar dos cuadernos y tres biromes, siempre
conviene tener material de repuesto.
martes, 28 de enero de 2020
GLENDA
Las piezas daban
a una angosta galería. En la planta baja, un jardín descuidado. Mi pieza con
una sola ventana. Había un baño común donde se hacía fila para su uso.
La Srta salió de
una pieza oscura, esperando su turno, llevaba con timidez, shampoo, jabón y
tohalla. Le cedí mi lugar, agradeció con voz en fuga. Miré cuando se le deslizó
el jabón, por su pelo se despidió del shampoo, el vidrio era traslúcido.
Entré yo con premura,
casi ni me seco, me vestí y salí a esperar en la esquina. Enfrente ella subió a
un auto deportivo, vestía un tahier negro de pollera recta y una camisa blanca
nívea. Era una mujer para esperar, valía la pena. Regresó 21.30. Le cerré el
paso como sin querer y la invité a tomar unas copas. No era de hacerse rogar,
en diez minutos, se cambió por un vestido rojo contundente.
Dijo: —Ahora
viene mi trabajo nocturno, canto, le va a gustar.
Había dos
policías abajo, nos mostraron las credenciales.
—¿Es usted la Srta Glenda Rosales?
Ella, con voz de
ángel: —Sí, soy yo.
Los policías,
con voces oficiales: —Tenemos datos fehacientes que Crisanto Del Tuerto era su
novio, fue encontrado a las 20 horas, con un disparo reciente en la nuca.
A ella se le
empañaron los ojos.
—Es el
protocolo, Srta Glenda Rosales, debe decir dónde se encontraba usted en el
momento del crimen.
La tomé de los
hombros y respondí por ella. —La Srta Glenda, se hallaba conmigo, desde las 18
horas.
Después vino lo
que uno aprendió en el cine, las “disculpas”, “si sabe algo más” y el
“comuníquese”.
lunes, 27 de enero de 2020
ANDÁ A LA C DE TU M
Hice un cuento
que no le gustó, dijo que si yo quería lo tipeaba, pero le pareció un
disparate. Su opinión fue un abuso de persona. Cuando yo, me levanto temprano,
lavo las sábanas, preparo el desayuno, espero tres horas para que desocupe el baño
y en tres minutos, me baño yo. Deja las tohallas mojadas en el piso. Hace pis
afuera del inodoro.
Voy al
Supermercado, me lastimo las manos por las provisiones que traigo. Cocino tres
platos, una entrada, el principal y el postre. Lavo la cocina, seco los platos,
repaso el piso, paso la aspiradora, limpio el baño, barro la vereda y cuando él
se va a la cama, aprovecho para leer o escribir.
Cuando se me
cierran los ojos, voy a dormir la siesta. Ni bien me acuesto, él se levanta, escucha
música a todo volumen. Se mete en la pileta, sale pisando barro que dispersa
por el piso de toda la casa. Encima me dice que mi cuento es un disparate.
Mientras mira
cualquier partido, por la noche, la última vez me vengué, llené su cama con la
bolsa de basura reventada, en vez de almohada, llamé al perro y lo hice cagar y
mear, en las sábanas, arranqué rosas con espinas y las distribuí a lo largo. Me
dieron náuseas lo que yo misma hacía y le vomité a los pies de la cama. Por
suerte dormimos en camas separadas.
Tiré perfumina,
porque yo no iba a dormir con ese olor. A la mañana siguiente, mientras
bostezaba con olor a zoológico, a chivo, a culo sucio, preguntó: —Ché Negra,
¿puede ser que anoche no hayan pasado los Recolectores?
domingo, 26 de enero de 2020
CRUCERO
Nunca me
gustaron los chicos, su manera de molestar para capturar la atención de los
adultos y monopolizar conversaciones con palabras de mayores. Oliverio era un
niño encantador, se podía hablar con él, porque decía cosas que daban risa, él
sabía que yo era una tumba, frente a sus apreciaciones parentales.
—Mamá no es como
vos, lo que yo digo no le importa. Me baña con un odio que siento cuando pasa
con fuerza la esponja, me seca pensando en no sé qué y deja zonas húmedas.
No supe qué decirle,
porque mi hermana parecía no tener corazón.
—Tenés preparado
en la cama lo que te vas a poner hoy, es Domingo, te tenés que confesar,
comulgar y cumplir la penitencia que te dé el Sacerdote Ramón.
Mi hermana era
como Mamá, el que no respondiera a su mandato, dejaba de existir.
—Oliverio, no
quiero desautorizar a tu Madre, pero la religión para mí no existe, si querés
podés tener un dios personal, para recurrir cuando lo necesites, sin tener que
ir a misa y hacer penitencia. ¡Por favor!, en qué siglo vive esa Mujer.
Él siguió siendo
mi sobrino, el único niño que quise, admiré su inteligencia que me sobrepasaba.
Yo vivía con Daniel, el Capitán de un barco, que hacía viajes al Uruguay y
luego seguía hasta Brasil. Hablé con mi hermana para preguntar, si Oliverio
podía venir con nosotros, unos quince días o más.
—Sos una divina,
si me sacás ese chico consentido, que me resulta un peso inmerecido. Llevalo
nomás, aunque sea para extrañarlo un poco y quererlo un poco más.
Su declaración
era sincera, pero me hacían dudar sus maneras poco felices, al referirse a
Oliverio. A Daniel, mi pareja, le encantó viajar con él. No teníamos hijos y
nuestro Sobrino era el elegido en reemplazo del hijo, que no pudimos tener.
Cuando subimos
al barco, el Padre lo saludaba levantando su sombrero, mi hermana levantaba un pañuelito
blanco, que parecía pesar una tonelada. Se fueron antes de zarpar, mi hermana
arrastraba a mi cuñado, parecían una familia común, la menos común de las
familias.
Pobre Oliverio,
pasó el viaje vomitando.
—¿Tía, navegar
produce el efecto de estar prendido al inodoro? Pensá que todavía no conozco la
cubierta…
Trabó relación
con una tal Muriel. Me sentí exultante, por fin Oliverio socializaba con
alguien. Lo que no imaginé fue su transformación en amigovio. En algún momento,
cuando tanto lo descomponía, pensamos en tomar un avión. Los había visto la
noche anterior, dándose piquitos en la baranda.
Al día siguiente
golpeé su camarote y allí no estaba. Busqué por todo lugar, pedí ayuda, había
otros Padres que perdieron a su hija, su nombre era Muriel. Hicimos denuncias
conjuntas, en Consulados, Embajadas, Marina Mercante, lugares absurdos.
Me comuniqué con
mi hermana y llorando le conté que había perdido a Oliverio.
—Ey, vos no te
preocupes, disfrutá tu viaje, Oliverio desaparece a veces por tres días, pero
no me hago problema, porque va a lo de los primos, que viven en el campo. O
visita a los Abuelos, por dos semanas. ¿Y con ustedes? Prácticamente vive y los
quiere más que a nosotros, me parece.
Yo quedé
catatónica, con la respuesta de mi hermana. Estaba casi segura que esa Mujer
era una psicótica. Recibimos una llamada anónima de un campo de migrantes, con
una carpa de niños, que habían sufrido el embate armado, sobre civiles. Hubo
bajas y algunos heridos.
