Ahorró diez años
para comprar una moto.
Su primer viaje
fue mostrar a sus amigos la adquisición. Tomaron birra para festejar, cuando
vio un pendejo que se llevaba la moto, trabada y todo. Lo alcanzó en la esquina
—Esa moto es mía, largala o te surto.
Le miró el
espanto en la cara y el odio con vergüenza. —No loco, pará que te explique. Yo
robo motos nuevas, es mi trabajo. Tengo un amigo que arma y desarma, parece un
ingeniero, vó viera, encima es ingeniero, pero no hay laburo, viste. Me paga
una miseria, no el valor de la moto, es medio hijo’e puta.¿Sabé qué pasa? Yo
con esa guita alimento a mi flia. Somo ocho hermano y quiero que vayan a la
escuela, por eso lo hago, me entendé?
El otro se quedó
sin palabras, quitó la traba y subió a la moto. —Si querés te invito a comer un
sánguche, algo es mejor que nada.
No quiso dejarlo
solo en aquel brete de no poder robar la moto y entonces desenrolló su
historia.
—No sos el único que hace estas cosas, yo robo zapatillas hace años,
ahora agregué el rubro mochilas y uno que otro plasma, hago buena plata, no me
puedo quejar. Mi viejo es cana, tengo ese respaldo. Robo sin ningún socio, hay
que desconfiar, el buey solo bien se lame.
Eran
comerciantes, no había mucha diferencia con ellos.
Lo invitó a
subir a su moto, anduvieron lindo, no había nadie en la calle y el viento les
ponía caras de chinos en su día libre. No se escuchaba, por el motor. El de
atrás dijo —Dejame acá nomá ¿Y lo sámbuche?
Contestó —Otra
vez será. Tengo una reunión en el Sindicato.
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