La señorita Brown estaba encerrada por propia voluntad. No atendía a nadie menos a su amiga Molly que golpeaba con desesperación. Le dio un ataque de generosidad y la hizo pasar, la abrazó y le dio un beso en la mejilla mientras ella contaba su historia.
─Sabés que me quiso abandonar el chanta de
mi marido. Lo dejé ir cuando se fue me dio una mezcla de nostalgia y enojo con
una felicidad desconocida. Por fin pensé que mi supervivencia estaba sin
respaldo. Señorita Brown usted ¿podría ayudarme?
─Por supuesto seré tu aliada y tengo mucho
dinero, te podés comprar la casita de al lado, la que dice “Se vende”.
─¿Y con qué la pago?
─Con mi dinero, te lo acabo de decir.
─¿Y la ropa, los muebles y todo lo que
conlleva una mudanza? ¿Cómo hago?
─Vos por casualidad te llamás Molly.
─¿Y cómo sabés mi nombre?
─Conocí a tu ex siendo ya grande y fue un
amante excepcional, pero me traicionó mal el chanta, como decís vos ¿y si venís
a mi casa para hacer tu mudanza tranquila?
─Señorita Brown, acepto su invitación y para
festejar, está el boliche de acá abajo. Vamos a brindar con champán y a bailar
como dos descerebradas
─Está ahí ─dijo la Señorita Brown ─¿y si le
damos una buena paliza entre las dos? Vayamos pronto, antes que consiga otra
desgraciada.
Y así fue, lo recagaron a trompadas. Con
todo el mambo que tenían ellas en un descuido se cayó por la ventana del primer
piso. Rompió vidrios y golpeó con una piedra en la cabeza.
Vino la ambulancia, pero no hubo nada que
hacer, se murió.
─Por algo se murió, un hijo de puta menos.
Se abrazaron y brindaron por su muerte, bien
merecida.