jueves, 30 de enero de 2020

AVISO


   Necesito descansar. Desde el próximo viernes hasta el martes, no habrá nuevos cuentos. Gracias por leerme. Un abrazo.

LA PUTADA


—Y…, no sé, a mucha gente le va a parecer raro.
   Puse esa cara torcida de remordimiento, ya ni me doy cuenta, como él ni se da cuenta de mí. Hacen tantos años que estamos juntos, a lo mejor lo que pensamos, es cómo intercambiar nada. Entonces viene la venganza descarada… “Yo fui una chica que desde los doce era una putita, luego una puta y después una putona. El primer chico que conocí me hizo doler el alma. —¿Sabés qué pasa, Olga?, mis amigos me dijeron que parecés una atorranta.
    Justo él, que no pudo hacer ni reemplazar, mis deseos intactos. Fue vertiginosa la cantidad de hombres, como decía una cuñada que tenía: —Los salames que me bajé al sótano.
   No tenía ninguna amiga, pensaban con miedo de contagiarse mi putez. —Flor de burras las minas yo me daba permisos porque se me daba la gana. No dejaba títere sin por lo menos un touch and go. Cuando algún imbécil preguntaba: —¿De qué religión sos?
   Lo miraba con asco y le contestaba: —Mi religión es el sexo y cumplo con todos sus preceptos.
   El tipo que apostaba para Seminarista, tuvo relaciones conmigo, teniendo puesto un forro pinchado. Quedé completamente embarazada, no tenía guita para un aborto. Lo tuve. Con la desgracia que fueron mellizos. Me arrancaba los pelos de la bronca, no me dejaban dormir, crecieron y siguieron multiplicando su idiosincrasia de molestar en continuado.
   El día que encontré mi mejor ropa embarrada en el fondo, lo decidí. Me puse bencina desde los pelos hasta los pies y con un fósforo de una caja de Tres Patitos, me incendié”.
   Aunque no había computadoras, el caso de esta persona se viralizó. Decían que era una forma de purificación, más o menos lo que dicen, que cuando te morís vas al Cielo o al Infierno, en mi soberbia opinión cuando decidís eliminarte, es porque tenés las bolas llenas. Acá termina el cuento, habla de pasiones numerosas, si no te va, ¿sabés lo que podés hacer? Vos sabés.

miércoles, 29 de enero de 2020

¿CÓMO EMPIEZO?


   Tengo dos cuadernos sin empezar y tres biromes. Como se me ocurre nada, me voy a disfrazar de Señorita pulcra y en cuanto vea algún tipo de paso indeciso, me apuro y camino delante suyo. Hago que se caiga un pañuelito bordado que era de mi Mamá.
   Apareció un tipo a paso acelerado, agarró mi pañuelito ya embarrado, lo metió en una bolsa de nylon y lo colgó de su dedo índice.
   —Señor! Señor!, esa bolsa que tiene mi pañuelito embarrado, me pertenece.
   El tipo sonrió de costado para responder no sé qué. Le arrebaté la bolsa de nylon y seguí caminando como la mejor.
   Siento una mano en mi espalda, me di vuelta y lo insulté. Era un Policía, lo vi al tipo al costado, con esa sonrisa de cretino, balanceándose talón y punta.
   El Cana dijo: —Me va a tener que acompañar.
   Con indignación y a los gritos, le contesté: —Ese idiota que tiene atrás suyo, me robó mi pañuelito y lo puso en esta bolsa.
   El Cana abrió la bolsa y junto a mi pañuelo, había dos mil quinientos pesos.
   —Mire Usted, Señor Policía, esta persona.-Y lo señalé con el dedito acusador-. Me había robado esta bolsita, con la Jubilación de mi Madre, junto al pañuelito, yo me sé defender sola, por suerte lo recuperé.
   Abrí dos botones de mi blusa, porque me hicieron entrar en calor, no me di cuenta y se me vieron las tetas. El Policía pidió disculpas, arrastró el cretino al patrullero.
   Me quedé pensando qué mundo este, tener buenas tetas, es un arma eficiente, además me quedé con unos mangos y fui derecho a comprar dos cuadernos y tres biromes, siempre conviene tener material de repuesto.    

martes, 28 de enero de 2020

GLENDA


   Las piezas daban a una angosta galería. En la planta baja, un jardín descuidado. Mi pieza con una sola ventana. Había un baño común donde se hacía fila para su uso.
   La Srta salió de una pieza oscura, esperando su turno, llevaba con timidez, shampoo, jabón y tohalla. Le cedí mi lugar, agradeció con voz en fuga. Miré cuando se le deslizó el jabón, por su pelo se despidió del shampoo, el vidrio era traslúcido.
   Entré yo con premura, casi ni me seco, me vestí y salí a esperar en la esquina. Enfrente ella subió a un auto deportivo, vestía un tahier negro de pollera recta y una camisa blanca nívea. Era una mujer para esperar, valía la pena. Regresó 21.30. Le cerré el paso como sin querer y la invité a tomar unas copas. No era de hacerse rogar, en diez minutos, se cambió por un vestido rojo contundente.
   Dijo: —Ahora viene mi trabajo nocturno, canto, le va a gustar.
   Había dos policías abajo, nos mostraron las credenciales.
   —¿Es usted la Srta Glenda Rosales?
   Ella, con voz de ángel: —Sí, soy yo.
   Los policías, con voces oficiales: —Tenemos datos fehacientes que Crisanto Del Tuerto era su novio, fue encontrado a las 20 horas, con un disparo reciente en la nuca.
   A ella se le empañaron los ojos.
   —Es el protocolo, Srta Glenda Rosales, debe decir dónde se encontraba usted en el momento del crimen.
   La tomé de los hombros y respondí por ella. —La Srta Glenda, se hallaba conmigo, desde las 18 horas.
   Después vino lo que uno aprendió en el cine, las “disculpas”, “si sabe algo más” y el “comuníquese”.

lunes, 27 de enero de 2020

ANDÁ A LA C DE TU M


   Hice un cuento que no le gustó, dijo que si yo quería lo tipeaba, pero le pareció un disparate. Su opinión fue un abuso de persona. Cuando yo, me levanto temprano, lavo las sábanas, preparo el desayuno, espero tres horas para que desocupe el baño y en tres minutos, me baño yo. Deja las tohallas mojadas en el piso. Hace pis afuera del inodoro.
   Voy al Supermercado, me lastimo las manos por las provisiones que traigo. Cocino tres platos, una entrada, el principal y el postre. Lavo la cocina, seco los platos, repaso el piso, paso la aspiradora, limpio el baño, barro la vereda y cuando él se va a la cama, aprovecho para leer o escribir.
   Cuando se me cierran los ojos, voy a dormir la siesta. Ni bien me acuesto, él se levanta, escucha música a todo volumen. Se mete en la pileta, sale pisando barro que dispersa por el piso de toda la casa. Encima me dice que mi cuento es un disparate.
    Mientras mira cualquier partido, por la noche, la última vez me vengué, llené su cama con la bolsa de basura reventada, en vez de almohada, llamé al perro y lo hice cagar y mear, en las sábanas, arranqué rosas con espinas y las distribuí a lo largo. Me dieron náuseas lo que yo misma hacía y le vomité a los pies de la cama. Por suerte dormimos en camas separadas.
   Tiré perfumina, porque yo no iba a dormir con ese olor. A la mañana siguiente, mientras bostezaba con olor a zoológico, a chivo, a culo sucio, preguntó: —Ché Negra, ¿puede ser que anoche no hayan pasado los Recolectores?

