Condecoró la noche bajando las persianas, cerrando las ventanas.
La nube de tierra quedó suspendida en el
aire ausente.
-Abuelo,
traje mi bolsa de dormir, Mami dice que aquí se concentra todo el polvo de la
tierra-. Él fumaba su pipa y el humo borró los contornos del mobiliario –Es un
sueño abuelo, aquí estamos. Vos dormí, te voy a contar un cuento-. Decía que el
lobo feroz fue absuelto y quedó libre. Los tres chanchitos morían congelados en
el freezer, terminando su martirio al spiedo. –Acá no se puede respirar ¿Puedo
abrir la ventana?-. Un viento inesperado sopló toda la noche en el pecho del
abuelo. La nieta despertó con ganas de seguir el relato del lobo liberado.
Preparó un mate de leche y lo acercó a la cama. –No tengo ganas princesa, juntá
tus cosas que en diez minutos te pasan a buscar-. Ella le tocó el pecho y no
escuchó latidos, las manos heladas como el mármol. Lo cubrió con una manta, el
abuelo dormía. –Seguro que el cuento le dio insomnio, él ama los chanchos, debí
saltearme esa parte-. Se puso la mochila y besó la frente del abuelo. Bajó
cantando, encontró a su Mami y le dijo –El abuelo estaba muerto de frío. Ya lo
tapé-.

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