Caminamos hasta
el cajero, Tobal sacó un dinero. —Esto es para que te compres lo que quieras.
Me pareció
innecesaria su generosidad. Tengo más ropa que años. Pero me gusta soñar y
soñé. Quiero zapatos, cartera, un pulóver amplio, un pantalón ancho con algún
corte raro, zapatillas color neutro, rímel, set de primeros auxilios y alguna
parca tradicional. Por supuesto, ese listado existía como un deseo imposible y
suntuario. Había algún negocio abierto, con ropa tipo “me la quiero sacar de
encima.” Cuando emprendía la retirada, vi la vieja Casa Grimoldi, Sucursal
Tandil. Entré con Tobal que ama protestar en negocios truchos. Se acerca una
mina joven, con bigotes. —¿Necesita algo, la puedo ayudar?
Justo caigo en esas
banquetas horribles, forradas de plástico negro. Por primera vez no fue mi
culpa. —¡Si venden zapatos y carteras, para qué mierda tanta banqueta!
La chica que me
habló primero mostró desprecio, no sé si por banqueta o por mierda. —¿Necesita
algo, la puedo ayudar?
Era un grabador
la mina. —Voy a mirar y si me interesa algo te llamo, No hay nadie, ¿por qué no
corrés esa banquetas?, digo, para libertad del movimiento.
—La decoración
es así.
Encontré lo que
supuse un bolso cómodo, con separadores y no pesaba nada, viene la mina y
pregunta: —¿Quiere probarse, allá tiene un buen espejo.
Hizo bien en la ridiculez
de probarme una cartera. Las correas me apretaban la axila. —¿Se pueden
alargar?
—No, no se
puede, es así, le cuento, ésa estaba a 7.000 pesos, la rebajamos a 5.000.
La puse hecha un
bollo y viene Tobal: —¿Cómo 5.000, si parece de caja de pizza?, esto no se lo
vendés a nadie.
Tomé otra
cartera, bolsón insulso, pero al menos
no tenía escronchos plateados. Miro la correa, era como para sacarla a pasear
de la mano. —Decime, che, ¿esta también es correa corta?
—Es lo que se
usa, todas vienen así. Costaba 10.000, ahora la tenemos a 5.000.
Mentí para joder
un rato: —¿Sabés por qué no la llevo? Porque la cartera me va chica y el precio
me queda grande.
De aquí a que la
neurona entendiera, se le frunció el entrecejo y la baba.
—No entiendo.
Me ataqué. —Sí
entendés, vos con tu sueldito, no podrías comprar un cuarto de esa cosa llamada
cartera. Me alegra, no van a vender un carajo. Los K-Chorros compran en Buenos
Aires, o Europa, depende el grado de corrupción.
Tobal cerró con
un: —Afeitate los bigotes, porque te van a llamar Ricardo.
Nuestro próximo
rubro, Farmacia, le pido Adermicina, mira por sobre mi hombro, algo o alguien al
fondo, me intrigó. Miré. Nunca lo sabré.
—No se fabrica
más.
Puse cara de
león de la Metro. —¿No se fabrica o no entregan?
La pendeja
masticando chicle con desesperación: —No se fabrica más.
—¿Ché, Benítez,
con qué se reemplaza la Adermicina?
Me dirigí al
tipo: —No, dejá, Benítez, eso no se reemplaza.
Seguí con Caja
de Gasas Grandes.
—Están en falta.
Seguí: —Rinhal,
nasal, tres cajas.
Fue a la
trastienda y volvió con la pintura corrida, al cabo de ocho minutos. —Rinhal, recién
la semana que viene, o la otra, no sabemos.
Le pasé la lista
a Tobal. —¿Tendrán Solución Fisiológica?
Se piantó a la trastienda.
—Recién vendimos la última.
Es práctico
Tobal. —Decime, pendeja. ¿Por qué te metés ahí atrás y volvés como si te
hubieran echado tres polvos? Me hiciste acordar ¿Forros tendrán?
La pendeja
contestó con miedo de rata: —No, no hay.
Tobal, a toda
voz, contestó: —¡¿Cómo me decís que no?! Haber hay, todos Uds son unos forros.
Nos fuimos
cagados de risa, hicimos caer a dos viejitos que entraban.
Y buéh, la
perversión es contagiosa y en este pueblo de mierda, no hay vacunas.