No sé si
llamarte querido Cirilo, lo de querido olvidate.
Te dejé 1500
mensajes por celu y no fuiste capaz de contestar ninguno. Para mí era muy
importante, necesitaba o necesité. Ahora no me importa, igual te lo cuento para
quitarte esa molicie de no cargar el celu. Melina dijo que no me quería más,
pero tenía que pensarlo unos días. Resolvió pensar en mi casa.
Me parecía
mentira que no durmiera conmigo, me levantaba de noche y la buscaba. Estaba
sentada abajo, prendiendo un pucho, tal vez pensando, cuando en realidad,
Melina no piensa. Cuando bajé tenía el portón abierto y una escopeta escondida
en su espalda.
—¿Qué hacés
levantada?
—Escuché unas
risotadas y sentí que me miraban, salí a ver quiénes eran. Preferí saber de qué
se trataba, antes que encerrarme en casa y terminar en tu cama sin pensar nada.
Me olvidé que no te quería más.
Siguió hablando
tanto, que al final cerré los ojos pero no me dormí. La vi saliendo de la cama
como una serpiente venenosa. Se arrastró hasta el portón, allí la esperaba un
corcel con bridas de plata y un jinete con armadura, casco con cresta, tejido
de plata y una espada larga. Arranqué mi porchecito verde y allí la encontré
llorando, sobre una armadura que no tenía nada.
Inspeccioné con
la mano y había un esqueleto sonriente, que quiso someterme. Me recordó al
Caballero inexistente, lo reconocí gracias a una revista mexicana, que leí
cuando era chica.
Melina arrancó
mi porchecito verde, no sin antes poner en la butaca de atrás el esqueleto que
sonreía. Había colgando en el paragolpes trasero, un cartel pegado que decía:
RECIÉN CASADOS, arrastrando la armadura colgando de una soga. Lo que más me
dolió fue que me robara el auto.
Te escribo para
ver si por este medio cargás el celular.

No hay comentarios:
Publicar un comentario