jueves, 31 de marzo de 2016

LA MIRADA DEL OTRO


   -¿Porqué me mirás?¿Te querés enterar del paso del tiempo? Y encima, tenés razón, mi panza parece intentar llegar a los empeines. Seguí nomás, mirá, las tetas son tan abiertas que cuelgan de mis axilas y las puedo atar detrás de mi espalda, como si fuera el elástico de un corpiño.
   Me pongo de costado, así no molesto tu posición relajada, mirá este glúteo y después mirá este otro, las cataratas del Niágara, que cataratean sobre mi culo caído. Fijate, tengo protuberancias y pozos, vino por mí la celulitis, hasta tengo hemorroides celulíticas. Ahora que me siento ves mis dedos de los pies encimados.
   Preparate, los levanto. Los ves sin interés. En todos estos años capas y capas de piel callosa, no tengo planta de los pies, tengo suelas con plataformas. Gracias a ellas mirá como te empujo. Si quiero te beso la boca, si quiero aplasto mi cara contra la tuya. Te muestro con linterna, mirá hasta  en donde salen canas.
   Tu mirada es más cruel que la verdad verdadera.
   Esto se terminó, no quiero más tus ojos sobre mi cuerpo, te voy a reventar-.
    Tomó un candelabro de bronce y rompió el espejo.

martes, 29 de marzo de 2016

LA VISITA II


   Pasó una semana y fui a limpiar el departamento del abuelo, él no estaba, seguro que fue a la plaza, ojalá me de tiempo a terminar.
   Volví a mi casa, dijeron que el abuelo estaba en el cielo, se lo llevaron los ángeles, nunca dijeron “se murió” piensan que soy estúpida. Si se murió, se murió. Fueron todos al sepelio, no permitieron que yo fuera, me iba a hacer mal, lo decían con piedad fingida.
   No quedó nadie, era ideal para una visita. Me gustó que hubiera mantenido la limpieza.
   Abrí ventanas para que entrara aire y el sol. Estaba en el sillón hamaca, fumando su querida pipa, los rayos del sol lo hacían parecer un patriarca.
   Me regaló una caja de seda raída.
   Debía abrirla en mi casa y sin testigos.
   Entorné la tapa y los rayos de luz me enceguecieron, adentro había... No quiero escribir el contenido. Es un secreto entre mi abuelo y yo.
   Todos dicen que murió, no sé porqué. Lo veo todos los días, ahora le cuento cuentos verdes, se ríe tanto que se le sale la dentadura.
   Me dijo que al lado vivía un viejito parecido a él, como un gemelo. Cuando descubrió al viejo muerto, robó sus documentos y puso los de él.
   -Yo sabía que estabas vivo ¿Y los demás no se dieron cuenta?-. El abuelo contestó 
-¿Y quienes son los demás?-.

lunes, 28 de marzo de 2016

LA VISITA


    Condecoró la noche bajando las persianas, cerrando las ventanas.
    La nube de tierra quedó suspendida en el aire ausente.
    -Abuelo, traje mi bolsa de dormir, Mami dice que aquí se concentra todo el polvo de la tierra-. Él fumaba su pipa y el humo borró los contornos del mobiliario –Es un sueño abuelo, aquí estamos. Vos dormí, te voy a contar un cuento-. Decía que el lobo feroz fue absuelto y quedó libre. Los tres chanchitos morían congelados en el freezer, terminando su martirio al spiedo. –Acá no se puede respirar ¿Puedo abrir la ventana?-. Un viento inesperado sopló toda la noche en el pecho del abuelo. La nieta despertó con ganas de seguir el relato del lobo liberado. Preparó un mate de leche y lo acercó a la cama. –No tengo ganas princesa, juntá tus cosas que en diez minutos te pasan a buscar-. Ella le tocó el pecho y no escuchó latidos, las manos heladas como el mármol. Lo cubrió con una manta, el abuelo dormía. –Seguro que el cuento le dio insomnio, él ama los chanchos, debí saltearme esa parte-. Se puso la mochila y besó la frente del abuelo. Bajó cantando, encontró a su Mami y le dijo –El abuelo estaba muerto de frío. Ya lo tapé-. 