Llegamos con
Daniel en helicóptero, nos apretábamos las manos y temblábamos. Lo que vino
después pareció una pesadilla. Llegamos a ver a Oliverio agonizando, sin
expectativas de vida, a Muriel la habían vendido.
Me volví tan
loca como mi Madre, cuando el único remedio fue la internación. Yo me interné
por propia voluntad, tuve miedo por los demás y por mí. Mi hermana vino a parar
conmigo, tenía una culpa universal, de ella se encargó su Marido. Dormíamos
juntas y volvimos a ser dos niñas, nos hicimos amigas.
A los cinco años
de lo irreparable nos escapamos al mar, hasta el horizonte. Cuando nos encontró
Prefectura, con hipotermia, mi hermana y yo preguntábamos: —¿Y Oliverio dónde
está?
—¿Y Oliverio
dónde está?
Llegamos a la
vejez, viviendo juntas y solas, sin decirnos nada.
Ella nunca me
perdonó, yo tampoco.
sábado, 25 de enero de 2020
EL BOSQUE HUNDIDO
El terreno era
irregular, las casas estaban tan espaciadas que parecían yuyales. Yo me aburría
de esa casa, como me ocurrió toda la vida con todo.
Había un viejo
Bar con un escaño y bancos altos. Tomaba todas las mañanas tres vasitos de
grapa, ése era mi desayuno. Tenía la costumbre de andar siempre con piloto, era
la única prenda que dejó mi Abuelo, olvidada en un ropero. Había un lago con agua
de deshielo y en el fondo un bosque sumergido. Como el agua era transparente,
la magia parecía un milagro del cielo. Hacia abajo del Bar, una casita que se
pintaba todos los años de blanco, con una galería rodeada de cactus raros.
Todos los años
llegaba un auto viejo, que manejaba un hombre grande de pelo blanco, el traje
que llevaba le colgaba cansado como los años de su cuerpo. A la semana aparecía
una mujer joven, en una estanciera de madera. Con dos valijas y un paquete de
provisiones. Se quedaban varios meses, nadie podía prever, cuándo partirían.
Desde mi banco,
con un pucho colgando, no me gusta usar la mano para fumar y poder hacer otra
cosa, leer diarios viejos o vislumbrar algún cambio que casi nunca ocurría.
En el bar
conocía a todos los parroquianos, no hablábamos entre nosotros, cuando mucho
algún comentario corto de la pareja de enfrente. Tenían una Vieja que les
limpiaba la casa, preparaba la comida y manejaba la estanciera cuando
terminaban las provisiones.
Nunca me pude
explicar si la pareja era un matrimonio o el Viejo era el Padre de la joven y
la Vieja que limpiaba, se quedaba sola dentro de la casa hasta que ellos
volvieran.
La Joven venía
al Bar y tomaba un whisky despacio, se sentaba al lado mío, sin abrir la boca,
terminaba su vaso y brindaba mi copita vacía.
El Viejo la
esperaba a mitad de camino, se daban un beso de novios hartos o de parientes
lejanos.
Una noche de
calor, donde uno, la ropa y los objetos, parecen pegarse, caminé al amanecer,
al lago del bosque sumergido. Iban los dos, uno a cada lado, levantando atada
de pies y manos, a la Vieja. Hondo, hasta donde pudieron nadar. Se escuchaban
risas y de pronto un silencio, se deslizó un enorme pedazo de hielo y subió de
nivel. Tapando a los tres cuerpos. La Joven era buena nadadora, se abrazó a un
árbol sumergido y llegó a la superficie.
Caminó con
lentitud hasta llegar a las piedras. Cerca de medianoche, corrió de prisa al
auto viejo del Viejo. Le debieron quemar los pies, arrancó con dificultad y
después partió despacio, por el camino de ripio. Yo podía espiar toda la
escena. Ella vio que yo rumbeaba para el Bar. Reculó el auto con una botella de
grapa, extendió su mano y me la dio sin mirarme. Dobló y se sumergieron el auto
y ella, en el lago del bosque hundido.
viernes, 24 de enero de 2020
DESDE LA PLAZA
Las manos de Bruno temblaban y no las podía
controlar. No dejaba de fumar, aunque el pucho le bailara entre el pulgar y el
índice, se dio cuenta que “prometer” era una palabra utópica. “Te prometo que
dejo el pucho.” Bruno dijo: “te prometo que te voy a querer siempre.”
“Siempre” le
pareció una palabra superflua y agobiante. Tiró el pucho al empedrado, recordó
que a esa hora, en esa esquina, Raquel pronunció: “Yo también te voy a querer
siempre.” Ella lo dijo con el casette puesto y el énfasis actoral dispuesto a
lo peor.
Cuando entraron
a la pensión, parecía todo clausurado, menos una escalera, que daba a la pieza
sin baño de Raquel. Había olor a extracto de cigarrillos rubios, mezclado con
olor a plancha de cocina, sucia. El anafe, estaba conectado a una garrafa, tan
triste como el resto.
Bruno sintió que
ese lugar le pertenecía, mientras el pucho le temblaba y Raquel preparaba té,
en un jarrito cascado. Lo sirvió en dos vasos, como muchas familias judías.
Raquel, era judía. Bruno no era xenófobo. Pero lo que menos le gustaba de
Raquel, era que fuese judía y que tomara té, en vaso transparente.
Quedó
embarazada, los dos quisieron. Fue varón y se llamó León.
La pensión
terminó en hacinamiento y discusiones estériles, recurrentes, impotencia, odio.
Raquel y Bruno, convivieron con León, tres años. Bruno se fue sin decir nada.
Raquel lo supo antes que él y tampoco dijo nada.
Cuando León
tenía seis años, preguntó por su padre. Raquel sacó fotos, contó historias y
ocultó rencores. León dormía tranquilo, mientras alguien fumaba, con el pucho
entre el pulgar y el índice, temblaba y miraba la ventana de León, desde el
banco de la plaza, lejos.
jueves, 23 de enero de 2020
DE NUEVO
Cumplí
cincuenta, medio siglo. Haré de cuenta que nací hoy. Me voy a poner al día con
lo que no hice. Primero cirugías, planchado de cara, nariz respingona, boca
grande, pómulos, tetas, culo, ausencia de celulitis, pelo implantado, quedé
nunca taxi.
Luego me dediqué a Borges, ah! Qué tipo
aburrido. Volví a Mujercitas, Hombrecitos, me gustó mucho El Cazador Oculto,
amé a Salinger. Después me di cuenta que a los chicos no les interesa leer,
sino que seas fácil de avanzar, tenían pudor. Acercarse a un minón, es una
tarea complicada.
Por fin encontré
un tipo que había hecho votos de celibato, cuando me vio, renunció de
inmediato. Tengo debilidad por las cosas prohibidas. Nos metimos en un
confesionario y me dio como Pacheco a las tortas. Usó todos los agujeros de mi
cuerpo, hasta que me hizo sangrar, parecía Drácula, clavó sus caninos en mi
cuello y no paraba de chupar, se vio que él también necesitaba ponerse al día.
Luego seguí yo, metí mis dedos donde no era costumbre de mujer, llegué hasta su
esófago con mi lengua. Le pedí que me apretara las tetas, dolió, pero tomé
conciencia, que con mi nueva edad me volví sadomasoquista. Él, saturado, se fue.
Lo corrí y lo tomé de su sotana pedófila.