domingo, 26 de enero de 2020

CRUCERO


   Nunca me gustaron los chicos, su manera de molestar para capturar la atención de los adultos y monopolizar conversaciones con palabras de mayores. Oliverio era un niño encantador, se podía hablar con él, porque decía cosas que daban risa, él sabía que yo era una tumba, frente a sus apreciaciones parentales.
   —Mamá no es como vos, lo que yo digo no le importa. Me baña con un odio que siento cuando pasa con fuerza la esponja, me seca pensando en no sé qué y deja zonas húmedas.
   No supe qué decirle, porque mi hermana parecía no tener corazón.
   —Tenés preparado en la cama lo que te vas a poner hoy, es Domingo, te tenés que confesar, comulgar y cumplir la penitencia que te dé el Sacerdote Ramón.
   Mi hermana era como Mamá, el que no respondiera a su mandato, dejaba de existir.
   —Oliverio, no quiero desautorizar a tu Madre, pero la religión para mí no existe, si querés podés tener un dios personal, para recurrir cuando lo necesites, sin tener que ir a misa y hacer penitencia. ¡Por favor!, en qué siglo vive esa Mujer.
   Él siguió siendo mi sobrino, el único niño que quise, admiré su inteligencia que me sobrepasaba. Yo vivía con Daniel, el Capitán de un barco, que hacía viajes al Uruguay y luego seguía hasta Brasil. Hablé con mi hermana para preguntar, si Oliverio podía venir con nosotros, unos quince días o más.
   —Sos una divina, si me sacás ese chico consentido, que me resulta un peso inmerecido. Llevalo nomás, aunque sea para extrañarlo un poco y quererlo un poco más.
   Su declaración era sincera, pero me hacían dudar sus maneras poco felices, al referirse a Oliverio. A Daniel, mi pareja, le encantó viajar con él. No teníamos hijos y nuestro Sobrino era el elegido en reemplazo del hijo, que no pudimos tener.
   Cuando subimos al barco, el Padre lo saludaba levantando su sombrero, mi hermana levantaba un pañuelito blanco, que parecía pesar una tonelada. Se fueron antes de zarpar, mi hermana arrastraba a mi cuñado, parecían una familia común, la menos común de las familias.
   Pobre Oliverio, pasó el viaje vomitando.
   —¿Tía, navegar produce el efecto de estar prendido al inodoro? Pensá que todavía no conozco la cubierta…
   Trabó relación con una tal Muriel. Me sentí exultante, por fin Oliverio socializaba con alguien. Lo que no imaginé fue su transformación en amigovio. En algún momento, cuando tanto lo descomponía, pensamos en tomar un avión. Los había visto la noche anterior, dándose piquitos en la baranda.
   Al día siguiente golpeé su camarote y allí no estaba. Busqué por todo lugar, pedí ayuda, había otros Padres que perdieron a su hija, su nombre era Muriel. Hicimos denuncias conjuntas, en Consulados, Embajadas, Marina Mercante, lugares absurdos.
   Me comuniqué con mi hermana y llorando le conté que había perdido a Oliverio.
   —Ey, vos no te preocupes, disfrutá tu viaje, Oliverio desaparece a veces por tres días, pero no me hago problema, porque va a lo de los primos, que viven en el campo. O visita a los Abuelos, por dos semanas. ¿Y con ustedes? Prácticamente vive y los quiere más que a nosotros, me parece.
   Yo quedé catatónica, con la respuesta de mi hermana. Estaba casi segura que esa Mujer era una psicótica. Recibimos una llamada anónima de un campo de migrantes, con una carpa de niños, que habían sufrido el embate armado, sobre civiles. Hubo bajas y algunos heridos.
   Llegamos con Daniel en helicóptero, nos apretábamos las manos y temblábamos. Lo que vino después pareció una pesadilla. Llegamos a ver a Oliverio agonizando, sin expectativas de vida, a Muriel la habían vendido.
   Me volví tan loca como mi Madre, cuando el único remedio fue la internación. Yo me interné por propia voluntad, tuve miedo por los demás y por mí. Mi hermana vino a parar conmigo, tenía una culpa universal, de ella se encargó su Marido. Dormíamos juntas y volvimos a ser dos niñas, nos hicimos amigas.
   A los cinco años de lo irreparable nos escapamos al mar, hasta el horizonte. Cuando nos encontró Prefectura, con hipotermia, mi hermana y yo preguntábamos: —¿Y Oliverio dónde está?
   —¿Y Oliverio dónde está?
   Llegamos a la vejez, viviendo juntas y solas, sin decirnos nada.
   Ella nunca me perdonó, yo tampoco.

sábado, 25 de enero de 2020

EL BOSQUE HUNDIDO


   El terreno era irregular, las casas estaban tan espaciadas que parecían yuyales. Yo me aburría de esa casa, como me ocurrió toda la vida con todo.
   Había un viejo Bar con un escaño y bancos altos. Tomaba todas las mañanas tres vasitos de grapa, ése era mi desayuno. Tenía la costumbre de andar siempre con piloto, era la única prenda que dejó mi Abuelo, olvidada en un ropero. Había un lago con agua de deshielo y en el fondo un bosque sumergido. Como el agua era transparente, la magia parecía un milagro del cielo. Hacia abajo del Bar, una casita que se pintaba todos los años de blanco, con una galería rodeada de cactus raros.
   Todos los años llegaba un auto viejo, que manejaba un hombre grande de pelo blanco, el traje que llevaba le colgaba cansado como los años de su cuerpo. A la semana aparecía una mujer joven, en una estanciera de madera. Con dos valijas y un paquete de provisiones. Se quedaban varios meses, nadie podía prever, cuándo partirían.
   Desde mi banco, con un pucho colgando, no me gusta usar la mano para fumar y poder hacer otra cosa, leer diarios viejos o vislumbrar algún cambio que casi nunca ocurría.
   En el bar conocía a todos los parroquianos, no hablábamos entre nosotros, cuando mucho algún comentario corto de la pareja de enfrente. Tenían una Vieja que les limpiaba la casa, preparaba la comida y manejaba la estanciera cuando terminaban las provisiones.
   Nunca me pude explicar si la pareja era un matrimonio o el Viejo era el Padre de la joven y la Vieja que limpiaba, se quedaba sola dentro de la casa hasta que ellos volvieran.
   La Joven venía al Bar y tomaba un whisky despacio, se sentaba al lado mío, sin abrir la boca, terminaba su vaso y brindaba mi copita vacía.
   El Viejo la esperaba a mitad de camino, se daban un beso de novios hartos o de parientes lejanos.
   Una noche de calor, donde uno, la ropa y los objetos, parecen pegarse, caminé al amanecer, al lago del bosque sumergido. Iban los dos, uno a cada lado, levantando atada de pies y manos, a la Vieja. Hondo, hasta donde pudieron nadar. Se escuchaban risas y de pronto un silencio, se deslizó un enorme pedazo de hielo y subió de nivel. Tapando a los tres cuerpos. La Joven era buena nadadora, se abrazó a un árbol sumergido y llegó a la superficie.
   Caminó con lentitud hasta llegar a las piedras. Cerca de medianoche, corrió de prisa al auto viejo del Viejo. Le debieron quemar los pies, arrancó con dificultad y después partió despacio, por el camino de ripio. Yo podía espiar toda la escena. Ella vio que yo rumbeaba para el Bar. Reculó el auto con una botella de grapa, extendió su mano y me la dio sin mirarme. Dobló y se sumergieron el auto y ella, en el lago del bosque hundido.

