sábado, 31 de octubre de 2020

DIVINA SOLEDAD

 

   Eran una pareja llena de secretos conyugales y hacían participar a los que los rodeaban. Creaban situaciones incómodas para los comensales, que hacían el último brindis y se marchaban.

   Creo que de ellos aprendí las peores cosas de la pareja. La perversión, la hipocresía y sus comportamientos. Los conocía desde la adolescencia, denostaban a sus hijos por tonterías. Con varios amigos y parientes, tomé las distancias pertinentes. Corté aquellos lazos sin oxígeno. Me llamaban para invitarme a pasear a cualquier lado. Opté por encerrarme en mi casa. No quise compartir con ellos ningún lado.

   Dejé de socializar el día que vendí todo el mobiliario, porque me recordaban lo que fue y ya no era. Compré un somier y un ropero. El Albañil se encargó de achicar todas las ventanas.

   Desconecté el teléfono, regalé mi celular al hijo del Albañil. La compu la llevé enfrente y a los cinco minutos ya no estaba. Elegí olvidar el almanaque hasta ignorar si era sábado o lunes si era Mayo o Septiembre. Aprendí a estar conmigo y a quererme, como nadie me quiso en la vida.

   Dormía a cualquier hora, a veces despertaba por la noche pensando que era de día. Contraté un Abogado para que se ocupara de todo lo que del afuera me disgustara. Mi Sobrina Elizabeth, la más regia, me dejaba regalos en la vereda, los días de fiesta y en mi cumpleaños, descarada.

   Ahora puedo hablar conmigo todo el día, no me digo nada. Arrepentida de mi silencio, me confesé que estoy “sola, sola, sola”, repetía regocijándome con mi soledad. Me abracé a mí misma y fuimos yo y yo, a mirar las flores nuevas

viernes, 30 de octubre de 2020

NO HAY NADIE

 

   Un cubículo estrecho con un ventanuco. Tuve tres compañeros que obtuvieron su libertad. A mí me dejaron en un rincón, había sufrido un estado gripal. Todos perdieron comportamientos humanos, básicos. Parecía un ovillo de lana, cubierto de tierra y excrementos. Dormí el sueño de los 38 grados. Un Guardia, con una libreta, les abrió los barrotes, pasaron tres.

   —Aquí estuvieron cuatro prisioneros, falta uno. Tres o cuatro, en este cubículo olvidado, el Oficial no lo va a notar.

   Cuando logré escuchar que cerraban los barrotes con candado, no pude hablar, tenía las cuerdas vocales invalidadas, por pasar un mes sin tomar agua.

   Cada vez que llovía, los reos asomaban sus manos por el ventanuco y lograban tomar algunas gotas. Yo no alcanzaba, tengo baja estatura y nada de energía. Logré hacer una pila de borceguíes y pude mirar. Desde aquí se ve una lejana franja, “el mar”. Tenía un martillo enganchado en el pantalón. Destruí a golpes el ventanuco, día tras día, hasta que el cansancio me desmayaba. Lo transformé en un ventanal. Cumplí mi sueño. Del cubículo quité los barrotes hasta transformarlo en una cabaña.

   Sentí que mi estómago se estaba comiendo a sí mismo. De la nada salió un campesino, me regaló tres bananas y una botella de agua. Salí caminando despacio hasta la orilla del mar, daba un paso y otro paso y otro paso después.

   En la primer rompiente, fui nadando. El sol me daba en la cabeza y la fiebre no terminaba de subir. Desperté en un cubículo estrecho, con un ventanuco de barrotes oxidados. Pasó el campesino con más bananas y dijo:

   —Qué raro, no hay nadie.

jueves, 29 de octubre de 2020

NO SE ENCUENTRA EN ESTE MOMENTO

 

   No sé si llamarte querido Cirilo, lo de querido olvidate.

   Te dejé 1500 mensajes por celu y no fuiste capaz de contestar ninguno. Para mí era muy importante, necesitaba o necesité. Ahora no me importa, igual te lo cuento para quitarte esa molicie de no cargar el celu. Melina dijo que no me quería más, pero tenía que pensarlo unos días. Resolvió pensar en mi casa.

   Me parecía mentira que no durmiera conmigo, me levantaba de noche y la buscaba. Estaba sentada abajo, prendiendo un pucho, tal vez pensando, cuando en realidad, Melina no piensa. Cuando bajé tenía el portón abierto y una escopeta escondida en su espalda.

   —¿Qué hacés levantada?

   —Escuché unas risotadas y sentí que me miraban, salí a ver quiénes eran. Preferí saber de qué se trataba, antes que encerrarme en casa y terminar en tu cama sin pensar nada. Me olvidé que no te quería más.

   Siguió hablando tanto, que al final cerré los ojos pero no me dormí. La vi saliendo de la cama como una serpiente venenosa. Se arrastró hasta el portón, allí la esperaba un corcel con bridas de plata y un jinete con armadura, casco con cresta, tejido de plata y una espada larga. Arranqué mi porchecito verde y allí la encontré llorando, sobre una armadura que no tenía nada.

   Inspeccioné con la mano y había un esqueleto sonriente, que quiso someterme. Me recordó al Caballero inexistente, lo reconocí gracias a una revista mexicana, que leí cuando era chica.

   Melina arrancó mi porchecito verde, no sin antes poner en la butaca de atrás el esqueleto que sonreía. Había colgando en el paragolpes trasero, un cartel pegado que decía: RECIÉN CASADOS, arrastrando la armadura colgando de una soga. Lo que más me dolió fue que me robara el auto.  

   Te escribo para ver si por este medio cargás el celular.

miércoles, 28 de octubre de 2020

UMBANDA

 

   Julián, viviendo en Flamingo, buscaba trabajo. Hacía esperas de 3 horas y en cuanto se daban cuenta que tenía 35 años:

   —Tomamos hasta de 30.

   Subiendo a un colectivo atosigado, miró su zapato y tenía un papelito pegado. Era una oferta de trabajo.

   Lo tomaron en la primera entrevista. Tenía que pagar el alquiler con un negrito color violeta y ojos con persianas. Se fue sin pagar su mitad. Apareció la hermana del violeta, que también era violeta.

   —¿Si yo te pago la mitad del alquiler, puedo vivir con vos?

   Esta mujer se dedicaba a coser los vestidos mágicos de Umbanda, hacía tres vestidos en un día con puntillas y volantes. Aún reuniendo sus ganancias, no les daba para pagar el alquiler. Llegaron a un acuerdo, Julián se encargaría de buscar precios interesantes, para los diseños de la violeta.