—Te olvidaste de
algo, debemos casarnos, perdí mi virginidad, con tu bestialidad y vos tu
celibato con mis exigencias. Quiero tener hijos, los que Dios mande. No
usaremos anticonceptivos. Vamos a morir juntos, en un final romántico, para un
amor que fue un incendio.
miércoles, 22 de enero de 2020
LOS COLORES DE LAS FLORES
Nació en el campo
y en esa casa la parió la Madre, pero Julia, nonata, ayudó bastante, su Padre
se desmayó. Él salió montando a los rajes, si hubiera sido un varón, con el
nombre de su Abuelo Amadeo, pero siendo una mujer se sintió estafado.
No quiso tener más hijos, por miedo a que
salieran mujeres. Para no sentirse tentado por aquella Esposa, se fue a vivir a
Salta o a Monte Grande. No tuvo más comunicación, la familia lo dio por muerto.
—Mirá Julia, te
voy a dar un consejo. En cualquier momento, la fatiga, que vive conmigo, me va
a cortar la respiración. Nada de llamar Médicos. Si yo me muero, es porque me
quiero morir y espero que hagas caso de mi resolución, no quiero que jamás
abandones esta casa, la tenés a Misia Pepa, que te ayudará en todo lo que
precises. Pasá tu tiempo sembrando semillas de flores raras, podrías hacer un
camino florido, hasta la tranquera. Para que crezcan mejor, juntás bosta de
caballo, esperás que seque y después las desperdigás en la tierra. A las
plantas les encanta llevar eso en sus raíces.
Julia respondió
a los mandatos de su Madre, tenía ganas de charlar con alguien, pero Misia Pepa
hablaba Mapuche. Julia no le entendía y Misia Pepa era amante del silencio.
Para cuidar mejor las flores, les hizo recipientes de arcilla, los conejitos
iban en macetas con forma de conejo. Los crisantemos, en macetas con forma de
crisantemos. Tenía orquídeas, malvones, helechos serruchos con hojas
recortadas, cientos de flores, cada clase en recipientes que respondían a su
formato.
Una mañana,
mientras ordeñaba una vaca, llegaron filas de autos, muy respetuosos, estacionaron
fuera de la tranquera y con mucho cuidado, admiraron esas flores. Una Mujer se
atrevió: —Usted, no me vendería la maceta de los conejitos?
Y así comenzó la
historia, Julia plantando y personas que le compraban. Entre los compradores, apareció
un Señor, con aspecto citadino. —Me dijeron que su nombre es Julia, no quiero
interrumpir su trabajo, pero me gusta su nombre y usted también, la invito a
comer en el Pueblo.
Le pareció un
Señor tan atildado, que prefirió explicarle: —¿Sabe usted, que yo nací y viví
en esta casa?, no conozco el Pueblo, lo podemos revertir y usted se queda a
comer con nosotros, soy yo y Misia Pepa, que es la Señora que me acompaña, no
le gusta hablar y sólo habla Mapuche, así que no se moleste en pretender
entenderla.
Mientras comían
le llamó la atención que el Señor citadino, hablaba Mapuche a la perfección y
por fin pudo hablar Misia Pepa, con alguien que le entendía.
Después, el
Señor explicó, que había estudiado todas las lenguas tribales de este país y
alrededores. Era invitado al extranjero, para dar charlas al respecto. Julia lo
invitó a quedarse los días que quisiera, en la casa, las habitaciones sobraban.
Había un mangrullo tan alto, que alcanzaba a mirar todo el Pueblo. A él le
encantaba tomar mate en ese lugar. Un día cambió su traje elegante, por ropa de
campesino.
Julia se puso
tan contenta, que le besó la boca. Él se dio vuelta avergonzado y le preguntó
si no quería casarse con él.
—¿Y vamos a
dormir juntos? -Preguntó Julia con inocencia-.
—Y vas a ver que
va a ser mucho más lindo, que tomar mate en el Mangrullo.
Por curiosidad,
Julia preguntó: —¿Cuántos años tiene usted, Señor?
Él la recordó
con el viento jugando con sus polleras, mientras sembraba con devoción. —Mi
querida Julia, tengo noventa años.
Ella le miró los
ojos de una bondad infinita y le contestó: —¡Señor, qué joven es usted!
martes, 21 de enero de 2020
PERDER EL NOMBRE
Vivía tranquila
con un gato mimoso, acostumbrada a mi cama, mi cocinita escondida. Nunca me
sentí sola y el lugar satisfacía todas mis expectativas.
Estaba desordenado,
pero yo sabía dónde vivía cada cosa, lugares absurdos, pero fáciles de encontrar.
Conocí un chico en el micro, era un micro lechero, de los que paran a cada rato
por problemas mecánicos. Yo hablaba de tanto vivir sola, él me escuchaba con
mucha atención, cuando me quedó la boca seca, empezó a hablar él. Contaba
lindas historias. Me invitó a salir y acepté. Ya era tiempo, nunca me dio por
el sexo, lo tenía suprimido, entre leer y escribir era suficiente.
Con este tipo
fue distinto, dormimos en mi casa el día que nos conocimos. Tenía una amiga que
me decía: —Encontrá alguien que te guste mucho, antes que te alces y te
acuestes con cualquiera.
Nino se quedó en
casa un día, a los dos días volvió con un cepillo de dientes y una tohalla deshilachada.
De a poco fue trayendo su ropa. Después de seis meses me di cuenta que su cepillo
de dientes no lo usaba.
—Prefiero
lavarme con el tuyo y cuando se abran las cerdas, empezamos a usar el mío, es
nuevito, sin usar.
Le expliqué lo
de las bacterias, el contagio de las caries, si uno tenía angina, el otro se
contagiaba. Me contestó que con mi criterio no nos besaríamos más, era tanto o
más contagioso, la lengua tragaba cosas, que con el cepillo no sucedía. Sobre
todo si practicábamos posturas del Kamasutra.
Un día no
encontré ni la compu ni mi Clase grabada. Miré por la ventana y estaba Nino en
mi escritorio, que había sacado al jardín.
—Pará un poco
con la invasión, usá tu compu, si está rota llevala a arreglar.
Me miró con ceño
fruncido. —No tenés que ser tan egoísta, después de todo si la mía no funcionó,
uso la tuya, la necesito para mi examen. Y pensá un poquito, hace cuatro días
que llevás puesto mi sweter rojo y el olor a chivo se siente cada vez que
pasás.
Su enojo me
pareció cosa de guarro, él cambió cosas de lugar, mi ropa, mis libros, jamás
encontré mi cepillo de pelo, ni el peine, ni la planchita. Justifiqué todo,
pensando que la convivencia era así, por eso tantas chicas como yo, se fueron a
vivir solas.
Pero Nino tenía
sus cualidades, que antes no me ocupaban la cabeza. Hacía el amor como un
experto, sabía escuchar los deseos de una mujer. Un día lo eché de casa, porque
me hartó que no fuera capaz ni de lavarse el calzoncillo.
Al mes lo tuve
que llamar, me hice cuatro pruebas y todas dieron positivo. —Nino, te hablo
para informarte que estoy embarazada y vos sos el Padre.
