sábado, 16 de septiembre de 2017

DE COGER, NI HABLAR


   —No entiendo por qué hacés eso todos los días. ¿Y los fines de semana?
   Por metiche, se lo digo: —El Padrino Augusto me presta su material bibliográfico, fílmico y el aparato de última degeneración, donde prendés te metés, los participantes te rodean y yo me dejo o hago, depende de mis ganas, los fines de semana más, así tengo excusas para no salir a boludear con los analfa.
   Ahora el hipócrita toma recursos prestados y debo poner cara de escuchar. —A tu Madre y a mí nos encanta que estudies. Tus dieces no implican terminar una carrera y empezar otra, que juegues a ser el mejor. Nos preocupa que tu capacidad intelectual te sugiera seguir buscando tesoros acuñados en una soledad permanente.
   Cuando iba al primario era el peor de la clase, el secundario no fue mejor. Recibía recriminaciones, de palabra, hasta que un día mi viejo, en una bofetada, casi me parte la cabeza contra la pared. No sé si fue eso, pero hice un crack, donde inicié Ciencias Económicas no quería ser el segundo, el primero o nada. Lo logré. Pasaba por Humanidades, me tentó Historia y Letras, llegué a Licenciado en ambas, Profesor en Semiología y lector compulsivo.
   Hoy vino mi Padrino Augusto. —¿Y te sirvió mi material?
   Le conté someramente: —Participé en la Revolución Francesa, fui Marat, Robespierre y tomé la Bastilla, tomé tanto que me puse en pedo, pero con vino francés añejado, claro. La Revolución Industrial, ¿qué decirte?, a Fulton le robé alguna idea. Participé hasta Oriente, hablo ocho idiomas, doce dialectos y cinco lenguas muertas. Llegué a la conclusión “sólo sé que no sé nada” y me caló este surmenaje y la polipolaridad, tan obscena  que anclé en una esposa no deseada, un hijo no deseado y dos internaciones semestrales, sin ninguna solución.
                                                   

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