Un Sr de traje
de lino arrugado, y sombrero panamá, portaba un viejo attache, esos que se
dejaba un dedo libre, para seguridad de su tapa. Lo observé desde una esquina
del Colegio, me había hecho la rata y esperaba el horario de salida. Quedaba
una hora y media. Decidí seguirlo, su andar errático resultaba curioso.
Caminaba una vereda y cruzaba a la de enfrente. Se detuvo donde convergían tres
diagonales, miraba como perdido. Caminé rápido y lo alcancé. —¿Lo puedo ayudar
a encontrar su calle?
Me contestó con
un español mal hablado, llevaba un diccionario en el bolsillo.
—Oh! Thank you
girl. ¿Podrías decirme dónde queda la Escuela Inmaculada?
—Allí es donde
voy yo, lo acompaño, hoy no fui, bueno es complicado.
Tenía rostro
color leche y ojos licuados, celeste bandera. —Sr, es aquí, justo donde estamos
parados.
Llegó un taxi,
antes me dijo “Thank you, very much”. Justo cuando se iba a sentar, el taxi
arrancó de improviso, le dejó una pierna fuera. El attache se abrió, no alcanzó
el dedo sostén, caían dólares y más dólares, corría un viento leve que voló el
dinero por aquí y por allá, él me extendió su sombrero, nos entendimos sin
palabras. Yo juntaba en su sombrero y él en el attache. Favoreció que la calle
estuviera vacía, todos sabemos la antropofagia humana por el dinero. Nos
sentamos en un umbral y acomodamos los dólares, ayudé con los que junté en su
sombrero. Terminado el trabajo, pidió por celular un remisse, que estuvo al
toque. Me dio un beso en la frente, se disculpó por no poder dejar ni un dólar
y me enjaretó su sombrero panamá en mi cabeza. —Para explicarte, bueno es complicado.
Encarné en el sombrero,
no me lo quitaba ni para comer. Por suerte pertenezco a una familia
disfuncional, ni cuenta que se dieron de mi panamá, original de Panamá.