Detesto las mujeres, no sé si porque somos tantas hermanas, más mamá y mis tías y las hermanas de mi padre y los colegios de hermanas, con compañeras mujeres y profesoras mujeres. Tengo un primo varón, pero es afeminado. No le quedó otra.
Estudio para
premios de tiempo libre. No cuesta nada, escucho las zarandajas de las
profesoras y me quedan registradas. Con leer dos horas por día me recibí con el
mejor promedio, casi once, como dice la
ambiciosa de mamá. Empecé Ingeniería en Sistemas, tengo el mejor promedio de la
carrera. Los tipos me detestan, con la misma intensidad que a mí me encantan.
El más perverso compite en todas las materias y le gano. Sin querer, sucede. El
perverso me quita el hambre, he llegado a sentarme pegada a él. No me da bola, hasta
parece tener asco de mi cercanía. Es el único tipo en la vida que no me puso
diez en nada.
Vinieron a comer
amigos de mi viejo. Uno le va a otorgar un cargo alto en el Ministerio de
Economía. Me invitaron a compartir la velada con ellos, sin mis hermanas. Saben
que puedo monopolizar cualquier tema y dejarles sueltas las mandíbulas. Para
eso quieren mis viejos que esté, para hacerlos quedar bien con la hija genia.
La única que sabe cómo y cuándo hacer y decir lo que corresponde. Lo que los
otros quieren escuchar de una joven. El valor agregado de ser alta, rubia, de
ojos celestes, indumentaria elegida por mami, que hace de mí una persona
distinguida y todas esas boludeces que me joden la vida mientras ellos se
enorgullecen.
Hoy el perverso
preguntó delante de todos mis compañeros si yo les parecía frígida. Un
bochorno, fue un “Sí” unánime.
Durante la
comida pensaba en él, mientras me hacían preguntas, una tras otra. Encima, era
el bufón que debía entretener los vejestorios. Hice hasta dónde pude. Una
señora muy académica, la mujer del tipo que conseguiría el curro a mi viejo,
preguntó qué es lo que más me gustaría hacer en esta vida. Se hizo un silencio
de ángeles, donde todos giraron sus cabezas esperando una respuesta que no
llegaba.
Pensaba en él,
su sonrisa. Mi madre, con cierta premura, insistió para que responda. Miré a la
señora y me pareció la cara de él, contesté con seguridad universal:
—Cojer, es lo
que más quisiera en esta vida y estoy convencida que es lo que más me gustaría
hacer.

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