Pedíamos limosna
con vestidos andrajosos de mis Abuelos. La gente era muy generosa, ni nos
conocían. Pasábamos tres meses y éramos el terror del pueblo, Mercedes, Bs As.
Un sábado vino
el Cura de la Iglesia, a pedir a mi Abuela, que no nos mandara más a misa, se
le salían los ojos al viejo: —Son hijos de Satanás, Doña Clara. Hasta que se
les vaya el Diablo del cuerpo, que no vengan. Guillermo, el de las ideas brillantes,
encontró apellidos pícaros en la Guía, Tetamanti, Culaso, Pedote, Chotolasi
y Caraco. Cuando los vecinos sacaban sus sillas de mimbre a la vereda, el calor
decía hasta luego por un rato. A cada persona que pasaba, mi primo decía: “Adiós
Sra Culaso”. “Ahí vienen las Chotolasi”.
—Ahora deciles
vos.-Y yo hacía caso al Capitán-.
—Adiós Srtas
Chotolasi.
Las personas
eran menos despiertas que en Bs As, pero no boludas, se daban cuenta. En medio
de la noche, caminábamos por las medianeras y tirábamos corchos, bolitas
japonesas, maderitas. Se asustaban de inmediato y llamaban a la Policía, que
eran dos autos destartalados y un Fiat tortuga. Todo el pueblo sabía y los
Policías eran cuatro viejos carcamanes, que preferían dormir y que los Abuelos
se encargaran de nosotros.
Mi primo hablaba
cinco idiomas, Francés, Inglés, Italiano, Alemán y Malas Palabras. En lugar de
decir Feliz Año Nuevo, decía Felisa Me Muero, gritaba y en Pascuas, Felices los
huevos. A mí me emocionaba Guillermo, cuando la parra se hacía espesa,
dormíamos la siesta sobre las uvas.
Los Abuelos se
pusieron viejitos y dividieron las Vacaciones, un mes y medio yo sola, y otro
mes y medio Guillermo solo, de mentirita. Muy pronto hacía migas con
cualquiera. Cuando me iban a buscar, mi Abuela hacía eclosión de lágrimas.
Cuando lo
retiraban a Guillermo, la Abuela se reía y le decía:—Taza, taza, cada uno a su
casa.

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