   Ella se enamoró de él, la primera vez que lo conoció. Salían al atardecer, para tomar una caipirinha, él le daba besos en el cuello, le acariciaba la espalda, la tomaba de la cintura, de camino al departamento. Ni bien entraban, Julián cambiaba de personalidad.

   —Ché Negrita, tenés que producir más vestidos, se venderán en un local grande y me encargaron 550 percheros. Exigieron un nombre para la marca de nuestra ropa. Yo elegí “Violettte”. Contraté un subsuelo abandonado, con cinco trabajadoras que te ayuden todo el día. Después los vienen a buscar con un camión del local. Vos los hacés, yo los vendo.

   —Julián, me gustaría mucho ocuparme de las entrevistas con los dueños.

   —No podés ir con tu pinta de negra violeta y con los ojos asustados. Si fueras una Señora blanca, elegante y  te supieras expresar, todavía.  Y otra cosa, no quiero más indirectas acerca de nuestra relación. Hubo caricias y besos de mentira. No somos una pareja, somos socios y para que la cortes con las franelas, voy a decir algo para dejarte tranquila, las mujeres no me gustan, nunca me gustaron.

   Le dio un ataque nervioso y la echó del departamento. Ella se sentó en el cordón de la vereda, mientras Julián destrozaba los vestidos y se los tiraba por la ventana. Le aterrizaban en la cabeza, mientras le decía:

   —A mí tampoco me gustan las mujeres, Julián.

martes, 27 de octubre de 2020

NADA SE PIERDE, TODO SE TRANSFORMA

 

   El Marido de Petete se volvió tan loco, que la siguió por toda la casa, para matarla con su cuchillo. Subió corriendo las escaleras hasta la terraza. Escuché los pasos de lejos y bajé por el ascensor, hasta donde vivía el Portero. Lo llevó una Ambulancia y le pusieron un chaleco de fuerza como para inmovilizar un caballo.

   El Médico de la casa, dijo:

   —La única solución es una lobotomía. Ha dado excelentes resultados. Puede volver a su casa y hacer vida normal, después que se recupere.

   Florencio permanecía siempre con la misma cara, no recordaba, no hablaba, no se reía, ni lloraba. Petete le daba de comer en la boca, le entraba por un costado y le salía por el otro. Toda la familia se reunía para los almuerzos del domingo. Florencio ocupaba la cabecera, no controlaba sus esfínteres. Los parientes se levantaban con náuseas. Habló con ella, una de sus Sobrinas, le sugirió que lo internara.

   —Juré que lo cuidaría hasta que la vida nos separe, yo me encargo.  ¿Viste que tejo de memoria?, me siento en un sillón frente a él cuando duerme la siesta. No cierra los ojos, de noche duerme con los ojos abiertos.

    Él fue Jefe de Policía, cuando estaba en ejercicio, mandó al muere 250 adolescentes. Petete se hacía la que nada sabía. La noche que le dio el ataque de tejido:

   —Florencio, ¿me alcanzás las tijeras?

   A él le brillaron los ojos y hasta parpadeaba y se rascaba las pelotas. Le alcanzó la tijera con las agujas, por ser amable con ella, le metió una aguja en cada ojo y después murió de un paro.

   Petete quedó ciega, nadie le contó que Florencio estaba muerto. Se compró una chaise longue y se alegraba del progreso del Marido, no se escuchaba volar un mosquito.

   —Doctor Añado, le hablo para agradecerle el trabajo de hacer callar a Florencio. Estamos los dos, sólo usted nos salvó a los dos.   

lunes, 26 de octubre de 2020

PALABRAS DE REGALO

 

   Recorría la calle ocho y siempre estaba él escribiendo poesías, a cada mujer que encontraba le pedía su nombre y poniendo las letras en columna regalaba palabras de elogio, admiración o esperanza. Lleva un nombre ese formato, me olvidé y ni pienso buscar en internet. Lo indiscutible era el hombre que a veces se sentaba en el cordón de la vereda, entre tacones y bocinas en procesión, escribía y el entorno se ausentaba de sus oídos.

   Una señora admiradora le regaló dos biromes y un cuaderno azul. Se levantó con dificultad —¿Me puede dar su nombre y le escribo un poema?

   La señora le dijo —Lola, mucho gusto ¿Puedo sentarme a su lado y usted me enseña cómo se hace?

   El poeta se sacó el sombrero, se rascó la frente —No hay recetas, todo ocurre en el pensamiento, sentado en una nube de reflexión.

   La mujer tenía cara triste, sacó dinero de la cartera y lo ofreció a cambio de recibir clases.

   —No! No es por ahí, no quiero pecar de soberbio, pero esto lo debe hacer con el corazón y lo que uno escribe, no se vende.

   El poeta murió de frío una noche de invierno despótico.

   La persona que lo encontró se encargó de su sepultura y los cuadernos fueron publicados.  Esta persona agotó tres ediciones, ganó cifras interesantes.

   Lola tuvo conocimiento de su muerte y buscó como saeta al que editó aquellos cuadernos.

   Cuando logró encontrarlo le contó que ese poeta era su padre, los ADN no mentían.

   Lola obtuvo los derechos de autor, herencia de su padre. Ella no permitió más ediciones de la obra. Tiene los cuadernos en su casa. Lee todos los días y va descubriendo los cómo, los porqué, está armando el rompecabezas de su padre. 

domingo, 25 de octubre de 2020

LIJA

 

   Fue por culpa de mis costillas rotas. Conseguí una Mujer con manos de trabajar y ojos buenos. El primer día descubrió que bajo una capa de tierra apisonada, tenía mosaicos negros y blancos imitando al mármol.

   Íbamos por su cuarto día de trabajo. Pasaba a los pies de mi cama y saludaba mi invalidez. El único camino para pasar de una habitación a otra, era mi propio dormitorio. Un día pasó y preguntó:

   —¿Usted tiene Marido?

   —¿Cuál es la razón de su interés?

   Puso cara de equivocada:

   —Como su cama es tan grande, y usted siempre a la derecha, pensé que era soltera.

   —No! No soy soltera, siga trabajando.

   La muy zorra, hizo su segundo descubrimiento: bajo cientos de capas de cera, si se dejaba la madera desnuda, le pasaría su primer encerado. Estuve una semana escuchando la lija metálica. Me mostraron los videos de la planta baja, casi artesanal.

   Luego le dio por blanquear toda la ropa de casa. Pasaba y volvía a pasar, con pilas de ropa, lavadas y planchadas. Y la muy atrevida me guiñaba un ojo. Quería que se fuera, no verle más esa cara de pasarse de lista.

   Volvió mi Marido, yo estaba fajada del cuello a los pies. Alcancé a mirar y escuchar, que él le decía:

   —¡Cómo te extrañé! Esta noche nos ponemos al día.

   —¿Y qué hacemos con la Señora?