Se escuchó una
risa de mujer. —Me alegro que vayas a tener un bebé, pero aunque yo sea el
Padre, a mí me gustan los chicos al horno o a la sartén. Además vivo con una
mujer, en una casa más grande y más linda que la tuya, me permite hacerle de
todo, por ejemplo algo que vos nunca quisiste, puedo usar la parte de atrás,
donde la espalda pierde su nombre.
lunes, 20 de enero de 2020
UN VERANO
Estrenaban la
pileta, el calor empujó a los mellizos, primos, amigos.
—Chicos, vengan
que los manguereo, no quiero que se tiren sin bañarse. Después solitos se meten
la manguera adentro de las mallas, por si hay restos de cacona.
—Matías, nos hace
pasar vergüenza, decile que la corte, vos sos su preferido.
Es maniática de
la limpieza, cuando vio nuestros amigos dijo: —Ah, no. Es una pileta familiar,
si tienen calor vayan al Club. Pero una docena de chicos, ahora ya está. Lo más
bajo son dos metros y en el otro extremo, cinco metros. Mi Marido fue campeón
de natación, cuando vuelva del trabajo, es capaz de echarlos mal a los gritos.
Le gusta la pile vacía. La última, no quiero reclamos de Padres, ¿se entendió?
Pendejos de
mierda, yo me quería meter con la bikini de hilitos, pero están grandes, ya
miran. Me lleno la bañadera y pongo la música al taco, para no escuchar sus
gritos histéricos. Leo una novela.
Me dormí, a los
chicos los vinieron a buscar los Padres. Quedaban los mellizos, los dos seguían
pileteando, pero había algo raro, Matías bajaba en lo más hondo y subía y
bajaba otra vez.
—Mamá, Tobi
quedó en el fondo y no lo puedo sacar.
Seguro que está
jugando, eso es el plomazo de tener mellizos. Si con uno es más que suficiente.
Por suerte llegó el Padre y lo sacó, le hicimos respiración boca a boca,
escupió un poco de agua y respiraba con dificultad. Llamamos al Vecino, que es
Médico Pediatra, él atendió mi parto.
—Estoy haciendo
lo mismo que ustedes, pero creo que Tobi…no tiene pulso.
Hizo un silencio,
se tapó la cara con las manos y se puso a llorar. Mi Madre abrazó a Matías,
hablaba perdida y no lloraba, les explicaba al Marido y al Vecino: —Así va a
ser mejor, un sólo hijo está bien, dos era una multitud. Además me quedó
Matías, es mi predilecto desde que nació. Ahora van a venir y dar sus pésames
pesados, por el angelito. No pienso atender a nadie. Para mí Tobi no existe, ni
siquiera sé quién es. Bueno, vamos a comer que mañana tienen Escuela, Tobi y
vos Matías, en especial, vayan a lavarse las manos.
La internaron en
un lugar, con jardines arbolados, césped bien cortado y enredaderas con flores.
—¿Y, cómo
estamos Hoy?
Ella seguía
jugando y apenas le contestaba.
—Me encuentro un poco agitada, Tobi y Matías
viven corriendo, es raro, porque casi nadie los ve. Mire, Doc, qué casualidad,
aquí lo encontré a Tobi que es el más cariñoso y mi predilecto.
domingo, 19 de enero de 2020
CUÑADOS
Un Señor entró a
un Banco, puteando.
—Me hicieron ir
cuatro veces y siempre a un Banco distinto, al último que fui, dijeron que para
mi tramitación tenía que ir a seis Bancos distintos. ¿Vos entendés, Florinda?
—Menos mal que
salimos separados, a mí me pasó lo mismo, salí puteando al Gobierno mafioso, al
personal que nunca sabe nada y al último le dije: “¿Vos querés que pierda mi
vida haciendo trámites inútiles?, andá a la puta que te parió”. Me miró asombrado,
entonces me fui dando un portazo, antes lo miré a la cara y le dije: “Puto”.
Menos mal que no
nos encontramos en la calle, Onorato para descargar, me habría pegado una piña
y yo con doble bronca, un rodillazo en las bolas.
—Florinda, no
quiero vivir más en este país, nos roban, siempre nos roban y a pesar que lo niegan,
nos siguen robando.
La voy a llamar
a Kika, es mi hermana más inteligente. Ni bien escuchó mi voz, le pareció que
lo mejor era ir a vivir en Montevideo. Las dos familias, nosotros y ellos. Dijo
que la casa seguro que tenía deterioros, los últimos inquilinos robaron las
tejas del comedor, de pizarra gris, divinas y el piso del baño, de mármol
blanco.
Le dije a Onorato
que nos mudábamos a Montevideo a la casa de las siete torrecitas, con mi
hermana y su familia. Saltó hasta el techo de alegría y fue la primera vez que
lo vi sonreír desde hacía mucho tiempo. Se puso un poco serio cuando le nombré
a nuestro cuñado, es un tipo avaro, parece que Moliѐre, se hubiera inspirado en
él.
—Florinda,
estamos de acuerdo, somos tan unidos que más que un matrimonio, parecemos
hermanos, de los que se llevan bien, a ver si te parece, el reparto de la casa,
lo hacemos tirando la monedita. Yo quiero las dos de adelante, son Art Decó y
las ventanas de vitraux, ambas cosas tienen su deterioro. Vemos a preparar una
comida y ahí lo hablamos los cuatro y tiramos la monedita.
Antes de
vestirnos ya estaban aquí, Kika terminó de preparar las salsas, era una flecha,
puso la mesa con cubiertos y platos diarios.
—Florinda!, la
vajilla de salir la dejamos para Montevideo.
Cuando terminé de
peinarme, mi cuñado y yo, pasamos por la misma puerta y me rozó el culo con
intención. De inmediato le conté a mi hermana.
—No te
preocupes, Florinda, ni siquiera se le para.
Le dije que me
parecía una falta de respeto, imperdonable. Kika confesó que Onorato hacía lo
mismo con ella, pero con el pito duro, tanto que a veces le daban ganas.
—Pero vos sabés
bien, Florinda, que soy más leal a vos que al cachondo de tu Marido.
Por fin ocupamos
la casa de las siete torrecitas.
El Marido de
Florinda era un restaurador prestigioso. Tiramos la monedita y salieron dueños
de la parte delantera.
Les llevó seis
años reconstruir las faltas, de los vitraux se encargó Kika, que había
estudiado en Florencia. Respetaron las molduras, gracias al testimonio de las
fotos.
Se avecinó una
tormenta familiar. Kika no pudo resistir las confusiones del Marido de su
hermana, casi todas las medianoches. Le destapó las cañerías que ella misma
ignoraba que estaban pegadas. Jugaban a que Kika, se la comía en cuatro.
Florinda se
consolaba con el vecino de al lado. Era todo decadente y promiscuo. Todos sabían
lo de todos y en ocasiones se daban chupones al pasar, en bocas equivocadas.
Fue interesante y efectiva, la solución, los trámites se olvidaron en el pasado
y por ser amigos de Mujica, de impuestos no pagaban nada.
sábado, 18 de enero de 2020
ME PUSO AUSENTE
Llamó hoy
miércoles a las 17.15 —¿No vas a venir?