viernes, 24 de enero de 2020

DESDE LA PLAZA


   Las manos de Bruno temblaban y no las podía controlar. No dejaba de fumar, aunque el pucho le bailara entre el pulgar y el índice, se dio cuenta que “prometer” era una palabra utópica. “Te prometo que dejo el pucho.” Bruno dijo: “te prometo que te voy a querer siempre.”
   “Siempre” le pareció una palabra superflua y agobiante. Tiró el pucho al empedrado, recordó que a esa hora, en esa esquina, Raquel pronunció: “Yo también te voy a querer siempre.” Ella lo dijo con el casette puesto y el énfasis actoral dispuesto a lo peor.
   Cuando entraron a la pensión, parecía todo clausurado, menos una escalera, que daba a la pieza sin baño de Raquel. Había olor a extracto de cigarrillos rubios, mezclado con olor a plancha de cocina, sucia. El anafe, estaba conectado a una garrafa, tan triste como el resto.
   Bruno sintió que ese lugar le pertenecía, mientras el pucho le temblaba y Raquel preparaba té, en un jarrito cascado. Lo sirvió en dos vasos, como muchas familias judías. Raquel, era judía. Bruno no era xenófobo. Pero lo que menos le gustaba de Raquel, era que fuese judía y que tomara té, en vaso transparente.
   Quedó embarazada, los dos quisieron. Fue varón y se llamó León.
   La pensión terminó en hacinamiento y discusiones estériles, recurrentes, impotencia, odio. Raquel y Bruno, convivieron con León, tres años. Bruno se fue sin decir nada. Raquel lo supo antes que él y tampoco dijo nada.
   Cuando León tenía seis años, preguntó por su padre. Raquel sacó fotos, contó historias y ocultó rencores. León dormía tranquilo, mientras alguien fumaba, con el pucho entre el pulgar y el índice, temblaba y miraba la ventana de León, desde el banco de la plaza, lejos.

jueves, 23 de enero de 2020

DE NUEVO


   Cumplí cincuenta, medio siglo. Haré de cuenta que nací hoy. Me voy a poner al día con lo que no hice. Primero cirugías, planchado de cara, nariz respingona, boca grande, pómulos, tetas, culo, ausencia de celulitis, pelo implantado, quedé nunca taxi.
   Luego me dediqué a Borges, ah! Qué tipo aburrido. Volví a Mujercitas, Hombrecitos, me gustó mucho El Cazador Oculto, amé a Salinger. Después me di cuenta que a los chicos no les interesa leer, sino que seas fácil de avanzar, tenían pudor. Acercarse a un minón, es una tarea complicada.
   Por fin encontré un tipo que había hecho votos de celibato, cuando me vio, renunció de inmediato. Tengo debilidad por las cosas prohibidas. Nos metimos en un confesionario y me dio como Pacheco a las tortas. Usó todos los agujeros de mi cuerpo, hasta que me hizo sangrar, parecía Drácula, clavó sus caninos en mi cuello y no paraba de chupar, se vio que él también necesitaba ponerse al día. Luego seguí yo, metí mis dedos donde no era costumbre de mujer, llegué hasta su esófago con mi lengua. Le pedí que me apretara las tetas, dolió, pero tomé conciencia, que con mi nueva edad me volví sadomasoquista. Él, saturado, se fue. Lo corrí y lo tomé de su sotana pedófila.
   —Te olvidaste de algo, debemos casarnos, perdí mi virginidad, con tu bestialidad y vos tu celibato con mis exigencias. Quiero tener hijos, los que Dios mande. No usaremos anticonceptivos. Vamos a morir juntos, en un final romántico, para un amor que fue un incendio.

miércoles, 22 de enero de 2020

LOS COLORES DE LAS FLORES


   Nació en el campo y en esa casa la parió la Madre, pero Julia, nonata, ayudó bastante, su Padre se desmayó. Él salió montando a los rajes, si hubiera sido un varón, con el nombre de su Abuelo Amadeo, pero siendo una mujer se sintió estafado.
   No quiso tener más hijos, por miedo a que salieran mujeres. Para no sentirse tentado por aquella Esposa, se fue a vivir a Salta o a Monte Grande. No tuvo más comunicación, la familia lo dio por muerto.
   —Mirá Julia, te voy a dar un consejo. En cualquier momento, la fatiga, que vive conmigo, me va a cortar la respiración. Nada de llamar Médicos. Si yo me muero, es porque me quiero morir y espero que hagas caso de mi resolución, no quiero que jamás abandones esta casa, la tenés a Misia Pepa, que te ayudará en todo lo que precises. Pasá tu tiempo sembrando semillas de flores raras, podrías hacer un camino florido, hasta la tranquera. Para que crezcan mejor, juntás bosta de caballo, esperás que seque y después las desperdigás en la tierra. A las plantas les encanta llevar eso en sus raíces.
   Julia respondió a los mandatos de su Madre, tenía ganas de charlar con alguien, pero Misia Pepa hablaba Mapuche. Julia no le entendía y Misia Pepa era amante del silencio. Para cuidar mejor las flores, les hizo recipientes de arcilla, los conejitos iban en macetas con forma de conejo. Los crisantemos, en macetas con forma de crisantemos. Tenía orquídeas, malvones, helechos serruchos con hojas recortadas, cientos de flores, cada clase en recipientes que respondían a su formato.
   Una mañana, mientras ordeñaba una vaca, llegaron filas de autos, muy respetuosos, estacionaron fuera de la tranquera y con mucho cuidado, admiraron esas flores. Una Mujer se atrevió: —Usted, no me vendería la maceta de los conejitos?
   Y así comenzó la historia, Julia plantando y personas que le compraban. Entre los compradores, apareció un Señor, con aspecto citadino. —Me dijeron que su nombre es Julia, no quiero interrumpir su trabajo, pero me gusta su nombre y usted también, la invito a comer en el Pueblo.
   Le pareció un Señor tan atildado, que prefirió explicarle: —¿Sabe usted, que yo nací y viví en esta casa?, no conozco el Pueblo, lo podemos revertir y usted se queda a comer con nosotros, soy yo y Misia Pepa, que es la Señora que me acompaña, no le gusta hablar y sólo habla Mapuche, así que no se moleste en pretender entenderla.
   Mientras comían le llamó la atención que el Señor citadino, hablaba Mapuche a la perfección y por fin pudo hablar Misia Pepa, con alguien que le entendía.
   Después, el Señor explicó, que había estudiado todas las lenguas tribales de este país y alrededores. Era invitado al extranjero, para dar charlas al respecto. Julia lo invitó a quedarse los días que quisiera, en la casa, las habitaciones sobraban. Había un mangrullo tan alto, que alcanzaba a mirar todo el Pueblo. A él le encantaba tomar mate en ese lugar. Un día cambió su traje elegante, por ropa de campesino.
   Julia se puso tan contenta, que le besó la boca. Él se dio vuelta avergonzado y le preguntó si no quería casarse con él.
    —¿Y vamos a dormir juntos? -Preguntó Julia con inocencia-.
   —Y vas a ver que va a ser mucho más lindo, que tomar mate en el Mangrullo.
   Por curiosidad, Julia preguntó: —¿Cuántos años tiene usted, Señor?
   Él la recordó con el viento jugando con sus polleras, mientras sembraba con devoción. —Mi querida Julia, tengo noventa años.
   Ella le miró los ojos de una bondad infinita y le contestó: —¡Señor, qué joven es usted!   