   —La trasladaremos envuelta en su sábana y la dejaremos en el sillón de abajo. Antes le pondremos la inyección que asegura, que dormirá veinticuatro horas seguidas. 

sábado, 24 de octubre de 2020

JUEVES

   Justo me falta hoy que es el día que más la necesito. Vienen Coli, Dolly y Pichi, para jugar a la canasta. Limpié mal y lo que pude. Las persianas a medias, para que parezca un buen trabajo de recepción. Desde el pasillo las escuché, hablaban como loros. No son amigas mías, eran las amigas de mi Madre. Para no extrañar al líder de su trilogía, venían a jugar a los naipes todos los jueves. Hablaban de Mamá, como si estuviera viva y trataron de convencerme que mi Madre me quería.

   —No me mientan, nunca me quiso, era mala como el demonio, a vos, Coli, te sacaba el cuero, decía que te vestías mal y tu ropa tenía olor a naftalina. A vos Dolly te tenía envidia por tener mucho dinero y le daba odio que fueras tan pijotera. Siempre recordaba el regalo que me hiciste a los quince, un collar de perlas que compraste en el kiosco de la esquina. De Pichi le repugnaba su mal aliento y sus pies con hongos.

   —Bueno, ya no importa, vení y prendete en la partida, jugás mejor que tu vieja.

   Mamá se acostó con los Maridos de las tres, ellas la querían tanto, que nunca se los dije. Era tan perversa que pretendió quitarme a mi Novio con ardides de puta.

   Coli, Dolly y Pichi, se peleaban por tenerme en sus casas, me llevaban al Cine y al Teatro. Me hacían sentir como una huérfana repartida entre tres Madres. Cuando por fin se murió, le quemé toda la ropa y el resto de sus pertenencias.

   No quise dejar nada afuera, les conté a sus amigas que Mamá le había sido infiel a mi Padre con los Maridos de ellas y con cualquier tipo que se le cruzara.

   Cuando me regalaron el auto, no quería que manejara. Me rebelé y le pasé por encima. Me parece que a Papá también lo alegró. Todos nos merecíamos este tiempo sin ella y fue lo mejor, porque descansamos con la conciencia en paz, para siempre.   


viernes, 23 de octubre de 2020

EL NIÑO JUZGA

 

   Voy a darles consejos a mis amiguitos que tengan Mamis con muy mala onda. Primero y principal, hay que tratarlas bien. Darles un beso cuando van al Colegio y cuando pregunten: “¿Qué tal les fue?”, ustedes contesten que se sacaron todo diez. Ligarán un heladito de chocolate.

    Acariciarles el pelo si es que no fueron a la Peluquería y decirles:

   —Mami linda y buena, ¿no me contás un cuentito?

   Ella, con mala onda ter dirá:

   —Decile a tu Papá que te lo cuente, los jueves salgo con mis amigas.

   Ese es un punto que tenés a favor, para no regalarle nada el Día de La Madre. En cambio si te acercás y se pone a tirarte almohadones, armarte tu carpita en la pieza, prenderte una ristra de luces de colores. Ahí sí merece que le regales. Tendrás que salir con tu Papi, que usa tarjeta para todo y elegís una caja de bombones.

   Las Mamis lindas y buenas serán capaces de dejar la caja de bombones en la mesita del living. Te comés todos los de licor y vas a soñar con los angelitos.

   Puede que tenga verdadera y grandísima mala onda, ser igual a Cruela Devil, arrojarte por las escaleras por pisarle la pashmina. Empujarte al baño y llenarte la bañadera con agua fría. Luego entra y te agradece que te hayas bañado sin usar agua caliente. Eso le impediría pintarse los ojos si hay vapor. No se da cuenta y te encierra con llave, desnudo y sin tohallón. Ésta sí que lo merece, le gritás de todo, pero anteponé el “dice Papi”:

   —Sos una yegua como dice Papi, qué mina boluda, como dice Papi. Sos putarraca, eso dice Papi.

   Antes de huir de tu casa, no te olvides el osito.

jueves, 22 de octubre de 2020

CAMINO A LA MECA

 

   —Recién entré y no encuentro la salida.

   Me señaló un Abogado:

   —Al fondo a la derecha.

   El tipo pensó que iba a ocupar el toilette de damas.

   Encontré otro símil.

   —Usted siga, siga, siga, es un Partenón, que tenga suerte.

   Nunca llegaba a la salida. Pregunté a un Ordenanza:

   —Señora, encontrará la oscuridad más absoluta, este trayecto las lleva directo a la puerta de salida.

   —¿Cómo? ¿Entonces hay una salida?

   —Su Marido me contó que usted hace las compras del almuerzo y se encuentran en la mitad de Tribunales. Hubo corte de luz, la dejo aquí, tengo que continuar con mi trabajo.

   Me sentí sola, adentro de un espacio negro, donde un cartel fluorescente decía: “Antes de irse tiene que Votar”. Para mí, votar es una tortura, pongo cualquier boleta, igual es lo mismo.

   Se abrió una puerta de dos hojas, la luz del sol no me dejaba ver pero escuché la voz de mi Marido:

   —¡Qué suerte que te encontré! Acá en la esquina hay una enorme manifestación pidiendo Justicia. Tenés que correr un poco.

   —¿Por la manifestación?

   —No, es porque se evaporó el agua de las remolachas. Traté de sacarlas con la pinza del auto, pero se me rompieron las remolachas, la pinza, la hornalla, llegó hasta el piso, mejor vení vos. Te lo tenía que decir, no vaya a ser que se nos incendie la cocina. Abramos las ventanas y el humo va a salir.

   Esto pasó por no cuidar el hervor. Lo más sensato debió ser poner a hervir una pava y agregar lo que le faltaba.

   —Vos no me querés, será por eso que te odio tanto. No te gusta cuando preparo remolachas y las comés por obligación.

   En tu primer pis de la mañana empezás a gritar: “¡Me sale sangre! Me sale sangre” y yo te socorro y aunque no quiera mirar, miro y te digo horrorizada:

   —Tenés razón, te salió sangre y no sabés cómo lo disfruto.

miércoles, 21 de octubre de 2020

IDENTIDAD

 

   Sabía que eran tres, pero cuando le mostraba uno y no había coincidencias, te repatriaban. Probé con otro, no, tampoco coincidía, tres meses adentro. Ésta es la mía cuando pueda salir, usaré el tercero. Me presenté y extendí mi identidad. Se la guardó en el bolsillo y encima lo dijo:

   —Ésta me viene bien para un amigo.

   Me mandaron a Trabajos Comunitarios, se me encorvó la espalda de tanto revolver tierra. Estuve veinte años con el mismo trabajo. Hubo una rebelión que dejó alambres cortados. Me escapé con el traje de un soldado muerto.

