—Tus
tatarabuelos, bisabuelos y abuelos empezaron a trabajar en cooperativa, primero
les fue mal, pasados los años treinta llegó el progreso, usaban siempre la
misma ropa, pero pudieron comprar el primer tractor…bueno, no quiero aburrirte,
pero todas nuestras posesiones se hicieron con sangre sudor y lágrimas.
Palabras de la Abuela. —Ratita, hey, Ratita…
—Te dormiste, me
parece que mi cuento verdadero te dio sueño. A mí, con tus añitos me habría
pasado igual.
—Veo cosas
raras, quédate acá en el auto.
La cubrió con su
campera. Entró a la casa y no pudo creer aquella pesadilla. Alguien golpeó.
—¡¡Quién
es!!
—Policía , Sr
Latalisto. Abra por favor, tenemos orden de verificar… Abrió la puerta —¿Y ahora, a qué carajo vienen?
Tengo rejas, alambrado eléctrico, tres tipos de alarmas y me afanaron todo,
hasta los dos autos de los garajes, una lancha, un equipo de buceo, los
flotadores de mi hija. Todos mis discos de vinilo, es lo que más lamento, el
equipo de música completo, el de arriba y el de abajo. Hasta descubrieron el
sótano, llevaron la mesa de billar, una reliquia, era de mi viejo! Hijos de
puta!! Los voy a matar!!
—Momento, Sr
Latalisto, que la autoridá somo nosotro, vaya despacio que estamo anotando lo
faltantes, más respeto.
—¿De qué respeto
me hablás? Si son Uds mismos los que afanan, esto no lo hicieron improvisados,
fue gente entrenada, igual que toda la yuta que pagamos nosotros. Latalisto, en
plena desesperación, echó a la cana en dulce montón, dando fustazos con el
mismo cinturón que le pegaba su padre, por cualquier pavada. Los grones huyeron
despavoridos en una camioneta azul descascarada, con una lucecita roja y la
sirenita prendida, para que se viera que la Seguridad Policial, estaba.
Latalisto olvidó
la niña en el Minicooper, con el que arribó a su casa. Ella lloraba hecha un
bollito, él se metió en el auto y le cantó una nana, que le enseñó su madre.
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