Siempre solo en
un banco de la plaza. Todos los días venía una chica y ocupaba el banco
contiguo, casi al unísono llegaba su novio, alto rubio y extranjero. Hablaban
en voz alta un idioma desconocido, entre gorjeos agargolados.
Él no podía soportar
escuchar cómo se amaban. Se levantaba y trataba de pisarle los pies al novio
que tenía sandalias.
—Perdón,
disculpe. –Decía fingiendo una torpeza casual-.
Pasó un día, él
fue directo al largo banco de la plaza. Llegó la chica, el novio tardó,
tardanza “no voy”. Él le habló por vez primera
—Vos venís todos
los días a encontrarte con…tu novio, supongo.
Ella levantó los
hombros —Tal vez…tal vez…con los hombres no se sabe nunca. Él es un golpeador
recuperado, cuando se desrecupera viene lo peor. Espero que se detenga, nos
casamos el jueves y…
Él la
interrumpió —No te podés casar con ese tipo, si es golpeador, tus hijos serán
testigos. Vos suspenderías tu suicidio por los chicos. Creo que lo mejor que
podés hacer es casarte conmigo. No soy alto, rubio ni extranjero.
Apareció el novio con una mina infartante. No
saludó a su novia. Ocupó el banco de enfrente. Mimos lindantes con lo obsceno.
La novia se puso de pie, miró las uñas de la mina, esmalte rojo putita, zapatos
con tacos putita y tetas empresariales. Un árbol a medio tronchar, con una
hacha semisuelta. La novia tomó el hacha, no pude creer lo que vieron mis ojos,
le pegó un hachazo a la infartante y la degolló. A mí me pareció que era
injusto que el tipo quedara vivo.
Le arranqué el
hacha a la novia y degollé al novio.
Ella se enojó
feo, conmigo. —Mataste a mi novio, ¡Yo lo quería! Aunque saliera con minas
putitas. Hasta quedábamos de acuerdo que cuando eso sucediera, me sentara
enfrente y los mirara. Era lo que más cachondos nos ponía.
Me quedé
pensando, uno ayuda y al final no se lo agradece nadie.
—Señor Policía,
los mató la loca esta, a los dos, son desgraciadas las minas.
El señor Policía
contestó —Es verdad, son desagradecidas. Si lo sabré yo…