domingo, 2 de junio de 2019

TRINCO



   No sé abrir la puerta del garaje. Cerrar la de calle tampoco, el puro picaporte. Veo la compu, esa mierda siempre abierta y desconozco todas sus funciones. Me ducho con baldes porque las canillas del baño no responden a mis fuerzas. No puedo mirar películas porque no sé cómo prender y apagar. Si llama el celular ni idea cómo se atiende y se apaga. Ni soñar con tipear un número. Por suerte tengo uno de mi viejo, con ruedita númérica.
   Para salir al jardín uso la claraboya del baño, ya no soy tan ágil como antes y moretones y lastimaduras estampan mis piernas. Hice hacer cinco veces anteojos de ver de cerca, porque los pierdo o los piso, me rendí, uso una lupa pesada y dejo de leer, no por ojos cansados, sino por el esfuerzo muñequil de mi mano derecha, la llevo con faja de neoprene permanente.
   Puse un aviso y encontré un acompañante para ayuda de elementos aviesos e imprescindibles. Elegí un chico joven y fortachón, que aceptó encantado, sabía que era día completo. El primer día se presentó con un catre de campaña y un mameluco blanco.
   La primer ducha normal, Trinco, así era su nombre, subió el coso y movió la palanca a la temperatura de mi gusto. La hizo girar, se quedó sentado en el inodoro sobre la tapa y me esperó que terminara.
   —Permiso, Sra Juana, si me deja pasar la mano, cierro.
   ¡Y cerró!, es un genio. Con la cocina tengo dificultades, nunca vi una cocina nueva y desconozco cómo se prende y apaga. Trinco la prendió de una y molió el café. Me parece que este joven hace magia. Al final preparó el desayuno, no sé cómo hizo pero el tostador prendió y las tostadas salieron solas.
   Tenía un montón de ropa para lavar, Trinco puso a funcionar el lavarropas y luego el secarropas. 
   —Ya que estoy, Sra Juana, le doblo la ropa y se la guardo, la ropa interior, por respeto, hágala Ud, otra cosa, ¿qué le parece si nos pedimos un catering?
   Era un premio merecido, le dije que sí, nos acostumbramos. Una vez me confundí y entré en la ducha con él, es tan oportuno: —¿Quiere que le enjabone la espalda, Sra Juana?
   Le dije que sí, si yo apenas llego. —¿Quiere que le enjabone yo, ahora?
   Trinco dijo: —Fenómeno, haga nomás.
   Este joven llegó a ser mi mano derecha e izquierda. Una noche de frío que partía: —¿Trinco, necesita otra frazada?
   No se escuchó nada. —Si no es molestia, hay tres grados bajo cero, ¿no puedo ir a dormir con Ud, Sra Juana?
   Tenía razón, yo tengo lugar de sobra en esta cama. —Venga, Trinco, que yo lo caliento.
   Vino en segundos, llevó más tiempo, pero, no sé. Cuando me puso algo bien calentito entre las piernas y entró, la verdad, ya no me acordaba de ese agujerito, pero él lo hizo funcionar, yo gritaba de felicidad!

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