La pregunta me
sorprendió, avisé el lunes a tres teléfonos distintos, el celular de
Consultorio, lo atendió una voz grabada, diciendo algo así como que el
contestador se encontraba saturado. Probé con dos celulares, el de su casa y el
personal, atendió la voz grabada “La persona que Ud busca, no está disponible,
luego de la señal deje su mensaje.” Y le dejé el mensaje que no asistiría el
miércoles. Para asegurarme llamé al tercero, sonaba, sonaba y no dejaba de
sonar. Le pregunté a Bruno.
—Me parece que
ya dejaste el mensaje, con eso es suficiente, no te pongas pesada. Ya es la
hora, tenemos que ir a buscar nuestros Certificados de Supervivencia y los Escritorios,
con alguno que nos atienda, podemos pagar las cuentas. Los mil pesos que nos
ahorramos del Analista, en este momento nos vienen bien.
Si falto un
miércoles, debo avisar el lunes, para pagar el miércoles sólo el valor de una
sesión.
Me sentí culpable de las dudas del Analista y después me
dio bronca, es decir, tengo la seguridad que no me creyó. En este desierto de
personas, hay uno que me salvó la vida, mi Analista. Y la Profesora del Taller
de Escritura, para tener aunque sea, un grupo de pertenencia. Es patética mi
soledad, a veces me siento en una celda, que no tiene llaves. Lloré mucho la
noche del miércoles, dudé del estado de salud mental del Analista, tal vez esté
triste porque no le alcanza la plata, o porque también él estaba solo. Después
de todo, la gente sólo acude a pedir recetas.
Nadie piensa en
las sesiones que sirven a los fines de la vida, a encontrar adentro cuáles son
las razones y tener un alguien, que te señale que la solución es más grande que
el conflicto. No se cura de inmediato, pero ronda en la cabeza y un día te das
cuenta.
Mi llanto no fue
por el dinero, sino porque en esos días, no hacía pie.
viernes, 17 de enero de 2020
TUPAC AMARU
Pidió que me
comprara ropa sexi. Le hacía el gusto en lo que fuera. Era un psicópata sádico
y solitario. Me enamoré por presentimiento.
Él tenía un no
sé qué, una mirada en la mirada, me incluía sólo a mí. Yo le pertenecía si él
quería. Cuando los deseos eran míos, desaparecía. Como si nunca. Hasta soñando
lo veía de espaldas, yo en él dejaba de existir. Aquel día adquirí la ropa
sexi. Me vendó los ojos y subimos al auto. Del asfalto citadino, al silencio del
campo, había olor a ozono, se escuchó una voz sometida. —Patrón, ahí le dejé la
matera, blanqueada como lo ordenó. También conseguí la cama que habían dado de
baja.
Me llevó en sus
brazos hasta un lugar con olor a recién pintado. Cuando quitó el pañuelo de mis
ojos, vi una cama de bronce y un techo de paja con algunos intersticios de sol.
Me iba a recostar.
—Te necesito de
pie, no tiene colchón, sólo elásticos de latón.
Sacó de un cajón,
pañuelos leves. —Desnudate, voy a colocarlos en partes de tu cuerpo y quiero
que permanezcas en esas posturas, como si fueras una estatua.
Me puso una mano
en la cabeza, sosteniéndome el pelo, dejó la nuca desnuda, la otra mano en la
cintura.
—Esta mano la
quiero suelta, liviana, la dirección apenas roza la ingle, separá las piernas,
una con el pie en el piso y la otra con el pie clavado en el borde de la cama.
Entorná los ojos y dejame hacer.
Yo tenía la
libido que se extendía por todos los poros, esperando con desesperación, que
sucediera de una vez. Vi desnudo su cuerpo de guerrero brillante. Desplazó un
pañuelo de seda por la nuca, extendió uno largo que me envolvía, pasando entre
mis piernas. Dejó mi superficie cubierta de pañuelos y después tiró de las
puntas y el placer llegó al cielo.
Cuando rozó mi
sexo deslizando el más suave de los pañuelos, me produjo un orgasmo que jamás
había conocido, a él sólo lo percibí, cuando me pidió que me pusiera los
vaqueros y la remera, estaba furioso, porque exigió que me tirara en los
elásticos de metal, que los pañuelos irían atando los pies y las manos. Ahí
salté como gato de pajonal y lo arañé de pies a cabeza.
Me retrotrajo al
siete de Abril de 1978, en escenas tal cual. Salí corriendo, subí a su auto, arranqué
y por el espejo retrovisor, lo vi en pelotas, apoyando el brazo en la matera,
fumando un cigarrillo, mirando al otro lado, como si no le importara nada.
jueves, 16 de enero de 2020
LA BODA
Me equivoqué de
Marido cuando en la Iglesia lo acepté. Pienso que fueron mis Padres, no querían
morir sin verme casada con un hombre, que me doblaba la edad.
—Vamos a pasar
la luna de miel en Santo Domingo, de paso me opero unas verrugas que tengo en
los genitales y me saco la paranoia de si son malignas o benignas.
Deduzco que este
cascajo no tendrá nuestras primeras relaciones. Me alegro, puedo dormir toda la
noche sin que nadie me moleste. Una amiga de mi Madre, me contó que el hombre con
quien contraje matrimonio, era un millonario encubierto. Le quitaron las verrugas
y fueron benignas. Cuando íbamos rumbo a casa, dijo: —Esta noche será nuestra
primera noche, sólo pensarlo me seca la boca.
Me dio vértigo
la sola idea. Tengo una empleada a mi servicio, a la que cuento mis secretos.
—Te lo pido por
favor, vos, esta noche, ¿no podrás hacer de mí? Al Viejo le recetaron Viagra y
una crema para anestesiar los pozos de sus verrugas.
Yo ignoraba que
mi empleada, antes de conocernos, fue prostituta, no me importó, al contrario,
seguro que estaba acostumbrada a encubicular con cualquiera. Le ofrecí un
cheque de mi fortuna. Ella se puso a llorar, agradecida y me prometió que se
encargaría cada vez que el Viejo la solicitara.
Diseñamos una
estrategia, que ella padecía una timidez, que la podía atemperar en plena
oscuridad y un camisón que le fuera de la cabeza a los pies.
—Queridita, te
espero en la cama y deseo tu cuerpo y tu alma, más tu cuerpo, te diría.
Ay, qué sorpresa
me llevé, la Señora tenía razón, por suerte fue sin iluminación, el Viejo
baboso me daba indicaciones.
—Tomé dos
pastillas, a esta edad son imprescindibles a los efectos de consumar, para
ponernos cachondos. Aquí tengo esta crema, para los pozos de mis verrugas,
quiero que la extiendas con todos tus dedos y la levedad de una geisha.
Le hice lo que
pidió y lo que aprendí con mis clientes. Me extralimité, al Viejo le dio un
paro cardíaco.
Llamé de
inmediato a la Señora y le di la buena nueva.
—¡Lo mataste sin
piedad! ¡Si hubiera sabido que este polvo comprado lo llevaba a la muerte!
Por momentos
noté sus gestos asesinos.
—Esto llevará el
castigo que merecés, devolverme el cheque que te otorgué.
La empleada
quedó paralizada.
—¿Hablo con la Policía?,
en la calle Juan Fangulo al 800, la empleada termina de matar a mi querido Esposo.
Se hicieron
presentes de inmediato, cuando trasladaron el cuerpo, el miembro del finado se
encontraba erguido como un mástil. El Oficial primero dijo: —Esto está duro
como una piedra, no sé cómo van a hacer con el cajón mortuorio.
miércoles, 15 de enero de 2020
BANCO NAZI-ON
—Qué muchacho
simpático es usted, Nino.
