—¿Cómo vas a
robar de mi billetera, de la del Tío Juan y del Chancho?
—Anoche apareció
un Hada, Mami, ella me dijo que hiciera eso. Para que te quedes tranquila, el
hada tenía un Manto de Virgen, un Rosario en el cuello y un aura de estrellas
doradas.
Tío Juan tenía
ochenta años y andaba por la niñez de nuevo. —A mí nunca se me apareció un Hada.
Pero me hubiera gustado hacer eso, mis padres tenían tanto dinero que olvidaban
sus billeteras en cualquier lado, me acercaba para sentir el olor, pero nunca
toqué un peso.
Fue escuchado
con respeto tentado.
—Supongamos que
la sustracción al Tío Juan, no fuese robo, nunca tiene un centavo, ni le
importa, es más, pienso que el Tío Juan se hizo la cabeza con lo que debía
tener el Hada bajo los tules.
—Mami, te juro
por el Hada que era castrólica, como vos.
Es un sueño que
tuvo. —Las Hadas no existen, lo dice La Biblia, en la página que no existe. El
Chancho es tuyo, si sos capaz de robarte a vos mismo ¡Cómo serás con los demás!
—Tenés razón
Mami, a lo mejor era un Issis disfrazado con tules y andaba necesitando plata.
—Bueno basta de
delirar. ¡El dinero de mi billetera era para comer hasta fin de mes! ¿Qué
hacemos ahora éh?
—No te preocupes
Mami, esta noche, cuando aparezca me va a decir que robe otras billeteras. Le
voy a pedir que me acompañe, con tal de lucir su Manto, el Rosario y el Aura de
estrellas doradas, es capaz de cualquiera.
Tío Juan
preguntó —¿Puedo ir yo también? Quiero que me consiga un Hada.
—¿Necesitás un
Hada propia, Tío Juan? ¿Para qué querés una?
Tío Juan
respondió con veinte años menos
—Cosa mía.

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