Nació en el
campo y en esa casa la parió la Madre, pero Julia, nonata, ayudó bastante, su
Padre se desmayó. Él salió montando a los rajes, si hubiera sido un varón, con
el nombre de su Abuelo Amadeo, pero siendo una mujer se sintió estafado.
No quiso tener
más hijos, por miedo a que salieran mujeres. Para no sentirse tentado por
aquella Esposa, se fue a vivir a Salta o a Monte Grande. No tuvo más
comunicación, la familia lo dio por muerto.
—Mirá Julia, te
voy a dar un consejo. En cualquier momento, la fatiga, que vive conmigo, me va
a cortar la respiración. Nada de llamar Médicos. Si yo me muero, es porque me
quiero morir y espero que hagas caso de mi resolución, no quiero que jamás
abandones esta casa, la tenés a Misia Pepa, que te ayudará en todo lo que
precises. Pasá tu tiempo sembrando semillas de flores raras, podrías hacer un
camino florido, hasta la tranquera. Para que crezcan mejor, juntás bosta de
caballo, esperás que seque y después las desperdigás en la tierra. A las
plantas les encanta llevar eso en sus raíces.
Julia respondió
a los mandatos de su Madre, tenía ganas de charlar con alguien, pero Misia Pepa
hablaba Mapuche. Julia no le entendía y Misia Pepa era amante del silencio.
Para cuidar mejor las flores, les hizo recipientes de arcilla, los conejitos
iban en macetas con forma de conejo. Los crisantemos, en macetas con forma de
crisantemos. Tenía orquídeas, malvones, helechos serruchos con hojas
recortadas, cientos de flores, cada clase en recipientes que respondían a su formato.
Una mañana,
mientras ordeñaba una vaca, llegaron filas de autos, muy respetuosos,
estacionaron fuera de la tranquera y con mucho cuidado, admiraron esas flores.
Una Mujer se atrevió:
—Usted, no me
vendería la maceta de los conejitos?
Y así comenzó la
historia, Julia plantando y personas que le compraban. Entre los compradores,
apareció un Señor, con aspecto citadino:
—Me dijeron que
su nombre es Julia, no quiero interrumpir su trabajo, pero me gusta su nombre y
usted también, la invito a comer en el Pueblo.
Le pareció un
Señor tan atildado, que prefirió explicarle:
—¿Sabe usted,
que yo nací y viví en esta casa?, no conozco el Pueblo, lo podemos revertir y
usted se queda a comer con nosotros, soy yo y Misia Pepa, que es la Señora que
me acompaña, no le gusta hablar y sólo habla Mapuche, así que no se moleste en
pretender entenderla.
Mientras comían
le llamó la atención que el Señor citadino, hablaba Mapuche a la perfección y
por fin pudo hablar Misia Pepa, con alguien que le entendía.
Después, el Señor
explicó, que había estudiado todas las lenguas tribales de este país y
alrededores. Era invitado al extranjero, para dar charlas al respecto. Julia lo
invitó a quedarse los días que quisiera, en la casa, las habitaciones sobraban.
Había un mangrullo tan alto, que alcanzaba a mirar todo el Pueblo. A él le
encantaba tomar mate en ese lugar. Un día cambió su traje elegante, por ropa de
campesino.
Julia se puso
tan contenta, que le besó la boca. Él se dio vuelta avergonzado y le preguntó
si no quería casarse con él.
—¿Y vamos a
dormir juntos? ─preguntó Julia con inocencia.
—Y vas a ver que
va a ser mucho más lindo, que tomar mate en el Mangrullo.
Por curiosidad,
Julia preguntó:
—¿Cuántos años
tiene usted, Señor?
Él la recordó
con el viento jugando con sus polleras, mientras sembraba con devoción. —Mi
querida Julia, tengo noventa años.
Ella le miró los
ojos de una bondad infinita y le contestó:
—¡Señor, qué
joven es usted!