martes, 21 de enero de 2020

PERDER EL NOMBRE


   Vivía tranquila con un gato mimoso, acostumbrada a mi cama, mi cocinita escondida. Nunca me sentí sola y el lugar satisfacía todas mis expectativas.
   Estaba desordenado, pero yo sabía dónde vivía cada cosa, lugares absurdos, pero fáciles de encontrar. Conocí un chico en el micro, era un micro lechero, de los que paran a cada rato por problemas mecánicos. Yo hablaba de tanto vivir sola, él me escuchaba con mucha atención, cuando me quedó la boca seca, empezó a hablar él. Contaba lindas historias. Me invitó a salir y acepté. Ya era tiempo, nunca me dio por el sexo, lo tenía suprimido, entre leer y escribir era suficiente.
   Con este tipo fue distinto, dormimos en mi casa el día que nos conocimos. Tenía una amiga que me decía: —Encontrá alguien que te guste mucho, antes que te alces y te acuestes con cualquiera.
   Nino se quedó en casa un día, a los dos días volvió con un cepillo de dientes y una tohalla deshilachada. De a poco fue trayendo su ropa. Después de seis meses me di cuenta que su cepillo de dientes no lo usaba.
   —Prefiero lavarme con el tuyo y cuando se abran las cerdas, empezamos a usar el mío, es nuevito, sin usar.
   Le expliqué lo de las bacterias, el contagio de las caries, si uno tenía angina, el otro se contagiaba. Me contestó que con mi criterio no nos besaríamos más, era tanto o más contagioso, la lengua tragaba cosas, que con el cepillo no sucedía. Sobre todo si practicábamos posturas del Kamasutra.
   Un día no encontré ni la compu ni mi Clase grabada. Miré por la ventana y estaba Nino en mi escritorio, que había sacado al jardín.
   —Pará un poco con la invasión, usá tu compu, si está rota llevala a arreglar.
   Me miró con ceño fruncido. —No tenés que ser tan egoísta, después de todo si la mía no funcionó, uso la tuya, la necesito para mi examen. Y pensá un poquito, hace cuatro días que llevás puesto mi sweter rojo y el olor a chivo se siente cada vez que pasás.
   Su enojo me pareció cosa de guarro, él cambió cosas de lugar, mi ropa, mis libros, jamás encontré mi cepillo de pelo, ni el peine, ni la planchita. Justifiqué todo, pensando que la convivencia era así, por eso tantas chicas como yo, se fueron a vivir solas.
   Pero Nino tenía sus cualidades, que antes no me ocupaban la cabeza. Hacía el amor como un experto, sabía escuchar los deseos de una mujer. Un día lo eché de casa, porque me hartó que no fuera capaz ni de lavarse el calzoncillo.
   Al mes lo tuve que llamar, me hice cuatro pruebas y todas dieron positivo. —Nino, te hablo para informarte que estoy embarazada y vos sos el Padre.
   Se escuchó una risa de mujer. —Me alegro que vayas a tener un bebé, pero aunque yo sea el Padre, a mí me gustan los chicos al horno o a la sartén. Además vivo con una mujer, en una casa más grande y más linda que la tuya, me permite hacerle de todo, por ejemplo algo que vos nunca quisiste, puedo usar la parte de atrás, donde la espalda pierde su nombre.

lunes, 20 de enero de 2020

UN VERANO


   Estrenaban la pileta, el calor empujó a los mellizos, primos, amigos.
   —Chicos, vengan que los manguereo, no quiero que se tiren sin bañarse. Después solitos se meten la manguera adentro de las mallas, por si hay restos de cacona.
   —Matías, nos hace pasar vergüenza, decile que la corte, vos sos su preferido.
   Es maniática de la limpieza, cuando vio nuestros amigos dijo: —Ah, no. Es una pileta familiar, si tienen calor vayan al Club. Pero una docena de chicos, ahora ya está. Lo más bajo son dos metros y en el otro extremo, cinco metros. Mi Marido fue campeón de natación, cuando vuelva del trabajo, es capaz de echarlos mal a los gritos. Le gusta la pile vacía. La última, no quiero reclamos de Padres, ¿se entendió?
   Pendejos de mierda, yo me quería meter con la bikini de hilitos, pero están grandes, ya miran. Me lleno la bañadera y pongo la música al taco, para no escuchar sus gritos histéricos. Leo una novela.
   Me dormí, a los chicos los vinieron a buscar los Padres. Quedaban los mellizos, los dos seguían pileteando, pero había algo raro, Matías bajaba en lo más hondo y subía y bajaba otra vez.
   —Mamá, Tobi quedó en el fondo y no lo puedo sacar.
   Seguro que está jugando, eso es el plomazo de tener mellizos. Si con uno es más que suficiente. Por suerte llegó el Padre y lo sacó, le hicimos respiración boca a boca, escupió un poco de agua y respiraba con dificultad. Llamamos al Vecino, que es Médico Pediatra, él atendió mi parto.
   —Estoy haciendo lo mismo que ustedes, pero creo que Tobi…no tiene pulso.
   Hizo un silencio, se tapó la cara con las manos y se puso a llorar. Mi Madre abrazó a Matías, hablaba perdida y no lloraba, les explicaba al Marido y al Vecino: —Así va a ser mejor, un sólo hijo está bien, dos era una multitud. Además me quedó Matías, es mi predilecto desde que nació. Ahora van a venir y dar sus pésames pesados, por el angelito. No pienso atender a nadie. Para mí Tobi no existe, ni siquiera sé quién es. Bueno, vamos a comer que mañana tienen Escuela, Tobi y vos Matías, en especial, vayan a lavarse las manos.
   La internaron en un lugar, con jardines arbolados, césped bien cortado y enredaderas con flores.
   —¿Y, cómo estamos Hoy?
   Ella seguía jugando y apenas le contestaba. 
   —Me encuentro un poco agitada, Tobi y Matías viven corriendo, es raro, porque casi nadie los ve. Mire, Doc, qué casualidad, aquí lo encontré a Tobi que es el más cariñoso y mi predilecto.

