jueves, 8 de octubre de 2009

JOSÉ FELIPE

Mi padre poco hablaba del abuelo y cuando lo hacía era en algún puerto, mirando barcos y diciendo que navegar el Río de La Plata, hacía muy feliz a su padre. Mi madre, aseguraba que su suegro, era lo mejor y más bueno, de la familia de papá. Y cuando el abuelo partió, vió llorar por primera vez a un hombre, mi padre. Esa fue toda la información oral, que obtuve sobre el abuelo.

En su escritorio, donde los libros forraban las paredes, de piso a techo y de lado a lado, menos la ventana y la puerta, un sillón cómodo y mullido, servía para esconderme
de la siesta obligada y leer, casi sin entender, lo que mi abuelo leyó. Recuerdo un libro de filosofía, de un tal Schopenhauer, mi abuelo tenía subrayado “…las mujeres son como las vacas, sólo sirven para dar leche…”

Yo quería saber porqué alguien considerado un excepcional, era rodeado de tanto silencio. Quise saber quién era y porqué lo que leía él, era triste, las fotos que tomaba tenían melancolía. Mi padre y su hermano, siempre con trajes marineros, en barcos varados, a veces aparece una sombra larga, en las fotos. Es mi abuelo. Todas tenían su sombra. Estaba quebrado económicamente y deprimido para siempre.

Los días del abuelo José Felipe, eran un culto a la depresión permanente. Y empiezan las preguntas sin respuesta ¿Quería a mi abuela? ¿Por qué, viajaba tanto? ¿Quiénes eran los amigos, que reían tanto y él no, en la cubierta del Vapor de La Carrera? ¿Por qué discutió con mi padre el día anterior?
Tuve testigos vivos, que no contaron. Y me armé un collage con lo que pude. Los testigos murieron y me dejaron hilachas de José Felipe. Me da bronca cuando se formula que la depresión no es genética. Todos los descendientes, fuimos maníaco-depresivos, por tres generaciones. En esta última caterva de familia, nos salvan el psicoanálisis y los chalecos químicos.

Tres suicidios por generación.
¿No es mucho?

GENIO O MALVADO

Evaristo, en el recreo, que era casi todo el tiempo, me contó. Me lo mostró, era un pocito del tamaño de una manguera gorda, le metió una caña flaca y larga, que desapareció en el agujero. –“¿Qué tiene? Un pozo hondo” le dije. Evaristo, con voz de brujo agorero, aseguró que el Diablo, tenía su habitación allí abajo y que seguro nos espiaba, cuando jugábamos. –“A lo mejor, quiere llevarse algún nene, ¿No?” Le miraba ese flequillito de mentira y esos anteojos de doctor enano, que no me dieron ganas de contestarle. No fue un episodio así nomás, lo conté a mi Mamá y a mi Papá, a Tata, a Florencia y a casi todos mis amigos. Durante todos estos años, los que saben que Evaristo es o fue el autor del agujero del Diablo, sueñan o han soñado alguna vez con el puto, como que tortura nuestro descanso. Evaristo ahora, es un tipo macanudo que estudia medicina y se acuerda de todos sus compañeros de Jardín, con nombre y apellido, cualidades también. Memoria prodigiosa. Tal vez, es un influyente asesor del Diablo, por eso reconoció el agujero.

miércoles, 7 de octubre de 2009

ESTA DRA. ME LLEVA BIEN

Estoy en la etapa depresiva, donde la gente te aconseja que tejas crochet, que escribas, que te anotes en cursos de cualquier cosa.
Que:-“ Vamos, que no es necesario sufrir y llorar tanto, pensá en toda la gente que está peor que uno y sin embargo se ríe.” Cosas dichas como para achicar la pálida.
Y justamente ése es el problema, a la Sra. Depresión, le da tanta molicie, que apenas puede higienizarse.
La Sra. Depresión, de las mantas al crochet para los pobres, opina que es absolutamente al pedo, teniendo en cuenta, la existencia del acolchado, ya hecho.
No puede escribir la Sra. Depresión, está sumergida, no llega ni al escritorio. ¿Curso de qué va a hacer, la Sra. Depresión? Es más, la Sra. detesta los cursos, en lo que fuera.
Para la Sra. Depresión, sufrir es fundamental y llorar le anestesia la derrota interna.
Cuando la Sra. Depresión se instala, pone su ego en el ombligo, difícil que pueda pensar en desgracias ajenas.
Gracias por los consejos, pero son al pedo.

DE TODA LA VIDA

Salía todos los días, a las cinco de la tarde.
Vivía casa por medio de la mía.
Se sentaba en su umbral y yo en el mío.
Cuando él miraba a otro lado, yo lo miraba y cuando yo miraba a otro lugar, él me miraba. Nos daba vergüenza y mirábamos hacia enfrente, como buzones quietos.
El mismo día que me aburrí yo, se aburrió él. Igual nos sentamos, como siempre.
Se acercó y me preguntó, si no podíamos jugar al denenti. Después vinieron las figuritas a la marchanta, las revistas mejicanas, el patrón de la vereda.
Aparecieron nuevos vecinos, amigos y nuestro dúo se disolvió en los demás.
Cuando me di cuenta yo, se dio cuenta él. Y la recurrencia hizo, que estemos sentados, con más de medio siglo de vida, tomando café en cualquier bar, o en el mismo de siempre.