Cómo sabe mi
nombre y me largó un piropo antiguo, ¿será trolo?
—Usted es
madrugador, lo veo salir en su Renault y me pregunto, a dónde va?
Le voy a
contestar, es viejo y está muy solo, merece una respuesta.
—Así como me ve,
con esta cara de idiota, tengo tres Carreras en mi haber, soy Ingeniero,
Abogado y Médico, con un Master en no sé qué mierda. A esta altura de mi vida,
no sé nada, es lo único que sé. Hace cinco años que salgo a buscar trabajo.
Llevo esta carpeta sobada, de tanta recomendación inútil. La síntesis de mi
respuesta, sería el “No”. Es la respuesta que más escucho, decorada con
“Estamos en comunicación”, “Hay que esperar”, “En cuanto sepa algo”, bueno,
creo que he concluido con su interés. Me voy porque tengo una entrevista. Que
siga usted bien, tomando unos mates, con el gato al lado, coronado de glicinas.
Recién me doy cuenta que en cinco años, jamás reparé en su presencia. Disculpe
mi ceguera, adiós.
Esta mañana
reboté como todas las mañanas, fui a comer a lo de mi Vieja, que está jubilada
y apenas le alcanza para sobrevivir. La pobre va día por medio al Banco
Nazi-on, para que le den la constancia de Supervivencia.
La máquina no le
toma su huella dactilar, sale en la pantalla: “No corresponde, vuelva a
comprobarlo con otro dedo”. Mi Vieja, que siempre fue de pocas pulgas y se
había sosegado, ahora las recuperó, abandonó su esperanza tecno y entró en el
Banco al grito de: “¿Dónde tengo que meter mi dedo, para dar cuenta que estoy
viva?, ¿eh, eh? En el orto, tal vez”.
Le quedan unos
mangos de la Pensión de mi Viejo. Pero a la pobre se le van por mantener a un
boludo, que en este caso soy yo. Cuando llegué a casa, con mi carpeta
sobaquera, escucho una voz que saludaba: —Nino, no me cuente cómo le fue,
porque ya sé. Tengo una propuesta en firme, si usted acepta. Es un trabajo de
Custodio, en la Gobernación, trasladar personas, por llamarlos de algún modo,
con un Cargo en el Gobierno. Tiene un protocolo, llevar tres armas, una es la
sobaquera, otra en el cinturón y la tercera en las medias. Piénselo.
No le voy a
mostrar, pero me dan ganas de llorar. ¡Por fin un trabajo!
—Ni lo debo
pensar, delo por hecho.
Mi única virtud
es hacer personajes. Al principio fue traumático, ser un Custodio tan cargado
de armas, trasladar al Ministerio de “Asignaturas Pendientes” o al Secretario
de la Gobernación, Thompson y Williams. Eran personas con el aburrimiento
estampado en sus cuerpos. Yo empezaba una conversa prudente, y en cuanto veía
que el tipo se reía, seguía contando disparates. Antes de subir al auto,
miraban al Custodio y si era yo se aflojaban la corbata y esperaban mis
charlas. El General Teagarra, me dijo: —Sé que usted está muy lejos de ser
analfabeto, tiene en su haber, varias Carreras hechas y demás detalles de su
persona, que recibí de la Siderurgia. Me parece, Nino, que usted no merece el
lugar donde está. Le ofrezco el Directorio de la Empresa Bizarra Finoli. Su
única actividad es vestir de oscuro, con corbatas de seda italiana, zapatos
Timberland, camisa blanca y mirar siempre con el mentón levantado y la espalda,
una espada. Recorrer todos los despachos, usted entra por adelante, recorre
mesándose la barba y sale por atrás. Es una oportunidad, donde la fatiga no
existe. El sueldo se deposita en el Banco Nazi-on y le resultará satisfactorio,
son dos millones mensuales. Los pagos se extienden hasta su Señora Madre, si
fuera tan amable, infórmele, que llevará en el anular, el diamante que
perteneció a la augusta Señora de Palito Ortega.
Fui a contarle
todo lo sucedido a mi oportuno y generoso Vecino.
—¡Por fin, Nino,
se hizo Justicia! Justicia argentina, pero Justicia al fin. Si usted no lo toma
a mal, Doctor Nino, ¿Me puede presentar a su Señora Madre?
martes, 14 de enero de 2020
MISTERIOS ELEGIDOS
Rosario montaba
al amanecer, usaba una galera marrón con cintas, unos bridges blancos, sin
mácula y un miriñaque cubierto de seda glisada. El caballo recibía un puntapié
delicado y empezaba su recorrido. A Rosario le gustaba correr hasta la laguna,
las cintas volaban, la seda se enamoraba del viento, cubriendo las ancas de su
caballo.
Ella sabía
ponerse de pie en la montura, el miriñaque la protegía, danzaba levantando una
pierna con medias, zapatillas de bailarina y ligas de encaje blanco, ponía sus
manos en el corcel y cantando una canción medieval, llegaba a un castillo
abandonado. Le daba agua al animal y se metían en la laguna, ambos para
quitarse el calor de correr bajo los olivos. Preparaba un colchón de paja
brava, el corcel, agotado, se acostaba. Rosario entraba al castillo y siempre
había un lecho mullido, para que descansara. ¿Quién hacía todo esto? Para ella
era un misterio que prefería ignorar.
Todos los
amaneceres, Rosario repetía la misma ceremonia. Cabalgar hasta el castillo y
descansar en el mismo lecho. Había un olor a espliego que la hacía descansar
profundo. Una mañana llegó al castillo y la mitad se había derrumbado.
Necesitaba descansar, le pareció muy natural que su lecho estuviera en el único
lugar techado. Alguien había reforzado con un dosel de hierro, el contorno del
lecho, para evitar que le cayera un pedazo de techo en la cabeza. Esta vez
también prefirió ignorar quién era.
Pasó mucho tiempo
estudiando en Bahía Blanca. Dejó a cargo de unos vecinos de su confianza, una
maleta enorme, con todos sus disfraces de amazona. Y suelto a su aire, el
caballo que ella montaba.
Volvió dos
años después en el mes de Octubre, donde los árboles reventaban de
hojas, de frutos y flores. Llamó a su caballo haciendo silbato con los dedos,
apareció enseguida, lo montó en pelo y recorrió todo el paisaje.
El castillo no
estaba, se había derruido en su totalidad. Le sorprendió encontrar un lecho de
campaña, bajo unos aromos y en una mesa chica, con una pata quebrada, había una
copa inmensa de helado de chocolate y limón recién servido. Rosario se lo comió
tan rápido como cabalgaba, con los dientes congelados se levantó y caminando
encontró, entre los escombros, una vieja zapatilla de baile, un sombrero que en otros
tiempos debió ser muy hermoso y un pedazo enorme de seda, que glisaba desde
unas piedras.
Montó a paso
lento y esta vez, también prefirió ignorar.
lunes, 13 de enero de 2020
HAY QUE VENDER
—Quiero una
crema humectante, tengo la piel tan tensa, que si sonrío me quedo así y desonreírme
me lleva media cuadra.
Sí, pobre mujer,
es un desastre.
