sábado, 25 de marzo de 2017

VOTOS CON HÁBITOS


   Mosquitos de picos agudos y cuerpos más gruesos que el mosquito tradicional. De noche no se podía estar afuera porque te morfaban vivo. La vieja hizo poner tantas espirales adentro que faltaba oxígeno para respirar. Hacía una década que atendíamos a la vieja y a la casa de la vieja. Todas queríamos ese lugar, parecido a un claustro en el medio de Bs As.
   Muros seguros y árboles de magnolia, madreselvas, jazmines y espliego. Nos sentábamos en los atardeceres en sendos bancos y el olor de las flores y una pérdida de agua le daban sonido al sol que deseaba quedarse.
   —Hey haraganas, quiero ir al jardín con ustedes.
   La llevábamos igual, a pesar de mandarnos con voz de gallineta.
   Cuando empezó lo de los moscos la olvidábamos afuera, era inconsciente, deberían canonizarnos por ser tan buenas con la mala. Corríamos a buscarla, parecía que tenía viruela, se rascaba con el peine mientras exigía —Quiero helado de limón ¡Ya!
   Le alcanzábamos agua con limón, para la vieja era lo mismo. Un atardecer volvimos a olvidarla en la galería. Cerramos la casa, nadie prendió espirales. Nos pusimos Off y los moscos nos ignoraron.
   La encontramos a la mañana, tarde, se la comieron los moscos. Nos dimos cuenta porque sólo quedaron la ropa y los huesos. Hicimos fuerza, pero no pudimos llorar. Por unanimidad elegimos el aljibe. Le dimos sepultura vertical, con caída libre, tardó veinte minutos en llegar al fondo. Se escuchó un splash, hondo, lejano.
   Festejamos con un Ye Monks que tenía la vieja avara bajo su cama. Nos pusimos beodas, antes de caer en nuestras camas pedimos perdón a Dios. Él perdona a todos los gobiernos del mundo, entre otros miasmas.
   ¿Porqué no a nosotras? Los moscos no volvieron, sobrevolaban la casa eructando con olor a la vieja. Hasta a ellos les resultó indigesta.
                                                                               

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