Sabía que eran
tres, pero cuando le mostraba uno y no había coincidencias, te repatriaban.
Probé con otro, no, tampoco coincidía, tres meses adentro. Ésta es la mía
cuando pueda salir, usaré el tercero. Me presenté y extendí mi identidad. Se la
guardó en el bolsillo y encima lo dijo:
—Ésta me viene
bien para un amigo.
Me mandaron a
Trabajos Comunitarios, se me encorvó la espalda de tanto revolver tierra.
Estuve veinte años con el mismo trabajo. Hubo una rebelión que dejó alambres
cortados. Me escapé con el traje de un soldado muerto.
Me senté en un
banco de plaza destartalado. Pensé en tomarme un licuado y lo tomé. Cuando iba
a pagar, recordé que no tenía nada. Revisé los bolsillos y encontré el dinero
para mi consumo. Toco una especie de libreta. Leo en soledad: “Pasaporte de un
Soldado muerto”. Una suerte, estaba muerto, por lo tanto yo también estoy
muerto. Por fin supe quién era, me llamaba Martín Lastra, tengo 45 años, nací
en un barco que equivalía a tener dos nacionalidades, más la del muerto. Fue
providencial, me acordé que me llamo Martín Lastra, sé mi edad y lugar de
nacimiento. Deduje que él, en la contienda, perdió la vida. Igual se alegró
post mortem. El soldado muerto tenía su documentación robada y trabajaba para
la FBI.

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