   Me senté en un banco de plaza destartalado. Pensé en tomarme un licuado y lo tomé. Cuando iba a pagar, recordé que no tenía nada. Revisé los bolsillos y encontré el dinero para mi consumo. Toco una especie de libreta. Leo en soledad: “Pasaporte de un Soldado muerto”. Una suerte, estaba muerto, por lo tanto yo también estoy muerto. Por fin supe quién era, me llamaba Martín Lastra, tengo 45 años, nací en un barco que equivalía a tener dos nacionalidades, más la del muerto. Fue providencial, me acordé que me llamo Martín Lastra, sé mi edad y lugar de nacimiento. Deduje que él, en la contienda, perdió la vida. Igual se alegró post mortem. El soldado muerto tenía su documentación robada y trabajaba para la FBI.

martes, 20 de octubre de 2020

COSTILLAS

 

   Hoy no fui a tomar mi café, ni di vueltas a la plaza, ayer vino mi hijo, hacía diez meses que no lo veía. Nos saludamos con palabras de extrañadura y un abrazo eterno sin besos. Se quedaría tres días, fue el tiempo que le dieron permiso. Nos mostramos nuestros trabajos. Hablamos lo que hablamos por celular, con detalles desconocidos. Todos alegres y calentitos… Teníamos el plan de no separarnos al menos estos tres días. Hay tantas carpetas y libros, que muchas viven apiladas en el piso. Con la torpeza de siempre, para ubicarme a su lado, golpeé con dos costillas al borde del sillón. A partir de ahí no me pude mover y los “¡Ay, ay, ay!” salieron de mi boca. No me podía acostar ni levantar y sonreír me hacía doler.

   Al día siguiente fui a la Clínica. En las placas salieron  dos costillas partidas. Me pusieron un corsette y tomar flexicamín B12, cada tres horas. Ojalá hubiera sido morfina. Los tres miramos series de Netflix, hasta que al final, nos dormíamos. La novia se encargaba de las comidas y mi hijo de lavar la cocina. Tendían las camas, preparaban desayunos, licuados y recuperamos el ice cream. Cada vaso tenía su nombre impreso, para no confundir los tantos. El Padre lo escuchaba todo el tiempo. Nos relató de sus amigos, era toda buena gente y les trajeron aires nuevos. Aprovechamos y disfrutamos de las cosas que contaban.

   En tiempos anteriores al corona virus, venía una vez por mes y de la bonhomía pasábamos a la discusión. Cuando se iba nos pedíamos perdones y nos dábamos los últimos besos de mí y el abrazo eterno de él. Parece mentira que dos costillas partidas, fueran más importantes que su visita. En los pocos momentos que la Novia se sentaba, hablábamos de cosas de mujeres, cremas, pinturas, los componentes del maquillaje que no se noten. Mostraba todo lo que hacía, usaba piedras semipreciosas, las engarzaba en alpaca y les inventaba cadenas. Vendía por Mercado Libre. Un ser tan extraño como mi hijo, geniales, irónicos, ocurrentes, apasionados y coléricos. Son ricos en sus proyectos.

   Cuando se fueron, no fui a tomar café ni a dar vueltas a la plaza. Estaba tirada en la cama, mirando las fotos.

lunes, 19 de octubre de 2020

LA CASA GRANDE

 

   En un asalto mataron a su Marido. La bala iba para el Vecino. Ernesto estaba y la ligó sin comerla ni beberla ni notar lo que sucedía.

   Ella cayó en un estado depresivo. Dormía en medio de la cama, igual que un bicho bolita. Recibió atención psiquiátrica y con medicamentos fuertes, pudo empezar a vivir. El dolor estaba prendido todavía.

   Mabel se fue a vivir sola. Ahora habita una casa grande. La amenazaban por teléfono, se llenó de miedo de algo que ignoraba. Adquirió cinco perros, un pit-bull terrier, un rottweiler, un pastor alemán, un dóberman y un dogo argentino, ese se lo dedicó a la Patria. Era una mujer patriota, se le notaba.

   Ágata recibió un llamado:

   —Hola, habla tu Tía Mabel, tengo miedo de estar sola. ¿Venís unos días hasta que me acostumbre?

   Le contesté:

   —En cuatro horas estoy allá.

   No sé por qué me eligió a mí, de todos sus sobrinos, si yo era la peor de todas, no me daba bola.

   —Te quiero advertir que tengo cinco perros agresivos, uno de ellos te va a encantar, es tan bueno que duerme adentro. No hace nada, es un pancito. Los otros los tengo enjaulados y los suelto por las noches. Si venís de día es lo mejor.

   Llegué a las cinco de la tarde, ni bien entré el espacio se llenó de ladridos amenazantes. Sus jaulas se movían. Pasé despacio hasta llegar a la casa. Mi Tía Mabel me esperaba, daba abrazos fuertes y besos hasta en las manos.

    —Gracias, Ágata, antes no me daba cuenta, pero ahora sé que sos la más fuerte.

   Hizo mi comida predilecta: papas fritas con salsa kétchup. Cuando terminó el almuerzo, apareció el dogo, con una cabeza que le empezaba en la frente y le terminaba en el hocico, me hizo saludos delicados y se sentó en mi falda con la cabeza descansando en el brazo.

   Cuando me sentí acalambrada, lo deslicé hasta el suelo, el dogo pasó por arriba de la mesa y con sus fauces dispuestas, me mordió la carótida.

   Miraba cómo salía mi sangre a borbotones, quedé muda. Mientras, mi Tía Mabel, lavaba y cantaba en la cocina.

domingo, 18 de octubre de 2020

TESTIGO

 

   Para sus Padres, Ruth era algo se su propiedad. Ella andaba por cualquier lugar.

   Lugares especiales, donde encontró sierras tan lejanas que nadie sabía. Lagos de diez por veinte con pastitos que hacían cosquillas y nadaba hasta los yuyos del centro. Muy peligroso. Se enroscaban en las piernas y cabía la posibilidad de ahogarse.

    Había tres amigos trillizos que nadaban con ella. Comían los cuatro por la generosidad de los trillizos. Los chicos sabían que en su casa, nunca le daban de comer, terminaba la cena con piedritas para perro, rociadas con le che. La Madre era una especie de bruja indocumentada. Cada vez que se encontraba con Ruth, en vez de darle un beso, le daba una cachetada. La chica soñaba que una cachetada de su Madre, era un beso. Los trillizos le avisaron que sus Padres le comían la vida. Que serían capaces de ser antropófagos y ahí no había vacas, ni chanchos, ni pollos. La única que tenía carne, era ella.