domingo, 27 de marzo de 2016

BRUNO Y SU GATO


   Hoy Bruno presentó quejas, con la pasta dentífrica y el cepillo de dientes dándole vueltas, dijo que estaba harto de verme escribir toda la noche –Por lo tanto de noche, duermo sin esposa-. Cuando terminé mi cuento fui a dormir exhausta, había un papel que decía “Y de día dormís, tampoco te veo”. Bruno está mal, pero yo el libro lo tengo que terminar. Se olvidó el celu, mensaje de texto, lo leo por si es algo importante –“Te llamé infinidad de veces Bruno, Miau, te extraño, quiero hacerlo hoy, en realidad quiero hacerlo ayer y siempre, Miau besito, Bruno-Miau-Miau-Miau”-. Le hablo –Decime pedazo de nada ¿Quién es Miau o Miau Miau?
   Ah ah después me explicás, qué carajo me vas a explicar ¿A mí que mierda me importa que sea la mitad de tu pelotuda reunión!? Besito te manda tu gatita, si estuvieras a mano te mato. No me cortes, porque voy a tu puta reunión y te dejo sin socios, no me cortes cerdo, no me cortes!!! Hola? Hola?-. Cortó y desconectó, voy a respirar hondo. Acá está el formón y en el piso tu celular, los junto en un golpe terminal. Bruno, Miau, ¡Mirá! Pobrecito, se quedó sin su mano derecha.
   Respiro hondo y subo a terminar mi historia.
   Escucho las llaves y su voz descarada 
-¿Dónde está mi bella durmiente, ni de día ni de noche? Es en serio, me voy, es mucho, no tengo ganas ni tiempo de decirte nada ¿Qué te voy a decir?-. Yo seguía con mi personaje y dije –Chau, me podés decir chau-.

viernes, 25 de marzo de 2016

PSIQUISIERA


  Coco preguntó distraído, -¿Ustedes se acuerdan de Griselda?-  Chacho miró de costado –Buenas tetas, buen culo, gemelos perfectos, tobillos finos y esos vestidos cortones, transparentes-. Toto suspiró –Las tetas eran más grandes sin corpiño-. -¿Y vos qué sabés?-, preguntó Chacho. Los tres se rieron, Griselda generosa, cachonda, estuvo con los tres. Lo hacía por gusto, no cobraba y a veces se enamoraba.
   -¿Saben que la vi el otro día, gorda, las tetas le llegan al ombligo, el pelo es paja brava, los ojos los tapan bolsones de piel-.
   Griselda aprovechó la mañana de sol para hacer compras, dos zanahorias, una caja de curitas y un minifrasco de café.
   Se le fue el dinero que tenía en tres cosas de oferta. Tardó en darse cuenta, los reconoció, saludó a todos con un beso general –Casi paso de largo, ¡Qué cruel es el tiempo! Ahora que los miro, pienso que hice bien en no casarme con ninguno. Vos Coco, pelado y esa panza fútbol cinco, me dijeron que te pusiste un cinturón gástrico con hebilla externa, por si cambiás de idea. Toto y Chacho están iguales, sólo que los botones de sus camisas fueron expulsados por exceso de volumen, es patético encontrarnos después de treinta años, por suerte yo estoy igual. Me ayudó la moda de las calzas, me juntan todo, no uso dientes postizos, no tengo cirugías plásticas, soy sana. Mi única dificultad es la psique, mi psicóloga los hace responsables a ustedes, dice que no me los pueden sacar de la cabeza: Coco, Chacho, Toto-.
   Sonó su celular, ella decía –Sí, a las cuatro está bien, acordate que tengo otro turno a las seis, vemos. Chaucito-. –Antes de irme les quiero decir que tengo tres amantes insaciables y cambié mucho, ahora cobro. ¿Saben cómo se llaman? Coco, Toto y Chacho. Sus atributos son notables, bien dispuestos. Igual que ustedes cuando eran jóvenes-. Les señaló las braguetas, con nostalgia.
   Faltaban tres minutos para las cuatro.

miércoles, 23 de marzo de 2016

BUZIOS 1973


No daban ganas de salir del agua. El sol lastimaba cruel. Venían los finos de Río, había que vender.
Mis artesanías les encantaban. Se hacían servir los idiotas, no bajaban de los autos, yo tenía que caminar adoquines hirvientes y mostrar mis gracias.

Ese domingo un tipo me tomó algunas fotos. Sentí que era importante. Nací tonta y crédula. Pregunté si quería compr…no me dejó completar la pregunta, compró todo, hasta el collar que llevaba puesto. Días después salí en O Cruzeiro: “Artesanato en Buzios…bla…bla…”. Tenía para dos meses de alquiler y comida. Me calé el sombrero y caminé por los adoquines, parecían fresquitos. La alegría refrescaba. Justo de frente, veo venir lo increíble, la tipa más talentosa de Bellas Artes, la más audaz, la más buena. Nos abrazamos y como cocodrilos, lloramos. Los diarios argentinos, decían que la buscaban sin resultado. Yo la hacía muerta, no le dije.

