Antes de salir
siempre voy, pero con la niña, la llevo primero y me olvido de mí. Esta semana
le toca al padre, escucho la bocina, mejor, que no entre. —Lali apurate! Ya
llegó.
Abro la puerta y
me acerco. —No le pongas pañales, le estoy enseñando, tiene cuatro, sino cuando
la traés se hace encima.
Mira con el
celular en la mano, habla con la perra, seguro, con la otra mano lleva el volante
y un pucho prendido. —Lali, subí que te pongo el cinturón, ¡No! Adelante no,
atrás.
Él, ni bola, le
da un beso y le quema el pelo con el pucho, por suerte no le llegó a la piel.
—Escuchá,
viejo, largá el pucho, le quemaste el pelo, bestia y no hables por celu si
manejás. ¿Entendés lo que te digo? -Ni me contesta, desde aquí veo partir su
camioneta pedorra-.
Lali me saluda,
apoyando un beso en la luneta trasera, miro hasta que se pierden, después lloro
con los brazos cruzados en la mesa, sobre sus miguitas, suena el celu. —¿Cómo
estás Nena?¿Se llevó la niña el cretino? -No me deja hacer ni un petit duelo,
ni mear-.
—Sí Mami, recién se fueron, la
lleva a la costa, seguro que va con esa perra. Sé que odia los chicos, pienso
que simulará ser buena. Mamá, está sonando el otro teléfono, después te hablo.
—Hola, Maru, que
no te agarre la desesperación, Lali está bien, yo también, me chocó un auto de
atrás y…
—¿Dónde están!?
Voy para allá, manejaste a los santos pedos, es re-lejos.
No me arranca,
no pude ni mear, el vecino me empuja, es un santo. Debo relajarme, el pie en el
acelerador tiene independencia de criterio. De acá los veo, mi niña está en
brazos de la estúpida. Freno.
—¿Cómo estás mi cielo?, ya pasó.
La deposité en
la parte trasera. Me tranquiliza. Habla con el osito y le cuenta del choque. —Por
suerte vino mami, vamos a estar bien porque nos va a llevar a comer papas
fritas y hamburguesas.
Cuando la
escucho, lloro, ojalá meara como lloro. —¿Cuánto falta para el MPN, Mami?
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