domingo, 19 de enero de 2020

CUÑADOS


   Un Señor entró a un Banco, puteando.
   —Me hicieron ir cuatro veces y siempre a un Banco distinto, al último que fui, dijeron que para mi tramitación tenía que ir a seis Bancos distintos. ¿Vos entendés, Florinda?
   —Menos mal que salimos separados, a mí me pasó lo mismo, salí puteando al Gobierno mafioso, al personal que nunca sabe nada y al último le dije: “¿Vos querés que pierda mi vida haciendo trámites inútiles?, andá a la puta que te parió”. Me miró asombrado, entonces me fui dando un portazo, antes lo miré a la cara y le dije: “Puto”.
   Menos mal que no nos encontramos en la calle, Onorato para descargar, me habría pegado una piña y yo con doble bronca, un rodillazo en las bolas.
   —Florinda, no quiero vivir más en este país, nos roban, siempre nos roban y a pesar que lo niegan, nos siguen robando.
   La voy a llamar a Kika, es mi hermana más inteligente. Ni bien escuchó mi voz, le pareció que lo mejor era ir a vivir en Montevideo. Las dos familias, nosotros y ellos. Dijo que la casa seguro que tenía deterioros, los últimos inquilinos robaron las tejas del comedor, de pizarra gris, divinas y el piso del baño, de mármol blanco.
   Le dije a Onorato que nos mudábamos a Montevideo a la casa de las siete torrecitas, con mi hermana y su familia. Saltó hasta el techo de alegría y fue la primera vez que lo vi sonreír desde hacía mucho tiempo. Se puso un poco serio cuando le nombré a nuestro cuñado, es un tipo avaro, parece que Moliѐre, se hubiera inspirado en él.
   —Florinda, estamos de acuerdo, somos tan unidos que más que un matrimonio, parecemos hermanos, de los que se llevan bien, a ver si te parece, el reparto de la casa, lo hacemos tirando la monedita. Yo quiero las dos de adelante, son Art Decó y las ventanas de vitraux, ambas cosas tienen su deterioro. Vemos a preparar una comida y ahí lo hablamos los cuatro y tiramos la monedita.
   Antes de vestirnos ya estaban aquí, Kika terminó de preparar las salsas, era una flecha, puso la mesa con cubiertos y platos diarios.
   —Florinda!, la vajilla de salir la dejamos para Montevideo.
  Cuando terminé de peinarme, mi cuñado y yo, pasamos por la misma puerta y me rozó el culo con intención. De inmediato le conté a mi hermana.
   —No te preocupes, Florinda, ni siquiera se le para.
   Le dije que me parecía una falta de respeto, imperdonable. Kika confesó que Onorato hacía lo mismo con ella, pero con el pito duro, tanto que a veces le daban ganas.
   —Pero vos sabés bien, Florinda, que soy más leal a vos que al cachondo de tu Marido.
   Por fin ocupamos la casa de las siete torrecitas.
   El Marido de Florinda era un restaurador prestigioso. Tiramos la monedita y salieron dueños de la parte delantera.
   Les llevó seis años reconstruir las faltas, de los vitraux se encargó Kika, que había estudiado en Florencia. Respetaron las molduras, gracias al testimonio de las fotos.
   Se avecinó una tormenta familiar. Kika no pudo resistir las confusiones del Marido de su hermana, casi todas las medianoches. Le destapó las cañerías que ella misma ignoraba que estaban pegadas. Jugaban a que Kika, se la comía en cuatro.
   Florinda se consolaba con el vecino de al lado. Era todo decadente y promiscuo. Todos sabían lo de todos y en ocasiones se daban chupones al pasar, en bocas equivocadas. Fue interesante y efectiva, la solución, los trámites se olvidaron en el pasado y por ser amigos de Mujica, de impuestos no pagaban nada.

sábado, 18 de enero de 2020

ME PUSO AUSENTE


   Llamó hoy miércoles a las 17.15 —¿No vas a venir?
   La pregunta me sorprendió, avisé el lunes a tres teléfonos distintos, el celular de Consultorio, lo atendió una voz grabada, diciendo algo así como que el contestador se encontraba saturado. Probé con dos celulares, el de su casa y el personal, atendió la voz grabada “La persona que Ud busca, no está disponible, luego de la señal deje su mensaje.” Y le dejé el mensaje que no asistiría el miércoles. Para asegurarme llamé al tercero, sonaba, sonaba y no dejaba de sonar.  Le pregunté a Bruno.
   —Me parece que ya dejaste el mensaje, con eso es suficiente, no te pongas pesada. Ya es la hora, tenemos que ir a buscar nuestros Certificados de Supervivencia y los Escritorios, con alguno que nos atienda, podemos pagar las cuentas. Los mil pesos que nos ahorramos del Analista, en este momento nos vienen bien.
   Si falto un miércoles, debo avisar el lunes, para pagar el miércoles sólo el valor de una sesión.
Me sentí culpable de las dudas del Analista y después me dio bronca, es decir, tengo la seguridad que no me creyó. En este desierto de personas, hay uno que me salvó la vida, mi Analista. Y la Profesora del Taller de Escritura, para tener aunque sea, un grupo de pertenencia. Es patética mi soledad, a veces me siento en una celda, que no tiene llaves. Lloré mucho la noche del miércoles, dudé del estado de salud mental del Analista, tal vez esté triste porque no le alcanza la plata, o porque también él estaba solo. Después de todo, la gente sólo acude a pedir recetas.
   Nadie piensa en las sesiones que sirven a los fines de la vida, a encontrar adentro cuáles son las razones y tener un alguien, que te señale que la solución es más grande que el conflicto. No se cura de inmediato, pero ronda en la cabeza y un día te das cuenta.
   Mi llanto no fue por el dinero, sino porque en esos días, no hacía pie.

viernes, 17 de enero de 2020

TUPAC AMARU


   Pidió que me comprara ropa sexi. Le hacía el gusto en lo que fuera. Era un psicópata sádico y solitario. Me enamoré por presentimiento.
   Él tenía un no sé qué, una mirada en la mirada, me incluía sólo a mí. Yo le pertenecía si él quería. Cuando los deseos eran míos, desaparecía. Como si nunca. Hasta soñando lo veía de espaldas, yo en él dejaba de existir. Aquel día adquirí la ropa sexi. Me vendó los ojos y subimos al auto. Del asfalto citadino, al silencio del campo, había olor a ozono, se escuchó una voz sometida. —Patrón, ahí le dejé la matera, blanqueada como lo ordenó. También conseguí la cama que habían dado de baja.
   Me llevó en sus brazos hasta un lugar con olor a recién pintado. Cuando quitó el pañuelo de mis ojos, vi una cama de bronce y un techo de paja con algunos intersticios de sol. Me iba a recostar.
   —Te necesito de pie, no tiene colchón, sólo elásticos de latón.
   Sacó de un cajón, pañuelos leves. —Desnudate, voy a colocarlos en partes de tu cuerpo y quiero que permanezcas en esas posturas, como si fueras una estatua.
   Me puso una mano en la cabeza, sosteniéndome el pelo, dejó la nuca desnuda, la otra mano en la cintura.
   —Esta mano la quiero suelta, liviana, la dirección apenas roza la ingle, separá las piernas, una con el pie en el piso y la otra con el pie clavado en el borde de la cama. Entorná los ojos y dejame hacer.
   Yo tenía la libido que se extendía por todos los poros, esperando con desesperación, que sucediera de una vez. Vi desnudo su cuerpo de guerrero brillante. Desplazó un pañuelo de seda por la nuca, extendió uno largo que me envolvía, pasando entre mis piernas. Dejó mi superficie cubierta de pañuelos y después tiró de las puntas y el placer llegó al cielo.
   Cuando rozó mi sexo deslizando el más suave de los pañuelos, me produjo un orgasmo que jamás había conocido, a él sólo lo percibí, cuando me pidió que me pusiera los vaqueros y la remera, estaba furioso, porque exigió que me tirara en los elásticos de metal, que los pañuelos irían atando los pies y las manos. Ahí salté como gato de pajonal y lo arañé de pies a cabeza.
   Me retrotrajo al siete de Abril de 1978, en escenas tal cual. Salí corriendo, subí a su auto, arranqué y por el espejo retrovisor, lo vi en pelotas, apoyando el brazo en la matera, fumando un cigarrillo, mirando al otro lado, como si no le importara nada.