Ella contó que su padre trabajaba y vivía en Río, estaba con ellos de vacaciones. Un descanso obligado, aseguró con ojos tristes. La invité a mi casa, agradeció pero regresaba en el día. Argumenté que ése era el mejor lugar del mundo, no había argentinos y se vivía con nada. La idea le gustó, pero no era lo suyo. La acompañé hasta el micro desvencijado.

Después del abrazo final, dijo que quería cambiar el mundo y una aldea de pescadores no le servía. Meses más tarde, salió en el Journal do Brasil: “En un episodio confuso…bla…bla…”. Sus ojos brillantes en la foto y ella en mi corazón, para siempre.
Era domingo. No trabajé. No pude. No quise.

domingo, 20 de marzo de 2016

EL PESO DEL TIEMPO


   El más alto de la familia Baster era el reloj de péndulo. Los chicos temían las campanadas, en especial las doce, que se hacían interminables. A pesar de sus años andaba como hecho ayer. Todo  el tiempo esperaba las manos ásperas, del más viejo de la familia que le daba cuerda. Lo agradecía como inyecciones de vida. Andaban sus más pequeños, los segundos y las horas que rodaban los números romanos.
   A cada hora, siempre le faltaban doce horas.
   Hubo varias generaciones de abuelos, que jamás olvidaron que sin girar la llave, el reloj dejaría sus tictaes y su vida en una bóveda oscura con vidrios biselados, esmerilados de mugre y el péndulo, un suicidado sin brillo. La familia Baster, del siglo XXI le lustró el péndulo, los vidrios, las maderas y el círculo numérico. Le serrucharon los pies, un detalle de la modernidad. Él sufrió un poco la ausencia de piernas, como no caminaba porque nadie le daba cuerda, le dejó de importar.
   Apareció en la familia un hijo relojero llamado Doctor Kiton Baster, hábil y audaz realizó una microcirugía en el interior del reloj, sin anestesia, era duro y se la bancó. Fue un milagro, lo puso a funcionar en su totalidad y el reloj, que seguía siendo el más alto de la familia Baster, hizo tronar las campanadas y las horas tuvieron un asociado nuevo, el Servicio Meteorológico. El reloj estaba tan feliz que era capaz de andar sin cuerda. El Doctor Kiton Baster partió de la casa a trabajar en Suiza. Su madre detuvo el péndulo, decía que le molestaba para dormir. Torció las agujas, para no escuchar los tictaes, la ponían nerviosa. Le serruchó el techo, dijo que era demasiado trabajo su limpieza. Después siguió con los vidrios, quiso sacar el redondo con una gubia grosera. No pudo. Lo intentó con el vidrio vertical. No pudo. El reloj escuchó cómo la señora Baster llamó a un carpintero para deshacerlo por completo la tarde siguiente. La señora se acercó al reloj con gesto triunfal y él se le fue encima.

   El cristal redondo le quedó incrustado en la cara y el vertical estalló de ira en todo el cuerpo de la señora Baster.  

