De niño tenía una
nariz pequeña y recta.
Sensible en extremo,
se miraba al espejo y le parecía ofensivo, para sí y para los demás el
crecimiento vertiginoso de su nariz. Tenía aspecto de salchicha con hueso,
finalizaba en una esfera sin hueso. Tan larga se hizo, que antes de cerrar
cualquier puerta se debían esperar unos minutos a que entrara la nariz
completa, luego se cerraba.
—Mamá ¿por qué
me pusiste Cyrano? Mis compañeros se burlan y dicen que mi apellido no es
García, sino Bergerac. Hasta mis profesores, cuando pasan lista, me dicen
Cyrano Bergerac.
Su madre le
abrazó el cuerpo junto con la nariz, después le quedaba roja, por esa razón
evitaba sus expresiones afectivas. Los partidos de fútbol le estaban vedados,
su nariz metía la pelota en el arco y el arquero se arqueaba. En las reuniones
bailanteras rodeaba la cintura, de la chica elegida, con su nariz constrictora,
debía abandonar la cachonda situación, o la chica moriría por asfixia cintural.
Tomaba el Subte Línea “C”, le parecía de mal augurio que llevara la primer
letra de su nombre. El día del paro general, había ochocientas veinte
manifestaciones. No le quedó más que tomar la Línea “C”. Fue a parar a la
estación de trenes, se asombró, no respondía a su lugar de destino. Llevó por
delante a todos los pasajeros, incluso un niño que se hamacaba feliz en su
nariz. La gente se arrodillaba, imaginaban que era una serpiente puesta allí,
para que nadie haga paro.
Una chica dijo —¿Sabés
que te vengo fichando desde que te vi en el Subte?, jamás había visto una nariz
tan hermosa, sensual y larga, bien larga, como me gustan a mí.
Cyrano escondió
su desgracia con vergüenza
—Te quiero avisar que si le doy vueltas a tu
cintura, correrás peligro de muerte.
Se puso a llorar
Bergerac, perdón, Cyrano. —Ése no es problema, las constrictoreses son un
placer y para tu tranquilidad mi profesión es similar a la de Houdini. Soy
escapista profesional. 
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