jueves, 16 de enero de 2020

LA BODA


   Me equivoqué de Marido cuando en la Iglesia lo acepté. Pienso que fueron mis Padres, no querían morir sin verme casada con un hombre, que me doblaba la edad.
   —Vamos a pasar la luna de miel en Santo Domingo, de paso me opero unas verrugas que tengo en los genitales y me saco la paranoia de si son malignas o benignas.
   Deduzco que este cascajo no tendrá nuestras primeras relaciones. Me alegro, puedo dormir toda la noche sin que nadie me moleste. Una amiga de mi Madre, me contó que el hombre con quien contraje matrimonio, era un millonario encubierto. Le quitaron las verrugas y fueron benignas. Cuando íbamos rumbo a casa, dijo: —Esta noche será nuestra primera noche, sólo pensarlo me seca la boca.
   Me dio vértigo la sola idea. Tengo una empleada a mi servicio, a la que cuento mis secretos.
   —Te lo pido por favor, vos, esta noche, ¿no podrás hacer de mí? Al Viejo le recetaron Viagra y una crema para anestesiar los pozos de sus verrugas.
   Yo ignoraba que mi empleada, antes de conocernos, fue prostituta, no me importó, al contrario, seguro que estaba acostumbrada a encubicular con cualquiera. Le ofrecí un cheque de mi fortuna. Ella se puso a llorar, agradecida y me prometió que se encargaría cada vez que el Viejo la solicitara.
   Diseñamos una estrategia, que ella padecía una timidez, que la podía atemperar en plena oscuridad y un camisón que le fuera de la cabeza a los pies.
   —Queridita, te espero en la cama y deseo tu cuerpo y tu alma, más tu cuerpo, te diría.
   Ay, qué sorpresa me llevé, la Señora tenía razón, por suerte fue sin iluminación, el Viejo baboso me daba indicaciones.
   —Tomé dos pastillas, a esta edad son imprescindibles a los efectos de consumar, para ponernos cachondos. Aquí tengo esta crema, para los pozos de mis verrugas, quiero que la extiendas con todos tus dedos y la levedad de una geisha.
   Le hice lo que pidió y lo que aprendí con mis clientes. Me extralimité, al Viejo le dio un paro cardíaco.
   Llamé de inmediato a la Señora y le di la buena nueva.
   —¡Lo mataste sin piedad! ¡Si hubiera sabido que este polvo comprado lo llevaba a la muerte!
   Por momentos noté sus gestos asesinos.
   —Esto llevará el castigo que merecés, devolverme el cheque que te otorgué.
   La empleada quedó paralizada.
   —¿Hablo con la Policía?, en la calle Juan Fangulo al 800, la empleada termina de matar a mi querido Esposo.
   Se hicieron presentes de inmediato, cuando trasladaron el cuerpo, el miembro del finado se encontraba erguido como un mástil. El Oficial primero dijo: —Esto está duro como una piedra, no sé cómo van a hacer con el cajón mortuorio.

miércoles, 15 de enero de 2020

BANCO NAZI-ON


   
   —Qué muchacho simpático es usted, Nino.
   Cómo sabe mi nombre y me largó un piropo antiguo, ¿será trolo?
   —Usted es madrugador, lo veo salir en su Renault y me pregunto, a dónde va?
   Le voy a contestar, es viejo y está muy solo, merece una respuesta.
   —Así como me ve, con esta cara de idiota, tengo tres Carreras en mi haber, soy Ingeniero, Abogado y Médico, con un Master en no sé qué mierda. A esta altura de mi vida, no sé nada, es lo único que sé. Hace cinco años que salgo a buscar trabajo. Llevo esta carpeta sobada, de tanta recomendación inútil. La síntesis de mi respuesta, sería el “No”. Es la respuesta que más escucho, decorada con “Estamos en comunicación”, “Hay que esperar”, “En cuanto sepa algo”, bueno, creo que he concluido con su interés. Me voy porque tengo una entrevista. Que siga usted bien, tomando unos mates, con el gato al lado, coronado de glicinas. Recién me doy cuenta que en cinco años, jamás reparé en su presencia. Disculpe mi ceguera, adiós.
   Esta mañana reboté como todas las mañanas, fui a comer a lo de mi Vieja, que está jubilada y apenas le alcanza para sobrevivir. La pobre va día por medio al Banco Nazi-on, para que le den la constancia de Supervivencia.
   La máquina no le toma su huella dactilar, sale en la pantalla: “No corresponde, vuelva a comprobarlo con otro dedo”. Mi Vieja, que siempre fue de pocas pulgas y se había sosegado, ahora las recuperó, abandonó su esperanza tecno y entró en el Banco al grito de: “¿Dónde tengo que meter mi dedo, para dar cuenta que estoy viva?, ¿eh, eh? En el orto, tal vez”.
   Le quedan unos mangos de la Pensión de mi Viejo. Pero a la pobre se le van por mantener a un boludo, que en este caso soy yo. Cuando llegué a casa, con mi carpeta sobaquera, escucho una voz que saludaba: —Nino, no me cuente cómo le fue, porque ya sé. Tengo una propuesta en firme, si usted acepta. Es un trabajo de Custodio, en la Gobernación, trasladar personas, por llamarlos de algún modo, con un Cargo en el Gobierno. Tiene un protocolo, llevar tres armas, una es la sobaquera, otra en el cinturón y la tercera en las medias. Piénselo.
   No le voy a mostrar, pero me dan ganas de llorar. ¡Por fin un trabajo!
   —Ni lo debo pensar, delo por hecho.
   Mi única virtud es hacer personajes. Al principio fue traumático, ser un Custodio tan cargado de armas, trasladar al Ministerio de “Asignaturas Pendientes” o al Secretario de la Gobernación, Thompson y Williams. Eran personas con el aburrimiento estampado en sus cuerpos. Yo empezaba una conversa prudente, y en cuanto veía que el tipo se reía, seguía contando disparates. Antes de subir al auto, miraban al Custodio y si era yo se aflojaban la corbata y esperaban mis charlas. El General Teagarra, me dijo: —Sé que usted está muy lejos de ser analfabeto, tiene en su haber, varias Carreras hechas y demás detalles de su persona, que recibí de la Siderurgia. Me parece, Nino, que usted no merece el lugar donde está. Le ofrezco el Directorio de la Empresa Bizarra Finoli. Su única actividad es vestir de oscuro, con corbatas de seda italiana, zapatos Timberland, camisa blanca y mirar siempre con el mentón levantado y la espalda, una espada. Recorrer todos los despachos, usted entra por adelante, recorre mesándose la barba y sale por atrás. Es una oportunidad, donde la fatiga no existe. El sueldo se deposita en el Banco Nazi-on y le resultará satisfactorio, son dos millones mensuales. Los pagos se extienden hasta su Señora Madre, si fuera tan amable, infórmele, que llevará en el anular, el diamante que perteneció a la augusta Señora de Palito Ortega.
   Fui a contarle todo lo sucedido a mi oportuno y generoso Vecino.
   —¡Por fin, Nino, se hizo Justicia! Justicia argentina, pero Justicia al fin. Si usted no lo toma a mal, Doctor Nino, ¿Me puede presentar a su Señora Madre?

martes, 14 de enero de 2020

MISTERIOS ELEGIDOS


   Rosario montaba al amanecer, usaba una galera marrón con cintas, unos bridges blancos, sin mácula y un miriñaque cubierto de seda glisada. El caballo recibía un puntapié delicado y empezaba su recorrido. A Rosario le gustaba correr hasta la laguna, las cintas volaban, la seda se enamoraba del viento, cubriendo las ancas de su caballo.
   Ella sabía ponerse de pie en la montura, el miriñaque la protegía, danzaba levantando una pierna con medias, zapatillas de bailarina y ligas de encaje blanco, ponía sus manos en el corcel y cantando una canción medieval, llegaba a un castillo abandonado. Le daba agua al animal y se metían en la laguna, ambos para quitarse el calor de correr bajo los olivos. Preparaba un colchón de paja brava, el corcel, agotado, se acostaba. Rosario entraba al castillo y siempre había un lecho mullido, para que descansara. ¿Quién hacía todo esto? Para ella era un misterio que prefería ignorar.
   Todos los amaneceres, Rosario repetía la misma ceremonia. Cabalgar hasta el castillo y descansar en el mismo lecho. Había un olor a espliego que la hacía descansar profundo. Una mañana llegó al castillo y la mitad se había derrumbado. Necesitaba descansar, le pareció muy natural que su lecho estuviera en el único lugar techado. Alguien había reforzado con un dosel de hierro, el contorno del lecho, para evitar que le cayera un pedazo de techo en la cabeza. Esta vez también prefirió ignorar quién era.
   Pasó mucho tiempo estudiando en Bahía Blanca. Dejó a cargo de unos vecinos de su confianza, una maleta enorme, con todos sus disfraces de amazona. Y suelto a su aire, el caballo que ella montaba.
   Volvió dos  años después en el mes de Octubre, donde los árboles reventaban de hojas, de frutos y flores. Llamó a su caballo haciendo silbato con los dedos, apareció enseguida, lo montó en pelo y recorrió todo el paisaje.
   El castillo no estaba, se había derruido en su totalidad. Le sorprendió encontrar un lecho de campaña, bajo unos aromos y en una mesa chica, con una pata quebrada, había una copa inmensa de helado de chocolate y limón recién servido. Rosario se lo comió tan rápido como cabalgaba, con los dientes congelados se levantó y caminando encontró, entre los escombros, una vieja  zapatilla de baile, un sombrero que en otros tiempos debió ser muy hermoso y un pedazo enorme de seda, que glisaba desde unas piedras.
   Montó a paso lento y esta vez, también prefirió ignorar.

