Seguía siendo mi referente J.F., mi
padre. Todo lo que aprendí de él fueron sus actos plenos de equidad, su ética.
Su humor despiadado en momentos dramáticos, cuando la ironía optimizaba charlas
aburridas. El día anterior sostuvimos
una discusión intensa, ajena a nuestra excelente comunicación. Se enojó más que
furioso y se encerró en su escritorio dormitorio de ventanas cerradas. Cuando
escuchamos el disparo no puedo olvidar el gesto de alivio de todos. Menos
Laura, mi madre y mi nana, Justa. El primer año de vida de mi hija, ¿y si la
determinación fue por la discusión del día anterior? ¡No le pedí disculpas! No
le, no le pedí. No le dí un beso. Disculpá Papá, tenés razón. Pasa el tiempo y
no recuerdo el tema de la discusión, sólo el sonido de cierre, al día
siguiente.
Mamá y su hermana Ema decían que era
chusma, hija de chusmas, sacaban sillas de mimbre a la vereda y hasta las
vieron tomar mate. Pleno verano, la descubrí en una exposición de cuadros.
Nunca conocí una chica tan linda. Rubia, de sonrisa amplia y hablar susurrado.
La iba a buscar a la salida del colegio. Siempre. A los diez años de noviazgo
nos casamos. J.F. me llamó aparte, apoyó
su mano en mi hombro y deslizó en mi bolsillo un sobre con dinero.
Vivíamos en un departamento con balcones exiguos. La tía Ema compró todo el
mobiliario. Dijo que prefería elegir sola,
porque mi mujer era un ángel con un lamentable mal gusto. Había tantos
muebles necesarios como innecesarios. Nos chocábamos todo el tiempo, encimados
nos pedíamos perdón. Ella estaba lejos, J.F. no resultaba raro que también
estuviera lejos. Los dos en la estrechez del dormitorio, cara a cara, cuerpo a
cuerpo, lejos, muy lejos.
J.F. era Juez Electoral y Juez de
Familia. En una votación nacional él en persona se hizo presente en la estación
del Ferrocarril. Encontró más de doscientas cajas adulteradas. Su loable
descubrimiento nos llevó a un traslado indeclinable. Podía elegir: Cruz del Eje
o Mercedes. Vivimos en Mercedes hasta terminar el bachillerato. Mi hermano era
una relación de amigos o enemigos. Desde los catorce que exigió pantalones
largos. Parecía el muro de los lamentos. Mamá llamaba por teléfono y al día
siguiente nuestros primeros pantalones largos. Me encantaron, mis piernas
parecían iguales, por primera vez me hizo sentir feliz, caminar por la calle.
Así quedó J.F. después de mi enfermedad, en la calle. La tía Ema capitana, nos
puso paredes forradas de seda. Vino a vivir con nosotros. Era autoritaria. Su
vocero era Laura, mi madre. Por agradecimiento o sumisión nos puso al tanto que
las siestas tendrían y guiñó un ojo, un horario. A partir de ese momento
comeríamos en la cocina. Los mayores en sus incómodos sillones. Aceptamos lo de
comer con Justa, que sabía contar cuentos de ébano atravesando el aire. Porque
el sonido viaja.
Pasábamos los veranos en una casa gigante
con vericuetos para jugar a las escondidas el día completo. Desde la laguna de
Chascomús mirábamos la casa de las siete torrecitas. Justa era la encargada de
nosotros, ella nos llevaba a la laguna. Había olor a jazmín, a madreselva, a
magnolias y si el viento iba a la laguna llevaba el olor a flores a todo el pueblo.
Estábamos
sentados en nuestras respectivas bacinillas, jugábamos a quién hacía más pis
afuera del recipiente. Sentí que mi pierna izquierda dejó de existir. Justa
volvía con los tohallones calientes, largó todo y apoyó su oreja en mi pierna.
Ella tartamudeaba que latía, latía. Me envolvió en sábanas y masajeaba mi
pierna. Había una epidemia de parálisis infantil. Mi madre lloraba, Ema
lloraba, Justa lloraba. J.F. se puso más serio que nunca. Llamó una ambulancia.
Lloré cuando vi al médico, parecía un fantasma, con larga vistas incorporado.
Papá se encargaba de mi rehabilitación, previas entrevistas con el
especialista, un Dr. muy divertido, de Buenos Aires. Yo le preguntaba si sería
petiso de un lado, el doctor dijo que podía crecer hasta los doce años, tenía
la ventaja de ser más alto que el resto. Mi padre era alto y flaco, con el
tiempo comprendí que J.F. era enano y panzón. A mi no me pareció para nada
petiso. Hay una foto donde Laura está sentada de perfil. Ella fue la encargada
de poner a J.F. de pie detrás de sí y a los chicos con los pies colgando y ella
tapando con su vestido de gasa mi pierna enferma.
Salí al mundo en brazos de Justa.