   Los Padres de los trillizos la invitaron a vivir con ellos. A Ruth le brillaron los ojos y abrazó a los tres hermanos juntos.

    La Madre nueva, la mandó a la Escuela. Cuando se recibiera de algo importante, todos esperarían que a la Madre se le fueran las ganas de tener a Ruth como su mejor hija. La sobreprotegía, le daba besos, le cantaba. Los trillizos le parecían descartables. Cuando cumplió los quince, su Madre le diseñó y le cosió un vestido de Princesa, que arrastraba por las escaleras. Le hizo unos tirabuzones perfectos y la maquilló con discreción.

   Ruth no quería aquella fiesta, llena de invitados que ella desconocía. Le dieron valor los hermanos. La Madre se había esmerado por primera vez en sus hijos varones. Los hizo bañar y peinar. Mandó a hacer trajes smoking. Tomadas de lejos, Ruth parecía una Princesa y los hermanos, tres Príncipes, donde se murmuró que uno de ellos sería el elegido como Príncipe consorte.

   Ruth se mandó el circo de concurrir a la ceremonia, con una superposición de telas transparentes, si nada abajo. Bailaron hasta la madrugada. Tomaron mucho champagne y se quedaron a dormir en el jardín. Ruth se levantó al segundo y dedicó su tiempo para mirar bien a los tres hermanos. Eran iguales físicamente e intelectualmente también. Ella pensó el momento de elegir, como no podía dijo:

   —Ta-te-tí, figurita para mí —y a ese se dedicó.

   Lo llamaba:

   — “Cariño”. Vení para acá, Cariño, vamos a nadar, Cariño.

   Y la Madre se inflamaba, no le gustaba Ruth para que sea esposa de su hijo.

   Cuando los descubrió haciendo el amor, la tomó de un brazo, la amenazó con una escopeta:

   —¡Volvé a tu vieja casa!, No quiero una vagabunda aquí. 

   Ruth huyó hasta el granero, como habían quedado con su novio. Él estaba sacando los pastos secos, que cubrían un auto nuevo, ambos se subieron. Cuando empezó la comezón del séptimo año, Ruth se divorció y al poco tiempo se casó con otro trillizo. Sucedió lo mismo, al séptimo año volvió a divorciarse. Limaron asperezas y volvieron a ser amigos.

   Ruth, la pobre que tuvo una infancia deplorable, resucitó en medio de un lago, buceando con sus amigos, como cuando era una niña. 

sábado, 17 de octubre de 2020

FRAGATA FRAGATITA

 

   Chascomús el antiguo, donde ella pasaba los veranos con sus abuelas. Al principio jugaban todo el día con ella hasta que se pusieron muy ancianas y se la llevaban por delante, pensando que se trataba de un gato.

   Cuando hacía mucho calor de noche, se abrían las ventanas y las puertas. El olor de los jazmines, las madreselvas y los junquillos, resultaban tan embriagadores que la hacían dormir hasta el mediodía. Luego salía por detrás y a dos pasos estaba dentro de la laguna. Nadaba hasta que se fuera el calor.

   Una noche sin luna, se hizo una corona de jazmines, gardenias y unos calzones hilados de magnolias, comenzaba a hacer la plancha hasta quedar dormida. Una fragata que venía serena, extendió una planchada y la tragó por la bodega. Le pareció raro despertar en su cama. Como si aquella aventura no hubiera sucedido.

   En la noche del día siguiente, seguro que su traje de baño no perdería ninguna flor. Hizo la plancha hasta que apareció la fragata, no estaba dormida y aceptó la propuesta del Capitán de subir a cubierta. Había tanta neblina que se perdieron en la blancura.

   Las Abuelas pidieron auxilio, hacía dos días que no aparecía. Pasaba el tiempo que hasta los Padres se resignaron a pensar que solamente había desaparecido. Eran tiempo parecidos a los anteriores, a los que suceden y los que seguirán sucediendo.

   Simularon un sepelio como si la chica hubiese muerto. Todos deseaban que mal rayo partiera al sacerdote para detener su diatriba. En medio de los asistentes apareció la joven, vestida con uniforme y preguntando quién era el muerto. Muchos se impresionaron y desmayaron. Las mujeres más católicas, se arrodillaban mirando al cielo.

   La joven volvió a la casa y hasta llegó a olvidar aquellos episodios. Cuando volvió a Buenos Aires, fue recibida por su Nana. Le dijo al oído:

   —Tenga cuidado, joven y arréglese el pelo tan desgreñado que trajo. Yo le voy tirando perfume, hasta cuando entre al comedor.

   Allí estaba el Capitán de la fragata y un ramo de flores que la emocionó. Cuando lo sostuvo en sus brazos, resultaron artificiales. El Capitán de la fragatita le pareció un desubicado y vulgar. Lo sacó de su casa y le entregó aquel engendro de plástico. Llamó a la Florería y encargó tres docenas de rosas blancas. Eran tantas que tuvo que repartirlas, en diferentes lugares del comedor.

   La visitaron las amigas, para el five o’clock. Al principio estaban encantadas con el olor de las rosas. Ni bien terminaron el té se fueron despidiendo con rapidez.

   —Siempre fue así cuando volvía de Chascomús. Está como…

   —¿Así cómo?

   —Como loca.

viernes, 16 de octubre de 2020

OROPELES

 

                      La reina Madre le cortó la cabeza a su hija con un hacha. No quería velatorio, ni asistir al entierro. Florinda, ama de llaves del castillo, cocinera, lavandera, cumplía todos los servicios.

   Cuando entró al dormitorio encontró a la niña moribunda y la cabeza de lado. La cosió como pudo y la cuidó durante su convalecencia.

   La reina pasaba sus noches de fiesta en fiesta, de día dormía. Ignoraba si su hija estaba viva o muerta. Florinda hizo la parodia del entierro, que dejó tranquilos a los allegados. La Reina conoció al Príncipe más buen mozo de la comarca, quedo prendada o prendida. El día que lo tomó del brazo, no lo soltó más. Él se dejó, como todos los príncipes, era tonto e ingenuo. Durante una ceremonia simulada, se casaron. La niña criada por Florinda cumplió catorce años, hacía de ayudante de Florinda todo servicio.

   En la habitación de su madre sólo estaba el Príncipe dormido. Lo miró de pies a cabeza, parecía una escultura de guerrero viviente.

   Se recostó a su lado, no sin antes apoyar su boca en la del Príncipe, que despertó y la miró para siempre.

   Cuando la Reina encontró a su Príncipe en adquisición, con la joven todo servicio, lo acusó de infidelidad, mientras el Príncipe semi-dormido pedía, rogaba que le cortaran la cabeza a la vieja bruja. Florinda procedió, haciendo que el Príncipe y la niña se casaran, antes que la Reina, por capricho, despertara.