lunes, 13 de enero de 2020

HAY QUE VENDER


   —Quiero una crema humectante, tengo la piel tan tensa, que si sonrío me quedo así y desonreírme me lleva media cuadra.
   Sí, pobre mujer, es un desastre.
   —Mire Señora, tenemos una crema con aceite de Rumania, sale un dinero, pero le aseguro que esa cara carrujada como bota de gauchada, le va a parecer lisita.
   Ésta me quiere vender la más cara.
   —El precio me queda grande, quiero una baratita.
   Seguro se la vendo.
   —Bueno, igual la anoto como que la compra, tengo una para sus párpados, que le llegan a las ojeras, es una jalea inglesa, al lado de Megan, usted parecerá una pendeja.
   Yo no quiero más cremas y esta pesada me insiste.
   —A mí no me importa la edad que tengo, para ser una pendeja cabeza dura como vos, prefiero suprimir esa gelatina.-No la puedo frenar, para mí se hizo una raya-.
   —Igual se la sumo a las anteriores, verá que puede pagar, de algún culo va a salir sangre. Hablando de sangre, hay un producto para quitar esos puntos negros que le inundan la cara, viene con una muestra, para arrancar esos bigotes, se las sumo a las demás. Aunque tenemos esa papada que le llega a las costillas, ésta que tengo, es para una auto-operación, a realizar frente a su espejo. Pellizca con esta horquilla de cobre, todo lo que le sobre, viene con curitas especiales, por si se produce un sangrado, si le ocurre eso lo esparce sobre sus mejillas, que son tan amarillas que parece una vieja enferma, se lo sumo a lo anterior y después usted dirá si me lo paga efectivo o con tarjeta.
   Esta mina irrespetuosa, seguro que es chupapija del Dueño, y el Padre se la coje.
   —Mirá, bebé, envolvé toda esa sanata, ya mismo te la pago. Disculpame pichona me quedé si un centavo. Igual me llevo todo, te lo pago cuando se vaya este Gobierno. Un consejo de mi Vieja, a la salida, no andes moviendo el culo así en el Subte, porque te lo van a romper y no vas a saber quién fue. Ni se te ocurra hacer la denuncia en la Comisaría de la Mujer, allí sí que tienen todas el culo roto.

domingo, 12 de enero de 2020

MAGIA


   Okito fue discriminado por chino, como los negros, los judíos y otras fiestas de crueldad. Él no se daba por aludido, ni siquiera cuando escuchaba que su Padre, tenía una Tintorería, donde no quitaban las manchas. De allí le provino la idea, después de los deberes se encerraba en el dormitorio y dibujaba esquemas de juegos. Trataban artilugios, para hacer desaparecer objetos de algún lugar y aparecer en otro sitio impensado.
   Escribía en un cuaderno lo que inventaba, para después hacer historias. Introducía en sus fosas nasales, micropilas que arrojaban mocos fluorescentes, donde él quisiera. Nadie podía advertir que provenían de su nariz. Cuando pasaba con su carpeta, al escritorio de la Maestra, ella levantaba la punta de su birome, para una calificación baja. Cuando llegaba a la hoja, un moco verde fluo, le inmovilizaba el número de la evaluación. Le daba tanta vergüenza, que pensaran que le había salido un moco, lo tapaba poniéndole un diez y pasaba a otra carpeta.
   Okito usó ese método durante dos meses, la Señorita pidió Carpeta Médica, le diagnosticaron obsesión mocosa y le dieron horarios de consulta, para investigar de dónde provenían sus mocos.
   Okito obtuvo su primer triunfo, expandir mocos a larga distancia. Como crecía más su autoestima que su estatura, inventó unos zancos con escalera, aprendió a caminar como un equilibrista, haciendo un curso intensivo en el Cirque du Soleil. Usaba pantalones elegantes y largos, que sustraía de la Tintorería. Creó una extensión de brazos, que terminaban en manos artificiales.
   Okito logró que su cuerpo se fundiera con sus invenciones y una mañana despertó con dieciocho años, diez más de los que tenía. Al poco tiempo se desarrolló y resultó un joven hermoso, inteligente, culto, distinguido y portaba un miembro notable, que se notaba.
   Nadie decía nada, sus poderes daban terror. Se recibía de todo sin dar examen y le pagaban sin trabajar. Para pasar desapercibido, enseñaba Magia Elemental, los pañuelitos de la manga, la paloma de la galera y todas esas boludeces que uno de chico se las creía.
   Yo me anoté en sus clases, para luego transmitir a mis alumnos. En poco tiempo me enseñó un montón. Por suerte se fueron todos de vacaciones y Okito me pidió que siguiera yendo. Intimidaba su manera de mirar, o que me tomara de las manos para algún truco especial. Un día advertí que Okito me gustaba. —Raquel, pienso todo el día en vos y necesito que sepas que te quiero o estoy enfermo, me late el corazón, se produce un descontrol de mis manos y se me van solas. ¿Ves?
   Con sutileza las apoyó sobre mis tetas y me inmovilizó. No sé si fue la hipnosis que ejercía sobre mí, pero llegaba a su Taller y Okito, con sus ojos, me desnudaba, él hacía igual y después se le ocurrieron otras magias, pero me hizo jurar que no las difundiría.

sábado, 11 de enero de 2020

LA VISITA


   Vino anoche, estaba tan lindo, tan joven, esa sonrisa abierta de dientes prolijos, esos ojos firmes de saber más que sus años. Trajo el bolso con una muda limpia y catorce para lavar. Me regaló un perfume, el olor es como de flor que se fue hace un rato y olvidó algo de limón y mandarina. Abraza firme, seguro de haber llegado a un puerto protegido. Comemos y hablamos entre tenedores suspendidos y copas inconclusas. Fue el momento de la novia, que lo quiere sin pedir cambio, está contento, le deja oxígeno y le otorga descansos generosos. Trabaja a destajo, como es ahora, lo que gana los gasta, como es ahora. Cada tanto me escucha, pero mis palabras no son su idioma, a veces grita que él sabe, que no hable de lo que no sé. Es cruel, como los jóvenes en confianza y sé que mi deber es dejar pasar, sino lo mato.
   Tanto me costó aceptar su ser dependiente.
   Tanto me costó aceptar su ser independiente. Esta vida, si algo tiene sentido, es lo inoportuno, el destiempo, la comprensión tardía, el amor que necesita, el que no tanto. Soliviantar los deseos propios con los ajenos para que no caiga ni uno ni otro. Aceptar con la puerta abierta para que pase y se haga lo que sea. Se va mañana, hace mucho que es sin mí. Juego a que me necesita, soy la Madre.

