Durante el
invierno no había nadie. Eran cinco casas y un Dispensario. Ocurrían peleas
familiares en las cinco, los maridos castigaban a sus esposas.
Había mujeres
que castigaban a sus maridos.
Los niños se
refugiaban en lo de Ana Kazankis, vivía sola, su enorme casa era el Hotel
principal. En invierno comenzaban los desatinos en los hogares. El Dispensario
lo atendía Rosita, hacía de Médico, Enfermera, Acompañante Terapéutico, Partos
Caseros, Empachos, Migrañas, Picaduras de Araña, Psicóloga y Bañero.
El invierno era
largo y no había cómo detener las escenas de pugilato. Rosita tenía un
alambique que potencializaba el Vino Patero de su parra de uva chinche. Preparó
cinco bidones.
—Piensen en sus
hijos, este brebaje deviene de las Fiestas Dionisíacas, aumenta la líbido
dormida y el encuentro con el otro. El modo de uso es cuatro veces por día,
vertido en una tapa de “echo en el balde”, con la asepsia previa de la tapa.
El efecto fue
positivo, nadie le pegaba a nadie, pero todos se amaban entre ellos. Esto traía
malos entendidos, como que una mujer hiciera el amor con su vecino, pensando
que era su marido. A ellos les sucedía con sus vecinas. Se fue solucionando con
una Terapia de Grupo, cuya Psicóloga era Rosita. Ella ideó un agregado a los bidones,
“punta certera y no hacerse el estúpido”.
Las familias se
tornaron reflexivas y hacían el amor sólo con sus respectivos conyugues.
Llegó Fin de Año
y se juntaron las familias, los bidones y una roja fogata al borde del mar.
Rosita, sin su guardapolvo, brindó con las cinco familias. Como terminaron en
brindis tras brindis, se lanzaron unos contra los otros. Sin saber quién era
quién. Las mujeres ligaron cuatro extraños y los hombres tiraban más para el
lado de Rosita. Ella estaba tan acomodada a las buenas costumbres, que se pensaba
feliz. Esa noche comprendió cual era la pura y verdadera felicidad.
Ana Kazankis,
mandó a los chicos de todos a una Escuela, pupilos, con Profesores Turcos y
Marroquíes.
Por fin Ana dejó
sus recuerdos atrás y se plegó al grupo, no le interesaba el sexo, pero la
compañía de sus desiguales la igualaban al deseo colectivo de meditar la vida.
Todo una ingeniería, la verdá.