jueves, 17 de marzo de 2016

ANÓFELES, ZIKARIOS, FUGLIANOS


   Tenía los expedientes para llevar a tribunales ni bien abriesen. Había mosquitos en toda la atmósfera de casa, aún con las viejas espirales y frasquitos enchufados parecían inmunes a los venenos.
   Las sábanas se me pegaban al cuerpo y los silbidos de los moscos rozaban mis oídos y picaban piernas, brazos, espalda, ni mi cara respetaron. Con la luz apagada, agarré la primera carpeta del escritorio, debo haber matado seis como mínimo.
   La batalla continuó, mis armas eran lo que tenía más próximo, arremetí con los expedientes, el enemigo pareció desaparecer. Quedaron muchos heridos que picaban tres veces en el mismo lugar. Seguí con las otras carpetas, me parecieron las más contundentes. Eran invencibles, con los expedientes restantes proseguí hasta la madrugada. Me desperté con los ojos pegados, dejé que el agua fría ayudara a sentirme vivo.
   Como un acto reflejo cotidiano ví el espejo. Tenía marcas de carpetazos en toda la cara. Las picaduras parecían verrugas cagadas a palos. Peor los expedientes, corrugados con firmas y sellos diluidos.
   Pasó un tiempo prudencial antes de poner en orden los papeles que planché, las carpetas con sus ítems corregidos con tinta centrifugado final.
   Me disfracé de limpio y corrí la violenta olimpíada a tribunales, llegué tarde, me atendió la secretaria con su arruga de constreñida más honda que nunca.
   Se asustó cuando me vio y preguntó 
-¿Qué le pasó?-.
   Le dije que justo cuando cruzaba la plaza me cayó un nido de camoatíes en la cabeza 
–Vienen para aquí. Llego tarde, ¿puedo hablar con el Juez?-.  La constreñida abrió la puerta y el Juez, molesto por la demora, ni ofreció que me sentara.
   Le entregué las carpetas con los expedientes que llevaron meses de trabajo. Los hojeó con mirada displicente.
-Cuánto mosquito aplastado tienen estos papeles, diría que son impresentables-. Giró su silla neumática y arrojó al cesto todas las carpetas,-Según mis secretarios, sus expedientes son innecesarios, Buenos días y disculpe la molestia, doctorcito, así como yo disculpé su tardanza-.

lunes, 14 de marzo de 2016

TE LA HAGO CORTA


   Estoy clavada a la silla escribiendo cuentos cortos y medianos. Exprimo la imaginación por temor a quedarme sin jugo. Se puede observar en autores de la ostia. Influyen generosos en palabras y estructuras.
   Escribo, leo, me lavo los dientes, soy buena persona y mala persona.
   Yo no sé porqué no remitirse a cuentos más viejos, siempre el último o los dos últimos, vamos chabón, hay más, siempre hay más. Creer en estadísticas melifluas de cuentos leídos, me da triste.
   Tengo un blog y subo uno todos los días. A los suizos, argelinos, rumanos, no digo iraquíes porque tienen otras ocupaciones.
   Lean los cuentos más viejos, no es un “por favor”, carajo, ni un pedido.
   ¿Para quién mierda escribo?
   -Holá?...holá?...no sé que pasa -. Ahora comunica, sigo,
-¿Entendés lo que te digo? Hola ¿Estás escuchando?-.
   -Qué hijo de puta, cortó.

sábado, 12 de marzo de 2016

CATALINA ARANCELES


   El cementerio se inundó cuarenta veces en ciento veinte años. Los deudos de todas las bóvedas las vendieron por monedas, incineraron a sus parientes muertos y arrojaron las cenizas a la laguna. Sólo una bóveda quedó en pie, con superpoblación finada, los ataúdes cubiertos de telas blancas, bordadas a mano por las “Hermanas Hilo por Hilo”. Todos los días, sin falta, venía la última heredera de la bóveda más antigua del lugar. Si había inundación, se trasladaba en bote. Si llovía se guarecía dentro del reducto. Rezaba el rosario perdido, con un collar de perlas, le salía completo. Catalina Aranceles era atea, lo del rezo lo hacía en homenaje a los que se fueron, todos tan católicos que donaron sus pertenencias a la iglesia. La familia quedó tan agradecida que ninguno visitó el cementerio jamás, excepto cuando murieron, que no sólo lo visitaron sino que se quedaron. Ella vivía en una casa precaria, el deseo de Catalina Aranceles era tener una casa digna, pero carecía de medios económicos, el último gobierno arrasó con su fortuna. Decidió hacer una feria americana, con toda la mantelería del recinto. Cuando se efectuaba el pago del último mantel, lo cobró en Euros, porque estaba hecho con hilos de seda de gusanos macho. Se presentó el Director de Cementerios, especialista en nichos, bóvedas y fosas comunes, estas últimas rellenas de comunistas. –Buenas tardes, Señora Catalina Aranceles, sepa disculpar, pero me veo obligado a decirle que lo que usted hace está totalmente prohibido-. Catalina, con voz áspera y mirada de demonio de Tasmania preguntó -¿Quién es el autor de tal prohibición?-. El Director dijo –Mire, hasta hace poco fue Ley-. Catalina Aranceles lo quitó del medio con cajas mal templadas. Necesitó la ayuda de dos mudadores y un constructor para el traslado de objetos, los ataúdes incluidos.
   Las tapas de estos últimos serían las puertas y las bases, ventanas con alféizar. Al abrir los cajones todos recularon, dentro de ellos sólo había camisones y camisas. Las almas subieron a los cielos y dejaron sus indumentarias.
   Le pusieron vigas de mármol de Carrara para que la casa fuera palafita. El techo, Catalina Aranceles, decidió que fuese con los vitraux de la bóveda. Al constructor y su ayudante les pagó con la venta de camisones y puntillas.
   Concluido el trabajo Catalina Aranceles se sintió vacía, no le quedaba nada por visitar. Una mañana de septiembre abrió sus ventanas y montones de periodistas y camarógrafos le preguntaban si podían entrevistarla y filmarla. –Bueno bueno-. Dijo Catalina –Voy a ver si mi apretada agenda lo permite-. Tomó un libro de la biblioteca y les pidió que las entrevistas fueran espaciadas.
   El costo de cada visita sería de quinientos euros y en caso de prensa amarilla de dos mil euros.