viernes, 10 de enero de 2020

DIAGONAL


   Habito el cuarto piso, mi nombre es André Benoit y mi Tatarabuelo diseñó esta Ciudad. Mi esposa y mis hijos murieron, todas las mañanas abro las ventanas de las habitaciones. Las camas de mis hijos están tendidas, con las pantuflas al costado.
   Una Mujer que se encarga de la limpieza, lleva la ropa de la familia ausente, incluyendo las sábanas, a la tintorería cada dos meses. Todo tiene aroma de alcanfor, encuentro mi infancia gracias a ese olor. Después de desayunar en un Bar de la Diagonal, camino hacia la Plaza San Martín. Disfruto el aroma de los tilos, las magnolias tan intensas, el color de los ceibos, la sombra de las palmeras.
   Hay cuatro jardineros que se ocupan de la plaza, parecida a un Jardín Botánico. A veces me pierdo en la memoria de mis hijos, tirando semillitas, para que los pájaros canten más alto. Abren los bebederos al máximo y vienen los pájaros a darse unos baños cortos, porque los Guardianes de la Plaza, hacen sonar sus silbatos. Y mis nietos se asustan, o mis hijos, los confundo.
   Miro mis manos jóvenes que dedican sus horas a dar vuelta las páginas de los libros. Ahora dejé mi hábito de la lectura, el Oculista me anunció que disfrute lo que pueda, porque se avecina la ceguera de las sombras. Le hablé a Jorge Luis, para preguntarle, me atendió como un Lord: —No te preocupes André, desaparece lento y después te acompañan los otros sentidos.
   Me miré las manos, están surcadas de puentes azules y violetas, los dedos tomaron distintos rumbos, se cansaron de estar juntos y engordar algunos, otros parecen quebrarse.
   Tuve dos infartos consecutivos, mi cuerpo respondió a las operaciones y los Médicos contentos, no por mí, sino por sus trabajos. Me di cuenta por los cobros desmesurados.
   Sigo yendo por la Diagonal, desayuno en el mismo lugar. Se me durmieron las piernas para siempre, tengo un acompañante, que por suerte es alegre y canta mientras arrastra la silla de ruedas.
   —No me gusta verlo siempre en esa silla, si usted lo permite, lo traslado a un banco de la Plaza.
   Tengo una justificación para no contestar, puedo escuchar, pero no hablar, me acompañan el canto de los pájaros, cada vez más lejanos, la audición declinó, a veces me parece que dejé de escuchar e imagino sonidos.
   Sigo en la Plaza, hace frío, mucho frío, debe ser de noche.
   Siento el inconfundible olor a Hospital, alguien me extiende un lienzo, cierra mis párpados y me tapa hasta la cara.


jueves, 9 de enero de 2020

COBARDE


Una rotonda con yuyos en un lugar de Entre Ríos, sin nada ni nadie a la vista, un baño semiderruido, que decía “Damas”, “Caballeros”. La pared que los separaba no existía. Viajaba con mi hermana, que sobresalía por su cobardía.
   —Tengo ganas de ir al baño.
   Ni la miré y frené. Entró al baño y escuché gritos, como si la estuvieran matando. Estaba en el medio de un charco, con una invasión de moscas de letrina, que le cubrían hasta los ojos.
   —Hacé rápido, Ulvi, yo te espanto las moscas.
   Me pidió papel higiénico, porque adentro no había.
   —Fijate en el bolsillo de tu vaquero, allí vive el pañuelo que te bordó Mamá, límpiate con eso.
   Me hizo caso, pero no podía soltarlo.
   —Pobre Mamá, cómo voy a dejar esta belleza en ese agujero.
   Tenía cara de idiota dibujada. Cuando salimos de ese infierno pura mosca, corrimos al auto, lo habían robado. Miré los supuestos caminos de tierra, pero fue así, alguien se lo llevó y no dejó nada.
   El bolsito de la ropa, aunque sea, un tipo de mierda.
   Las recomendaciones del primo Guille, eran: 
—Donde veas un cartel que diga 34, salí de la ruta y tomás cualquier camino de tierra, le das derecho, derecho, derecho y llegás al Palmar. Llevate el GPS, ese te orienta, ¿vas con Ulvi?, qué garrón. Pero bueno, no sé qué decirte, vos ya sabés, es una stronza y no tiene retorno.
   Comenzamos a caminar y veo que Ulvi llevaba el pañuelo cagado, colgando del bolsillo posterior.
   —Hacé una cosa, agarrá un puñado de yuyos y sacate esa inmundicia del bolsillo, o te pego jodido.
   Lo tiró con lágrimas en los ojos. Las moscas todavía nos seguían. Se hizo de noche y sin luna, lo cobarde que era Ulvi, pegada a mi costado, asco daba. Eran tan molestos sus “Uy”, “Ay”, “¡Una víbora!”. Opté por llevarla a caballito, pero yo era flaca y ella una pelota de trece años.
   —Gracias, Inés, sos una buena yegua.
   Lo dijo con ingenuidad, pero la largué y la hice rodar como una pelota, hasta escuchar un lejano sonido de agua. Ella corrió más rápido que yo y encontramos el Palmar, con un arroyo de agua, tan transparente, deslizándose suave como las brisas sin apuro. El suelo abandonaba la tierra y se transformaba en arena blanca. El arroyo no era profundo, pero el desierto que anduvimos quemó nuestra piel, nos acostamos en el agua, buscamos lugares más hondos.
   Palmeras altas, algunas cruzadas, otras perpendiculares al suelo. Sus copas eran enormes sombreros de hojas recortadas. Gritó la cobarde de Ulvi: —¡Mirá Inés, un camión con hombres negros, bajando sandías!
   La incipiente xenófoba, le llamaba negros a la gente de piel oscura. Debieron ser resabios de aquellas personas, que para elogiar un bebé decían: “¡Mirá qué hermoso, blanco como la leche!”.
   Los camioneros hacían señas para que nos acercáramos, yo fui de inmediato, la cobarde quedó sentada en un tronco, mirando para otro lado.
   —Vengan, que tenemos sandías frescas en el agua. Hay para todos, pero ustedes serán las privilegiadas.
   El más grande y gordo, partió una sandía con una cuchilla certera, luego la dividió en pedazos con forma de cuatro sonrisas. Cuando Ulvi vio, vino arrastrando los pies, ella ligó una lonja roja y fue un momento feliz. Todos con los pies en el agua y comiendo sandía fresca, se deshacía por los senderos de la boca, aterrizando en nuestras panzas.
   Yo les conté qué nos había pasado, ellos escuchaban y se reían cuando en cada pausa, decía: “La cobarde de mi hermana”. Luego de charla e ingesta, hicimos una siestita, me despertó una chata en marcha y Ulvi, que me saludaba, mientras se perdía en el Palmar.
   Los camioneros se preocuparon y me dijeron que la mejor solución, era llegar a un Puesto Policial. 
   —Yo me bajo con vos, mija y les contás lo que te pasó, que tu hermanita se fue, con el más atorrante de mis hermanos, ellos lo primero que harán será llamar a tus Padres.
   La gente del puesto me trató con preocupación, me convidaron mate dulce y buñuelos, mientras llamaban a casa. Me despedí de los camioneros buenazazos y les agradecí.
   Mi Madre me echó la culpa de todo lo que hizo mi hermana y le mintió a mi Viejo, que yo era de lo peor. 
   Ulvi, estúpida, tonta, idiota y más, pendeja cobarde, cobarde, en la primera oportunidad que estemos solas, le pienso dar veinte fustazos, sin explicación, igual ella sabe.