miércoles, 28 de diciembre de 2016

PLAYA LARGA

                                     
   Los médanos se suceden infinitos. No sé porqué acepté, mi 4 x 4 es de alta gama, comparado con las otras es made in Berisso. El sol me perfora el casco, un sombrero de paja bien mojado duró tres segundos, con el agravante del enojo de mis compañeros, el agua era para tomar. Todos teníamos los labios partidos y la piel roja.
   Me pareció un espejismo, pero luego de cinco vueltas en redondo, aumentamos la velocidad y encontramos la playa más larga y recta. Detuvimos las camionetas, el mar nos solicitaba, nos tiramos hasta pasar la tercera hilera de olas, dormimos boca arriba haciendo la plancha. Vimos cómo el sol se metía en el mar y no era un espejismo, apareció un hotel “Punta desnudez”, con columnas dóricas y vidrios inmensos. Salió la dueña, una Siro-Marroquí-Francesa. Nos dio de comer e hizo preparar habitaciones para cada uno. Me negué a dormir con mi marido, me había ofendido en oportunidades varias.
   Ana, la Señora multinacional, ofreció compartir su dormitorio. Teníamos camas de dos plazas con alfombras persas y arañas de cristal, una sobre el techo de cada cama.
   Antes de pensar con miedo al desprendimiento de una araña sobre mi cuerpo, me dormí.
   Al amanecer comenzó a soplar un viento que rugía, desperté a la dueña para avisarle que se aproximaba un Tsunami —Pero no querida! Tranqui, es el virazón, una brisa fuerte que despierta. Así le llaman aquí, paras mí es un viento de mierda que me llena el hotel de arena. Vamos a desayunar.
   Apenas pude comer, había apretado los dientes por el pánico al virazón. Un licuado y escuchar la historia de cada uno de los objetos, la historia de Ana se contaba con lo que no decía.
   Mis compañeros se fueron luego del desayuno.
   Ana tenía ojos tristes y buenos. Me mostró su escritorio y lo veo —¿No te fuiste con tus amigos?
   Dijo sin sacar los ojos de su lectura —Te preparé todo, es hora de volver.
   Ana se rió a carcajadas —Qué lindo que es, te esperó, te quiere y no te deja, ahora viene mi parte, el pago es dos mil dólares.
   Nos quedamos en el asombro, pero le pagamos.
   Ana contaba los billetes y decía —¡Cómo me gusta, la plata es la cosa que más me gusta!
   Terrible nos pareció su libre pensamiento y más terrible cómo nos dejó sin un mango.
                            
                                               

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