—Mire Señora,
tenemos una crema con aceite de Rumania, sale un dinero, pero le aseguro que
esa cara carrujada como bota de gauchada, le va a parecer lisita.
Ésta me quiere vender
la más cara.
—El precio me
queda grande, quiero una baratita.
Seguro se la
vendo.
—Bueno, igual la
anoto como que la compra, tengo una para sus párpados, que le llegan a las
ojeras, es una jalea inglesa, al lado de Megan, usted parecerá una pendeja.
Yo no quiero más
cremas y esta pesada me insiste.
—A mí no me
importa la edad que tengo, para ser una pendeja cabeza dura como vos, prefiero
suprimir esa gelatina.-No la puedo frenar, para mí se hizo una raya-.
—Igual se la
sumo a las anteriores, verá que puede pagar, de algún culo va a salir sangre. Hablando
de sangre, hay un producto para quitar esos puntos negros que le inundan la
cara, viene con una muestra, para arrancar esos bigotes, se las sumo a las
demás. Aunque tenemos esa papada que le llega a las costillas, ésta que tengo,
es para una auto-operación, a realizar frente a su espejo. Pellizca con esta
horquilla de cobre, todo lo que le sobre, viene con curitas especiales, por si
se produce un sangrado, si le ocurre eso lo esparce sobre sus mejillas, que son
tan amarillas que parece una vieja enferma, se lo sumo a lo anterior y después
usted dirá si me lo paga efectivo o con tarjeta.
Esta mina
irrespetuosa, seguro que es chupapija del Dueño, y el Padre se la coje.
—Mirá, bebé,
envolvé toda esa sanata, ya mismo te la pago. Disculpame pichona me quedé si un
centavo. Igual me llevo todo, te lo pago cuando se vaya este Gobierno. Un
consejo de mi Vieja, a la salida, no andes moviendo el culo así en el Subte,
porque te lo van a romper y no vas a saber quién fue. Ni se te ocurra hacer la
denuncia en la Comisaría de la Mujer, allí sí que tienen todas el culo roto.
domingo, 12 de enero de 2020
MAGIA
Okito fue
discriminado por chino, como los negros, los judíos y otras fiestas de
crueldad. Él no se daba por aludido, ni siquiera cuando escuchaba que su Padre,
tenía una Tintorería, donde no quitaban las manchas. De allí le provino la
idea, después de los deberes se encerraba en el dormitorio y dibujaba esquemas
de juegos. Trataban artilugios, para hacer desaparecer objetos de algún lugar y
aparecer en otro sitio impensado.
Escribía en un
cuaderno lo que inventaba, para después hacer historias. Introducía en sus
fosas nasales, micropilas que arrojaban mocos fluorescentes, donde él quisiera.
Nadie podía advertir que provenían de su nariz. Cuando pasaba con su carpeta,
al escritorio de la Maestra, ella levantaba la punta de su birome, para una calificación
baja. Cuando llegaba a la hoja, un moco verde fluo, le inmovilizaba el número
de la evaluación. Le daba tanta vergüenza, que pensaran que le había salido un
moco, lo tapaba poniéndole un diez y pasaba a otra carpeta.
Okito usó ese método
durante dos meses, la Señorita pidió Carpeta Médica, le diagnosticaron obsesión
mocosa y le dieron horarios de consulta, para investigar de dónde provenían sus
mocos.
Okito obtuvo su
primer triunfo, expandir mocos a larga distancia. Como crecía más su autoestima
que su estatura, inventó unos zancos con escalera, aprendió a caminar como un
equilibrista, haciendo un curso intensivo en el Cirque du Soleil. Usaba
pantalones elegantes y largos, que sustraía de la Tintorería. Creó una
extensión de brazos, que terminaban en manos artificiales.
Okito logró que
su cuerpo se fundiera con sus invenciones y una mañana despertó con dieciocho
años, diez más de los que tenía. Al poco tiempo se desarrolló y resultó un
joven hermoso, inteligente, culto, distinguido y portaba un miembro notable, que
se notaba.
Nadie decía
nada, sus poderes daban terror. Se recibía de todo sin dar examen y le pagaban
sin trabajar. Para pasar desapercibido, enseñaba Magia Elemental, los
pañuelitos de la manga, la paloma de la galera y todas esas boludeces que uno
de chico se las creía.
Yo me anoté en
sus clases, para luego transmitir a mis alumnos. En poco tiempo me enseñó un
montón. Por suerte se fueron todos de vacaciones y Okito me pidió que siguiera
yendo. Intimidaba su manera de mirar, o que me tomara de las manos para algún
truco especial. Un día advertí que Okito me gustaba. —Raquel, pienso todo el
día en vos y necesito que sepas que te quiero o estoy enfermo, me late el
corazón, se produce un descontrol de mis manos y se me van solas. ¿Ves?
Con sutileza las
apoyó sobre mis tetas y me inmovilizó. No sé si fue la hipnosis que ejercía
sobre mí, pero llegaba a su Taller y Okito, con sus ojos, me desnudaba, él
hacía igual y después se le ocurrieron otras magias, pero me hizo jurar que no
las difundiría.
sábado, 11 de enero de 2020
LA VISITA
Vino anoche,
estaba tan lindo, tan joven, esa sonrisa abierta de dientes prolijos, esos ojos
firmes de saber más que sus años. Trajo el bolso con una muda limpia y catorce
para lavar. Me regaló un perfume, el olor es como de flor que se fue hace un
rato y olvidó algo de limón y mandarina. Abraza firme, seguro de haber llegado
a un puerto protegido. Comemos y hablamos entre tenedores suspendidos y copas
inconclusas. Fue el momento de la novia, que lo quiere sin pedir cambio, está
contento, le deja oxígeno y le otorga descansos generosos. Trabaja a destajo,
como es ahora, lo que gana los gasta, como es ahora. Cada tanto me escucha,
pero mis palabras no son su idioma, a veces grita que él sabe, que no hable de
lo que no sé. Es cruel, como los jóvenes en confianza y sé que mi deber es
dejar pasar, sino lo mato.
Tanto me costó
aceptar su ser dependiente.
Tanto me costó
aceptar su ser independiente. Esta vida, si algo tiene sentido, es lo
inoportuno, el destiempo, la comprensión tardía, el amor que necesita, el que
no tanto. Soliviantar los deseos propios con los ajenos para que no caiga ni
uno ni otro. Aceptar con la puerta abierta para que pase y se haga lo que sea.
Se va mañana, hace mucho que es sin mí. Juego a que me necesita, soy la Madre.
viernes, 10 de enero de 2020
DIAGONAL
Habito el cuarto
piso, mi nombre es André Benoit y mi Tatarabuelo diseñó esta Ciudad. Mi esposa
y mis hijos murieron, todas las mañanas abro las ventanas de las habitaciones.
Las camas de mis hijos están tendidas, con las pantuflas al costado.
Una Mujer que se
encarga de la limpieza, lleva la ropa de la familia ausente, incluyendo las sábanas,
a la tintorería cada dos meses. Todo tiene aroma de alcanfor, encuentro mi
infancia gracias a ese olor. Después de desayunar en un Bar de la Diagonal,
camino hacia la Plaza San Martín. Disfruto el aroma de los tilos, las magnolias
tan intensas, el color de los ceibos, la sombra de las palmeras.
