No sé abrir la
puerta del garaje. Cerrar la de calle tampoco, el puro picaporte. Veo la compu,
esa mierda siempre abierta y desconozco todas sus funciones. Me ducho con
baldes porque las canillas del baño no responden a mis fuerzas. No puedo mirar
películas porque no sé cómo prender y apagar. Si llama el celular ni idea cómo
se atiende y se apaga. Ni soñar con tipear un número. Por suerte tengo uno de
mi viejo, con ruedita númérica.
Para salir al
jardín uso la claraboya del baño, ya no soy tan ágil como antes y moretones y
lastimaduras estampan mis piernas. Hice hacer cinco veces anteojos de ver de
cerca, porque los pierdo o los piso, me rendí, uso una lupa pesada y dejo de
leer, no por ojos cansados, sino por el esfuerzo muñequil de mi mano derecha,
la llevo con faja de neoprene permanente.
Puse un aviso y
encontré un acompañante para ayuda de elementos aviesos e imprescindibles.
Elegí un chico joven y fortachón, que aceptó encantado, sabía que era día
completo. El primer día se presentó con un catre de campaña y un mameluco
blanco.
La primer ducha
normal, Trinco, así era su nombre, subió el coso y movió la palanca a la
temperatura de mi gusto. La hizo girar, se quedó sentado en el inodoro sobre la
tapa y me esperó que terminara.
—Permiso, Sra
Juana, si me deja pasar la mano, cierro.
¡Y cerró!, es un
genio. Con la cocina tengo dificultades, nunca vi una cocina nueva y desconozco
cómo se prende y apaga. Trinco la prendió de una y molió el café. Me parece que
este joven hace magia. Al final preparó el desayuno, no sé cómo hizo pero el
tostador prendió y las tostadas salieron solas.
Tenía un montón
de ropa para lavar, Trinco puso a funcionar el lavarropas y luego el
secarropas.
—Ya que estoy, Sra Juana, le doblo la ropa y se la guardo, la ropa
interior, por respeto, hágala Ud, otra cosa, ¿qué le parece si nos pedimos un
catering?
Era un premio
merecido, le dije que sí, nos acostumbramos. Una vez me confundí y entré en la
ducha con él, es tan oportuno: —¿Quiere que le enjabone la espalda, Sra Juana?
Le dije que sí,
si yo apenas llego. —¿Quiere que le enjabone yo, ahora?
Trinco dijo: —Fenómeno,
haga nomás.
Este joven llegó
a ser mi mano derecha e izquierda. Una noche de frío que partía: —¿Trinco,
necesita otra frazada?
No se escuchó
nada. —Si no es molestia, hay tres grados bajo cero, ¿no puedo ir a dormir con Ud,
Sra Juana?
Tenía razón, yo
tengo lugar de sobra en esta cama. —Venga, Trinco, que yo lo caliento.
Vino en
segundos, llevó más tiempo, pero, no sé. Cuando me puso algo bien calentito
entre las piernas y entró, la verdad, ya no me acordaba de ese agujerito, pero
él lo hizo funcionar, yo gritaba de felicidad!

No hay comentarios:
Publicar un comentario