   —¿Qué te parece?—preguntó al editor.

   —No es para niños, tal vez le gustaría a cualquier grande, pero no sé.               

domingo, 11 de octubre de 2020

AVISO

 

Durante cuatro días, por razones personales, no voy a publicar. Después seguiré escribiendo. No me abandonen.

                                       Un abrazo.

                                                          Patricia.

BEIJING

 

   —En definitiva ¿vos qué hacés?

   Roberta contestó:

   —Nada. No me interesa nada ni nadie. La única sos vos, para eso estoy, para tenerte de las manos y ponerte el respirador.

   Petunia le dio la idea de conocer China:

   —Un lugar interesante, Beijing, tan distinto del nuestro ¿sabés qué encontrás en los conteiners?, niños vivos y muertos de hambre. Podrás encontrar un hombre que te quiera.

   Roberta pensó en lo que le pasó, no le quiso contar a su amiga enferma que odiaba a los hombres.

   Cuando Petunia murió, pasó su duelo llorando. Recibió un llamado para dar lectura al testamento. Ella fue con su ropa raída y olor a pobreza. Todos los presentes carraspearon cuando la vieron. La  única heredera era Roberta. Se enteraron los parientes y desparecieron de inmediato. Se escuchaba decir “qué ingrata, cómo nos pudo ignorar…” Siguieron comentarios iguales o peores.

   Tenía una casa en Uruguay, una cabaña en Ilha Grande, un piso en Puerto Madero y una caja de seguridad en California. Le dejaron una carta personal: “Querida Roberta, vendé el piso de Puerto Madero, casi todo el Gobierno compra ahí, son unos grasas. Eso te dará dividendos para conocer los lugares que quieras, que te diviertas. Yo, sobre una nube, te acompaño. Gracias por seguir siendo mi mejor amiga.                       Petunia.    PD usá mi ropa y tirá esos andrajos.

   Roberta vendió y huyó. Quiso hacerle una devolución a su amiga y tomó un vuelo a Beijing. Se alojó en un Petit Hotel. Era zona de barrios bajos más pintorescos que otros. Se asustó un poco, porque la gente la rodeaba, sólo para observarla, rubia, de ojos celestes, con el pelo que le llegaba a la cintura. Es la característica de ese Pueblo. Si te ven por primera vez en un negocio, todos se acercan para mirar qué comprás. Son capaces de aplaudirte cuando te vas.

   Recorriendo callecitas tropezó con un conteiner. Escuchó un llanto de bebé. Le dio tanta pena, que la depositó en su mochila y con un pañuelo la envolvió. Compró una mamadera, leche, pañales y ropita.

   Entró en su habitación, preparó leche tibia, con agua. La bebé tomó hasta la última gota y quiso más. Roberta se contuvo y lo dejó descansar. Hasta que le echó un vómito en el hombro.

   Era una bebé, que bautizó con el nombre de Petunia, le dio un baño de agua tibia y Petunia se durmió antes de ponerle un pañal.

   Esa noche durmieron juntas. Tuvo miedo de aplastarla, pero no sucedió. Sacó un pasaje a Bs As y denunció que había encontrado una bebé dentro de un conteiner. Le otorgaron la tenencia con inmediatez. Compró un cochecito amplio para que durmiera solita, bien cerca de su cama.

   En la plaza se acercaban a mirarlas a las dos. Todos se sorprendían que su Madre fuera rubia y la bebé china. A Roberta le asombraba tanta contemplación. Miró hacia el cielo buscando una nube, donde estuviera su amiga. Hasta la bebé hizo su primer sonrisa complacida.

sábado, 10 de octubre de 2020

QUIERO MÁS, MÁS Y MÁS

 

   Compré una bicicleta fija, en el estoy de no poder salir. Me levantaba a las 9 horas, sin comer nada en remerón, trepaba a la bicicleta y llegué a pedalear 8 km. No tuve voluntad de levantarme temprano y contraté un Instructor. Lo atendí en camisón y él me marcaba las detenciones, cuando llegaba a los 8 km el Instructor tocaba el silbato que colgaba de su cuello. Ese sonido perforaba mis oídos.

   Luego me hacía tirar al piso para descansar, guiaba mis elongaciones. Una de ellas consistía en tomar pies, manos y tirar como si yo fuese Tupac Amarú. Después prendía un sahumerio y ponía su música salsera. Y decía:

   —Nos tiramos para relajar.

   Y entonces le dije que si quería trabajar conmigo, no trajera el silbato, ni la música ni el sahumerio.

   —Cómo no, podemos prescindir de esos elementos y le haré masajes para que descanse.

   Esos masajes me hacían resucitar. Cuando empezaba la Clase, yo esperaba que llegara la parte de los masajes. No vino más. Fui a su Pensión y allí me dijeron que trabajaba en un Pueblo cercano.

   Me atendió sin sonrisa ni asombro.

   —Tirate en el piso, te haré masajes más intensos.

   Me separó los omóplatos clavando sus manos gordas. Me hizo sufrir mucho, pero aumentó mi necesidad de seguir con aquellos masajes. Volvió a mudarse a otro Pueblito.

   —Pase y tírese en el piso.

   Ese día incrustó sus manos en las costillas, me partió dos. Grité en silencio, pero tenía infinitos de aquellos masajes perversos y sensuales. Se mudó otra vez, a Rosario. Fue un desafío viajar. Atendía en un pasillo oscuro y húmedo.

   Cambió la postura.

   —Ponete boca abajo.

   Caminó sobre mi columna vertebral, ahora lo hacía con sus talones, los apoyó en las cervicales. ¡Cómo me gustó! Las partió en tres. Para mí fue todo un honor.

   Al día siguiente aparecí de nuevo, antes que se mudara.

   —Ponete de rodillas, ubicá los brazos al costado, incliná tu columna lo más que puedas, hasta quedar con la cabeza de costado, al piso. Caminó fuerte sobre todo mi cuerpo, me ayudé con una mano, porque en la otra ya me había quebrado todos los huesitos.

   Me fui en un taxi, directo al Hospital. Me operaron y me pusieron titanio y quedé tan bien, que busqué al Masajista. Ahora lo veré seguido, vive a media cuadra de casa.

   Fui cuando me dieron el alta, la puerta estaba abierta. Ni me miró:

   —Acostate en el piso, tengo nuevos instrumentos para estos masajes.

   Volvió con un palo de amasar, trabajó tan bello, de los pies a la cabeza, que rompió todos mis arreglos de titanio y quedé con el espesor de la alfombra, con su seducción tan rústica me envolvió como si fuera un tapete.