Hay cuatro
jardineros que se ocupan de la plaza, parecida a un Jardín Botánico. A veces me
pierdo en la memoria de mis hijos, tirando semillitas, para que los pájaros
canten más alto. Abren los bebederos al máximo y vienen los pájaros a darse
unos baños cortos, porque los Guardianes de la Plaza, hacen sonar sus silbatos.
Y mis nietos se asustan, o mis hijos, los confundo.
Miro mis manos
jóvenes que dedican sus horas a dar vuelta las páginas de los libros. Ahora
dejé mi hábito de la lectura, el Oculista me anunció que disfrute lo que pueda,
porque se avecina la ceguera de las sombras. Le hablé a Jorge Luis, para
preguntarle, me atendió como un Lord: —No te preocupes André, desaparece lento
y después te acompañan los otros sentidos.
Me miré las
manos, están surcadas de puentes azules y violetas, los dedos tomaron distintos
rumbos, se cansaron de estar juntos y engordar algunos, otros parecen
quebrarse.
Tuve dos
infartos consecutivos, mi cuerpo respondió a las operaciones y los Médicos
contentos, no por mí, sino por sus trabajos. Me di cuenta por los cobros
desmesurados.
Sigo yendo por
la Diagonal, desayuno en el mismo lugar. Se me durmieron las piernas para
siempre, tengo un acompañante, que por suerte es alegre y canta mientras
arrastra la silla de ruedas.
—No me gusta
verlo siempre en esa silla, si usted lo permite, lo traslado a un banco de la
Plaza.
Tengo una
justificación para no contestar, puedo escuchar, pero no hablar, me acompañan
el canto de los pájaros, cada vez más lejanos, la audición declinó, a veces me
parece que dejé de escuchar e imagino sonidos.
Sigo en la
Plaza, hace frío, mucho frío, debe ser de noche.
Siento el
inconfundible olor a Hospital, alguien me extiende un lienzo, cierra mis
párpados y me tapa hasta la cara.
jueves, 9 de enero de 2020
COBARDE
Una rotonda con yuyos en un lugar de Entre Ríos, sin nada
ni nadie a la vista, un baño semiderruido, que decía “Damas”, “Caballeros”. La
pared que los separaba no existía. Viajaba con mi hermana, que sobresalía por
su cobardía.
—Tengo ganas de
ir al baño.
Ni la miré y
frené. Entró al baño y escuché gritos, como si la estuvieran matando. Estaba en
el medio de un charco, con una invasión de moscas de letrina, que le cubrían
hasta los ojos.
—Hacé rápido,
Ulvi, yo te espanto las moscas.
Me pidió papel
higiénico, porque adentro no había.
—Fijate en el
bolsillo de tu vaquero, allí vive el pañuelo que te bordó Mamá, límpiate con
eso.
Me hizo caso,
pero no podía soltarlo.
—Pobre Mamá,
cómo voy a dejar esta belleza en ese agujero.
Tenía cara de
idiota dibujada. Cuando salimos de ese infierno pura mosca, corrimos al auto,
lo habían robado. Miré los supuestos caminos de tierra, pero fue así, alguien
se lo llevó y no dejó nada.
El bolsito de la
ropa, aunque sea, un tipo de mierda.
Las recomendaciones del primo Guille, eran:
—Donde
veas un cartel que diga 34, salí de la ruta y tomás cualquier camino de tierra,
le das derecho, derecho, derecho y llegás al Palmar. Llevate el GPS, ese te
orienta, ¿vas con Ulvi?, qué garrón. Pero bueno, no sé qué decirte, vos ya
sabés, es una stronza y no tiene retorno.
Comenzamos a
caminar y veo que Ulvi llevaba el pañuelo cagado, colgando del bolsillo
posterior.
—Hacé una cosa,
agarrá un puñado de yuyos y sacate esa inmundicia del bolsillo, o te pego
jodido.
Lo tiró con
lágrimas en los ojos. Las moscas todavía nos seguían. Se hizo de noche y sin
luna, lo cobarde que era Ulvi, pegada a mi costado, asco daba. Eran tan
molestos sus “Uy”, “Ay”, “¡Una víbora!”. Opté por llevarla a caballito, pero yo
era flaca y ella una pelota de trece años.
—Gracias, Inés,
sos una buena yegua.
Lo dijo con
ingenuidad, pero la largué y la hice rodar como una pelota, hasta escuchar un
lejano sonido de agua. Ella corrió más rápido que yo y encontramos el Palmar,
con un arroyo de agua, tan transparente, deslizándose suave como las brisas sin
apuro. El suelo abandonaba la tierra y se transformaba en arena blanca. El
arroyo no era profundo, pero el desierto que anduvimos quemó nuestra piel, nos
acostamos en el agua, buscamos lugares más hondos.
Palmeras altas,
algunas cruzadas, otras perpendiculares al suelo. Sus copas eran enormes
sombreros de hojas recortadas. Gritó la cobarde de Ulvi: —¡Mirá Inés, un camión
con hombres negros, bajando sandías!
La incipiente
xenófoba, le llamaba negros a la gente de piel oscura. Debieron ser resabios de
aquellas personas, que para elogiar un bebé decían: “¡Mirá qué hermoso, blanco como
la leche!”.
Los camioneros
hacían señas para que nos acercáramos, yo fui de inmediato, la cobarde quedó
sentada en un tronco, mirando para otro lado.
—Vengan, que
tenemos sandías frescas en el agua. Hay para todos, pero ustedes serán las privilegiadas.
El más grande y
gordo, partió una sandía con una cuchilla certera, luego la dividió en pedazos
con forma de cuatro sonrisas. Cuando Ulvi vio, vino arrastrando los pies, ella
ligó una lonja roja y fue un momento feliz. Todos con los pies en el agua y
comiendo sandía fresca, se deshacía por los senderos de la boca, aterrizando en
nuestras panzas.
Yo les conté qué
nos había pasado, ellos escuchaban y se reían cuando en cada pausa, decía: “La
cobarde de mi hermana”. Luego de charla e ingesta, hicimos una siestita, me
despertó una chata en marcha y Ulvi, que me saludaba, mientras se perdía en el
Palmar.
Los camioneros
se preocuparon y me dijeron que la mejor solución, era llegar a un Puesto
Policial.
—Yo me bajo con vos, mija y les contás lo que te pasó, que tu hermanita se fue, con el más atorrante de mis hermanos, ellos lo primero que harán será llamar a tus Padres.
—Yo me bajo con vos, mija y les contás lo que te pasó, que tu hermanita se fue, con el más atorrante de mis hermanos, ellos lo primero que harán será llamar a tus Padres.
La gente del
puesto me trató con preocupación, me convidaron mate dulce y buñuelos, mientras
llamaban a casa. Me despedí de los camioneros buenazazos y les agradecí.
Mi Madre me echó
la culpa de todo lo que hizo mi hermana y le mintió a mi Viejo, que yo era de
lo peor.
Ulvi, estúpida, tonta, idiota y más, pendeja cobarde, cobarde, en la primera oportunidad que estemos solas, le pienso dar veinte fustazos, sin explicación, igual ella sabe.
Ulvi, estúpida, tonta, idiota y más, pendeja cobarde, cobarde, en la primera oportunidad que estemos solas, le pienso dar veinte fustazos, sin explicación, igual ella sabe.
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