sábado, 3 de octubre de 2020

SCHEISSE

 

   —Contame cómo fue.

   —Andaba en bicicleta y por chocar contra una pared, se incrustó los frenos cerca del corazón. Estaba en Terapia Intensiva, No sé cómo vamos a pagar. Luxemburgo es un país especial, lleno de oropeles pretenciosos yo nunca quise viajar a aquí, pero tampoco dejarlo solo. Según el diagnóstico de los Médicos, se encontraba al borde de la muerte, coincidía con su personalidad, border. Lo pude visitar todos los días y me sentaba en un costado de su cama. Tenía cables por todos lados y esos controles que van hacia arriba y hacen triángulos. La respiración era asistida. Tenía pinzas en cada dedo. Me llevaba un libro, sino me aburría, a veces leía en voz alta, tal vez me escuchaba. Le pasaban suero  por un tubo fino flexible y sangre por otro. De lejos parecía un auto que no pudiera arrancar. Tenía ganas que se despertara, o que se muriera. Hacía mucho tiempo que le hacía de enfermera y me tentaba desconectarlo y hacer de cuenta que se moría. La última visita de un Médico joven llamado Scheisse me informaba que no tenía esperanza de resucitación. Yo estaba dormida y apenas escuchaba el final. No sé hablar luxemburgués, lloraba como hacen la Viudas. Me mostraba desesperada. De la autopsia pasó al cajón, el más berreta que encontré. El único que asistió al sepelio fue el Médico joven, me abrazaba con su cuerpo maravilloso y yo me dejaba. El Cuidador del cementerio aseguró que escuchaba unos ruidos extraños, como si quisiera salir del cajón. Yo le decía que roncaba mucho, aún después de morir. “Señora, puede ser catalepsia, le sugiero abrir el cajón”. Lo abrí para darle el gusto. “Y sí, puede ser, está lleno de arañazos, a lo mejor está vivo y se hace el muerto.” Por la noche desenterré el cajón y me saludó con una mano. Cerré la tapa con temor, le quedaron los dedos afuera. El Cuidador preguntó: “¿Y? ¿Cómo le fue?”. Le dije que no pasaba nada. Cuando partí del cementerio noté que alguien me seguía, era muy parecido al finado, yo diría que era él en camisón. Corrí hasta el auto. Por el espejo retrovisor lo miré y sí, era mi Marido. Un desgraciado, no me dejaba vivir tranquila. En el bolsillo tenía la tarjeta del Médico aquel. Estacioné en su casa y me atendió el joven: “Sabía que vendrías”. Me lo dijo en luxemburgués.    

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