   Por fin fui el tapete de su Estudio, me aplastaba todo el tiempo, me usaba de felpudo.

   Disfrutaba como loca.

viernes, 9 de octubre de 2020

COMBATIENDO AL CAPITAL

 

   Jugaban al Patrón de la Vereda, en la misma cuadra donde vivían todos. Siempre ganaba el Patrón, era hijo de un Capitalista de Juego. Fue el único que se fue de vacaciones, al Norte de México.

   —¡Por fin solos! —dijeron los chicos.

   Por las tardecitas pasaban dos camionetas de la Policía. Una tarde preguntaron por qué faltaba uno de ellos.

   —Se fueron de vacaciones, no quedó nadie en su casa, si les piensan robar, nosotros los vamos a llamar, para que roben todo.

   Pasaron 48 horas después y nos hicieron caso. Hasta las canillas de los baños, la pantalla de una pared y las 50 computadoras que eran para dar conferencias.

   —El Viejo se va poner furioso.

   —Ah, después de las 18 horas se meten en sus casas, los hemos visto jugar hasta las nueve.

   No nos preocupó para nada, vamos a seguir jugando. Estamos tranquilos, con todos los datos que les dimos.

   Esa misma noche llegaron con barbijos, antiparras y dos camionetas, les cupo todo y mucho más. Vinieron dos móviles que los ayudaron con otras cosas. Son astutos, pusieron todo prolijo y de esas cosas saben mucho. Están entrenados para robar.

   Por la mañana estacionaron en la vereda. Cayó un móvil y les regaló bombones de chocolate, rellenos con muzzarella.

jueves, 8 de octubre de 2020

ZONA PROTEGIDA

 

   Sebastián tenía ropa importada de la cabeza a los pies. Él no usaba nada que fuese de aquí. Hasta los calzoncillos eran de marca importada. La camisa blanca nívea se la mandaron de Inglaterra. Llevaba un pantalón estampado con estrellas blancas y unas zapatillas ugly que un amigo le consiguió de una maleta robada en al aeropuerto de Buenos Aires, también impolutas.

   Él se compró un piso dentro de una Zona Protegida. Vivía en el piso 12 y te podías mirar en el suelo como si fuera espejo. Un tipo muy austero, Sebastián, no tenía muebles, sólo algunos almohadones. El vidriado reemplazaba a las paredes. Después de medio año invitó a sus amigos más queridos. Dos fueron de La Plata y el Colorado que vivía en Recoleta, desde que empezó la pandemia no salió de su casa, estaba solo y nadie lo visitaba.

   —Amigos míos, necesito que me abracen todos.

   En aquel abrazo estrecho, lloraron emocionados. Dijo Sebastián que desde su piso podían mirar el Río. Paloma agregó:

   —¡Por fin podemos mirar el horizonte!

   Se tomaron de las manos y admiraron el Río de la Plata.

   El piso estaba rodeado de una pileta angosta con hidromasaje templado. Nadie se tiró a nadar. Todos estaban subyugados por la vista. Los árboles selváticos producían una atmósfera puro oxígeno.

   Por la noche hicieron una fiesta donde tomaron pisco, margaritas, tequila, vodka y fumaron hachís de un narguile con varias mangueras. Cuando no se pudo respirar, salieron al balcón y se apoyaron en la baranda, pusieron la música al taco. Sebastián se depositó en el medio y llegó la sorpresa que nunca hubiera imaginado. Le arrojaron de arriba un balde de pintura roja. Quedó rojo todo su conjunto importado.

   Sebas y sus amigos recorrieron los pisos. En cada uno negaban la autoría del hecho.

   —¿Saben quién tiene la culpa de lo que hicieron? Este Gobierno de mierda, con la Kakoncha y el Alborto. Sentaron mal al presidente y la gente hace lo que ve.

   —Tengo una buena idea. —dijo el Colorado. Tengo en mi mochila diez aerosoles de colores horrorosos. Vamos a pintar todos los pisos.

   Salieron los indignados con Sebastián a la cabeza y mucho sigilo.   Les llenaron las puertas y las paredes con las consignas que hace el odio: “Fuera chorros mafiosos.” “Que devuelvan la guita que se afanaron.” “Que vayan en cana todos estos delincuentes.” Y cuando no se les ocurrió nada más, siguieron pintando: “Son todos putos, mierda tiene que comer, la pura mierda les corresponde”.  Se cansaron de pintar y lo llevaron a Sebastián, lo sumergieron en el hidromasaje con un bidón de lavandina. Quedó blanco y les agradeció el gesto que tuvieron.

   Parecía un ángel cuando se fueron, si no fuera por la cara de custodio.

miércoles, 7 de octubre de 2020

EL TELÉFONO DESCOMPUESTO

 

   —Te llamo para contarte, ¿sabés que a Laura el Marido le pidió el divorcio? Ella le dijo que no iba a firmar, hasta que hicieran un viaje juntos al Mato Grosso. ¿Y sabés él que contestó?, que se casaría igual. Tiene una Secretaria veinte años menor que él...

   —La voy a Llamar a Mecha para contarle.

   —Me lo dijo Venus y no tengo interés en que difamen a la pobre Laura. Ella sigue a su Marido, como si fueran hermanos. Tiene la convicción que en el matrimonio se hacen votos para siempre, hasta que la muerte los separe. Es la mejor amiga de la Secretaria de su esposo. Con ella almuerza, hacen shopping, se abrazan y se besan entre ellas…

   —¿No te parece demasiado? Lo que más le gusta es viajar con ella. La voy a llamar a Rosita, que sabe de las vidas de todas nosotras.

   —Compraron unas hojas amargas, para alimentar la amargura que tiene aquél hombre en la casa. Tiene celos de su Secretaria, porque siempre están juntas.

   —A mí me contaron que él la castiga con la tohalla mojada, duerme boca abajo, porque la espalda le duele mucho. Esperá un poco, la voy a llamar a Pilar.

   —¿Viste lo que le pasó a Laura? Como nunca se casó, ni puede tener hijos, sale sola por ahí, vestida de hombre. Tiene la fantasía  aunque sea tan fea que duele. Encontrará algún hombre que le guste los hombres. No estoy muy segura, pero a las pruebas me remito. Yo los ví juntos y tenían caras de felices. Esperá un poco, la voy a llamar a Laura. Ella nunca miente y me contará la verdad. Yo me había dado cuenta, anda con el verdulero que es un tipo groso y le regala mandarinas por los servicios que ella le presta. Se enamoró de él. Practican por la mañana, aunque engañe al Marido, él está chocho, pensá que ya es un viejo choto, perdón, un viejo chocho. Le regala anillos y gargantillas de perlas o de brillantes. El viejo es rico y teme que Laura lo abandone, esperame ahí en el teléfono, que tengo a Pina en línea.