   Con su primer pago en el corpiño, Catalina Aranceles miraba el interior de su casa mientras comía un catering de sushi, salmón, wasabi y puré de papas. Por suerte no había nadie, porque Catalina Aranceles eructó haciendo resonar la laguna, mientras le dijo a la luna lo mismo que decía su abuela. Nada se pierde, todo se deforma.

jueves, 10 de marzo de 2016

BRRR BRRR BRRR


      Apareció un gato muy particular, le decíamos “el egipcio” por andar con el cuerpo de frente y la cabeza de perfil. Vivió en casa cinco años. Era trashumante, solía quedarse a dormir en casas del vecindario. No podía maullar, debido a la ausencia de cuerdas vocales. Le faltaba una oreja, que perdió en alguna batalla de los tejados.
   La pata izquierda delantera, la pisó una moto. El conductor era veterinario de animales pequeños, reconstruyó los huesos con titanio y el resultado fue óptimo. Imposible advertir cual era la pata herida.
   Su trashumancia lo llevó a la casa de enfrente. Tenían una cocinera satánica que cuando lo vio cerró la puerta, dejando la cola del egipcio a medio camino entre cortada y quebrada. Se la dejamos así y él estuvo de acuerdo. Para contestar, abría la boca de la cual no provenía ningún sonido.
   El jardinero, trabajando con un rastrillo, le quitó un ojo de un puntazo. El egipcio desapareció varios días, nos volvimos locos buscando el ojo faltante y no hubo nada que hacer. Quedó tuerto.
   Si el egipcio escribiera un libro se llamaría “Los pedazos que perdí”. Le hicimos un cuarto especial, con almohadones mullidos y piedritas en suite. El tipo se acomodó y ronroneaba. Nos asombramos, pensamos que alguna cuerda tenía. A la mañana siguiente no estaba.
   Su vida nómade era un reflejo de libertad.

   No lo favoreció su alzhéimer, caminó lejos y olvidó que aquí, era su casa. Volvió para Navidad. Ronroneó más fuerte que antes y se dirigió a sus aposentos. Mientras brindamos se escuchó una voz finita que gritó ¡Feliz Navidad! Provenía de la habitación del egipcio.

viernes, 4 de marzo de 2016

PARA VOS VOS VOS


   -Alcanzame eso-. Yo miraba y nada 
-¿Qué es eso?-. Y mi viejo repetía. –Eso alcanzame eso ¿no sabés qué es eso?-. No lo podía creer. –No, no tengo la más puta idea de eso-.
   Se levantó de la banqueta y tomó el cepillo de ropa.
-¿Ves nabo?, eso, es cepillo, se llama cepillo-.
   -Padre, salgo, ¿me das unos manguitos?-. –Pssí, alcanzame la, la, la-. Le digo para abreviar –La billetera-.
-¿Y si sabés, para qué me tenés tres horas la, la, la, no te olvides las lla, lla, lla.
   Por suerte las tenía en la mano. Yo no sé qué le pasaba, le faltaba oxígeno para la memoria de las palabras.
   Ayer le compré un equipo deportivo completo, para hacer correcaminatas.
   Lo levanté temprano, tenía los ojos pegados, verse en el espejo con el equipo le dio contento.
   Hicimos caminata, se agitaba, me dio temor. Nos sentamos en un banco, donde veíamos toda la ciudad.
   -¿Vos no te acordás del Doctor, del Doctor, del Doctor, si sabés quién es. ¿Porqué no decís el nombre?-. Le miré esos ojos buenos que tiene –Sí me acuerdo, papi ¿Cómo olvidarme del Doctor?-. Me sonrió cuando me acordé. Pedí que siguiéramos porque nos íbamos a, a, a. Mi viejo trotaba mientras decía –a enfriar, nos íbamos a enfriar-.