—¿Se puede saber
por qué me seguís a todas partes? Quiero caminar sola, ver museos sola, si
hasta te veo en los reflejos de las vidrieras.
Gerard tenía
preocupación por Analé, un día ella tocó el timbre de su casa, tenía una beca
en Francia y él alquilaba una dependencia de su enorme piso. No se lo confesaba
ni a sí mismo, le gustaba que hubiera algo más que silencio, en ese
departamento amplio, pero húmedo y oscuro. El precio era un regalo y Analé
descubrió dos ventanas escondidas tras un empapelado, entró el sol, la música.
Ella cantaba bajo y afinado. Hizo una limpieza profunda del piso con la
anuencia de Gerard. Parecía una armonía tácita y nueva para ambos. Se dio
cuenta que él vivía todo el tiempo, tras su tiempo. Le dio paranoia e
indignación.
—Te pido,
Gerard, que no me jodas más, descubrí dos ventanas y tenemos sol. Vos sos un
dejado, te gusta el rincón de la humedad y la oscuridad y me seguís con los
ojos, hasta cuando estudio. Si salís de tu habitáculo, llenás este lugar de
olor a tiempos remotos, no te bañás ni usás desodorante, bueno eso es típico de
los franceses chivotones.
—¡Pará un poco!
Yo elegí protegerte, aunque no parezca, es un lugar peligroso, fijate en Arsène
Lupin, Louis Althusser, abrí los diarios. Sos una desagradecida y desgraciada,
no tenés ninguna gracia, alta, bigotuda, flaca y sin tetas. Te di el albergue
porque me diste toda la lástima que me cabe. Tarde me di cuenta que sos una
fille de pute. Vos que leés tanto ¿te enteraste que las becas de tu país se
suspendieron y el viaje de vuelta te lo va a pagar Antoine de Saint Exupery, si
sabés resucitar a los muertos? Allais, allais, merde carajó.

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