   —Sí, ya sé todo, la pobre Laura empapeló la casa con frutos de mandarina y cuando no hay nadie le pasa la lengua al empapelado.

   Laura las quiso reunir a todas: Mecha, Rosita, Pilar, Venus y Pina. No las saludó, las hizo pasar y sentar.

   —Ustedes sí que son lo peor, inventaron mentiras, me denostaron, me humillaron y muchas cosas más. Las pensé amigas del alma y son los diablos que se ensañan conmigo. Rescindí el contrato de nuestra amistad. Todo tiene fecha de vencimiento. Les pido que se retiren de inmediato, la Secretaria de mi Marido, las acompañará hasta la puerta.

martes, 6 de octubre de 2020

A NADIE LE GUSTA LA ESCUELA

 

   —Soy un chico feo y malo. Te pido respeto, el mismo respeto que tengo por vos. Basta de niño lindo y bueno.

    —Algunas escuelas ya están funcionando, elegí la que te guste.

   —No me gusta ninguna. El año pasado la chica más linda, me dijo que era feo y malo. Hizo hincapié en que era feo, feísimo. Me fui a sentar en otra mesa, le tiraba con piedras inofensivas y dijo: “Sos un chico malo, malísimo.” No entiendo cómo son las chicas. En el segundo recreo, ella se acercó y me dio un piquito. Dijo: “¿Sabés que los chicos feos me parecen atractivos?, los lindos son insulsos. También me gusta tu casa tudor y que te saques diez en todas las materias.”

   —Vos todavía sos chico, tenés que estudiar como hasta ahora, seguro que te eligen abanderado. Y a esa chica, no le des importancia.

   —Le dijo a todo el mundo que soy su novio, me espera a la salida y me acompaña hasta casa, me despide con un beso, que ya no es un piquito. En la escuela acerca la cabeza, se copia todo. Igual soy el primero en terminar. Voy a la Maestra para que me corrija, siempre pone ¡Diez! ¡Excelente! En el recreo no puedo jugar con nadie, ella siempre habla conmigo y dice estupideces.

   —Bueno, hijo, yo también hablo mucho y digo estupideces.

   —Así me contó Papá, no lo dejás hablar, ni siquiera le preguntás cómo está cuando vuelve de trabajar.

   —Ah, sí, cuando venga le voy a parar el carro.

   —Hacé lo que quieras. El otro día entré al salón y todos gritaron: “Tiene Novia, tiene Novia”. Fue un papelón. Ella me miraba arrobada. No le pienso dar más pelota. En los recreos voy a jugar a la pelota con los chicos, es muchísimo más divertido.

   —Muy bien niño, perdón, digo chico astuto.

   —Lo peor fue cuando me nombraron abanderado. Estaba la Directora, la Maestra y ella con un guardapolvo nuevo y almidonado. Un moño gigante en el trasero, con cientos de “te quiero, te quiero, te quiero.” La dejaron tomar la punta de la bandera, para ayudar a que no tocara el piso cuando la izaba.

   —Hijito, perdóname, no asistí a la ceremonia, porque la Abuela estaba enferma. Siento mucho orgullo…

   —Mamá, la indignación me superó, tuve náuseas, vomité sobre su cara y la bandera. Tenía muchas ganas de hacer pis, bajé el cierre de mi bragueta y meé los zapatos de todos lo que me rodeaban. Quedaron anudados, perdón, anonadados. Cuando salí yo solo por la puerta de la Escuela, me dio una diarrea, que tampoco pude contener. Me bajé el pantalón y les cagué toda la escalera.

   —¡¿Y después qué más te pasó?!

   —Por fin descubrí que la escuela es una mierda.

lunes, 5 de octubre de 2020

DIABÉTICO

 

   El colectivo, lo tomo en la puerta de mi casa y me deja en el café. Siempre iba con chomba, pantalón y zapatos.

   Un día decidí ir en pantuflas, tenía los pies hinchados y era todo tan inmediato, que nadie diría nada. Otro día, quise ir con mi pantalón piyama y pantuflas, pero seguí conservando mi chomba.

   Finalmente, encontré el atuendo más cómodo, para mi café de la mañana, un buen piyama, una bata de pirineo, último regalo de mi abuela. Nadie dijo nada, luego recordé que nunca dicen nada.

   El café tiene doce cubitos de azúcar, que sumerjo de a uno, como un orfebre. Lo único desagradable, es que el café desborda la taza, el plato, la mesa y finalmente aterriza en mi bata de pirineo. No me importa, con la cucharita, tomo jugo de azúcar con café. Soy feliz. El Médico me dijo que me voy a morir, yo le dije que él también.

domingo, 4 de octubre de 2020

CUENTERA

 

   —¿En qué estás pensando?

   La peor pregunta del mundo. Puedo pensar en una idea, en cincuenta, la primera cifra será la productiva. Aquí frenan las demás. Usás el cráneo, de allí viene lo de cranear. No le agregues condimentos anteriores, usá caminos diferentes y tomá uno para no perderte. Elegí por el olor a tostadas. El oído que perciba una música que huye y una sonrisa, un apenas, no hay que exagerar. Aparece un hombre, mis cuentos siempre tienen un hombre. Que tus sábanas tengan olor a nada, los perfumes confunden. Si él desaparece después de un polvo fortuito, te angustiás, es un lugar común que resucita con un hombre nuevo. Habla despacio, dice lo que dice y muy de a poco te acaricia los ojos. No le respondas enseguida, él se dará cuenta que con alguna pretensión, depositás una pashmina en tu espalda. Y como sin querer, le rozás las manos. Ya sabrás que él tiene la misma tersura de un pétalo de rosa. Aprovechalo, pondrá sus manos debajo de tu camisa transparente, que siga. Dejá que haga lo que quiera hasta aquí. Tu camisa glisada, tratá de parecer una mujer que conoce sus límites. Le pedirás que se vaya. Se irá respetando tus acciones. Con la yugular latiendo reducirás su autoestima. Él volverá al día siguiente, te despertará con un café y dos tostadas. Justo aquel olor que te gustaba. Cuando terminás tu desayuno le das un beso tranquilo y lo empujás a tu cama. Él se mostrará asombrado, se dará cuenta que dormís desnuda y te dará un abrazo estrecho, vos devolvele con una disposición generosa. Cuando escribo un cuento lo corto, prefiero ser breve y algo perversa también.

   Cuando él está adentro tuyo, cerrá los ojos y no gimas, que es muy ordinario. Él tendrá en sus manos una cerbatana envenenada, que la clavará en medio de tu pecho. Te vas a morir casi al final de tu orgasmo. Tu propio final. El mejor.